Por Volcánicas
Volcánicas recibió dos denuncias de abuso sexual presuntamente cometidas por el profesor universitario Alain Samper. En este reportaje expondremos en detalle una de ellas. Gracias a dichos testimonios, pudimos identificar algunos patrones sobre el abuso de poder, la cultura machista y la inoperancia institucional en las que se suelen enmarcar las violencias sexuales entre hombres. A pesar de que las víctimas más frecuentes de acoso y abuso sexual son mujeres y niñas, no podemos ignorar las experiencias de los hombres jóvenes y adultos que resultan igual de traumáticas y que han tenido poco cubrimiento mediático, retrasando las conversaciones necesarias para prevenir esta forma de violencia.
La gran mayoría de víctimas de acoso y violencia sexual son mujeres (84.3%, según Medicina Legal) y casi todos los agresores son hombres. A partir de esa realidad, podríamos hacer lecturas simplistas como que los hombres agreden “por ser hombres”. Pero, si bien el género es clave para entender estas formas de violencia, solo es uno de los componentes de la dinámica de desigualdad de poder que hay entre víctimas y victimarios. Otros elementos pueden ser la clase, la raza o la influencia cultural o y pueden depender de las circunstancias: una persona ebria e inconsciente tiene menos poder que una persona despierta y sobria. Esa desigualdad, sumada a un abuso de poder, es la constante en los casos de violencia sexual. Como la clave del acoso y el abuso sexual está en la desigualdad de poder, y no únicamente en el género, los hombres también pueden ser víctimas de este tipo de violencia. Y de esto se habla muy poco, porque el mandato de la masculinidad les impide asumirse como víctimas, el sistema se les burla en la cara, la homofobia los estigmatiza y la sociedad los somete a las mismas formas de revictimización que viven las mujeres acosadas y abusadas.
En este reportaje, un hombre que llamaremos Rodrigo hace pública su denuncia por acoso y abuso sexual en contra del profesor Alain Samper, también conocido en el barrio de Puente Largo, en la ciudad de Bogotá, como “El Inquisidor”. Hacemos un análisis de las características de la agresión narrada por la presunta víctima y del entorno en el que presuntamente se dieron esas agresiones. Dentro del relato se destaca la cultura machista que normaliza estas violencias y que abona el terreno para que los agresores actúen sin recriminación en ambientes sociales. Los testimonios aquí presentados son el resultado de entrevistas directas que cuentan con grabaciones y fechas precisas, demostrables a través de metadata, además de chats de soporte fechados. Todos estos documentos están protegidos por el secreto profesional y han sido periodísticamente editados para garantizar su legibilidad. Adicionalmente, los nombres de las personas que ofrecieron su relato fueron cambiados para respetar su privacidad y evitar represalias en su contra. Sus identidades están protegidas por el secreto profesional consagrado en el artículo 74 de la Constitución colombiana.
El testimonio que presentamos en este reportaje, sumado a la información que tenemos sobre otros casos, muestra un posible patrón en el comportamiento de Alain Samper: los abusos ocurren en contextos sociales con exceso de alcohol y son cometidos en contra de hombres heterosexuales que él luego denomina como “heterocuriosos”. Según los testimonios, habrían unos patrones similares de reacción al trauma por parte de las víctimas: al igual que las mujeres que sufren estas mismas violencias, hay una sensación de parálisis mientras ocurre la agresión que es precedida por un sentimiento de culpa. También hay una tendencia a guardar silencio y hay una minimización, o revictimización, por parte del entorno social.
El primer hombre en hablar con Volcánicas fue Rodrigo, cuyo valiente testimonio describe el presunto abuso sexual del que fue víctima entre el sábado 3 de abril y la madrugada del domingo 4 de abril de 2021. Esta denuncia nos invita a abordar un tema doblemente tabú: la dificultad para hablar sobre violencia sexual entre personas del mismo sexo, lo que resulta en un subregistro de violencias masculinas en los documentos públicos y en la falta de protocolos interinstitucionales para procesar estas denuncias de manera efectiva. Asunto invisibilizado en los protocolos de investigación de la Fiscalía General. A pesar de que Rodrigo procedió de manera inmediata a instancias legales, el proceso no ha avanzado y Samper continúa frecuentando espacios sociales en el vecindario Puente Largo, una localidad estrato 5 en el noroccidente de Bogotá.
Rodrigo tenía alrededor de un mes alquilando un taller de arte ubicado dentro de la casa de Santiago. Una noche, Santiago lo invitó a un encuentro de amigos entre los que se encontraba el presunto agresor, Alain Samper. Esa noche Rodrigo se sentía particularmente vulnerable, porque había terminado su relación sentimental con su ex novia Gaby, y estaba bebiendo más de lo usual. Según Rodrigo y Santiago, varios participantes de la fiesta habían presenciado otras situaciones de acoso por parte de Samper, pero este comportamiento estaba tan normalizado dentro de su grupo de amigos que nadie intervino para prevenir un posible abuso. Rodrigo cuenta que, en la madrugada, Alain Samper abusó sexualmente de él.
Rodrigo
Es un poco complejo para mi estar repitiendo tanto la historia, pero creo que esta vez es necesario.
Estaba donde Santiago, yo soy artista plástico y llevaba 15 días alquilando un espacio para hacer mi taller. Era una casa de dos pisos. Ese día decidí quedarme un poco más de tiempo para trabajar en mis cosas. Santiago estaba con personas que nombraba como “sus amigos”.
En la noche del sábado 3 de abril yo estaba trabajando. Salí a la sala y de un momento a otro Santiago me invitó a su reunión y decidí entrar para interactuar un rato. Era una casa en la que hablaban de sexo y se reían mucho. Eso era muy raro para mí. Entre los amigos de Santiago estaba Alain Samper. Siguió la noche y fuimos tomando tragos y escuchando música. Yo tomé de más, estaba algo borracho y en un punto perdí la consciencia. No me acuerdo de muchas cosas a partir de la medianoche. Entre esas, Santiago me dijo que yo estaba muy ebrio. Él me narró lo que pasó después. Yo estaba muy descompensado por haber tomado demasiado ron, hacía mucho que no tomaba tanto alcohol. Un recuerdo muy lúcido es decirle a Santiago “oye, creo que tu amigo se está enamorando de mí”. Santiago luego me dijo que en ese momento armó mi cama y se fue a dormir. Me dejó ahí con esa persona.
