
Ser hincha del Deportivo Cali o del América era toda una personalidad en la Cali de los 90s. O eras del Súper deportivo Cali y cantabas Pachito Eché o eras de los diablos rojos y creías en la maldición de Garabato (un exjugador que, en 1948 juró que el América nunca sería campeón y así fue, por más de 30 años), pero no podías NO pertenecer a una de las dos hinchadas, eso era inconcebible. Ser hincha de uno de esos dos equipos era casi un mandato social. Nacés en Cali, crecés, te hacés hincha de uno de los dos equipos de la ciudad, te reproducís (y les transmitís el color de la camiseta) o no, etc. Y yo me hice hincha del Cali por mi padrino, desde la primera vez que me llevó a conocer el Estadio y el fútbol; quizás desde antes, solo porque él lo era y así se heredan los afectos. Tendría 8 años tal vez, fue emocionante, cómo no iba a serlo un clásico en el Pascual, pero más allá de la emoción de conocer el estadio, no conecté con el asunto; conmigo no era la cosa.
Mi familia siempre fue futbolera. Más o menos la mitad eran del América y la otra mitad, del Cali. Mis tíos y primos siempre se reunían a jugar en el parque de la cuadra donde vivía mi abuela y las mujeres de la casa -yo incluida- solo se involucraban para llevarles limonada o aguadepanela helada pa´l calor.
En el colegio no había cancha de fútbol o al menos no recuerdo una; había de baloncesto y voleibol. De fútbol no había porque era un colegio de niñas y el fútbol no era deporte de niñas. Eso estaba mal visto.
Ya más grandecita pero solo de edad porque lo de la estatura no se me dio, no sé cómo resulté jugando de volante de contención en uno de los equipos de fútbol femenino de mi universidad, el Livercool –ahora ejerzo la contención dese otros lugares-. Me entusiasmaba ver a otras mujeres jugando y descubrí que yo también podía y entonces eran los noviecitos los que iban a verlo a uno y no al revés. Me gradué y nunca más volví a jugar, y volví a ser yo la que iba a ver a mi novio jugar fútbol, el peor plan de la historia, pero enamorada una cae en planes así y hasta reparte agua y Gatorade.
El fútbol solo era chévere cuando podía ser parte, no cuando estaba para llevar las bebidas. Pronto dejó de ser interesante para mí, y aún sabía quién era el Pibe, todo bien todo bien, Óscar Córdoba, el Tren Valencia, Faryd Mondragón, Freddy Rincón, Willington Ortiz; sabía del Escorpión de Higuita y los tiros al aire (no precisamente de balón) del Tino. Sabía de ellos porque en el país eran rockstars, no porque me gustara el fútbol. Y crecí sabiendo que mataron a Andrés Escobar por un autogol en un mundial. Esa era la Colombia de los 90s. Fútbol y balas.
Quizás si mi colegio hubiera tenido canchas de fútbol, quizás si hubiera visto a mujeres jugadoras tanto como veía en la Televisión a los jugadores de la selección, mi relación con el fútbol sería otra, lo habría jugado más o al menos lo consumiría. Hoy no sé nada de fútbol, me pueden explicar toda las veces que quieran un fuera de lugar que mi mente, brillante para otras cosas pero cerrada para esta, no lo va a entender, simplemente no registra ese fenómeno tiempo-espacial. Todavía estoy intentando entender el penalti del sábado pasado pero no porque lo quiera entender sino porque por primera vez en toda mi vida, sufrí un partido como si fuera yo la que jugaba. Era la final de la tan comentada Copa América Femenina, entre la selección de Brasil y la colombiana. Por azares de la vida, ese sábado terminé en el Estadio Alfonso López Pumarejo, sintiendo por fin eso de lo que tanto hablan los que disfrutan el fútbol.
El Estadio estaba a reventar, se calcula la asistencia de unas 25.000 personas. Según la Federación Colombiana de Fútbol, “por primera vez en la historia, una final de una CONMEBOL Copa América Femenina tendría todas sus tribunas llenas, lo que ratifica a Colombia como uno de los países que mejor vive y apoya al fútbol femenino”. Pero si Colombia es uno de los países que mejor vive y apoya al fútbol femenino, ¿cómo es que las jugadoras protestaron con sus puños levantados en el partido inaugural de esta misma Copa exigiendo igualdad, garantías y condiciones más justas dignas para el fútbol femenino en Colombia? Y cómo es que mientras las colombianas nos daban la mejor representación en la Copa, justo antes de la semifinal contra Argentina la División Mayor del Fútbol Colombiano (DIMAYOR) confirmó que no habrá Liga Femenina este segundo semestre? Algo o alguien no está en sintonía en esta ecuación.
