
En este texto, desde el sur global y no desde Londres, le respondo a África Brooke, quien se define como “consultora, coach, estratega y oradora internacional con un enfoque único: abordar el autosabotaje y la autocensura, que escribió Una carta abierta: por qué abandonar el culto Woke. Básicamente, una suerte de experta que nos ayuda a “no autosabotearnos invirtiendo energía en denunciar” el genocidio en Palestina, en defender los derechos de poblaciones marikas criminalizadas o de personas negras de origen haitiano perseguidas por el Estado dominicano y “concentrarnos en nuestro valor como individuos para superarnos” (piensen en el individualismo propio del neoliberalismo y la meritocracia que exalta Trump para no enfrentar las injusticias estructurales, desterrando las políticas que abordan la cuestión de la raza y el género en el Estado).
En un contexto de genocidios normalizados, detenciones arbitrarias por perfilación racial, criminalización de migrantes, asesinatos en masa de defensores de la tierra y el territorio, de travestis y personas negras por ser vidas concebidas como desechables, es importante ver que los discursos conservadores no solo vienen de sectores de ultraderecha como el partido Vox de España, Giorgia Meloni en Italia, Alice Weidel en Alemania, o de gobiernos supremacistas como el de Donald Trump en Estados Unidos o Javier Milei en Argentina. También vienen en presentación de influencers y coachs que creen que no hay sexismo, ni racismo, ni violencias en el mundo, abrazando la premisa neoliberal de que todos, en cuanto individuos, somos iguales, olvidando que el 1% de la gente más rica (blanca, cis, hetero y del norte global) acumula casi el doble que el 99% restante, creyendo que la superación personal es cuestión de una misma, “que una es pobre porque quiere”, y que esto no tiene que ver con un problema estructural de desigualdad, injusticia social, colonialismo, explotación y violencias basadas en género, raza y clase.
Le llaman “woke” a quien se atreva a decir que el mundo es más violento con personas trans, negras, mujeres y hombres en menor escala de privilegios, sujetos precarizados, trabajadoras sexuales, personas con discapacidad, migrantes, etc. Hoy, si la ultraderecha cuasifascista tiene más institucionalidad, es porque también ha sido apoyada por voces en el espacio digital que han encontrado un sector en la comunicación social para desinformar en las tecno-plantaciones de Elon Musk y Mark Zuckerberg, donde es legal ser racista, misóginx y patologizar a personas de identidades sexo-género no normativas. Tan legal como lo fueron y aún siguen siendo en el imaginario racista estadounidense, las Leyes de Jim Crow.
La ultraderecha y la ideología conservadora neoliberal abrazada por muchas no necesariamente inscritas en partidos políticos, precisan de dejar de hablar de raza, clase y género, porque eso implica hablar de relaciones de poder y relaciones coloniales de explotación, expolio y acumulación desigual, haciendo que, obligatoriamente, tengamos que enfrentar al asunto de la raza, por ejemplo, ya que a la supremacía neoliberal no le interesa que tengamos la incómoda conversación sobre privilegios heredados.
El recuento de los daños:
Estos son algunos hechos que la derecha ignora deliberadamente para llamarnos “divisoras” a quienes luchamos por justicia social
Iniciemos siendo honestas y sin muchas pretensiones argumentativas. Las personas heterosexuales no son cuestionadas por su orientación sexual en ningún lugar del mundo. Nadie heterosexual sale del clóset de la heterosexualidad. Un sujeto hetero, sea hombre o mujer, no se sienta con sus papás y les confiesa que es hetero, que le gustan los del otro lado. Todo el mundo espera que seas heterosexual o no seas. A datos de 2024 “64 jurisdicciones nacionales prohíben aún las relaciones homosexuales, privadas y consentidas entre hombres. De ellas, 40 castigan también los actos lésbicos. La dureza de las condenas oscila desde menos de un año de cárcel hasta la cadena perpetua. Asímismo, este delito puede ser castigado con la pena capital en 11 países”. ¿En algún lugar es ilegal la heterosexualidad? ¿dónde castigan, asesinan y encarcelan a la gente por ser heterosexual? ¿En qué país una persona heterosexual puede recibir hasta 20 años de prisión por su orientación sexual? En ninguno. En cambio, por ser homosexual, en Malasia sí. Que estos crímenes los padezcan personas no hetero, es una respuesta. El mundo no es libre ni tampoco neutral. Vivimos en sociedades donde la heterosexualidad es una norma y quien no la cumple recibe un castigo y se convierte en objetivo de profundas vulneraciones a su integridad física y personal, por lo que denunciar y hablar de heterosexualidad como un cistema normativo y como régimen político (Monique Wittig) no es una moda “woke” es una urgencia política.