Alain me dijo que era profesor de la Sergio Arboleda, que tenía 34 años, y me contó de su metodología para calificar. Yo no recuerdo mucho de lo que pasó en el trayecto a mi habitación, pero sí recuerdo haberle dicho “por favor no me haga esto que esto ya me pasó de niño”. Yo lloraba y no tenía control sobre mi cuerpo, pero era consciente de que estaba pasando algo que yo no quería.
Tengo recuerdos de haber estado llorando atacado. Como demasiado ido. Siento que se me apagó el cerebro, pero se me encendía de a momentos. Tengo imágenes de lo que sucedió. No podía controlarme ni dejar de llorar. Se me apaga el cerebro, se me van los recuerdos. El siguiente recuerdo es que yo no podía hablar, no podía mover mi cuerpo y me vi totalmente desnudo en una cama. Y estaba Alain haciéndome sexo oral y lo que más me frustraba era no poder defenderme. Se me vuelve a apagar el cerebro y cuando se vuelve a encender yo estoy acostado al lado de esta persona, teniendo en mi mano su miembro y él en su mano el mío y diciéndome resto de cosas. Se me apaga el cerebro.
El siguiente recuerdo, me doy la vuelta y esta persona me dice cosas al oído. Yo estaba en posición fetal todo el tiempo, dándole la espalda aterrorizado.
Todo esto fue en la noche. Recuerdo que le dije: “Váyase, lárguese de acá ya”, y Alain se fue. El siguiente momento: yo me levanto en el espacio y estoy solo. Me duermo y cuando me levanto estoy completamente desnudo. Hay unas sábanas y mi primer impulso es guardarlas dentro del closet, me visto y busco a Santiago.
Como no lo encontré, salí en bicicleta hacia mi casa. No sé cómo llegué. En casa no había nadie. Yo estaba solo, mi hermano estaba con la novia y mis papás por fuera de Bogotá. Hasta las ocho de la noche de ese mismo domingo no pude comer, no me entraba bocado.
Cuando me llamaron mis padres les salí con evasivas. Al día siguiente llamé a Gaby, porque es una persona en la que confío. Ella me ayudó a calmarme, a aterrizar la situación y a buscar soluciones. Ese día nos vimos y pedimos una cita de psicología con la medicina prepagada. La primera que me salió fue al día siguiente. El martes me desperté, me metí a la cita virtual y fue la estocada final porque no me ayudó para nada. La persona no me prestaba atención, se estaba riendo y me decía cosas muy superficiales. Y le dije que mejor dejáramos así. Ese momento fue muy doloroso.
Después de esto lo que decidí hacer fue sacar todas las cosas del taller de Santiago. Me contó su versión de lo que había pasado: que en la noche, él sobrio, decidió irse a dormir y que se le había hecho raro que nos quedáramos. Me dijo que una vez también le pasó algo similar con Alain y que sabía de otro amigo.
Ese día abrió un chat de Whatsapp con las personas que estuvieron en la fiesta para contarles de la situación. Se reunió con ellos, sin el agresor. También me dijo que habló con Alain y que él le dijo que todo había sido consensuado, luego que no se acordaba y, después, que quería contactarme para ofrecerme un monto de dinero para cubrir los gastos de psicología y que yo me quedara callado.
Santiago también me dijo que alguien que había estado ahí también le había sucedido algo parecido y lo habían dejado pasar. Santiago se ofrece a llevar mi trasteo a la casa, que está muy cerca y, en paralelo, Gaby busca ayuda y le dicen que tenemos que ir a urgencias lo más pronto posible, así que vamos a la clínica Shaio.
Entré por urgencias de código blanco. Llegaron mis papás cuando me estaban valorando y fue de las cosas más fuertes. Lo más difícil fue el momento en el que tuve que llamar a mi papá a decirle. Fue devastador. Él estaba trabajando y tuvo que parar todo. Me hicieron exámenes de sangre y me dejaron hospitalizado mientras descartaban cualquier contagio. Hubo una asistencia de una psicóloga que me escuchó muy por encima y me dieron de alta. Ese mismo día llegó un policía mientras me hacían los exámenes, me pidió los datos, dijo que iba a volver, pero nunca volvió. Fue muy agresivo porque yo salí y ahí me debieron dar de alta con las pastillas restantes para el VIH, pero no lo hicieron. Nos tocó gestionar y llamar para que me las pudieran dar, porque yo no sabía que el tratamiento estaba incompleto.
Al siguiente día, Gaby me dijo que había que ir a la Fiscalía y a Medicina Legal para dar mi testimonio. Es un lugar muy agresivo, el proceso duró todo el día. Allá relaté nuevamente los hechos. Luego me remitieron a Medicina Legal en la cárcel de menores y vino un médico a darme una valoración. Como ya habían pasado más de 72 horas, él no podía hacer nada, pero me dijo que igual me podía dar un papel.
Siento que ya hice lo que tenía que hacer frente a la parte legal. Lo que me dicen es que estos casos no prosperan si los medios no hacen presión para actuar, dar respuesta y tomar una posición. Yo quiero que esto no se repita, que no le pase a más gente, que se haga justicia, que esta persona deje de tener tantas libertades, que caiga por su propio peso. No me imagino si yo le hubiese generado más espacios de confianza, él no sabía nada de mí, no nos conocíamos de antes. Quiero que se levante la tierra y salga todo.
Rodrigo cuenta que había perdido la conciencia y que por eso no podía consentir a tener un encuentro sexual. Esa noche se encontraba vulnerable emocionalmente y eso, sumado al estado de ebriedad de Rodrigo, creó una desigualdad de poder frente a quien identifica como su agresor, quien se aprovechó para hacer avances sexuales no consentidos. Rodrigo también afirma que en los pocos momentos en los que fue consciente le dijo de manera explícita a Samper que no quería tener un encuentro sexual, y le dio otras señales inequívocas de que no deseaba ese encuentro: lloró y le dijo a su presunto agresor que la situación le estaba reviviendo traumas de la infancia.
