Si es posible, me gustaría preguntarme: ¿contra quién luchamos?, ¿contra qué nos articulamos?, ¿luchamos contra algo?, ¿el planteamiento de “luchar contra algo” es válido, ya que quizás no luchamos contra una cosa, sino que existimos en medio de unas tensiones que no nos permiten identificar claramente al enemigo/los enemigos?, ¿existe un enemigo en común?, de existir ¿cuál/cuáles o quién/quiénes serían? Me parece que es imperioso que nos hagamos estas preguntas para mapear los actores sociales, políticos, culturales y económicos (que no son homogéneos ni unificados), que ejercen relaciones de poder. Unos en lógica de opresión y dominación; y otros que resisten a las lógicas colonialistas: racistas, heterosexualizantes, cispatriarcales y capitalistas que organizan y constituyen el mundo.
Gloria Anzaldúa dijo hace unos años que “el mundo no es un lugar seguro”. El mundo es un espacio de reproducción de jerarquías sociales, cuyo corazón es el eurocentrismo, la colonialidad del poder (A. Quijano) que organiza todos los recursos del planeta en clave moderna y capitalista, y que clasifica los cuerpos como humanos y no humanos: los humanos habitan la zona del ser y los no humanos la zona del no ser (F. Fanon) esta última zona, determinada por la raza como vector colonial que justifica la explotación de cuerpos no blancos.
Sabemos que el mundo no es un espacio seguro, no solo porque la seguridad en el actual paradigma global solo es estatal y militar, sino también porque es imposible hablar de espacios “seguros” en un mundo donde el régimen y el pensamiento heterosexual (M. Wittig), el racismo y el supremacismo blanco, el colonialismo, el patriarcado y el capital, son estructuras y matrices de control, que están pensadas en una lógica, donde la blanquitud hetero–CIS y con privilegios de clase, raza, sexualidad y geografía, ocupan espacios de civilidad, saber, producción, reproducción, dueñidad, ciudadanía y poder sobre les otres “condenados de la tierra” en palabras de Fanon.
Ese otre se encarna en subjetividades racializadas, no humanas, indias, negras, marikas, “enfermas” y disidentes de la ciudadanía hetero patriarcal. Recordemos que la colonización fue posible por el genocidio. Entonces, todo proceso de descolonización implica obligatoriamente violencia, pensando en Fanon, es por eso que la disputa de todo lo existente en este mundo: recursos, vidas y palabras, implica siempre un enfrentamiento, no solo de les cimarrones contra lxs amxs, sino también contra las estrategias blancas que intentan fracturarnos como movimientos políticos que resistimos al poder blanco.
Toda descolonización es violenta (F.Fanon) porque implica romper con lógicas de organización basadas en relaciones de subordinación y opresión, el amo no cede en paz, el patriarca no cede en paz, el ama no detiene el látigo ante la amable petición de la esclavizada. Descolonizar es despatriarcalizar esa famosa frase de María Galindo, que es un error de comprensión, porque no es que haya que despatriarcalizar para luego descolonizar, sino que descolonizar significa desestructurar el patriarcado, el capacitismo, el racismo, la heterosexualidad como régimen político y herencia de imposición colonial. Decir que hay que despatriarcalizar primero es avalar el colonialismo del feminismo blanco, que pone el patriarcado como única opresión y como la más importante o principal, como si el patriarcado no funcionara gracias al colonialismo y el capitalismo que estructura el mundo.
El capitalismo, la modernidad, son capas de la matriz colonial de dominación, entonces un requisito indispensable para desmontar el error de mundo actual y posibilitar un proceso de TRANS–formación, es entender que el mundo está organizado en clave colonial, y esto se traduce en que es patriarcal, racista, blanco, burgués–clasista, capacitista, gordofóbico, todo proceso anticolonial implica entonces luchar contra esos sub–regímenes de opresión.
Si sabemos que el mundo no es neutral y que nadie lo es, que los Estados y todas las instituciones y aparatos que lo constituyen son racistas y coloniales; si sabemos que vivimos en un planeta donde los derechos humanos solo son garantizados para cuerpos blancos–funcionales–ciudadanos en el capital y que hay otras vidas concebidas en situación de calle, de subalternidad, de racialización, de inferioridad, desplazadas, desbordadas, orilladas al exterminio, invivibles; si sabemos que hay cuerpos VIP, premier, de primera clase y otros destinados a la muerte (hay hombres cis blancos billonarios portadores de billetes 250K para explorar el fondo del mar y merecedores de millones de euros para su rescate; y hay otras vidas de migrantes dejadas a morir por la Unión Europea que desoyen los gritos de auxilio).