Sigamos con datos. Brasil y México son los países de América Latina donde más asesinatos de mujeres trans y travestis se registran anualmente. Eso no significa que los demás países no sean peligrosos para nosotras. Según datos de la CIDH, América es una región violenta contra las personas trans y de género expansivo. Cualquier negacionista de ultraderecha dirá que las muertes violentas “afectan a todos”, obviando que estos asesinatos son castigos pedagogizantes, como el desmembramiento en Chile de Ever, una persona transmasculina o el asesinato en México de Ociel Baena (2023), una persona no binarie y Magistrade del Tribunal Electoral de Aguascalientes. Los crímenes son incontables y las violencias numerosas, y el común denominador aquí es que estas atrocidades le suceden a personas trans por ser trans. No son asesinatos por peleas, por pérdidas de apuestas, entre pandillas o cárteles…. Las asesinan porque no son personas cis, por ser personas trans en sociedades machistas, heteropatriarcales, donde estas se han construido como enfermas. Son asesinables en total impunidad porque son vidas negadas.
El auge del discurso derechista antigénero, antiderechos y antiaborto en Estados Unidos, alineado a grupos religiosos, a facciones de feministas transfóbicas y a sectores conservadores del mundo corporativo, como Elon Musk, así como de la narrativa transodiante, patologizante y criminalizante hacia las personas trans y no normativas de género han encontrado apoyo en figuras como Donald Trump. En su concepción de hacer “América grande” otra vez, solo contempla a personas cis y heterosexuales, prometiendo “detener la locura transgénero” y afirmando que las personas trans no existimos, es decir, promete coartar los derechos y libertades de personas trans. En esa lógica terraplanista y discriminatoria, las personas trans y de género no normativo no tenemos derechos, y si nos aferramos a existir pues debemos de pagar el precio de la violencia y opresión por los poderes públicos. Aquí el Estado no existe para garantizar derechos fundamentales a toda su población, sino que se concibe como extensión representativa y garante de mantener el orden racial y de género cishetero-racial-blanco, y los valores tradicionalistas cristianos, la familia nuclear blanca compuesta por mamá y papá, como la única posibilidad de ciudadanía. Este Estado de ultraderecha opera en detrimento de los derechos sexuales y reproductivos de personas con capacidad de gestar. No estoy hablando de Asia, África o Medio Oriente, sino de la “mayor democracia del mundo”, Estados Unidos, y países como Italia, Argentina, El Salvador y sus facciones xenófobas, islamófobas, y racistas, cada vez más fuertes también en Alemania, Francia, Países Bajos y Austria, es decir, de un occidente que hace pinkwashing para justificar intervenciones militares y usa el discurso del excepcionalismo sexual LGBTI y los derechos de las las mujeres para hacer orientalismo y nombrar terroristas a los otros.
Del mismo lado occidental tenemos el caso del libertario conservador Javier Milei en Argentina, quien recientemente, en el Foro económico Mundial de Davos 2025, se ha declarado contra el aborto y contra los derechos humanos reconocidos de poblaciones de la disidencia sexual y de género, usando la narrativa de la “ideología de género” y haciendo apología a la violencia contra activismos por la justicia social. Estos discursos de odio heterocis-normativos y antiLGBTI se han visto incrementados por esa narrativa antiderechos. Y esos discursos de odio cobran vidas. Tenemos el caso de tres mujeres lesbianas atacadas en su casa con una bomba molotov y quemadas vivas el año pasado en Argentina. En la misma región, la derecha de Brasil, profundamente evangélica y antiLGBTI, usando discursos criminalizantes y estigmatizantes, ha llegado a decir, en cabeza de Bolsonaro, que “los homosexuales los son por consumo de drogas”. Si bien Bolsonaro ya no es presidente, las narrativas de odio provocan violencias y su figura las sigue alimentando. En la dictadura de Dina Boluarte en Perú, las personas trans hemos sido calificadas como enfermas mentales, eso se traduce en que nuestras vidas son negadas, somos objetivo de cautiverio, encarcelamiento y de procesos de patologización como las mal llamadas terapias de conversación, permitidas en muchas partes del mundo e impulsadas por grupos de derecha para “corregir” la orientación sexual e identidad de género de las poblaciones de la disidencia sexual. Apenas el año pasado se prohibieron las terapias de conversación en México y en Colombia los grupos conservadoras derechistas impidieron que el proyecto, impulsado por colectivos de la disidencia sexual y de género, avanzara. Todo esto demuestra que nuestras vidas y derechos más fundamentales aún están jaque, y que defenderlos no es un capricho “woke”. Es la defensa de la vida.