Volviendo al partido, la emoción era absoluta pero la angustia, también. Venía de varias semanas viendo los reclamos de las jugadoras y a pesar de conocer las condiciones injustas en las que se han tenido que abrir un lugar, ganaban partido tras partido, clasificaban a la final contra una de las dos selecciones más profesionalizadas de América Latina y ahí estaban, jugándose la final contra la otra. Tenía el corazón en la mano, sabía que ellas se jugaban todo y de alguna manera, sentía que yo también. La desigualdad de condiciones previas para llegar a ese punta era evidente y aún así, las colombianas jugaron al nivel sino mejor que las brasileñas. No fue un partido fácil para Brasil; a mi lado estaban periodistas y comunicadoras deportivas y sus equipos de producción de Brasil reconociendo que Colombia fue superior en la cancha. Llegó el penal, Brasil tuvo su oportunidad y no la desaprovechó. Sentí la tristeza de las colombianas como propia; ¿eso es sentir la camiseta?. Quería meterme a la cancha y abrazar a Linda Caicedo mientras recibía el balón de oro; una caleña de 17 años era reconocida como la mejor jugadora del torneo y la tristeza le pesaba a ella y a todo el estadio. Se sentía tan personal.
¿Sabían que el segundo apellido de Linda es Alegría? Que a los 14 años debutó en la Liga Femenina como goleadora del América de Cali en 2019 y en el 2021 repitió campeonato nacional, esta vez con el Deportivo Cali. Quiero saber esas cosas de las jugadoras así como sabía todo eso que la televisión noventera me embutió de jugadores que nunca me interesaron realmente. ¿Por qué no es vox populi que Catalina Usme (también jugadora del América de Cali), es la goleadora histórica de todas las selecciones Colombia, por encima incluso de Falcao, el goleador de la selección masculina y tiene el récord de ser la única futbolista que ha logrado anotar en todas las competencias en las que ha participado con la Selección colombiana, también por encima de cualquier jugador del equipo masculino?. ¿Por qué le rinden pleitesía a ellos y de Catalina no tenemos ni camiseta?
Quiero saber también ¿qué va a pasar con todas esas jugadoras este semestre sin liga? Sabemos que las jugadoras del Cali (Linda, Jorelyn Carabalí y Tatiana Ariza) irán a la Libertadores en octubre y algunas jugarán para clubes de otros países pero, ¿y las demás? Tendrán que rebuscarse otro trabajo para sobrevivir, muchas para ayudar o sostener a sus familias, y al tiempo seguir entrenando solas para no perder nivel de competencia. Y si a todo esto sumamos que la vida “productiva” de deportista es cortísima, la angustia se extiende al mediano y largo plazo. No está en juego solo un torneo, está en juego la vida profesional de muchas mujeres y el futuro del fútbol femenino en Colombia, que es. Pero eso parece no importar tanto.
Que “no hubo suficientes clubes” (pero en el primer semestre jugaron 17 equipos), que “faltaron recursos” (pero Mindeportes inyectó $$$ este año), que el fútbol femenino “no vende” (se batieron récords de asistencia y se llenaron estadios), que las jugadoras “son como unas hijas” tuvo el cinismo de decir Ramón Jesurún, presidente de la Federación (pues qué padre más ausente)… Las explicaciones abundan y se diluyen en un vaivén de versiones, excusas, cuentas que al final no cuadran y un montón de señores decidiendo entre ellos, incapaces de escuchar a las jugadoras, vetándolas cuando reclaman, pero muy dispuestos al abrazo para la foto y a subirse al bus del mundial, mundial al que recordemos no clasificó el equipo masculino. Sobran promesas rotas y hacen falta voluntad política y mujeres en los cargos directivos de las entidades responsables de esta falta de organización y proyección.
El fútbol femenino en Colombia tiene más de 70 años, estas no son horas de seguir improvisando, aquí alguien o muchos no están haciendo su trabajo que es impulsar el fútbol, eso es lo que dicen los estatutos. No dice que impulsen solo el masculino. Acá la maldición no es la de Garabato, sino la del patriarcado. ¿Y quién está haciendo la gestión con las marcas y empresa privada? ¿A ellos también les llegan con el discurso que repiten con descaro a los medios, diciendo que el fútbol femenino no vende? Les sugiero cambiar de estrategia.
Lo cierto es que ya liga no habrá en lo que resta de 2022 y hay quienes dudan que haya liga todo el año en el 2023 como están prometiendo algunos directivos y si los encargados de materializarla siguen siendo los mismos que vienen incumpliendo sus promesas de tener liga todo el 2022 pues no encuentro fallas en su lógica. Pero mientras esos dinosaurios se extinguen o descubren la rueda de la promoción, el impulso, la inversión y el marketing para vender lo que esperan, no recogerán más que el rechazo que hoy despiertan y tanto les incomoda en los carteles y trapos que mandan a censurar en las tribunas, todavía hay mucho por hacer. Están las canchas infantiles por construir y mejorar, clubes para niñas por apoyar, referentes femeninos por visibilizar para que esas niñas se vean representadas.
Y quedan por contar TODAS las historias de las jugadoras, que han sido invisibilizadas a pesar de (o quizás por) tener mejor desempeño que los varones. Que sean sus relatos los que inspiren y llenen de esperanza a otras y nos convoquen a rodearlas dentro y fuera de la cancha, en sus logros y en sus exigencias, porque es por esos relatos que nos conectan que los partidos femeninos se sienten más personales; porque sabemos lo que han tenido que luchar para estar ahí y lo que aún soportan. La final se sentía personal porque era personal. Lo que es con una, es con todas.