Como mujer negra, antirracista y emprendedora en el campo de la cosmética natural, a diario me encuentro con el gran reto de promocionar y vender mis productos sin incurrir en las estrategias de mercado más normalizadas de la industria, sin ideales de belleza eurocéntricos, sin racismo, sin gordofobia y sin violencia estética. ¡Y qué difícil es!
En una sociedad que ha normalizado tanto las ideas de la supremacía blanca, a diario tengo que confrontar el deseo de blanqueamiento de una gran parte de mi clientela. Esto implica decepcionar a las mujeres racializadas que me quieren comprar y que frecuentemente preguntan si mis desodorantes naturales les van a blanquear las axilas, si tengo algún jabón para aclarar el rostro, si vendo un exfoliante que les ayudaría aclarar el ano, si tengo vendo alguna crema para blanquear la vulva. Y siento mucha compasión, y cada día elaboro respuestas más amables y sinceras sobre lo que vendemos en Nuba, porque entiendo de dónde viene ese deseo, quién lo promociona, con qué intenciones y mensajes lo hace y cómo se convierte casi en un requisito por cumplir para ser merecedoras de un amor, de un ascenso laboral, de validez social.
El racismo es un sistema que históricamente ha usado todas sus fichas, para el beneficio del sistema capitalista y la blanquitud. Esto desde la explotación laboral, la exclusión, y por supuesto la degradación simbólica, porque existe la constante asociación de la piel oscura a todos los adjetivos negativos: la maldad, la fealdad, la suciedad, etc.
La promoción del blanqueamiento no es una estrategia política nueva, ni exclusiva de la industria cosmética. De hecho, a los ilustres de las épocas de independencia, que preocupados por las consecuencias que traeria la abolición de la esclavitud se les ocurrió que la mejor manera de incluir a las negritudes era eliminando todo rasgo fisico y moral con el blanqueamiento, “acabar con la presencia negra en la nación a través del innovador recurso de reclutar prostitutas blancas y diseminarlas por las zonas de mayor población negra. Sacrificadas las prostitutas uniéndose con la población ex esclava, el país ganaría gracias al mestizaje resultante que iría ‘mejorando la raza’ como expresa el historiador Javier Ortíz Cassiani en su libro El incómodo color de la memoria.
Pero esa aspiración al blanqueamiento ha sido impuesta desde antes de la abolición. El tipo de esclavización al que eran sometidas las negritudes dependía también del grado de blanqueamiento. Las personas con la piel más oscura eran enviadas a la mina, que era una sentencia de muerte, otras eran enviadas a la plantación. En cambio, las personas negras de pieles más claras, denominadas “mulatas”, término racista derivado de la palabra mula -mezcla entre un caballo/hombre blanco, y una burra/mujer negra-, eran esclavizadas a jornal, o en el trabajo doméstico. Esto creaba rivalidades y tensiones dentro de la población negra.
Esta jerarquía al interior de las poblaciones racializadas que otorga privilegios y mayor grado de tolerancia, según el color de la piel y otros rasgos fenotípicos cercanos a los caucásicos, se llama “colorismo”. El término fue acuñado por Alice Walker y citado por primera vez en 1982. Esta estructura social heredada de la colonización marca hoy una jerarquía económica marcada también por el color de la piel, que además determina muchos factores en la vida de las personas marrones como las elecciones sexo afectivas y el acceso a un mercado laboral, dos factores que a su vez pueden ser claves para la movilidad o ascenso social.
El Centro de Estudios Espinaza Yglesias (CEEY) reveló los resultados de la investigación cuantitativa Movilidad social, desigualdad de oportunidades y color de piel en México. En ellos se evidencia una persistencia de marcación de color de piel de las clases sociales en México, lo que es un referente para América Latina. Por ejemplo, señalan que: “ Se mantienen los individuos con la piel más clara en los niveles económicos altos, y es sustancialmente mayor 67% vs un 43% de la permancia los niveles económicos más bajos”.
En ese sentido, las personas de un tono de piel ni muy claro ni muy oscuro, que en la muestra de esta investigación representan a la mayoría de la población mexicana, hacen parte de la clase media y tienen una movilidad social promedio: “Mientras tanto, la población con tonos de piel ‘medios’, que es la mayoría de la población, presenta índices de movilidad más cercanos a la media”. Un dato que revela de manera contundente la rígida estructura social basada en el color de piel en Latinoamérica es que: “Alrededor de 1% de la población en nivel económico más bajo, que es de piel oscura, sube al nivel económico más alto, así como un porcentaje similar, es decir, los de piel más blanca que están en el nivel económico más alto, caen en el nivel económico más bajo”. No solo develando el colorismo que determina la posición social y económica, sino también la ficción de la meritocracia.
Volviendo a la industria cosmética y teniendo en cuenta que la estructura social es tan rígida que no permite el ascenso económico y social de las personas de piel oscura, es apenas obvio que las personas, en particular las mujeres de piel oscura de América, África y Asia, quieran usar cosméticos y medicamentos que tengan una efecto blanqueador en la piel, casi siempre con poca claridad sobre sus efectos nocivos, ya que se promocionan en el mercado como inofensivos y hasta beneficiosos para el cuidado de la piel, además de “cruelty free”. Las personas que se aclaran la piel, no lo hacen porque tengan un complejo de inferioridad que se resuelve con amor propio, lo hacen porque buscan ascender en esta estructura racista que les oprime y les mantiene en los niveles económicos más bajos. Aclararse la piel, en esta estructura racista, es literalmente aumentar las posibilidades de conseguir un mejor trabajo, una pareja de un nivel económico superior y una interacción social menos hostil en la vida cotidiana.