Los crímenes raciales también siguen siendo una realidad cotidiana en el mundo. Recordemos los casos de brutalidad policial racista en EEUU contra George Floyd, Breonna Taylor, Michael Brown, Eric Garner y Anthony Lowe Jr, un hombre en silla de ruedas acribillado por la policía. Pero la brutalidad policial no solo ocurre en EEUU. Recordemos el asesinato de 23 menores en 2019 a manos de la policia en Irán y las ejecuciones extrajudiciales en Filipinas por parte de la policía hacia personas empobrecidas y racializadas. La represión de la protesta social y la represión policial que afecta no a personas blancas con plata, sino a los sectores más empobrecidos y racializados, son lo normal en El Salvador y en Ecuador, país en que el Ejército secuestró, mató e incineró a cuatros niños negros en diciembre del 2024. Incluso la propia Europa ha tenido que reconocer que existe un ambiente hostil y racista provocado por grupos de ultraderecha neonazis, que buscan lastimar a personas migrantes y no blancas europeas, admitiendo que los crímenes racistas están cada vez más presentes. El mundo es letal con personas defensoras de la tierra, generalmente pueblos, comunidades afro e indígenas, que defienden el territorio frente a megaproyectos del capital privado transnacional basados en las políticas neoliberales de despojo. Esos proyectos extractivistas no son representados por personas racializadas, son de élites blancas que encarnan la dueñidad capitalista del mundo, y de esto hay que hablar.
Lo anterior cobra más sentido cuando vemos que quienes critican lo “Woke”, alineándose a un discurso de ultraderecha y corporativo, son influencers consultoras cercanas a las élites y al discurso de la superación personal, que trabajan junto a empresas privadas trasnacionales, muchas veces las mismas que cometen agresiones contra comunidades racializadas en el sur global, como es el caso de BarrickGold en Rep. Dominicana, que no solo vulnera los derechos humanos de poblaciones populares negras, sino que ha secado ríos y contaminado la tierra para sacar de la isla 480,000 onzas de oro al año, es decir empobreciendo, haciendo extractivismo y aún colonizando nuestro mundo.
La lista puede ser interminable. Vivimos en un mundo violento para las personas sin privilegios de clase, de capital, raciales, de género y sexualidad. Un mundo capacitista, violento con los cuerpos no normativos y con aquellos que no se ajustan al ideal de ciudadano-ejemplo en el capital racial. Vivimos en un mundo donde las cárceles tienen color y no de gente blanca. Un mundo donde se asesinan migrantes, trabajadoras sexuales, travestis , mujeres cis, trans, personas negras, indígenas, donde hay zonas de sacrificio y son los lugares del sur global los que sostienen el privilegio del primer mundo. Los de derechas y antiwoke dirán que no hay cambio climático. Que es “woke” defender la tierra y luchar contra el colonialismo climático, pero recordemos que vivimos en un mundo donde las facturas de la explotación de la tierra la pagan personas no blancas del tercermundo y donde hay genocidios normalizados como el que comete el Estado sionista de Israel en Palestina, y otros como los de Sudán, el Congo y el colonialismo continuado que ha sufrido Haití por siglos. Si luchar contra esto es “woke”, asumamos que lo somos.
Dicho lo anterior, reconociendo la imposibilidad de enlistar las innumerables y sistemáticas agresiones y violencias derivadas del racismo, sexismo y el capitalismo voraz que sufren muchas personas en el mundo, me permito responder a África Brooke por qué esto no es un culto “woke” sino un asunto de urgencia política en defensa de la vida para muchas personas.
Mi respuesta a África Brooke
Ser críticas y reconocer que vivimos en un mundo racista, sexista, transfóbico, extractivo, genocida no obliga a nadie a ser “woke”, solo implica saber que el mundo no nos trata igual, que no somos iguales y que, en ciertos casos, no tenemos derechos humanos garantizados como pasa con el pueblo palestino. Eso se llama tener conciencia racial, de clase, de género y de la historia colonial del mundo; es tener conciencia política de las violencias y las desigualdades del mundo y mantenerse alerta ante las agresiones cotidianas que siempre afectan a sujetos racializados, pobres, no normativos; es apostar por la justicia y entender que, en el cistema en que vivimos, hay vidas que valen menos que otras.