Rodrigo habla también de sentirse aterrorizado y de haber experimentado otros síntomas de crisis como la pérdida de apetito y otras reacciones frecuentes en víctimas de violencia sexual. Al buscar ayuda profesional, señala haberse encontrado con una persona que lo revictimizó con prejuicios machistas que le impidieron prestar una atención adecuada al paciente.
Una de las principales barreras que encuentran las víctimas de violencia sexual, hombres y mujeres, al buscar ayuda en Colombia, es que son atendidos por profesionales que, al no tener perspectiva de género, terminan por empeorar la situación. Por fortuna, Rodrigo acudió a Gaby quien, al ser feminista, tenía acceso a redes de apoyo y de asesoría y logró guiarlo y apoyarlo en la ruta de denuncia. Gracias a las recomendaciones de Gaby, Rodrigo acudió a la clínica Shaio, aunque allí no le dieron la atención adecuada: no le dieron retrovirales y tuvo que reclamar para que le dieran el tratamiento completo. Gaby también lo acompañó a poner la denuncia en Fiscalía y Medicina Legal y le brindó apoyo emocional frente a la revictimización con la que se encontró en ambas entidades. La gran mayoría de las víctimas de violencia sexual suelen navegar ese proceso solas, en medio de su dolor, en un sistema complicado y hostil que hace que sea tremendamente difícil hacer una denuncia.
Cuando Rodrigo buscó a Santiago para contarle lo sucedido, este le dijo que conocía de otro caso que presuntamente ocurrió en circunstancias similares. Cuando Santiago confrontó al presunto agresor, este, según Santiago, le respondió con versiones contradictorias. Por un lado admitió que sí pasó algo, y al mismo tiempo afirmó que no lo recuerda. Según Santiago, le dijo también que todo lo sucedido había sido consensuado y, al mismo tiempo, manifestó su intención de darle dinero a Rodrigo para compensar el daño y asegurar su silencio.
Rodrigo, como tantas víctimas de violencia sexual, decidió contar su historia públicamente al agotar las vías legales para buscar justicia y al enterarse de que había más casos similares al suyo. Su intención es prevenir que otras personas vivan este tipo de violencias.
Santiago
Yo le estaba arrendando un cuarto a Rodrigo y nos llevábamos bien. Un día, decidí con amigos del barrio hacer un asado, comenzamos como a las 4:00 PM. Compramos alcohol y estuvimos asando carne como hasta las 8:00 PM y empezó a llegar más gente. Rodrigo estaba trabajando en el estudio, de vez en cuando salía y saludaba, pero volvía a trabajar. Le da por unirse a la reunión más tarde. Él obviamente no conocía a nadie. Era más una reunión mía que de él.
Fue llegando más gente, incluso amigos de la universidad, y nos quedamos tomando en el estudio como hasta la 1:00 AM, cuando empezamos a beber más fuerte. Estuvimos bebiendo ron. La mayoría de la gente se fue y, en esas, nos quedamos solo cuatro: Rodrigo, otro compañero, Alain, que es el implicado, y yo. Yo estaba muy consciente, esa noche no quería tomar mucho porque estaba a cargo de la casa. Seguimos hasta las 3:30 de la mañana y Rodrigo estaba extremadamente alicorado y yo le dije: “Rodrigo, le voy a preparar la cama”. Empezó a decirme que lo dejara en paz. Cuando le dije que se acostara me respondió: “no, no quiero”. Yo me senté a acompañarlos un rato y el cuarto compañero se mamó y se fue.
Quedamos solo los tres: Rodrigo, Alain y yo.
Se tomaron unas dos botellas y media y, a eso de las 4:30 AM, yo estaba muy mamado, y Rodrigo llorando. Seguimos poniendo música y a penas se me descargó el celular, yo les dije: “chicos, voy a ir a acostarme, esta también es la casa de Rodrigo, aquí pueden amanecer”. Le volví a decir que si se quería acostar y me dijo que todo bien. Yo me fui al cuarto, cerré mi puerta y hasta el día siguiente.
Cuando me paré y no había nadie, vi la puerta del cuarto de Rodrigo cerrada y pensé que debía tener un guayabo durísimo. Fui a la ciclovía y volví como a las 2:00 PM. Llegué y ya no estaba en el cuarto. Pensé que debió haberse ido a la casa. Y al día siguiente me dijo: “usted sabe que yo no soy gay”, esa noche también lo dijo frente a todos.
Me dijo que no recordaba nada de esa noche, que tiene como flashbacks, que Alain entró con él al cuarto, se quedó a dormir un rato, pero como que empezaron a pasar vainas. Me contó algunas cosas un poco fuertes, pero creo que no me lo contó todo. Al final, ¿qué podía hacer? Lo único que le dije fue: siéntese un segundo hablamos bien, le dije que tenía una amiga abogada, que eso nunca me había pasado, que estaba muy fuerte. Y en esas me pide que lo lleve a la casa.
Decidí hacer un grupo con todos los que estuvieron en la fiesta, les dije: “Pasó esto en mi casa, a mi no me gusta que pasen estas mierdas” y luego le hablé al implicado. Le pregunté qué fue lo que hizo en mi casa y me dijo que fue consensuado. Le dije: “Yo no quiero saber nada, el problema es que aquí hay un implicado y una persona que se siente víctima y esto se tiene que resolver”.
A mi ya me habían contado una que otra historia, pero eran muy de boca a boca. “Que este man es mani largo, que le gusta andar manoseando a gente”. Y una vez nos pasó algo parecido con Alain. Yo no lo vi, pero estaba manoseando a un compañero, en mi casa otra vez. Llegamos a dormir de una farra, nos acostamos todos, yo los dejé ahí dormidos y luego mi amigo se paró y me dijo “ese man me estaba manoseando” y yo dije “uy, que gonorrea”. Esa noche yo me acosté y Alain se me acostó al lado. Me empezó a rascar la espalda y yo me paré y dije esto está raro. Y ahí es cuando hablé con Luis, otro amigo, que me dijo que hubo muchos más casos, más personas. Gente que se había distanciado del grupo de amigos por eso que les había pasado.