Si sabemos que el Estado asesina a migrantes dejándolos quemar en cárceles; si sabemos que el Estado tortura y desaparece; si sabemos que el Estado asesina a través de su colusión, inacción, impunidad, inoperancia, omisión y negligencia, permitiendo los feminicidios, los crímenes de odio y otras graves violaciones de DDHH. Si sabemos que Europa y el norte global continúan su proyecto genocida de expansión neo–colonial y extractivo de contaminación, robo, saqueo y generación de conflictos por tierra y territorio que desplazan a pueblos afros e indígenas en el tercer mundo a través de su brazo de empresas transnacionales que acumulan para el norte mientras explotan a los sures. Si sabemos que el discurso del cambio climático es un concepto cosmético de la ONU, que la catástrofe provocada que estamos viviendo se llama colonialismo. Si sabemos los nexos macabros que permiten la gestión y capitalización–mercantilización de las vidas no blancas en lógica necropolítica (pensando en A. Mbembe) y biopolítica (pensando en Fucó) del Estado en conjunto con empresas macrocrimanles, que permiten la violencia y la pedagogía de la crueldad (citando a Rita Segato) como formas de “vida y habitar” el mundo, ¿por qué crees que yo soy tu enemiga?
Esta lista que inicia con un “si sabemos…” puede ser interminable, porque la violencia que vivimos en el mundo es producto de ese 1% que acumula más del 82% de la riqueza del planeta a costa de la muerte de los condenadxs de la tierra, de la colonialidad del poder, saber y ser (A. Quijano, E. Lander y N. M. Torres), del capitalismo extractivo y de la acumulación de unos pocos en un mundo de recursos limitados, del patriarcado blanco, del régimen heteroCIS, del racismo estructural; no de personas en particular (a menos que estemos hablando de sujetos como Carlos Slim o Salinas Pliego, etc. que son hombres cis blancos y que concentran y ponen en operación máquinas de muerte, siendo ya máquinas de acumulación de poder. La justicia y el control les son indiferentes, son inalcanzables, incancelables, ejercen el poder junto con los Estados, son parte de los Estados, son instituciones).
Si sabemos que el problema tiene nombre, que es la policía, la cárcel, los controles racistas de migración, los poderes empresariales que privatizan la salud, la educación, la vida, la vivienda, el abrigo, los aparatos culturales que reproducen la violencia, ¿por qué nos articulamos para joder a la banda trans, racializada, cuyas vidas y realidades no conocemos, y que solo vemos aquello que las redes sociales nos permiten ver, banda que es atravesada por la enfermedad y múltiples lógicas de opresión y fronteras generadoras de heridas y violencias, pero que a nuestros ojos, no son “buenas víctimas” porque podemos ver que tienen techo, comida, salen a bailar de vez en cuando y dicen que quieren ser felices y ser amadas y enamorarse? Esta pregunta parece una bobada, nunca me imaginé hacerla, porque mi mente estaba pensando en otras cosas más urgentes, como la constante transfobia y racismo, acompañada de las amenazas de muerte que vivo casi todos los días en un país como México.
Aunque vivas para trabajar, y que tu techo, comida y acceso al servicio de salud, dependa de una entrada mensual que solo es posible por un trabajo asalariado de 8 horas al día, parece que es inconcebible para algunas personas moralmente superiores y muy policiales dentro del activistrómetro, que una pueda encontrar momentos de fuga o sonreír a pesar de la complejidad de mundo que in–vivimos. Acechan dónde comes, qué te pones, si ríes o estás triste y están en constante vigilancia para ver quién va perdiendo en las olimpiadas de la opresión.
Tener acceso a derechos básicos, que no han sido heredados y por los cuales muchas estamos luchando —porque no le podemos llamar vida a quien no tiene los derechos fundamentales garantizados—, es el resultado de resistencias colectivas y demandas particulares. En mi caso, y entre muchísimas otras cosas, gracias al profundo amor, los pasajes, los libros y los cuadernos que me dieron mis xadres negres bajo la eterna letanía “mijx estudia, es lo único que te podemos dar”. Xadres que trabajaron sin derechos laborales toda su vida para mujeres blancas, como lo hizo mami como trabajadora doméstica, y para gente blanca restaurantera en el caso de mi papá que ha sido camarero toda su vida. Todas estas historias de lucha, que luego son atravesadas por procesos de migración, de transición y enfermedad, son ignoradas por el mito que noveliza la precariedad, rezando que las “buenas y verdaderas víctimas trans siempre están en condiciones de profunda precariedad”, romantizando la pobreza, la explotación y construyendo las métricas adecuadas para ser o no ser trans, negra y migrante. Como si aquellas trans que lograron comer hoy, tienen menos derecho a la palabra frente a las que no.