África dice que mejor hay que seguir las enseñanzas de Martin Luther King, pero olvida que fue la supremacía blanca la que lo mató y que lo que él defendía era la vida de las personas negras en una sociedad segregacionista, postesclavista, en la que linchaban a personas afro por no considerarlas humanas. ¿Acaso ignora que todos los asesinatos de personas negras a mano la policía o la persecución de personas migrantes por la administración Trump son una continuidad de esa misma matriz de poder? Esto no es un asunto individual y de carácter de autoayuda y superación personal. Es un asunto político de dimensiones sistémicas donde el racismo, el colonialismo, la islamofobia, el orientalismo, la transfobia, la homofobia y la blanquitud siguen cobrando vidas para mantener este mundo de dueños. ¿Acaso Brooke cree que cuando Trump dice que va a desmantelar lo trans y el aborto, quienes viven las consecuencias de esas políticas deben refugiarse en su carácter para afrontarlo en sentido individual? Todas sabemos que los linchamientos y la brutalidad policial no se resuelven con una buena actitud mañanera, sino denunciando hasta el cansancio las injusticias, las violencias y los sistemas de opresión, haciendo colectividad, comunidad, y eso implica señalar a los responsables. Diría Angela Davis que la justicia es una batalla constante, por eso estamos repitiendo todos los días que es necesario que el mundo sea un mejor lugar para todos. Si la derecha y el discurso conservador quiere llamar a eso “woke”, entonces lo asumimos.
Podemos discutir si la meritocracia, las matemáticas, la ciencia y la racionalidad se consideran o no herramientas de la “supremacía blanca”, pero recordemos quiénes históricamente han tenido capacidad de acumulación y acceso a la educación, en un mundo donde la riqueza no se construye sino que se hereda. Un mundo donde el 1% más rico posee más riqueza que el 95 % de la población mundial en conjunto. Y no son negros, ni trans, ni indígenas. Quienes denunciamos esas violencias reales y que sufren de forma desproporcionada personas empobrecidas, racializadas, indígenas, negras, de la disidencia sexual, con discapacidad, etc, no lo hacemos porque creemos que es nuestro destino padecerla, sino por todo lo contrario. Queremos cambiar las cosas, seguimos los sueños de cimarronaje de nuestras ancestras que, al verse en la plantación y hoy en fábrica, dicen NO MÁS.
Es real e indiscutible que el racismo existe. Si el racismo existe entonces este mundo trata de manera diferenciada a quienes no somos personas blancas. Hay un privilegio racial. Por ejemplo, en México, “mientras más claro sea el tono de piel hay mayor probabilidad de encontrar empleo, mayor movilidad social, y mayor ingreso laboral”. Esto está asociado a una herencia racista y colonial que es estructural, que hace creer al mundo que por nuestro genitales no merecemos ser respetadxs. Me pregunto ¿cuántas veces mujeres cis se le han metido a Brooke a sacarla de su baño? como si se tratara de una clase de segregacionismo de género, al estilo de Jim Crow. Me niego a vivir en un mundo así, por eso seguiré protestando.
El desacuerdo siempre es valioso para el crecimiento de los movimientos sociales y la crítica interna es fundamental. Pero eso es diferente a creer que es una opinión válida y respetable la del neonazi que dice que las personas trans son enfermas mentales y que los palestinos son un pueblo terrorista. La justicia social no es el problema sino las estructuras que desvalorizan y discriminan a personas por su orientación, identidad de género, raza, etc. Y es preocupante que como personas negras, interioricemos los valores de la blanquitud, porque si hoy puedo escribir y publicar en un contexto donde la mayoría de travestis negras no lo pueden hacer, es porque hay un legado de procesos antirracistas de personas negras y trans que caminaron antes que yo, como también lo hicieron antes que tú, Brooke. En un mundo donde la derecha comete un genocidio en Palestina, no podemos ser neutrales ni decir no soy de “izquierda ni de derecha”. Yo no me adscribo a la izquierda, abrazo el antirracismo, pero lo que sí tengo claro es que la derecha, la ultraderecha y la ideología conservadora son un error.
Qué bueno que no sufres nada de esto, solo recuerda que no eres la muestra representativa.