En realidad conozco a Alain desde hace 6 meses, que es cuando empezó toda la cuarentena, no soy muy allegado a él. Pero lo que he ido observando es que el trago es el catalizador. Y los ejemplos que he visto son de personas heterosexuales, menores que él, que curiosamente están saliendo de una relación o que están en un momento de despecho. Busca personas que están en estado de vulnerabilidad emocional. Y es repetitivo cuando bebe.
En el barrio empezaron a pegar unos carteles donde decían que era un “presunto violador” y empezaron a señalar que yo los estaba pegando. Yo le dije a Alain que yo no estaba pegando nada. Me vi con él y nos fuimos a tomar un café, y le volví a preguntar: ¿qué pasó? Y me repitió que eso fue consensuado. Y le dije, pues hay una persona que no lo cree. Y me dijo: “que haga lo que tenga que hacer, que busque un psicólogo, yo se lo pago” y yo le dije: “pero esto no es la primera vez que pasa” y él me dijo que “eso siempre pasa con los hombres que tienen su heterocuriosidad por explorar” y me pareció un discurso un poco cínico. Siempre ha estado muy tranquilo, como que el caso no va a prosperar. Mucha seguridad, no sé de donde.
Me he vuelto a ver con él unas dos veces, pero suele ser porque vive al lado mío y me lo encuentro en la tienda. Saludo y continúo. Una vez fui a un cumpleaños de un amigo y lo vi, pero me fui para el otro lado.
Otra vez me lo encontré solo y le comenté que me habían llamado de la Fiscalía y él también me había comentado que lo habían llamado, pero no me dijo cómo le había ido. No me mandaron el respaldo de lo que dije, hubiese sido bueno tenerlo.
Como yo lo interpreto es que son pelados entre 23 y 26 años que tienen a su amigo que lo han conocido desde hace 8 años en el barrio y les extraña mucho que pasen estas cosas. Piensan que negarlo es una forma de afrontarlo. Ese apoyo incondicional con los conocidos.
Es curioso. Tenía una simcard abandonada y me encontré con unas fotos de la mañana en que le había pasado eso a Luis, donde minutos antes yo había entrado al cuarto y dije “este man que boleta” y le tomé una foto. El tipo estaba como quitándose el pantalón y Luis estaba toteado, yo también estaba muy borracho. Y me encontré con eso y les mostré esa foto y todos dijeron “uyyyy, ok, sí”, estaban escépticos, pero es por negación, más que por complicidad. Y yo entiendo que lo quieran mucho, pero en fin…
Muchos del barrio saben que cuando toma se vuelve una persona exasperante. Por eso mi amigo, el cuarto, decide irse esa noche. No me siento seguro ni por el putas cuando Alain está borracho.
Me dijo que conocía a otro amigo que le había pasado lo mismo. Lo llamamos, él vive en Estados Unidos, y nos dijo que no estaba interesado en denunciar porque eso ya pasó hace mucho tiempo y quería avanzar en su vida.
Santiago hace una confirmación de tiempo, modo y lugar ubicando al presunto agresor en su taller la noche del 3 de abril, como lo narra Rodrigo. También confirma haber oído de casos similares, tanto de forma indirecta, en rumores de personas que viven en Puente Largo, como de forma directa por parte de un amigo suyo que vivió lo mismo. También habla de su propia experiencia con los avances sexuales indeseados por parte de Alain Samper: “Yo me acosté y Alain se me acostó al lado. Me empezó a rascar la espalda y yo me paré”.
Según el relato de Santiago, y de otros testigos que presentaremos en este reportaje, Alain Samper culpa a sus presuntas víctimas de haber pegado los carteles que lo acusan de “presunto violador”. Según Santiago, las víctimas de Samper suelen ser hombres jóvenes entre los 20 y los 26 años, que sienten admiración por Samper por ser mayor y ser un elocuente profesor universitario. La inexperiencia de los jóvenes y la diferencia de edad se abonan para establecer una desigualdad de poder entre las víctimas y el presunto agresor. Otro punto común entre los denunciantes es que se encontraban en una situación de crisis emocional y habían recurrido al alcohol, quedando aún más vulnerables.
Ante el reclamo de Santiago, Samper argumentó que los hombres que lo acusan son “heterocuriosos”, sugiriendo que sus presuntas víctimas buscaban tener un encuentro homosexual aunque no lo admitieran en público. Esta excusa aprovecha el contexto de homofobia para evadir la responsabilidad frente a los hechos y revictimiza a las presuntas víctimas. De acuerdo con los relatos, Samper suele usar ataques a la masculinidad de sus víctimas para intentar silenciar a los hombres que presuntamente ha agredido.
Gaby, ex novia de Rodrigo
Rodrigo y yo somos expareja y llevábamos como una semana incomunicados, incluso me había bloqueado de whatsapp. El 5 de abril del 2021 recibí un mensaje preguntándome si podíamos hablar. Me dijo que me tenía que contar algo que sólo podía contarme a mí.
Recibí una llamada telefónica y estaba muy agitado, angustiado y casi llorando. Creía que alguien le había hecho algo malo. Yo le dije que se calmara, que me contara. Me dijo que estaba en casa de Santiago, donde tenía su taller, y que Santiago siempre hacía reuniones con la gente del barrio, y que ese día, que fue el sábado en la noche, él había accedido a tomar con ellos. Que tomó mucho ron y empezó a sentirse alicorado.
Lo siguiente que me dice es que se fue a dormir y empieza a tener muchos recuerdos borrosos, llorando muchísimo y diciéndole a una persona que por favor no le haga nada. Rodrigo ya había tenido un episodio de esos cuando era chiquito. Eso le repetía a la persona: que por favor no le fuera a hacer eso que ya le había pasado.
No me quiso dar muchos detalles. Yo le dije que le creía, que viniera a mi taller. Él se vino en un carro, le di una aromática y le pregunté de nuevo qué le había pasado. Y me dijo que un amigo de Santiago, un señor más grande que él, había tenido un acercamiento en el que él no había dado su consentimiento. Pero que estaba muy confundido por las cosas normales de una víctima: que se sentía muy culpable, que no sabía si había hecho algo para provocarlo.
Me dijo que realmente estaba con mucho alcohol y que solo tiene flashbacks de su cuerpo paralizado con el tipo tocándolo sin él poder hacer nada. Yo le dije que en ese grado de alcohol nadie puede dar consentimiento, que se tranquilizara.
