Por Catalina Ruíz-Navarro
Han pasado muchos años desde que conocí a Jineth Bedoya y escuché por primera vez su historia. Recuerdo que era justamente el Día del periodista, y me dejó tan impactada que corrí a cambiar mi columna para escribirla sobre ella. Lo que más me impactó no fue la inmensa violencia, la impunidad o la corrupción presentes en su historia, fue ver que, no solo no había renunciado al periodismo, sino que había usado las herramientas de su oficio para buscar justicia. Para investigar su propio caso, que se había convertido en un ejemplo paradigmático de las violencias que sufren las mujeres periodistas. Ver que mostrara su vulnerabilidad y humanidad con tanta valentía, y saber que con esa fuerza y valentía estaba transformando el mundo, me hizo sentir todo el orgullo por el oficio de ser periodista.
Al menos dos generaciones de periodistas colombianas hemos crecido con el ejemplo de Jineth, su lucha ha sido insoportablemente larga, pero esta semana vimos como, después de 21 años, un fallo histórico de la Corte IDH no solo responsabiliza al Estado colombiano por lo sucedido, sino que lo obliga a repararla por tantos años de violencia e impunidad, sentando las bases para que las condiciones de trabajo de todas las periodistas en Colombia sean más justas e igualitarias.
Latinoamérica, especialmente Colombia, es una de las regiones del mundo más peligrosas para hacer periodismo y es precisamente por eso que la región es pionera en estrategias de protección para periodistas. Pero muchas de estas estrategias tienen una falla de origen, la de siempre: el patriarcado. Es decir, han sido estrategias pensadas por hombres, para proteger a otros hombres periodistas y, por eso, al aplicarlas a casos de mujeres periodistas amenazadas, han resultado totalmente ineficientes.
Ser mujer periodista viene con su set de riesgos personalizados. A un hombre amenazado de muerte lo puedes relocalizar, por ejemplo, pero si se trata de una mujer lo más probable es que tenga obligaciones de cuidado y no pueda dejar todo tirado tan fácilmente. En general, las prácticas del periodismo tradicional suelen ser hostiles para las mujeres: los horarios extremos son incompatibles con las labores de cuidado, hay una brecha salarial de género, condescendencia de los colegas y sobre todo, muchísimo acoso que viene por parte de jefes, compañeros de trabajo y hasta fuentes. Esto nos anuncia otro riesgo latente: el de la violencia sexual. Las mujeres periodistas nos enfrentamos entonces a un doble silenciamiento, por ser mujeres y por ser periodistas. Y como dijo la ex-relatora de Libertad de Expresión de la CIDH, Catalina Botero, cuando participó como testigo en ante la Corte: “al silenciar a las mujeres periodistas se silencian también aquellas historias que usualmente solo cuentan las mujeres”.
El fallo de la Corte Interamericana reconoce por fin que, para prevenir e investigar la violencia en contra de las mujeres periodistas, es necesario tener una perspectiva de género interseccional. Es un fallo que sienta un precedente internacional y que servirá como herramienta de defensa para periodistas de toda la región. Entre las reparaciones del fallo de la Corte Interamericana que nos benefician a todas están: implementar un plan de capacitación a funcionarios y operadores de justicia para identificar los actos de violencia contra las mujeres que afectan a las periodistas; crear el centro estatal de memoria y dignificación de todas las mujeres víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado y del periodismo investigativo; diseñar e implementar un sistema de recopilación de datos y cifras vincualdas a los casos de violencia contra perioidstas, así como de violencia basada en género contra mujeres periodistas y crear un fondo para la financiación de programas dirigidos a la prevención, protección y asistencia de mujeres periodistas víctimas de violencia basada en género por el ejercicio de su profesión.
“Lo que me alivia el alma y compensa en parte tanto dolor que he tenido que padecer, es que no lo logré solo para mi. Miles de mujeres víctimas de violencia sexual, y mujeres periodistas violentadas perseguidas y estigmatizadas por hacer su trabajo de periodistas, por fin son reconcidas y escuchadas. Eso es justicia” dijo Jineth en la rueda de prensa del martes 19 de octubre, organizada por la FLIP. Ese mismo día Jineth también sentó su posición sobre el activismo y el periodismo: “En un tramo de todo este camino tan doloroso, entendí que si no hacia activismo no iba a poder encontrar justicia y no iba a poder llevar mi caso a una instancia en donde se reconociera que en Colombia se cometen crimenes tan atroces como la violencia sexual. En ese sentido nunca vi incompatibilidad entre el activismo y el periodismo. El activismo que hacen miles de mujeres periodistas en el mundo ha cambiado la realidad de sus comunidades”.
Jineth se convirtió en un símbolo para todas las mujeres periodistas, pero no por las violencias inmensas y reiteradas que ha vivido sino porque, a pesar de todo eso, luchó y sigue luchando por los derechos de todas y logró sentar un precedente internacional para que la violencia contra mujeres periodistas se prevenga e investigue como es debido. En la historia de Jineth hay mucho dolor, pero no es el dolor lo que la define sino la dignidad. Luego de experimentar en carne propia el intento de censura más violento posible, fundó “No es hora de callar”, un espacio para que las mujeres víctimas y periodistas puedan hablar. Por eso la imagen de su campaña es una mariposa: la dignidad de Jineth es fuerza interior que le ha permitido transformar tanta injusticia en esperanza.
Detrás de Jineth, el símbolo, está la persona. Una mujer de carne y hueso, justa, sensible y generosa: cualidades humanas que están en el corazón del buen periodismo. Y por eso, ser mujeres y periodistas en un mundo en donde existe Jineth Bedoya, es tener un modelo de dignidad y un ejemplo de lo revolucionario que es que las mujeres alcemos nuestras voces.