Sé que estás cansada de que te acusen de: “’racismo internalizado’, ‘antinegridad internalizada’, ‘misoginia internalizada’, ‘sexismo internalizado’, ‘homofobia internalizada’, ‘transfobia internalizada’, ‘supremacía blanca internalizada’… La verdad es que solo eres un sujeto con piel negra y máscara blanca. Eres producto de tu propia historia siempre en relación. Y así también se manifiesta la violencia. También hay respetar los procesos políticos de conciencia de cada quien. No tenemos que definir a los demás como personas de color, negras, trans, pero lo que hay que tener claro, incluso cuando no nos adscribimos a una identidad racial o de género, es que el racismo, el patriarcado y la heterosexualidad como regímenes políticos son una realidad que moldea al mundo.
Cuestionemos los términos sin negar las estructuras que los posibilitaron. Si nos molesta la palabra “negro”, “trans” etc. preguntemos, ¿de dónde surge la necesidad de llamarnos negros? ¿Quién nos hizo negras o trans? ¿Será que tiene que ver con la herencia de esclavitud donde el negro es-era igual a un animal de trabajo en la plantación del blanco? En el contexto de USA ¿tendrá que ver con leyes de segregación y discriminación? ¿Por qué resulta cada vez más importante llamarse palestino en un mundo contextualizado en el auge del colonialismo sionista? Nombrarnos es político y una acción necesaria.
¿Qué privilegios hay que tener para ser negra y no ser oprimida? ¿Ser una Obama? De verdad me alegro de que una persona negra no esté oprimida, ojalá seamos más, pero que no lo estés no quita que la gran mayoría de gente negra, trans, pobre en el mundo experimente opresión por ser negra, trans y pobre. Eso no significa que somos sólo víctimas. También resistimos. Recordemos que hay negros, mujeres y trans en el poder, aunque sean contados. Kamala, por sparte, es una mujer negra, pero no representa la realidad de las mujeres negras estadounidenses. Las personas negras en USA tienen “el doble de probabilidades de vivir en la pobreza, el doble de probabilidades de morir en enfrentamientos con la policía, son seis veces más presas y cuentan con una tasa de mortalidad infantil doble”. Y esto no es casual, no es porque en el ADN de gente negra esté el gen de “delinquir”, es por el racismo.
Brooke dice: “se está volviendo peligroso abordar la realidad. O aceptas y cumples, o te callas”. ¿A qué realidad te refieres?, ¿A la de Palestina o la haitiana que denuncia el colonialismo, o a la de ultraderecha de Vox que dice que el colonialismo y el racismo no existen y nunca existieron? Este victimismo oculto en la cultura de la cancelación es peligroso.
¿Cómo es que la demanda de justicia social y necesidad de adquirir conciencia racial y de género puede ser excesiva en un mundo injusto con estos colectivos? ¿Qué protesta es ilegítima? ¿Aquella que rompe estatuas de Netanyahu con la proclama de alto al genocidio? ¿Excesiva para quién? ¿Para quienes lloran las más de 43 mil muertes en 13 meses? A lxs blancxs y blanqueados en ideas siempre les parece excesiva la denuncia de los condenados, porque el privilegio les impide ver. Hay que vivir en cierto privilegio para considerar ruido los gritos de los condenados. Definitivamente merecemos algo mejor.
Las políticas de las identidades que se limitan a la representación están destinadas al fracaso, pero eso no niega que en un mundo que violenta sistemáticamente a personas negras, indígenas, trans, marikas, palestinas, etc, las identidades son también estratégicas para la disputa de la vida. Estoy de acuerdo con Brooke cuando dice que no solo personas blancas están en desacuerdo con el progresismo, sino también negras. Un ejemplo de eso es Linda Thomas-Greenfield, Embajadora de los Estados Unidos ante las Naciones Unidas que, siendo negra, en todas las ocasiones ha apoyado el genocidio en Gaza. Lo negra no quita lo fascista. Pero reconocernos que llamarnos negras en un mundo antinegro es liberador.
No somos pensadoras equivocadas
Hay que perder el miedo de hablar para evitar que nos cataloguen “pensadores equivocadxs”. En mundo sionista hay que gritar fuerte Palestina libre. En un mundo donde Haití está bajo el yugo colonial hay que gritar Haití libre. En un mundo donde matan a las personas trans hay que gritar que las vidas trans importan, sin miedo. Brooke se pregunta: “¿Cómo se supone que vamos a entendernos unos a otros si vivimos con el temor constante de decir algo “incorrecto?”. Pero omite que no todas las posturas son válidas. La que sostiene el Estado dominicano desnacionalizando a través de la sentencia 168-13 a más 200 mil personas dominicanas negras de origen haitino porque son negras, por ejemplo, es una opinión que no puede asumirse como legítima pues es racista y ahí no hay debate, como tampoco lo hay en un mundo donde Palestina está ocupada. El sionismo no es un punto de vista, es una forma de imperialismo colonial.
