Mi historia con el ejercicio comenzó a los ocho años, cuando tomé mi primera clase de step (rutina aeróbica sobre un banco) en el gimnasio de mi mamá, que era solo para mujeres. En esos años, el ejercicio significó para mí dos cosas: un momento compartido por mujeres que se divertían durante las clases, y el negocio familiar que debía aprender. Conforme fui siendo más consciente de mi cuerpo y de mi entorno, entendí que el ejercicio —dentro del sistema patriarcal— también explota la gordofobia, la culpa y los estereotipos de belleza.
¿Cómo reconciliarme con algo que disfruto genuinamente pero que al mismo tiempo reproduce y exalta la culpa de cuerpos y mentes atrapados en expectativas imposibles de perfección? Detesto ir a un gimnasio a que me griten, pero me gusta ser parte de un equipo que se mueve coordinado. No soporto los discursos que me echan sobre la disciplina, el sacrificio y la zona de confort (como si hacer abdominales con giros rusos fuera una zona de confort), pero me encanta la sensación de ligereza y la bomba de endorfinas que llega a mi cuerpo después de un entrenamiento.
Me niego a dejar algo que amo porque el capitalismo y el patriarcado le han puesto reglas machistas y han convertido el juego del movimiento en una absurda aspiración militar. Así que esta es una invitación a reapropiarnos del ejercicio desde una perspectiva feminista.
En los últimos años, desde el feminismo, las mujeres cis y trans luchamos por nuestra autonomía corporal. El sex siren (categoría de baile de movimientos sensuales), el movimiento en contra de la gordofobia, la lucha por el derecho al aborto y el respeto al trabajo sexual, tienen un objetivo común: devolverle a las personas la autonomía y el poder de decisión sobre sus cuerpos.
La entrenadora antifitness Noris Garciaguirre dice en entrevista con Volcánicas que cuando dejó de asociar el ejercicio a la talla, descubrió que el entrenamiento también podía ser intensidad, técnica, volumen, movimiento, comunidad, disfrute, fuerza y muchas cosas más:
“Fue como sanar una relación. Saber que algo andaba mal, ir a terapia y darme cuenta de que sí puede funcionar, solo hay que replantearlo”.
La palabra fitness es tan difícil de traducir que otros idiomas, como el español, simplemente adoptaron el término en inglés y le dieron vida propia. Significa cosas como “la cualidad de cumplir un objetivo” o “en buena forma física o saludable”. Pero en el imaginario social y colectivo, fitness es esa foto de Instagram de cuerpos “perfectos” que coinciden con estereotipos eurocéntricos y heteronormativos, los vemos subiendo montañas, bronceándose en la playa, disfrutando de batidos o gomitas vitamínicas, siguiendo la rutina en un gimnasio.
El antifitness, tal como Noris Garciaguirre lo explica, no está en contra del entrenamiento físico, sino de este “estilo de vida” aspiracional y capitalista: “Cuestionar el complejo industrial del fitness, el fitness tóxico y su validación en el mundo del ejercicio. No a las personas que están buscando y habitando su lugar en la vida activa”.
Mientras escribo este texto, pienso en mi mamá que daba clases de aerobics cuando tenía 7 meses de embarazo y cómo todo el mundo le dijo que “no podía hacer eso”. Pero ella conocía su cuerpo, sabía de lo que era capaz y conocía sus límites. Noris dice que recuperar la autonomía corporal también nos ayuda a redescubrir nuestras capacidades físicas:
“Muchas veces no es que no tengamos capacidad sino que es desconocida para nosotras porque se nos ha negado. Un buen ejemplo es el juego en la infancia, que suele ser diferenciado por el género porque a los niños se les permite correr, trepar árboles y jugar deportes, mientras que a las niñas no tanto. Desde ahí vamos creando burbujas alrededor de nuestras capacidades físicas hasta que llegamos a la vida adulta y nos sentimos cansadas, débiles o tenemos una desconexión total con nuestro cuerpo. Esto es algo que le conviene a un sistema machista, le conviene muchísimo, y el ejercicio nos permite reconocer que tenemos coordinación, equilibrio, resistencia y fuerza”.
Confieso que muchas veces yo misma limitaba mis capacidades porque tenía miedo de hacer “demasiado” ejercicio y desarrollar una apariencia “masculina”. Noris confirma que este miedo es común: todos los días escucha que a las mujeres les preocupa cargar pesas y verse “como hombres”. Además de ser un mito —pues el volumen suele conseguirse con suplementos alimenticios y una dieta especial— este miedo responde a estereotipos machistas y esencialismos biológicos, esos que nos hacen pensar que la naturaleza de las mujeres es ser menos fuertes que los hombres y que debemos tener cuerpos más redondeados y curvilíneos. Las atletas y deportistas cuyos cuerpos están más tonificados, tienen mayor masa corporal o músculos voluminosos merecen respeto y celebración dentro de la diversidad. Pero sobre todo el reconocimiento de que, dentro de un mundo hostil como es el deporte y el fitness, están rompiendo estereotipos de género.