Ese requisito de cuidado de la presentación personal es un paradigma racista. En el trabajo, para las mujeres de piel oscura, es una exigencia de alisado del cabello para lucir profesional, además de aclararse la piel para verse más “limpia”. Pero entonces cuando las mujeres negras lo hacen, o la sociedad nota una piel más clara, la misogynoir aflora con todas sus fuerzas, como ocurrió recientemente con la cantante afroamericana Beyoncé en el lanzamiento de su película Renaissance World Tour, en la que la artista lució una cabellera rubia platinada y un vestido plateado, y en las redes sociales surgieron especulaciones sobre su identidad racial y su supuesto deseo de ser blanca, reabriendo la conversación sobre el uso de tratamientos para aclarar la piel.
No sabemos si Beyoncé se ha hecho un tratamiento para aclararse la piel, pero los comentarios y la duda demuestran un desconocimiento de los contextos y las características de la piel de las personas negras, particularmente las de tonos más claros en el norte global. Esto, además de ignorar otros factores como el color de la ropa, el color del cabello, la luz, el fondo de contraste que inciden en el registro audiovisual.
Mis amigas negras de piel clara y yo nos auto-adjudicábamos el título de “miss potasium” en el invierno porque, por supuesto, nuestra melanina tiene una intensidad oscura en el verano (mi favorita), y otra muy pálida en el invierno cuando vivimos arropadas y nunca vemos luz del sol. Es un cambio absolutamente normal y natural. A esto hay que sumar que las personas negras, en la medida que envejecemos, nos hacemos cada vez más claras por la pérdida de melanina. Por otro lado, existen también personas negras sin melanina, es decir, albinas, también son negras y eso no las libra del racismo. ¡Si ni siquiera se libra Beyoncé, con la piel clara y siendo multimillonaria! Una oportunidad más para recordar que el racismo no se acaba con la plata, aunque definitivamente es mejor ser rico que pobre como decía Pelé.
Algo que duele mucho del colorismo es que es una discriminación que viene también de otras personas negras, de nuestros seres queridos y que denota el favoritismo y los privilegios en las relaciones familiares, la nieta favorita es la favorita porque es la más clarita de la familia; las tareas domesticas más difíciles se asignan a las “más negritas”, y la recomendación constante no pedida de tal o cual crema para que quedes “limpiecita”.
En mi experiencia personal recuerdo muchos momentos de mi vida en los que padecí el colorismo. Con las mejores intenciones, las mujeres de mi familia, negras de piel oscura y mestizas, “por mi bien” me sometían a todo tipo de menjurjes para aclarar la piel, “despercudirme” y “limpiarme”. Recuerdo que mi abuela derretía velas de sebo de chivo y mientras permanecía tibia la untaba en todo mi cuerpo antes de dormir. Odiaba ese olor y el olor que se afianzaba en mi cama. El objetivo era emparejar el tono de la piel aclarando las manchas. El otro remedio era de película de terror. Una tía hacía una mezcla muy parecida a la de los panqueques: leche, harina, huevo, miel etc… Me aplicaba la pasta y me vendaba las piernas. Se burlaban de mí y me decían la momia. No sé cómo no me mordió un ratón o me comieron las hormigas. También recuerdo que, cuando empecé a modelar, la dueña de una agencia me dijo “tienes un color de piel muy lindo, pero tienes que cuidarte del sol, si logras un tono canelita te puedo recomendar para más trabajos, te recomiendo esta crema corporal”. La crema prometía una piel radiante y uniforme en cuatro semanas. Era una crema de una multinacional muy reconocida, y yo no entendía a los 16 años que era crema blanqueadora, ni los riesgos que eso tenía sobre mi salud.
Y este no es un problema exclusivo de las multinacionales. Emprendimientos de cosmética de todas las escalas venden todo tipo de productos con el mismo fin. “Las marcas multinacionales de cosméticos han encontrado un mercado lucrativo. Según un informe publicado en junio de 2017 por la empresa de investigación Global Industry Analysts, se prevé que el gasto mundial en productos para aclarar la piel se triplique hasta alcanzar los 31.200 millones de dólares en 2024”. Según la Organización Mundial de la Salud no existe un tratamiento seguro para aclarar toda la piel, y el uso de cremas y sustancias para dicho fin puede causar daños en los riñones, sarpullidos, cicatrices, daños en el sistema inmunológico que afectan la resistencia a infecciones bacterianas y micóticas, ansiedad, depresión, psicosis, y neuropatía periférica.
Omitiendo los efectos para la salud física y mental por el uso de cosméticos blanqueadores, la publicidad violenta del siglo XIX en la que bañan con jabón a una persona negra y la vuelven blanca, sigue vigente en los comerciales de Dove en los que que convierten a una mujer negra en blanca, en la publicidad viral de la marca colombiana Zamia en la que una mujer dice “tenía la cuca negra y no me incomodaba tenerla así, aunque ahora uso esta crema y me encanta más” y un hombre la abraza y agrega “a mí también”. O en ese otro video viral en el que una mujer le dice “me quitaste a mi novio, pero yo sí tengo la axila blanca”. Como si la única manera válida y bella de vivir en el mundo fuera desde la blanquitud, la delgadez y la falsa juventud eterna.
Qué peligro esas marcas de cosméticos que se venden como “cruelty free” y son profundamente racistas. Dicen no testear en animales, pero están llenas de crueldad, y pueden llegar a hacer daño de muchas formas solo para llenarse los bolsillos de plata. Estas narrativas, particularmente peligrosas para las mujeres racializadas, que tienen la intención de señalar a las mujeres no blancas como sucias y descuidadas, y como indignas de amor, admiración o respeto ¡TIENEN QUE PARAR!.