Brooke afirma que es “aún más difícil – hablar – si eres blanco porque normalmente hay alguien esperando para llamarte racista”, desconociendo que el racismo inverso no existe, que no hay ni ha habido un sistema económico, político y cultural que oprima a las personas blancas por ser blancas ¿Alguien quiere pensar en Elon Musk o en el Estado de Israel ? Cuando hablamos de varones heterocis asesinados no lo hacemos porque sean varones, cis y hetero, lo hacemos porque nos interesa ver el papel de la raza, la clase, los contextos y el mandato de masculinidad (R. Segato), no es que no queramos hablar de ellos, queremos hablar de ellos en las estructuras, estructuras que tú niegas, porque el mundo nunca es neutral y no somos iguales. Mantenernos despiertas y denunciar las injusticias nos ayuda a no normalizar la violencia y señalar que es imperativo tener una conciencia social, política, de raza, clase, antipatriarcal, de género, en un mundo donde nuestras vidas son inferiorizadas y, en el caso de personas trans o con VIH, patologizadas. Denunciar es agotador pero es necesario para generar cambios y no hacer cómodo el mundo para quienes ya lo están.
Brooke escribe: “la definición literal de racismo es “prejuicio o antagonismo hacia una persona o un pueblo por su pertenencia a un grupo racial o étnico en particular” . Y, sin embargo, algunas personas han decidido de repente que los blancos no pueden experimentar el racismo y que no se les permite refutar esta afirmación absurda”. Esta no es la definición de racismo, quizás la pensadora equivocadas aquí eres tú, al menos en este punto. El racismo es la ideología que se basa en la creencia de que dentro de lo humano hay “razas” y que estas razas no todas son iguales, que existe una raza superior más racional y civilizada, que es la raza blanca. Y así nace el supremacismo blanco desde Europa occidental, expandiéndose a nivel planetario. Es así como pueblos indígenas, negros y no blancos tercermundizados están por debajo de la línea del ser (Fanon) en comparación con las personas blancas, aunque se haya demostrado que las razas humanas no existen. Te lo explico con peras y manzana desde otro eje de desigualdad: la heterofobia no existe porque a nadie menoscaban por ser hetero. Querida Brooke: el racismo inverso no existe porque a las personas blancas no las oprime una idea de raza que las conciba como inferiores. Por lo que no existe una normalización del racismo hacia los blancos, sino una cada vez más conocida política antirracista, donde el racismo es menos tolerado. Que denunciemos las violencias no se traduce en un “desempoderamiento de los negros enmascarados a través de la justicia social”, sino todo lo contrario. Mientras más hemos reclamado, más hemos cambiado al mundo.
¿Acaso el resentimiento es producto de que las personas blancas no puedan manifestar abiertamente el racismo? ¿O más bien de que las personas negras hayamos experimentado históricamente violencia y hoy exijamos reparación y no más racismo? Creo que resentir las opresiones es válido en un mundo de violencias focalizadas a sectores y grupos, y quizás lo que ella percibe como resentimiento es justo el sentimiento y dolor que aún se siente por el racismo, la transfobia y el colonialismo que dan forma al mundo. En vez de llamar resentidas a quienes ya han sufrido la experiencia de la violencia, es más estratégico pensar cómo cambiamos y hacemos esta geografía más justa.
Brooke dice que estamos cancelando a las personas blancas racistas cuando señalamos su racismo. Ante lo cual vale la pena recordar que la idea de victimizarse con la supuesta cultura de la cancelación surgió de grupos racistas y supremacistas que se sintieron “cancelados” cuando se les cuestionó su racismo público. Brooke hace lo mismo aquí. Es preocupante que Brooke aborde estos temas sin conocer nuestras historias de resistencia antirracistas, y sobre todo que legitime un discurso racista desde su cuerpo negro, usado como argumento racista por personas y sectores blancos de derecha.
Queremos justicia.