Estas policías del activismo de la buena víctima como orden católica, exigen votos de pobreza e idealizan a las personas trans, negras y migrantes como víctimas eternas en condiciones de extrema explotación, desmerecedoras de techo, comida y salud, en la calle, destinadas a morir, y sin derecho a reír, bailar, cantar. Esta narrativa de culpa y de buena víctima con pies descalzos es una expresión racista y transfóbica, porque lo trans y negro lo conciben como subjetividades predestinadas a horizontes de muerte y no de vida.
Son personas que vigilan en clave cristiana a través de la punitivismo, son igualitos a los supremacistas blancos miembros del KKK en Estados Unidos, que exigían el retorno a la esclavitud de personas negras recién “exesclavizadas”, pedían el encarcelamiento, arrendamiento y linchamiento de la gente negra, ya que al cantar blues, hablar de sus romances, vida, tomar, ir a bares, viajar, hacer uso de sus tiempos de ocio, descansar, eran señaladas como malas víctimas para los y las supremacistas racistas, que entendían que si se nombraban víctimas del racismo, el entristecimiento y el eterno dolor debían ser sus destinos de vida, y si no, entonces deberían ser castigados o al menos sentir culpa por ello.
¿Será que las personas trans solo podemos habitar la calle, la rotunda pobreza, estar en la eterna disyuntiva de si comer o reír, en situación de subalternidad, sufriendo y muriendo a la intemperie, sin techo, comida, trabajo y sin tiempo para sonreír, sino solo para llorar?
¿Será que está mal que las trans, negras y enfermas que nos aferramos a vivir, que rechazamos esos destinos prescritos por el régimen binario heteroCIS racista, que nos quiere muertas, enfermas y asesinadas, somos parte de lxs opresores por no estar en calle también?
¿Negarme a ser materia para la necropolítica y a pesar del contexto, aferrarme a la idea de no convertirme en un cuerpo materia para la enseñanza de la pedagogía de la crueldad transfeminicida, y nombrarme bonita, deseable, vivible, reír y desear bailar hasta que se me caigan los pies, soñar con una casa linda y que me amen y amar, me hace un ser egoísta, opresora, malvada, mala víctima, menos trans, menos negra?
El racismo, el punitivismo y todas estas sociedades heteropatriarcales que habitamos operan con culpa, es una herencia colonial. La evangelización, que es la domesticación de los sujetos negros e indios, maricas y degeneradas, sembraron en nosotres la culpa como un mecanismo de control, captura y expropiación de nuestros devenires rebeldes, calibanes y sodomitas. La culpa inmoviliza y cuando estamos inmovilizadas no podemos soltarnos y romper las cadenas de los amos.
La policía del activistrómetro–transtrómetro–migrantetroḿetro, negrotrómetro, etc. que vigila y pone y quita el carné de quién puede ser trans, negra o migrante, con base en el nivel de sufrimiento, y ejerciendo una violencia tenaz, se parece mucho a lo que hacen las terfs cuando niegan nuestra existencia y experiencia como personas trans. Esto no solo es neoliberal por cargar a lxs individuxs de problemas mayúsculos y estructurales, sino que es la eterna doctrina de la iglesia, de depositar en el sujeto el deber y la exigencia de pobreza, negación y votos morales de santidad para poder redimirse, todo eso mientras se ignora la maquinaria genocida del colonialismo racista, patriarcal y capitalista en el planeta. Por esta razón, creo que hay que matar al policía que llevamos dentro, cuando abandonemos el derecho penal, el colonialismo penal y el punitivismo que aborda todo a través de la culpa y el castigo, veremos el enemigo en lo estructural y no en lo individual, entonces podremos identificar quién o qué es el verdadero problema y dejaremos de joder un poco a la compa, que sinceramente no está haciendo nada, más que tratar de vivir su vida. Ver el problema en la compa, acosar a la compa e individualizar, responsabilizando a la compa de herencias coloniales, es neoliberalismo también.