Me dijo que no le quería contar a sus papás porque tenía mucho miedo y hasta ahí lo dejamos. Apenas se fue, llamé a amigas que forman parte de colectivas feministas y me dijeron que tenía que llevarlo al hospital lo más pronto posible, decirle que no se bañara y que llevara la ropa que tenía.
Ese domingo que llegó a casa no se levantó en todo el día y el lunes lo primero que hizo fue llamarme a mí. Ese día que estuvo en mi taller, tuve miedo de que se hiciera daño. Expresó sentirse como un pedazo de carne, que se sentía sucio, sin valor y que cualquier persona podía disponer de él. Y el cuerpo tiene memoria.
Me dijo que tenía unas cobijas donde podía haber algo. Las metimos en una bolsa y nos fuimos al hospital. Santiago lo ayudó a empacar las cosas. La primera reacción que tuvo Santiago es: “Ay, Alain ya ha tenido comportamientos de este tipo, a mí también me intentó tocar, pero yo le pegué y lo frené”. En ese momento Rodrigo empezó a desconfiar de Santiago porque si ya había pasado antes, ¿por qué lo seguían invitando? Por eso se llevó todas sus cosas.
Lo acompañé a comer, llegamos a la Shaio como a las 3:00 PM, todo fue muy revictimizante. No nos querían dejar entrar por el Covid. Le dije a la señora de la entrada que estábamos porque él había sufrido una agresión sexual. La señora lo miró de pies a cabeza y me miró a mí y me dijo “a él o usted”. Y yo le dije: “él fue el que sufrió la agresión, usted sabe que esto es una urgencia”. Y ahí empezaron a actuar más rápido, pero Rodrigo ya estaba muy afectado.
Decidió contarle a sus papás, que no estaban en Bogotá, y apenas llegaron lo acompañaron en el hospital. Salió 24 horas después. En el hospital no le dieron los medicamentos completos de los antirretrovirales del VIH. Me tocó llamar a la EPS y armar un escándalo y logramos conseguir los medicamentos. Mis amigas feministas me recomiendan ir a la Fiscalía.
Santiago le escribió que había otra persona que le había pasado lo mismo y que quería contarle su historia. Rodrigo me da el nombre de Alain, entro a ver su perfil y le tomo pantallazo a todo lo que puedo.
Apenas entré a su Instagram vi que tenía toda la información de su vida ahí, el perfil público. Tenía varias fotos con un compañero mío del colegio, así que le escribí a un amigo de ese compañero, que también es amigo mío “¿oiga, usted conoce a este tipo?” y me dijo que era muy raro y alcohólico y que también conocía a un amigo de él al que Alain había tratado de tocar.
La presencia de Gaby fue fundamental para que Rodrigo pudiera sentirse acompañado en los días posteriores al abuso. Su sensibilidad en la escucha, el cuidado y la empatía le permitió a Rodrigo atravesar esta situación reconociendo que había sido víctima y que debía ser reparado. Acudir a colectivos feministas para recibir información sobre los protocolos a seguir en caso de una violación les permitió formalizar la denuncia y recibir atención médica, a pesar de haber sido revictimizado por las instituciones.
También Gaby sintió que este caso debía ser contado. Gracias a ella pudimos conocer de primera mano la denuncia de Rodrigo. Ellos vieron en el periodismo una herramienta para visibilizar la violencia sexual y ejercer presión para que su caso no engrose las alarmantes cifras de impunidad por este delito, que en Colombia supera el 90%. Dada la poca confianza en las instituciones de justicia, la denuncia mediática se convierte entonces en una manera de defender y proteger a las y los denunciantes.
Alejandro, hermano de Rodrigo
Sucedieron varias coincidencias. Normalmente nosotros estamos todo el tiempo en la casa, pero ese fin de semana mis padres estaban viajando. Yo estaba con mi hermano, pero regularmente no compartimos los espacios de los fines de semana. Yo estaba con mi novia, y él estaba en casa y en el taller donde pasó todo esto. El primer choque para la familia es que sucedió cuando no pudimos estar con él.
Lo que sé es que ese día las personas que compartían ese taller lo invitaron a esa fiesta. Pasó un fin de semana y el domingo él tuvo que venir a la casa de vuelta y cuando llegó a la casa estuvo solo ese día. Se sentía muy mal físicamente y durmió desde muy temprano hasta muy tarde. Uno confiando en que no ha pasado nada, como todos los fines de semana, y él estaba con todo ese choque que vivió totalmente solo.
Yo volví a la casa un lunes por la mañana y sí notaba comportamientos raros de mi hermano y simplemente pensaba que estaba un poco alejado y ya. Ese día volvieron mis padres del viaje y no nos dimos cuenta hasta que nos dijo que estaba en el hospital haciéndose las pruebas.
Estuvo en la Clínica Shaio, que es la que tenemos al lado. Ahí fue donde mis padres se encontraron con Rodrigo. Por el virus uno no puede entrar al hospital. Y volvieron a las 11 de la noche.
A uno de hombre le cuesta mucho hablar de esas cosas. Ese lunes estábamos los dos en casa y él intentó contarme. Yo sí veía que estaba trayendo cosas a la casa de vuelta del taller. Él me preguntó que si estaba ocupado, y yo le dije que estaba trabajando. De ahí salió al hospital y no volvió hasta la noche.
Cuando mis padres vieron que no volvía, me preguntaron que dónde estaba, y yo no sabía. Hasta que entró mi mamá llorando a decirme que habían abusado de mi hermano. Fue un golpe muy fuerte. Él tiene 26 años, mis papás nos cuidan, nos protegen y se les salió de las manos. Mi mamá lloraba todos los días al contarlo, mi papá también lloró mucho. Si mi mamá un día se desgarra por el dolor, pues estoy yo. Lo que más sana es ver a Rodrigo mejorar.
Mi papá le dio miedo que mi mamá me contara. A los hombres les da miedo contarle a otros hombres que hubo un abuso. Pero somos la familia. Uno escucha, tristemente, que eso le sucede más a las mujeres, pero nunca se espera que le va a pasar a un hombre y menos cercano a uno. Se ve como algo externo, pero pasa día a día. Es algo muy real en nuestra sociedad.