Para Noris la reconciliación con el movimiento implica saber que hay vida después de salir del entrenamiento y que el descanso es tan necesario como el movimiento. Algo que descubrió tras la pandemia, cuando tuvo que ponerle pausa a la vida fitness que tenía y se dio cuenta de lo obsesiva y dependiente que puede ser esa cultura del entrenamiento que además reproduce los discursos individualistas que culpan a las personas de su agotamiento físico y mental cuando estos se deben principalmente al sistema de explotación, no a si se esfuerzan o no.
En su experiencia, la principal razón por la que una persona decide hacer ejercicio es bajar de peso. Después están las razones secundarias: moldear la figura, mejorar la condición física o acompañar procesos de salud mental. Y aunque a ella le gustaría que entre las razones estuviera el placer, la realidad es que eso no ocurre:
“A mí me encantaría, es mi sueño, porque significaría una reconciliación con el movimiento. El cuerpo necesita movimiento ¿qué tipo de movimiento? eso ya es otra cosa. Sí, hay personas que se mueven porque les gusta y no se la pasan todas las semanas pesándose o midiéndose o revisando obsesivamente los avances o lo que consideran retrocesos. Sin embargo, creo que no estamos cerca de que eso sea la norma”.
Noris aclara que es necesario no invalidar a las personas que buscan cambios estéticos en su cuerpo, pues parte de nuestra autonomía corporal es que podamos vivir en el cuerpo que más nos guste, el que nos haga felices y con el que soñamos. Pero no podemos obviar que existen mandatos patriarcales que castigan a las mujeres por no verse como la mirada masculina quiere que se vean, y ese mandato no nació con el surgimiento de la cultura fitness sino que es histórico.
A la mayoría de las mujeres se les ha negado o dificultado participar activamente en espacios deportivos en los que puedan desarrollar habilidades como la fuerza física, la agilidad, la rapidez, la resistencia o la estrategia deportiva. En los primeros Juegos Olímpicos de Grecia solo los hombres podían participar y las mujeres casadas ni siquiera podían acudir como espectadoras.
En 1912 un tal barón Pierre de Coubertin que era, supuestamente, “muy importante” dijo que para las mujeres el atletismo era impracticable, antiestético e incorrecto: “La concepción de los Juegos tiene que responder a la exaltación periódica y solemne del atletismo, la lealtad como medio, el arte como marco y los aplausos femeninos como recompensa”.
Francamente, encuentro problemáticas las competencias que se lanzaron sobre la gimnasta más condecorada de la historia, Simone Biles, cuando ella decidió establecer límites por su salud mental en las competencias olímpicas del 2021. También son problemáticos quienes consideran que las ligas deportivas femeninas no son tan valiosas como las ligas masculinas. Y ni hablar de aquellas obsesionadas con los genitales de les deportistas, sean cis o trans. Mi resentimiento está en la validación que tienen esos lugares cuasimilitares frente a otros que son comunitarios, placenteros y diversos, en el hecho de que los Juegos Olímpicos existan a la fecha pero los Juegos Hereos, organizados por las mujeres excluidas de los olímpicos, se hayan perdido en la historia falocéntrica.
Además, no es cierto que las mujeres tengan un espacio digno dentro de ese mundo, aunque coincidan con las dinámicas y objetivos establecidos en el fitness o en competencias deportivas. Por algo, el Me too fue tan fuerte entre las deportistas y la lucha por sueldos equitativos frente a sus compañeros varones sigue vigente.
Así como en la Antigua Grecia las mujeres se organizaron para crear sus propios juegos atléticos, vale la pena una lucha por replantear las reglas del juego o crear uno nuevo en la actualidad.
El gimnasio de mi mamá no era, ni se enunciaba, feminista pues eran los primeros años del siglo XXI y el feminismo no ocupaba un lugar en las conversaciones públicas y privadas como lo hace hoy. Ahora se interpretaría como un espacio separatista y lo cierto es que intuitivamente mi mamá buscaba construir un lugar de trabajo seguro para ella y para sus hijas. Para las demás personas, era evidente que ese salón de aerobics —que se llenaba de niñes en verano y que en fechas especiales se convertía en una sala de fiestas improvisada en donde las mujeres reían en voz alta— era muy distinto a los gimnasios y centros deportivos mixtos de esa época.
Los gimnasios suelen estar hipermasculinizados y he escuchado más de una vez cómo las mujeres no se sienten cómodas en ellos. Noris cuenta que hace cinco años, cuando comenzó a ir a un gimnasio de manera constante, al principio le encantó. Su objetivo era perder peso y lo alcanzó, hasta que llegó un punto en el que dejó de perder peso, pero su desempeño atlético seguía mejorando. Aún así, le hacían sentir que “no lo estaba haciendo bien” porque no bajaba de talla, y eso le hizo ruido.