Una forma de colonialismo interno, citando a Silvia Rivera Cusicanqui, muy cristianocéntrica, es la búsqueda mesiánica de mártires que salvan a todxs. Eso es puro salvacionismo blanco. Hace poco me increparon anónimamente, y me exigieron repartir mi sueldo, me preguntaban si repartía mi sueldo (mínimo, por cierto) con otras trans y preguntaban que cómo apoyaba la comunidad.
Al respecto dije mucho, aquí me gustaría dejar algunas preguntas: ¿por qué tendría que repartir la única entrada económica que tengo para pagar mi renta, mi comida y mis otros gastos de movilidad?, ¿por qué le exigen repartir vino y multiplicar el pan, tal cual Jesús, a la morra trans negra con un trabajo en una ONG de DDHH, que tiene un sueldo que no le permite mantener la “comunidad” trans, y que no es la CEO de una compañía multinacional?, ¿por qué en vez de pedir la repartición de un salario mínimo a una mujer trans, negra y migrante, no piden reparación, cumplimiento de garantías al Estado o en su defecto a la gente cis blanca millonaria en este país?, ¿por qué asumen que no apoyo a la banda trans, acaso el apoyo solo es posible en la visibilidad muy propia de la fe cristiana y el Estado asistencialista en tiempos de campaña electoral?, ¿tener un empleo en una ONG en una posición operativa es un privilegio?
Sin negar las ventajas y acceso que tenemos algunas, ¿acaso el privilegio es tener algunos (no todos) derechos cubiertos? Y en caso de que respondan que sí, ¿acaso es nuestra enemiga la persona que dentro de la complejidad del mundo estudió con una beca, aprendió a leer, trabaja, y sabe dónde quedarse y qué comer los siguientes días por hacer un trabajo de 8 horas diarias que realiza en una organización de la sociedad civil? Yo entiendo el privilegio como el ejercicio de poder, para mí el sujeto privilegiado es aquel que derivado de su blanquitud–blancura, heterosexual, dueñidad en recursos y capacidad de acumular, de su capacidad corporal dentro del productivismo del capital, de su colonialidad del saber que le da acceso a todos los espacios de construcción del conocimiento, del ser que se le concibe como un sujeto humano dotado por nacimiento de derechos y poder, se beneficia de una estructura racista, colonial, heterosexista, patriarcal, capacitista y capitalista, heredando beneficios por ser sujetos construidos en ciudadanía y no como sujetos racializados, negros, indios, sublaternizados, enfermos degenerados, bárbaros y subdesarrollados.
¿Acaso cualquier persona que estudió una carrera, trabaja y al mismo tiempo resiste y trata de autopreservarse —pensando en la travesti negra Iki Yos— a pesar de la vorágine del capitalismo, es nuestro enemigo? ¿Entonces, quien accede a algunas “oportunidades” resultado de resistencias y demandas políticas, que exigen“igualdad de oportunidades, cupos laborales y han develado la opresión e instrumentalización histórica de grupos de personas trans, negras, marikas, mujeres periferizados y cuerpos racializados, etc. al momento de acceder a algunos derechos fundamentales, pasa a ser nuestra enemiga, obviando sus procesos y luchas de resistencia?, ¿por qué luchamos por derechos, si al obtener algunos, pasaremos a ser las enemigas–perras–malas–desgraciadas?, ¿quién logra migrar al norte se convierte en opresor?
La policía de la buena víctima negó mi experiencia de migración, porque según ellxs solo es migrante aquel que es asesinado por el Estado en la frontera, esto no solo es absurdo y esencialista, sino que es grave, primero por romantizar el asesinato y creer que la muerte y la total indefensión son el destino de cualquier persona en situación de migración, y segundo, porque niega el poder–fuerza de las personas migrantes de transformar sus destinos por medio de procesos de re–existencia, y también porque esta universalidad reduce a dolor todo proceso de migración, negando la diversidad de experiencias y las múltiples motivaciones que nos llevan a salir de nuestros contextos locales. En mi caso, siempre me he llamado fugitiva en cuanto soy cimarrona fugada del sistema sexo–género, de la colonialidad heterosexual en Rep. Dominicana, por lo que me nombro exiliada sexual, porque ahí ser marika siempre ha sido MUY DURO, al menos después de 1492.