El error está en que muchas veces, por querer ver bien a la persona, por querer verlo recuperado de esa herida, uno minimiza el problema. Pero cada uno lleva su proceso. También es una herida para la familia. Es un dolor muy fuerte para las personas que quieren a la persona afectada.
La solución que yo he encontrado para mí, es analizar que también me puede pasar, ponerme en los zapatos de quienes han sufrido abusos y escuchar, eso es lo que yo he podido aportarle a Rodrigo. Tenemos solo cuatro años de diferencia, yo soy el menor, pero estamos en la misma etapa de la vida. Para mí el dolor lo tiene él, a mi me ha dolido es ver la realidad: con las mujeres, con los hombres, con los abusos. Aprender a cuidarme más, a cerrar mi círculo de amigos. Quiero un círculo donde pueda estar con mi novia y cualquiera de los dos pueda terminar muy borracho y no nos vaya a pasar nada a ninguno de los dos.
En mi familia muchos han sido abusados desde niños durante generaciones, pero no lo hablan. Uno se va dando cuenta de los recuerdos de la infancia. Pasó con un pastor de una iglesia, yo también compartí un tiempo con ese señor. Tengo recuerdos asustadores de ese señor en la oscuridad. A mi me gusta la ciencia y lo que yo creo es que cuando vives una experiencia traumática, tu cuerpo, por evolución, aprende que esa experiencia fue mala y tu cerebro desarrolla patrones para recordarse. Y lo que Rodrigo decía es que él recuerda que cuando le sucedió lo de Alain le llevó a esos mismos recuerdos y le dijo: “eso ya lo viví, eso ya lo sentí”.
Ese miedo de los hombres a hablar, esa masculinidad tóxica de callarse. Uno piensa por qué da miedo contar. Creemos que hablar es ser débil, pensamos que abusar de un hombre es porque se dejó, entre machos se tienen que ir a los golpes para demostrar quién es el más fuerte. Pero pasa también con que te quieran robar un beso, que te quieran tocar, que se quieran aprovechar de ti.
Y eso genera muchas heridas.
Es difícil, uno quisiera que el caso estuviera ya, pero estamos en una etapa de esperar, porque hay cola… Otra experiencia muy fuerte es esa revictimización, andar contando la historia a todo el mundo. Cuando fue a Fiscalía a contar su testimonio, era gente tan acostumbrada a ese tipo de historias que lo hacían como llenar cualquier cuestionario. Es una persona que sufrió y que está contando su historia para recibir algún tipo de ayuda por parte del Gobierno. Son personas insensibles, por su profesión o por entrenamiento. Pero es muy duro para las víctimas.
Cuando estuvo ahí, la sala estaba llena de niños. Si un adulto, después de ya tener formada su personalidad y sus pensamientos e ideas, le pasa y aún así lo derrumba y destroza, imagínate un niño. Y no se les cree.
Está demasiado normalizado, más de lo que uno cree. Y eso es lo que asusta, lo que da miedo.
Darle voz a alguien libera mucho, el hecho de que yo pueda contar esto también me libera a mí. Eso le da tranquilidad a las personas. Eso cambia las reglas del juego.
Alain Samper
El miércoles 11 de agosto de 2021 hablamos con Alain Samper para escuchar su respuesta frente a estas acusaciones y permitirle contar su versión de los hechos narrados en este reportaje. A continuación presentamos una transcripción textual de la llamada y una captura de pantalla de la conversación que iniciamos con él vía WhatsApp para hacerle las preguntas, cruciales para la investigación, que no nos permitió hacerle durante la llamada. A nuestro mensaje respondió que prefería no responder nuestras inquietudes pues “las circunstancias actuales hacen que mi abogado me aconseje evitar las entrevistas”.
*En la llamada y comunicaciones por WhatsApp se usaron los nombres reales de las fuentes pero en la transcripción han sido cambiados para proteger su identidad.
Volcánicas: ¿Cuál es su edad y a qué se dedica?
Tengo 36 años. No quiero responder a qué me dedico.
V: ¿Ha tenido relaciones sexuales con sus estudiantes?
Obviamente no.
V: ¿Desde hace cuánto tiempo frecuenta amistades y espacios en Puente Largo?
Toda la vida he vivido acá.
V: ¿Qué edades tienen sus amigos de Puente Largo?
Desde 52 hasta 27
V: ¿Asistió el sábado 3 de abril a la reunión organizada en el taller de Santiago*, ubicado en Puente Largo?
Sí.
V: ¿A qué hora llegó y salió de ese lugar?
Llegué a las 2 de la tarde y no recuerdo a qué hora salí.
V: ¿Qué recuerda de esa noche?
Tampoco pienso contestar esto.
V: ¿Estuvo a solas esa noche con alguno de los asistentes del evento?
No voy a contestar ningún detalle. Hay un proceso, entonces paso.
V: ¿En qué espacios estuvo a solas con ellos? Describa por favor las circunstancias
No tengo que contestarle eso.
V: ¿Entonces no quiere que le termine de hacer la entrevista?
No me interesa porque usted ni siquiera sabe cuáles son los hechos.
V: Le estoy preguntando sobre los hechos.
Sí, pero usted me está diciendo que hay un proceso judicial y yo soy periodista y sé cómo funciona esto.
V: No le estoy diciendo que hay un proceso judicial. Le estoy diciendo que estamos investigando unas denuncias periodísticas en contra suya por abuso sexual. ¿Hay algún proceso judicial en su contra?
No. Pero me llegó una amenaza un día a donde trabajo de que iba a haber un proceso.
V: ¿En dónde trabaja?
No les voy a decir.
V: ¿Hace cuanto le llegó esa amenaza?
En abril. Finales de abril, creo yo.
V: ¿Lo han llamado de la fiscalía?
No.
V: ¿Vio los carteles de “Se Busca” que fueron pegados en Puente Largo acusándolo de presunto abuso sexual?
Obviamente los vi y hay una respuesta judicial frente a ese asunto.
V: ¿Qué respuesta judicial hay?
Una denuncia por difamación, calumnia e injuria.
V: ¿Contra quién hizo la denuncia?
Obviamente no lo sé, porque no sé quién puso los carteles. Es obligación de la Fiscalía determinar quién realizó los hechos.
