Por Catalina Ruiz Navarro
Hay algo que siempre nos reclaman cuando denunciamos la violencia sexual contra las mujeres: ¿por qué no hablan de los hombres que han sido víctimas de violencia sexual? Y esa es una muy buena pregunta, aunque suele hacerse de forma malintencionada porque el objetivo de hacer esa pregunta es “mostrar” una “falla de coherencia” en las acciones de las denunciantes, y feministas, y así cambiar el tema de conversación. Es una falacia que en inglés se llama “whataboutism”, y en la lógica clásica “tu quoque”, una de las muchas falacias ad hominem que buscan atacar a las personas para evitar rebatir un argumento.
Qué interesante sería que quienes hacen esta pregunta en realidad quisieran una respuesta. Porque sí, los hombres también son víctimas de violencia sexual, no tienen espacios para hablarlo y el silencio colectivo beneficia a los agresores. La violencia sexual es un abuso de poder. Los hombres son más vulnerables a este tipo de violencia cuando son niños, por ejemplo, que es cuando tienen menos poder. En la adolescencia la cosa empieza a cambiar: los hombres empiezan a recibir el poder que les tiene guardado el patriarcado y, luego, muchos abusan de ese poder convirtiéndose ellos mismos en acosadores. Y sí, la gran mayoría de los acosadores y abusadores son hombres: en el total (26.158) de exámenes médico legales por presunto delito sexual que realizó Medicina Legal en 2019, tanto a hombres como a mujeres, en el 95,7% de los casos (25.052) las víctimas señalaron como presunto agresor a un hombre.
Pero esta realidad no responde a que los hombres sean inherentemente malos, sino a que los hombres son quienes, con más frecuencia, tienen poder sobre las demás personas. Las mujeres y niñas componen la gran mayoría de las víctimas de violencia sexual (el 86% de los casos según el forensis de 2019 de Medicina Legal) pero no somos víctimas porque porque seamos inherentemente buenas, sino porque solemos tener menos poder que nuestros agresores. Muy pocas mujeres tienen suficiente poder para convertirse en agresoras.
¿Quiénes son entonces esos hombres que han sido víctimas de violencia sexual? ¿Cómo articulan estas experiencias? ¿Cómo gestionan el trauma? ¿Por qué guardan silencio? ¿Por qué denuncian? ¿Quiénes son sus agresores? En Volcánicas nos hacemos hace mucho estas preguntas y, con la reciente investigación “¿Cómo opera la violencia sexual entre hombres? Denuncia de abuso sexual en contra de Alain Samper”, tuvimos la oportunidad de empezar a contestarlas.
Con este reportaje encontramos que las experiencias de los hombres víctimas de violencia sexual se parecen a las de las mujeres en varias cosas: la sensación de miedo, parálisis, y la posterior sensación de culpa que lleva al silencio. Pero también encontramos diferencias. Por ejemplo, que la tendencia a que los hombres víctimas de violencia sexual se conviertan en agresores es mayor que la de las mujeres. ¿Por qué? ¿Quizás porque muy pocas de ellas llegan a tener suficiente poder?
Sin embargo encontramos que las motivaciones y connotaciones de las denuncias por violencia sexual hechas por los hombres varían de las de las mujeres: cuando las mujeres denuncian están buscando prevenir que estas violencias se repitan, y eso genera en otras mujeres una sensación de sororidad, mientras que, cuando los hombres hablan, suelen ser considerados por los demás y por ellos mismos como “sapos” y “traidores”. Están rompiendo el “pacto del patriarcado”.
Nuestra hipótesis es que esta es la razón por la cual es tan dificil de hablar sobre la violencia sexual entre hombres. Para los hombres asumirse víctimas implica una “feminización”. Es decir que pasan de ser el dominante a el dominado, y esto es algo que pone en jaque su masculinidad hegemónica: si ser hombre es tener la capacidad para imponerse y dominar a alguien más, ¿sigues siendo hombre cuando alguien más te domina y se impone sobre ti? Asumirse víctimas es perder privilegios.
Hay otra razón por la cual los hombres víctimas callan y es la homofobia. Ya dijimos que la gran mayoría de los agresores de los hombres son otros hombres. Esto significa que al denunciar, las víctimas se exponen a ser estigmatizados como homosexuales y esto también implica una pérdida de privilegios.
En su libro On Masculine Identity (Sobre la identidad masculina) la filósofa feminista Elisabeth Badinter define la homofobia como “el odio de las cualidades femeninas en los hombres” mientras a la misoginia la define como “el odio de lo femenino en las mujeres”. La homofobia se convierte entonces en un arma perfecta para silenciar, pues, como explica Badinter “en algunos hombres (particularmente en jóvenes), la homosexualidad genera un miedo que no tiene equivalente en las mujeres. Este miedo se expresa por conductas de evasión, agresividad, o desagrado. De hecho, la homofobia está ligada al miedo a los propios deseos homosexuales. Ver a un hombre afeminado le genera una gran ansiedad a muchos hombres, los hace conscientes de sus propias características femeninas, como la pasividad o la sensibilidad que consideran como signos de debilidad. Las mujeres, por el contrario, no le tienen miedo a su propia feminidad. Esta es una de las razones por las cuales los hombres son más abiertamente homofóbicos que las mujeres”.