Es urgente darle veneno al poli internalizado que cargamos muchxs en espacios “activistas”. Por eso yo no soy activista, no solo porque se trata de una categoría blanquísima, propia de salvadoras blancas y blancos del norte global, inventada por organizaciones nortecentradas para lavar sus conciencias, y desde ahí “activarse” para salvar a las demás, hablar por las demás, dar voz, hacer denuncias por las demás, visibilizar a las demás y convertirse en defensores de la gente tercermundizada que están en posición de subalternidad por la maquinaria colonial de occidente, sino también porque los activismos generalmente devienen en sectas con decálogos inscritos en las olimpiadas de la opresión, donde para nombrarte así, debes ser una buena samaritana, una buena salvadora con los 10 mandamientos bien cumplidos.
Aquí no caben los procesos de subjetividad propios que son difusos, inconclusos, muchas veces no coherentes (la coherencia y congruencia es muy blanca), se deja de ver que estamos resistiendo pero no desde un afuera, que estamos metidísimas dentro de la matriz —pensando en Fucó— y se construyen parámetros de comportamientos sobre cómo ser buena víctima, muy al estilo feminista blanca, “no bailes dembow, no digas que quieres leche y que tienes un rey de tu popola, no te cases, no maternes, aborta, lee los PDF básicos para ser feministas, no te juntes con y denuncia tal cosa… Porque si no, el patriarcado no te está dejando ver y debes ser rescatada”. Creo que esas exigencias, sin conocernos en absoluto, son el látigo del amo–policía que te “saca” del activismo como si de una parcela privada se tratara, ya que si no comulgas con las métricas de la buena víctima, estarás penada.
Yo no sé hablar de otra cosa más que de mí. Yo sinceramente no vine a salvar ni a visibilizar a nadie, solo las blancas tienen el tiempo para investigar la vida de otras, escribir sobre otras y pretender “salvar a otras”, a las calibanas del mundo. Quienes andamos transitando, deviniendo, cruzando, abrazando la negritud, la enfermedad, etc. Solo podemos salvarnos a nosotrans mismas. Esa exigencia moral de la policía de pedirnos a quienes de hecho ya estamos en procesos de resistencia, que salvemos a otras, que le demos voz a otras, que empoderemos a otras, es pura doctrina social de la iglesia y catecismo culposo de la policía del activistrómetro. La comunidad, las redes y los espacios de colaboración y apoyo, se tejen de muchas formas, y no solo desde la visibilidad paternalista y asistencial, sino desde la construcción de espacios de escucha para personas trans y negras, desde conversaciones que devienen en coaliciones para acciones concretas contra las represiones del Estado y su imaginario transfóbico y colonial, desde la escritura compartida, desde la socialización y el intercambio de saberes. Es decir, esta política de la buena víctima, está tan colonizada que exige a muchas de noso–TRANS y negras, fungir como iglesias y Estados de “bienestar” y no como subjetividades complejas que dentro de la matriz no solo resistimos, sino que colaboramos muchas veces en espacios, que se escapan de la visión mesiánica de salvación del mundo. Parece que colaborar y ayudar, se limita a dar dinero, y quizás las colaboraciones y ayudas, que amalgamamos en la disputa diaria de la vida, construyendo contranarrativas que sueñan con horizontes de vida y respeto para noso–TRANS no se limitan a eso.
Yo soy una loquilla, una fugitiva, una calibana, una indomesticada, una enferma, una travesti, una desobediente, soy muchas fronteras, estoy sobreviviendo, re-existiendo y tratando de salvaguardarme en un mundo transfóbico, terf, racista y CISheterosexista, pero a pesar de ello, no soy víctima, soy una mujer llena de poder. Leí en el último libro de Ochy Curiel “La sentencia 168-13, continuidades y discontinuidades del racismo en RD” que donde hay resistencia hay poder, y Fucó decía que donde hay poder hay resistencia, y definitivamente soy poderosa, disputo, hablo, escribo aunque lo haga “mal” a los ojos de la blanquitud, estoy armada y no tengo miedo.
He apostado también a ser feliz, porque parece que nuestras vidas trans están destinadas a la muerte, parece que uno de los mandamientos del activistrómetro es que para ser trans y negra, es necesario estar en decadencia total, sin comer, triste, llorando, yo quiero vivirme en otros horizontes no imaginados para nuesTRANS vidas, horizontes de alegría, de placer, de felicidad. Hesido señalada con frases como: “mientras te pones uñas hay otros que no tienen que comer, mientras te vas a bailar hay otras en calle…” y ante estos señalamientos sinceramente me quedo sorprendida, ¿qué podemos responder? Neta, ¿nuestra política de redistribución, exigencia de justicia social, democratización de oportunidades y accesos a derechos, se basará en fiscalizar las uñas de las trans?, eso sin ahondar sobre los significados de las uñas en cuerpos travestis como extensiones de género y las uñas como marcador de clase de mujeres negras y desclazadas. Exigir pies descalzos y deslegitimar experiencias por no estar “lo suficientemente precarizada como las buenas víctimas trans ” sinceramente, me parece una violencia tenaz, que no es otra cosa que transfobia, racismo y clasismo, disfrazado de “crítica”.