V: ¿Quién cree que hizo los carteles y por qué cree que los pegaron?
Hay mil hipótesis pero no es trabajo mío resolver eso. Eso es trabajo de la Fiscalía.
V: ¿Usted alguna vez ha sido confrontado por alguno de sus amigos en Puente Largo por haber abusado sexualmente de alguien más?
Jamás.
V: Tenemos información de que usted se ofreció a pagarle un psicólogo a una de sus presuntas víctimas. ¿Es esto cierto?
No.
V: ¿Se ha referido a personas con las que ha tenido encuentros sexuales o que dicen que usted abusó de ellos como “heterocuriosos”?
No. Jamás. Y de hecho jamás he abusado de nadie, empezando por ahí. Y la forma de preguntar está bastante prejuiciosa.
V: Nos contaron que en el barrio se refieren a usted como “El Inquisidor”. ¿Sabe de este sobrenombre?
No.
V: ¿Hay algo que quiera agregar sobre estas denuncias?
No. Esperar que ustedes publiquen para leerlo y pedir las rectificaciones del caso.
De esta entrevista nos gustaría señalar tres cosas:
Que Samper no niega que tiene estudiantes.
Que confirma haber estado el 3 de abril en la fiesta en el taller de Santiago, es decir, confirmó hallarse en tiempo, lugar y circunstancia.
Y que cuando le preguntamos sobre las denuncias por abuso sexual relacionadas con la noche del 3 de abril, asume, que estas denuncias implican un proceso judicial. En este reportaje damos evidencia de dicho proceso judicial.
El inquisidor
Uno de los aspectos más interesantes de las denuncias que conocimos para este reportaje es que, aunque las voces principales son de hombres, sus experiencias, y el lenguaje que usan para explicar el trauma, coinciden de muchas maneras con lo que cuentan las mujeres que han sido víctimas de este tipo de violencia. Esto muestra, como hemos dicho antes, que la categoría género no es la única determinante en la violencia sexual.
Aún así, hay diferencias en las estrategias que usan los agresores cuando sus víctimas son hombres, a cuando son mujeres. En el primer caso, los agresores echan mano de la homofobia y de otros aspectos de la “ideología de la masculinidad”, tan violenta y absurda, que termina por crear debilidades en los mismos hombres. Los testimonios que recogemos en este reportaje coinciden al afirmar que hay una serie de estrategias usadas por Samper para presuntamente acosar, abusar, y luego acallar a sus víctimas: “feminizarlos” atacando su masculinidad, como cuando dice que son jóvenes “heterocuriosos” y que él los está “iniciando”, evitando así la responsabilidad de sus actos al sugerir que sucedieron por “voluntad” de quienes lo acusan.
En su libro On Masculine Identity (Sobre la identidad masculina) la filósofa feminista Elisabeth Badinter define la homofobia como “el odio de las cualidades femeninas en los hombres” mientras a la misoginia la define como “el odio de lo femenino en las mujeres”. En este reportaje, la homofobia se convierte en un arma perfecta para silenciar, pues, como explica Badinter, “En algunos hombres (particularmente en jóvenes), la homosexualidad genera un miedo que no tiene equivalente en las mujeres. Este miedo se expresa por conductas de evasión, agresividad, o desagrado. […] De hecho, la homofobia está ligada al miedo a los propios deseos homosexuales. Ver a un hombre afeminado le genera una gran ansiedad a muchos hombres, los hace conscientes de sus propias características femeninas, como la pasividad o la sensibilidad que consideran como signos de debilidad. Las mujeres, por el contrario, no le tienen miedo a su propia feminidad. Esta es una de las razones por las cuales los hombres son más abiertamente homofóbicos que las mujeres.”
Badinter también afirma que “La identidad masculina está asociada con poseer, tomar, penetrar, dominar y afirmarse, si es necesario, por la fuerza. La identidad femenina está asociada con el hecho de ser poseída, dócil, pasiva, sumisa”. Es por esto que la violencia sexual de hombres hacia otros hombres también surge y se justifica en la ideología de la masculinidad. Badinter, citando a Emmanuel Reynaud, explica que hay formas machistas y patriarcales de ser un hombre homosexual: “En la jerga contemporánea, un homosexual no es necesariamente un hombre que tiene una relación sexual con otro hombre, sino uno que es supuestamente pasivo: un homosexual es un queer, mariquita, loca, jota… en resumen, una mujer. Mientras que, en su forma activa, la homosexualidad puede ser considerada por un hombre como un medio para afirmar su poder. En su forma pasiva es un símbolo de derrota.”
Resulta muy interesante que Samper se sirva de ser un hombre mayor con autoridad intelectual (un profesor) que se rodea de otros hombres jóvenes que lo admiran y buscan su consejo. Interesante porque Badinter habla de una constante en los ritos de creación de la masculinidad: la ausencia o distancia del padre frente a su hijo, que para Badinter está fundada en la homofobia. Esto hace que en los procesos de iniciación a la masculinidad otros hombres adultos asuman el papel de “mentores”, que luego infringen las duras pruebas y violencias (a veces incluso la violencia sexual) que luego se convierten en requisito para firmar la masculinidad. Un ejemplo de estas prácticas son los internados ingleses masculinos en donde los nobles eran separados de sus familias y de cualquier contacto con mujeres para ser encerrados en colegios en donde los alumnos más grandes matoneaban a los más jóvenes muy al estilo La ciudad y los perros. “A los ojos de sus padres, esta era la única forma de convertirlos hombres dignos de liderar el Imperio Británico”, dice Badinter.
Otro ejemplo son los grupos de Boy Scouts (fundados en 1907 en Inglaterra y en 1910 en EEUU) que al comienzo no aceptaban mujeres y fueron creados expresamente para reforzar la masculinidad de los jóvenes estadounidenses. Los grupos de Scouts se promocionaban como capaces de “convertir a los niños pequeños en hombres adultos para luchar contra las fuerzas de la feminización” y eran grupos con “pruebas, retos, disciplina, rigor moral, y por encima de todo una vida comunal lejos de la presencia de las mujeres”. Otro ejemplo importante son los deportes colectivos, que involucraran “competencia, agresión y violencia” y que son considerados como una iniciación ideal para la masculinidad. “A pesar de su proclamada homofobia, los deportes de grupo le dan a los hombres una oportunidad para tocarse entre hombres sin ser acusados de ser homosexuales”. Badinter muestra que estas dinámicas de construcción de masculinidad se siguen dando informalmente, y es frecuente que grupos de hombres jóvenes se organicen en torno a un mentor, como sucede, por ejemplo, en La sociedad de los poetas muertos.