“Hace poco platiqué con alguien que me compartía su malestar respecto a los gimnasios. Me decía que nunca sintió que le retiraran tanto su agencia como cuando estuvo allí. Ella le decía al entrenador que no podía hacer un movimiento y el entrenador le respondía: “No seas floja. Sí puedes”. En cualquier otro lugar, si ella dice “no puedo”, se respeta. Pero en un gimnasio, es como si tu cuerpo fuera propiedad del gimnasio y de los entrenadores: tú estás ahí para que hagan con tu cuerpo lo que es la aspiración. Como entrenadores tenemos que decir la verdad: No sabemos más que las personas que entrenamos sobre su cuerpo. Entendemos de ejercicio, de técnica, mecánica y músculo, pero la otra mitad del camino le corresponde a la persona que estoy entrenando. No es un muñequito de plastilina, es una persona que vive, siente, conoce y está experimentando su cuerpo. Y deberíamos reconocer que, así hagamos todas la misma rutina, los cuerpos se van a ver diferentes”.
Noris se ha profesionalizado en entrenamiento a mujeres y poblaciones especiales y entrena con respeto a la diversidad corporal que incluye personas trans, infancias y adultes mayores. En entrevista dice que también hace falta pensar en las personas con discapacidad y en su derecho al movimiento. Aconseja a quienes tienen la intención de hacer ejercicio a que empiecen con paciencia, amabilidad y que no tienen por qué castigarse ni sufrir en el proceso.
El movimiento es parte de la vida y todos son válidos: zumba, pesas, aerobics, crossfit, baile, bicicleta. “Creer que solo el ejercicio en el gimnasio cuenta es parte de la cultura del fitness tóxico. No tienes que tener tanta producción, tanto equipo ni la ropa perfecta. ¿Qué te gustaba jugar cuando eras peque? Tal vez por ahí encuentres que ya tienes una relación con el movimiento porque el movimiento y el juego están muy conectados”, dice.
Lo que más me motiva es que mi entrenadora Shirley me diga que me estoy poniendo fuerte. En los últimos meses, he hecho ejercicio como siempre lo quise hacer. Salto la cuerda mientras canto Karol G junto a mi mejor amiga. A mis 28 años descubrí que mi cuerpo es flexible y coordinado, pero mis hombros y piernas son débiles, a diferencia de mi abdomen que tiene mucha fuerza. Cosas que no sabía de mí y que no tengo ninguna prisa ni interés en corregir o explotar pero sí en redescubrir.
Mi cuerpo ha cambiado como una consecuencia natural del movimiento constante, pero mis “antes y después” más importantes (como que me ha ayudado con la ansiedad y mis problemas digestivos) no salen en una foto. Los días que menstruo no voy porque no tengo energía ni ganas, y si mi cuerpo cansado me dice que debo dormir en lugar de ir a entrenar en la mañana, lo escucho. Al mismo tiempo, si la dificultad de un ejercicio me intimida, me pregunto si mi cuerpo es capaz de hacerlo y experimento. A veces sí es capaz, a veces no, y con ambas conclusiones estoy bien.
Todavía hay cosas que me chocan: los ejercicios que no consideran a las personas que tenemos pechos grandes y cómo brincar sin la ropa adecuada dificulta el movimiento (hay una canción de Rachel Bloom que lo explica), que las instalaciones y rutinas no sean accesibles para las personas con discapacidad, o que no haya suficiente información de cómo entrenar siendo personas que menstruamos, como la vez que tenía que pararme de manos mientras tenía mi copa menstrual y no sabía si me iba a chorrear de sangre. Spoiler: No.
Reconciliar mi relación con el movimiento me ha permitido reconciliarme también con mi infancia y mi historia personal. Gracias a mi mamá y a entrenadoras como Noris hoy sé que el entrenamiento antifitness y feminista es posible, y no es solo un deseo mío, es compartido y tiene una historia.
Excelente soy tu fans, muchísimas gracias, por compartir mucha sabiduría y como bien dices fue un hermoso lugar con mujeres activas mamás que llevaban a sus hij@s a un lugar seguro y disfrutando también del ejército, gracias por incluirme, ha Sido y una enorme sorpresa para mí, y aún más sin proponerlo tu tomaste los ejercicios como parte de tu vida, y continuar con una vida más sana y maravillosa, Gracias hija te amo bb Katy❤️
Hola excelente reportaje, me gusto muchisimo, y gracias por escribir ta bello, saludos desde Mérida, Yucatán, México
Excelente artículo, gracias por escribirlo, sin saber he estado reconstuyendo mi relación con el ejercicio y con mi cuerpo!