Soy travestinegra y no soy una víctima. Creo que llamarse víctima en mundo donde asesinan a personas todos los días en contextos de genocidios normalizados es peligroso, pero no reconocerme víctima no significa que dejaré de reconocer que el mundo es desequilibrado y un lugar violento para algunas personas por su geografía, raza, género, orientación sexual, capacidades, etc.
Afirma Brooke, que “el racismo no es una paranoia”. La transfobia y la violencia colonial, los efectos traumáticos del colonialismo y el patriarcado no son paranoias. Como demostré, son realidades y son violencias. El blanco no existe solo para oprimir, de hecho conozco personas blancas antirracistas. Solo hay que recordar que el racismo permea todas nuestros espacios sociales, y el privilegio racial es real, y eso no hace verdugo al blanco, sino pieza importante para combatir el sistema del que voluntaria o involuntariamente se beneficia. Cuando denunciamos el racismo no esperamos que los blancos se sientan racistas, esperamos que se tornen antirracistas y denuncien también. A esa sensación de sentirse atacadxs cuando denunciamos la transfobia, la homofobia, el racismo le llamamos fragilidad blanca, concepto acuñado de hecho por una persona blanca antirracista (DiAngelo), y esta carta demuestra la negación de la gente blanca y blanqueada de hacerse cargo de los lugares que ocupa.
Aunque la venganza es legítima en un mundo genocida y de dueños, no creo que los movimientos sociales seamos vengativos y solo busquemos el mal de las “pobrecitas gentes blancas cis-hetero con plata o del Estado de Israel”. Queremos cambiar las cosas y es a eso que los conservadurismos y grupos de ultraderecha antiwoke se oponen. Reconocer que el mundo es violento y voltear a ver para otro lado para no sentirse víctima ni desesperada es válido si es tu forma de afrontamiento, pero no lo es cuando se nos intenta desacreditar -con una narrativa propia de las ultraderechas- a quienes decidimos seguir haciéndonos poderosas, justo porque estamos convencidas de que es posible otro mundo.
¿Compasión para quién?
Brooke nos recuerda la necesidad de ser compasivos con aquellas personas que no estamos de acuerdo y lo comparto, pero también decido no serlo con quienes abrazan un mundo que niega a las personas negras de origen haitiano, a las travestis o la existencia del pueblo palestino. No quiero ni deseo ser compasiva con el sionismo. Pero en realidad, ella no está hablando sobre los conflictos en los movimientos sociales y la necesidad de escucharnos en el desacuerdo y ser compasivas intragrupalmente para continuar la lucha. Ella se refiere a que hay que serlo con aquellxs de ultraderecha, fascistas y negacionistas del cambio climático, bajo su premisa de que todas las opiniones son válidas.
Dice también que hay que “habitar la zona gris como un espacio de complejidad, pero no como un lugar neutral donde todas las posturas son válidas de ser escuchadas”. Habitar la zona gris mientras tengamos claridades éticas y políticas es fundamental para no caer en fundamentalismos que imposibiliten los puentes. Pero es fundamental que en ese espacio de conversación gris tengamos claridades como que el racismo existe y nos negamos a vivir en un mundo racista. Muchas personas no blancas ni normativas cargamos con traumas que nos afectan profundamente como personas. La necesidad de sanarnos es necesaria, pero el camino no es negando el racismo ni abrazando los valores de la derecha que niegan a personas como yo, travestis negras-migrantes y sentir que vivimos en un mundo de igualdad, pues no es así.
La rabia no es negativa, es un impulso, un cúmulo de energía que provoca un grito, esos gritos en nuestros contextos son acciones de protesta y un llamado a recordar que no es sostenible seguir así. Audre Lorde escribe en «Usos de la ira: Las mujeres responden al racismo»: “…antes, vivía la ira en silencio, asustada por sus consecuencias. Mi miedo a la ira no me aportó nada. Vuestro miedo a la ira tampoco os aportará nada. La respuesta de las mujeres al racismo pasa por hacer explícita su ira; la ira provocada por la exclusión, por los privilegios establecidos, por las distorsiones raciales, por el silencio, el maltrato, las actitudes defensivas, la estigmatización, la traición y las imposiciones. Bien canalizada, la ira puede convertirse en una poderosa fuente de energía al servicio del progreso y del cambio. Y cuando hablo de cambio no me refiero al simple cambio de posición ni a la relajación pasajera de las tensiones, ni tampoco a la capacidad para sonreír o sentirse bien. Me refiero a la modificación profunda y radical de los supuestos en que se basa nuestra vida”. La ira provoca manifestaciones cuando matan a unx de lxs nuestrxs. La ira combate el sionismo en un mundo donde el genocidio es normalizado. La ira es el motor que movió a nuestrxs ancestrxs al cimarronaje, a la fuga. Por eso no nos roben la rabia, la ira, el coraje. Siempre las estructuras y quienes están cómodos en el poder heredado nos quieren pacíficas sin gritar, siempre los amo a quienes les molesta nuestra rabia, por eso el silencio nunca ha sido una opción para muchas.