Badinter explica que en estos escenarios de grupos de hombres jóvenes, separados de sus familias, que buscan reafirmar su masculinidad con la guía de un mentor, han sido frecuentes las prácticas homosexuales. Esto sucedía de forma muy evidente en la Grecia antigua, en donde se entendía que “los hombres que amaban a otros hombres eran más masculinos que sus contrapartes” pues, quienes amaban a las mujeres, se harían “afeminados”. En este contexto eran frecuentes lo que Badinter llama “pedagogías homosexuales” en donde “voluntariamente o a la fuerza, se busca un aprendizaje del rol masculino, en donde el hombre adulto le enseña al más joven a ser eso que define la masculinidad. Esta figura suele ser el sustituto de un padre (los padres biológicos están muy ocupados), un hermano mayor, un mentor o un padrastro. Como no hay un vínculo filial, este hombre adulto puede acceder al cuerpo del jóven para ‘trasmitir su conocimiento’ vía actos sexuales”. En estos contextos la homosexualidad se entiende como una práctica transitoria en el camino a la heterosexualidad masculina. En está lógica del deseo machista “el deseo heterosexual y el homosexual no son diferentes tipos de deseos, son el mismo deseo por un ‘objeto hermoso’ que puede ser femenino o masculino.” Lo que determina a esta forma de deseo es la cosificación.
Esto significa que hay un guión patriarcal para normalizar estas violencias, y como resultado, es un tema del que no se habla. Por eso es tan difícil de prevenir. Otro resultado es que las instituciones que deberían atender a los ciudadanos que viven este tipo de violencia están negadas a ver el problema, lo trivializan, y terminan haciéndose cómplices de los agresores. Por eso, para que los hombres víctimas de violencia sexual encuentren justicia, es necesario un cambio cultural que comienza con una conversación sobre la existencia de estos casos y sobre las lógicas machistas que operan para justificar y encubrir el acoso y el abuso sexual del que son objeto niños, adolescentes y hombres.
La violencia sexual entre hombres termina afectando a las mujeres
Cuando los hombres son víctimas de violencia sexual, sus testimonios, reacciones y motivaciones para hacer denuncias públicas son similares a los de las mujeres víctimas de este tipo de violencia. Sin embargo, esto no significa que las víctimas, hombres o mujeres sean iguales. Hay una diferencia de género en el manejo del trauma por violencia sexual que es importante no perder de vista cuando tratamos de entender cómo es que se producen y replican estas violencias.
Un tropo frecuente en la ficción es darle a los hombres violentos y machistas una historia de trauma en la niñez que explica su violencia. Esos traumas de la niñez suelen ser de dos tipos, por un lado está la “mala madre” (mala para los estándares patriarcales), como en el caso de Don Draper (su madre era trabajadora sexual, y esto “explica” -justifica- que Draper le mienta y le sea infiel a una infinita pasarela de mujeres), o madres con problemas de salud mental (The Joker). Curiosamente las “culpables” siempre son las madres y no los padres ausentes. El otro trauma de la niñez que se hace frecuente en este tropo es el abuso sexual en la niñez, un buen ejemplo es la película Sleepers, de 1996, en donde un grupo de niños de Hell’s Kitchen son abusados sexualmente en una correccional y al ser adultos se convierten en agresores y se vengan. El gran problema con estas historias de origen es que han creado un imaginario social que sirve para justificar a los hombres agresores, pues nos hace pensar que su violencia es consecuencia ineludible de un trauma de la niñez, cuando en realidad, hay otras maneras de gestionar el trauma sin replicar violencias y el mejor testimonio de eso son la gran mayoría de sobrevivientes mujeres.
Un artículo de 2018, publicado en The British Journal of Psychiatry, habla sobre un estudio que buscaba determinar si los sujetos que han sido víctimas de abuso sexual en la niñez se convierten luego en perpetradores de los mismos abusos. El estudio encontró que en 747 hombres, el riesgo de ser un perpetrador se correlacionó con haber sido víctima de abuso sexual. Según el estudio, el 35% de los agresores fueron víctimas de violencia sexual en la niñez, mientras que entre los no-agresores, solo el 11% fue víctima de este tipo violencia en la niñez.
Entre las mujeres los resultados fueron diametralmente diferentes. De 96 mujeres que participaron en el estudio, 43% dijeron haber sido víctimas de violencia sexual en la niñez, pero solo una de ellas se convirtió en agresora. El artículo concluye que “los datos apoyan la noción de un ciclo de víctima a victimario en una minoría de perpetradores masculinos, pero no entre las víctimas femeninas estudiadas. El abuso sexual por parte de una mujer en la infancia puede ser un factor de riesgo para un ciclo de abuso en los hombres”.
Romper estos ciclos de violencia es responsabilidad de las sociedades y los Estados, y para hacerlo son necesarias políticas publicas que permitan espacios seguros para que los hombres denuncien violencia sexual y acceso a salud mental para sanar y prevenir violencias machistas, y entender que el machismo hace que los hombres sean vulnerables frente a la violencia sexual, como sucede en este reportaje, en donde tanto la homofobia como la imposibilidad de mostrarse vulnerable han servido para silenciar a las víctimas, y son estos silencios los que permiten que los agresores sigan haciéndole daño a más personas sin asumir las consecuencias.
* Es posible y probable que haya otros hombres que quieran contar sus historias y estamos abiertas a recibirlas. Para contactarnos pueden enviar un correo a volcanicasperiodismofeminista@gmail.com También pueden buscarnos a través de nuestras redes personales: @matildemilagros y @catalinapordios en Instagram, @matildeymilagro y @catalinapordios en Twitter, o a través de la cuenta de Instagram de Volcánicas: @VolcanicasRevistaFeminista. Nosotras pondremos a su servicio nuestras capacidades como periodistas y guardaremos estricta confidencialidad sobre su identidad mediante la protección de fuentes.
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