Badinter también afirma que “La identidad masculina está asociada con poseer, tomar, penetrar, dominar y afirmarse, si es necesario, por la fuerza. La identidad femenina está asociada con el hecho de ser poseída, dócil, pasiva, sumisa”. Es por esto que la violencia sexual de hombres hacia otros hombres también surge y se justifica en la ideología de la masculinidad. Badinter, citando a Emmanuel Reynaud, explica que hay formas machistas y patriarcales de ser un hombre homosexual: “En la jerga contemporánea, un homosexual no es necesariamente un hombre que tiene una relación sexual con otro hombre, sino uno que es supuestamente pasivo: un homosexual es un queer, mariquita, loca, jota… en resumen, una mujer. Mientras que, en su forma activa, la homosexualidad puede ser considerada por un hombre como un medio para afirmar su poder. En su forma pasiva es un símbolo de derrota”.
Hay un guión patriarcal para normalizar estas violencias, y como resultado, es un tema del que no se habla. Por eso es tan difícil de prevenir. Otro resultado es que las instituciones que deberían atender a los ciudadanos que viven este tipo de violencia están negadas a ver el problema, lo trivializan, y terminan haciéndose cómplices de los agresores. Por eso, para que los hombres víctimas de violencia sexual encuentren justicia, es necesario un cambio cultural que comienza con una conversación sobre la existencia de estos casos y sobre las lógicas machistas que operan para justificar y encubrir el acoso y el abuso sexual del que son objeto niños, adolescentes y hombres.
¿Pueden los hombres romper el pacto patriarcal? Nuestro reportaje prueba que sí. Es muy difícil, pero sí. Quizás lo que necesitan es encontrarse con alguien quien les crea, una amiga feminista, por ejemplo, que los escuche y acompañe en el camino a la denuncia, como se evidencia en el caso principal de nuestro reportaje. Sabemos que la gran mayoría de los hombres que han sido víctimas de violencia sexual guardan silencio porque se sienten muy solos y queremos decirles que cualquier privilegio que el patriarcado les ofrezca, a cambio de su silencio y complicidad, no vale la pena ni justifica que tengan que vivir amordazando el trauma. Seguir siendo leales a ese poder es renunciar a encontrar justicia.
La violencia sexual entre hombres también afecta a las mujeres
Cuando los hombres son víctimas de violencia sexual, sus testimonios, reacciones y motivaciones para hacer denuncias públicas son similares a los de las mujeres víctimas de este tipo de violencia. Sin embargo, esto no significa que las víctimas, hombres o mujeres sean iguales. Hay una diferencia de género en el manejo del trauma por violencia sexual que es importante no perder de vista cuando tratamos de entender cómo es que se producen y replican estas violencias.
Un tropo frecuente en la ficción es darle a los hombres violentos y machistas una historia de trauma en la niñez que explica su violencia. Esos traumas de la niñez suelen ser de dos tipos: por un lado está la “mala madre” (mala para los estándares patriarcales), como en el caso de Don Draper (su madre era trabajadora sexual, y esto “explica” -justifica- que Draper le mienta y le sea infiel a una infinita pasarela de mujeres), o madres con problemas de salud mental (The Joker). Curiosamente las “culpables” siempre son las madres y no los padres ausentes. El otro trauma de la niñez que se hace frecuente en este tropo es el abuso sexual en la niñez, un buen ejemplo es la película Sleepers, de 1996, en donde un grupo de niños de Hell’s Kitchen son abusados sexualmente en una correccional y al ser adultos se convierten en agresores y se vengan. El gran problema con estas historias de origen es que han creado un imaginario social que sirve para justificar a los hombres agresores, pues nos hace pensar que su violencia es consecuencia ineludible de un trauma de la niñez, cuando en realidad, hay otras maneras de gestionar el trauma sin replicar violencias y el mejor testimonio de eso son la gran mayoría de sobrevivientes mujeres.
Un artículo de 2018, publicado en The British Journal of Psychiatry, habla sobre un estudio que buscaba determinar si los sujetos que han sido víctimas de abuso sexual en la niñez se convierten luego en perpetradores de los mismos abusos. El estudio encontró que en 747 hombres, el riesgo de ser un perpetrador se correlacionó con haber sido víctima de abuso sexual. Según el estudio, el 35% de los agresores fueron víctimas de violencia sexual en la niñez, mientras que entre los no-agresores, solo el 11% fue víctima de este tipo violencia en la niñez.
Entre las mujeres los resultados fueron diametralmente diferentes. De 96 mujeres que participaron en el estudio, 43% dijeron haber sido víctimas de violencia sexual en la niñez, pero solo una de ellas se convirtió en agresora. El artículo concluye que “los datos apoyan la noción de un ciclo de víctima a victimario en una minoría de perpetradores masculinos, pero no entre las víctimas femeninas estudiadas. El abuso sexual por parte de una mujer en la infancia puede ser un factor de riesgo para un ciclo de abuso en los hombres”.
Romper estos ciclos de violencia es responsabilidad de las sociedades y los Estados. Para lograrlo son necesarias políticas publicas que permitan espacios seguros para que los hombres denuncien violencia sexual y acceso a salud mental para sanar y prevenir violencias machistas. Debemos entender que el machismo hace que los hombres sean vulnerables frente a la violencia sexual, como sucede en este reportaje, en donde tanto la homofobia como la imposibilidad de mostrarse vulnerable han servido para silenciar a las víctimas y permitir que los agresores sigan haciéndole daño a más personas sin asumir las consecuencias.
*Este análisis se publicó en su primera versión en el reportaje “¿Cómo opera la violencia sexual entre hombres? El caso Alain Samper y en el editorial del Newsletter de agosto de 2021 de Volcánicas.