Podemos y deseamos convivir con debates, disensos y menos censura en nuestros movimientos. Estar en contra de los positivismos y la cultura de la cancelación mientras afirmamos y no aceptamos acuerdos. Pero aceptando lo innegable. El racismo como estructura es real, el racismo inverso es una discurso de supremacía blanca, que Palestina está colonizada y que las personas trans existimos y lo seguiremos haciendo, que no somos debates, somos realidades. Ahora bien, me pregunto, ¿cómo converso siendo travesti negra con una feminista transexcluyente? ¿Cómo conversa un palestino con un sionista colono que ocupa su casa? Aquí está la fineza de la conversación, que la apertura al diálogo nos no haga tibias, tolerantes al odio y a aceptar el orden colonial de las cosas.
Podemos estar en contra de las etiquetas, a veces nos pueden limitar, pero reconocernos negras, trans y palestinas en contextos negacionistas de nuestro derecho a existir, es una urgencia política y no algo sectario. Creo que los movimientos sociales tenemos retos como todo grupo de personas. Hay debates abiertos y es necesario abordarlos. Yo tampoco soy feminista por el desencuentro que tuve en los movimientos feministas siendo una negratravesti, pero criticar el feminismo hegemónico no me limita a reconocer que seguimos viviendo en una contexto sexista y patriarcal. Que haya un feminismo blanco, no significa que toda postura antisexista o antipatrical, no necesariamente feminista, sea sectaria, eso es una generalización grave. Lo que demuestra que mi crítica a sectores no niega los sistemas de opresión.
Hay que recordar que racismo no es juzgar a personas blancas por su color de piel, es un asunto sistémico. Es un indicador de alguien racista sentirse aludido por las reivindicaciones políticas de movimientos antirracistas, en un mundo donde necesitamos que todas las personas, incluyendo a las blancas sean antirracistas.
Al igual que Brooke, que dice que prefiere “reconocer la realidad y centrarse en las soluciones”, muchas activistas antirracistas y travestis protestamos y denunciamos como forma de enfrentar el problema, de ver de frente la realidad que nos permea a través del racismo, el sexismo, la homotransfobia, el colonialismo, etc, y no guardar silencio es una solución en un mundo que nos quiere calladas. Cada vez que se organizan protestas pro Palestina, el sionismo no desaparece pero la solidaridad global a favor de la descolonización de Palestina se fortalece. Protestar, alzar la voz, criticar, usar la ira y la rabia como motor de cambio es una apuesta política necesaria. En un mundo que nos quiere en silencio, estar despierta y alzar la voz es resistencia. Esto bien lo aprendimos de los activismo del VIH en los 80’s, que ante la pandemia y la necropolítica estatal que hablaba del cáncer rosa criminalizando poblaciones con VIH, salieron del closet del virus y dijeron: SILENCIO = MUERTE.
Ser woke es estar despiertx
A modo de conclusión, aunque la palabra “woke” no me es propia y nunca me nombrado “woke”, simplemente porque no es propia de mi contexto, me he llamado “marika, pájara, antirracista, antipanista, travesti”, la reconozco como legítima, surgida en la décadas de los 30 en EE.UU por movimientos antirracistas que buscaban mantenerse despiertxs en un contexto que odia la gente negra, trans, marika etc. No es mi genealogía, pero puedo perfectamente reconocer que estoy más cerca de lo “woke” que de los negacionistas racistas y conservadores antigénero. Apelando a la resignificación y al punteo de luchas transnacionales, es que hoy escribo esta carta a Brooke, quien ha querido manifestar una incomodidad, y terminó sentada al lado de la racista y transfóba J. K. Rowling. Dicho esto, reafirmo que las identidades por sí solas no nos salvarán. El capital asimila todo, el negro, aunque sea una excepcion, de vez en cuando se sienta en la mesa del amo, y defiende los intereses del amo, ante esto, toca problematizar lo que hemos llegado a ser/somos en relación al proyecto político que defendemos. Mantente despierta Brooke.