Creo que este activismo policial, que desatiende el verdadero problema, que no sabe identificar qué o quién es el enemigo, contra qué estamos luchando, que enfoca sus fuerzas en criticar a otras marikas, travestis, negras, mujeres trans racializadas, a negar experiencias de personas en situación de migración, mientras ignoran problemas como la represión policial, el auge de los punitivismos y la cárcel en México, los femincidios, los altos niveles de corrupción e impunidad en las instituciones encargadas de administrar justicia, las graves violaciones como la desaparición de personas, la tortura y la política institucional normalizada por los Estados que necroadministran las vidas no hegemónicas de les calibanes del mundo.
Yo pienso desde la situación política que es mi cuerpo, un cuerpo con una historia, nacido en el Caribe, afrodescendiente, travesti, migrante, dominicano, enfermo, degenerado, un cuerpo de perra en calor son mis pisos para disputar mundos otros, no pienso ser dueña ni tener la última ni la primera voz. Somos muchas que por la transitividad y la negritud de vivirnos en el mundo desde realidades plurales, hablamos, escribimos y potenciamos nuestra voz desde esa bifurcación, eso significa que no somos parte del “mundo del uno” citando a Aura Cumes, somos de muchas formas y de experiencias ampliadas, muchas veces contradictorias, por lo que no nos reflejaremos unas a otras por igual, y eso no significa que con quienes no compartimos la visión, sean nuestras enemigas, solo somos muy grandes para caber en un solo mundo, por lo que reconocer las vivencias y experiencias otras es vital para construir redes, puentes y descolonizar los mundos que habitamos.
Entre trans negras no podemos medirnos “lo víctima, lo trans, lo enferma, lo gorda, la melanina”, solo reconocer las diferencias de experiencias y construir desde lo colectivo, cuestionando las prácticas racistas, heteropatriarcales y colonialistas, y abrazando la pluralidad de historias y lugares de enunciación —pensando en las chicanas— como singularidades esenciales para descolonizar la universalidad del mundo blanco.
Estoy de acuerdo en muchas cosas, como en algunas no, muy pocas por cierto, pero no existen los ánimos de entender ni comprender el fundamento sobre el cual se asienta el feminismo radical, tampoco espero que lo comprendan ahora o mañana, si no que entiendan que como mujeres luchamos contra lo que no nos deja ser libres ni nos oprime desde nuestra propia vereda, y queremos un mundo seguro y feliz para nosotras, como también para ustedes, y creemos que para ello se deben erradicar demasiadas cosas que forman parte del problema, que si bien no es el único ni el principal, es producto del funcionamiento de dos sistemas juntos, pero es la lucha de la opresión de género, que es muy importante y que constituye las bases de la mayoria de los problemas sociales que estamos viviendo, ser mujer y enfrentarse en esta sociedad no es fácil, y yo por mi parte incluyo a todas, neurodivergentes porque yo misma soy autista y no incluir a otras seria un acto degradante, también a las mujeres lgbtiqa+, negras, pobres, etc, no pido un cambio de postura ni una sonrisa ni una cara amigable, sino comprensión desde tu largo recorrido y experiencia y estudios, porque así el feminismo avanza y no se estanca. Desde luego ha existido esta guerra de terfs vs trans, y me odiaras seguramente, pero hay un miedo muy grande en el radfem, que es que los amabs y hombres como quieras llamar vulneren nuestra tranquilidad, nuestra comodidad, porque lo hacen actualmente y lo seguirán haciendo mientras exista esta guerra, esta guerra da pie a que las personas de sexo masculino, jueguen a violentarnos, bajo otras perspectivas, etiquetas, categorías interprétalo como quieras, ojala pudieras entender mi comentario, las bases del feminismo radical y que hay cosas que no podemos dejar de pelear por que son cosas que transgreden nuestra estadia en la vida nuestro desarrollo en la sociedad, pedir que no luchemos contra lo que luchamos es pedir que guardemos silencio y seamos sumisas a ustedes. Muchas gracias querida.