May 30, 2025

Miradas subalternas: El erotismo, el terror y la historia negra detrás de Sinners.

¿Cómo se construyen el terror y el erotismo desde la mirada del cine negro?

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Intervención de foto: Isabella Londoño

Ryan Coogler lo hace de nuevo, lanza una joya al mundo cinematográfico que complejiza y diversifica la narrativa sobre la negritud que vemos en lo mainstream. Para quienes no lo recuerden, Ryan Coogler dirigió Black Panther que, desde mi perspectiva, sigue siendo un hito que marcó el palpable anhelo de las personas negras por verse en escenarios que no estuvieran limitados por las adversidades que vienen con su identidad racial. Si bien sus películas están codificadas por un lente hollywoodense, podemos igual apreciar las aproximaciones que hace para darle a su mirada particular profundidad y capas. Les advierto que si no se han visto Sinners deben ir lo más pronto que puedan y regresar aquí cuando la hayan visto, porque revelaré algunos detalles que pueden ser spoilers. 

Todo inicia con el viejo tropo del hijo pródigo, puesto que los protagonistas, dos hermanos gemelos conocidos como Smoke y Stack, regresan al lugar que los vio nacer, Clarksdale, Mississippi, después de haber pasado una temporada como parte del ejército estadounidense en la primera guerra mundial y, luego, como parte de la mafia de Chicago. Gracias a sus hazañas lograron acumular el dinero suficiente para abrir un negocio propio conocido como juke joint -un local informal para las comunidades afroamericanas del sur de Estados Unidos, donde se reunían durante la era de la segregación; espacios clandestinos en los que la comunidad negra disfrutaba de blues, jazz, comida, baile y socialización, fuera de la vigilancia y el control de los blancos-. Al regresar, los gemelos arman un gran revuelo, recogen a su primo, Sammie, quien es hijo de un pastor, para que toque en su local. Se encuentran con viejos amores, Annie y Mary, quienes en un principio no pueden creer que ellos están de regreso. 

Desde el inicio hay una idea sacra de la música, Sammie y su guitarra son la representación de eso. La música en la película es libertad, comunidad y ancestralidad. Cuando Sammie toca se convierte en un portal entre la vida y la muerte. Así es como Coogler introduce temas sobre la historias afroamericana sin caer en estereotipos o revictimizaciones. 

El juke joint de Smoke y Stack será también la excusa para hacer un paréntesis de la explotación, la fatiga y la violencia a la que está sometida la comunidad negra de la historia, de hecho todo lo que se hace en pro de abrir ese local viene enmarcado en esa pausa:                  desde que buscan a quienes serán parte del entretenimiento, pasando por la vigilancia, y hasta la compra de provisiones. Esto propicia un ambiente en el que se priorizan el placer, el disfrute, el escape. En medio de esto vemos relaciones interraciales entre personas no-blancas que muestran solidaridad y complicidad, pues se ve el respeto que existe entre el matrimonio Chow y los gemelos, una camaradería que también nos muestra un comentario que la película enfatiza y es que el comercio era una alternativa que permitía cierta autonomía en un mundo segregado. 

Esos aires de libertad, aunque solo los vemos en una fracción de sus vidas, son suficientes para situar a la audiencia en un clima ameno, dichoso, rebelde.  En otras palabras, se preparó a la audiencia para la euforia de la noche, el reencuentro y el erotismo que trajo consigo.                     Y aquí la maestría de Coogler radica en que no se quedó solo con su perspectiva, sino que invitó a una mujer a estar detrás de la cámara. La directora de fotografía, Autumn Durald Arkapaw, diseñó la película específicamente para aprovechar el formato IMAX y crear una experiencia inmersiva. Durald cuenta que el lenguaje visual de Sinners lleva al público al interior de la psique de los personajes, por eso las escenas de sexo se posicionan desde un punto de vista en el que ellas son las protagonistas.

Recordemos  el primer encuentro sexual que se da entre Smoke y Annie, quienes luego de compartir pesares, nostalgia y reafirmaciones emocionales y espirituales se dejan llevar por la efervescencia de volver a estar juntos. En esta escena es clave que no hay desnudez y que la audiencia ve, previo al deseo, una relación de varias capas. Annie como la guardiana del espíritu de Smoke, él como el cuidador, quien busca acompañarla desde la materialidad; mientras ella tiene su corazón y solo ella ve su vulnerabilidad. 

Es clave que Coogler entiende que la perspectiva cinematográfica de Hollywood pondera la desnudez, ver el orgasmo femenino, el sexo desde lo más explícito y le da a un giro con estas escenas en las que lo más estimulante es el diálogo y la historia previa entre los personajes. Todo sin dejar de lado la ancestralidad y conversaciones políticas sobre lo negro, entre estos personajes en específico: presenciamos lo Yoruba como vehículo de la fe de Annie y el señalamiento de Smoke frente al dinero que ella debería cobrar, en vez de recibir esa especie de cupones que le daban a la gente negra que trabajaba en las plantaciones del sur de Estados Unidos. Vemos un esfuerzo por cuidar al otro a partir de las fortalezas que cada cual tiene. 

Sammie y Pearline son otra pareja que se destaca por una tensión sexual palpable. En la relación que se da entre ellos hay un factor diferenciador y es que Pearline es una mujer casada. Sin embargo, eso no desalienta a Sammie y para la audiencia alude al paréntesis en el que nos ha venido situando Coogler. Entre ellos es central el placer de Pearline, de nuevo el erotismo que cargan las palabras, la antelación, el rechazo a ser aséptico; de nuevo sin desnunez, sin clichés de orgasmos que llegan a los cinco minutos y acompañado de una complicidad entre ambos personajes que viene desde la música y reconocer el ritmo del otro. 

A Mary y Stack los vemos muy pasionales, su primer encuentro en pantalla es un cúmulo de rencor, decepción, pasión y desafío. Entre ellos también podemos ver preguntas que no solo se centran en su química, hay una pregunta por la identidad racial que encarna Mary, quien fue criada con los gemelos y viene de una familia birracial. Sammie incluso le pregunta si ella es blanca y ella alude a su ascendencia y enfatiza que fue criada dentro de la cultura negra de las plantaciones y con esto Coogler señala algo que se ha preguntado en otras películas: ¿qué significa ser afrodescendiente? Esto nos da una dimensión política de la pregunta por la racialización, además de añadir una dimensión más honda de la manera en que Mary y Stack se conocen y que han intimado, entre ambos hay un lazo familiar y confianza que, de nuevo, le agrega calidez y trascendencia a su reencuentro. 

Entre Mary y Stack la tensión es un juego de poderes, un juego en el que ellos participan consintiendo la situación; es curioso que entre ambos es claro que Mary es la dominante: la postura en la que intiman, la manera en que ella toca los botones correctos para provocar X o Y respuesta de Stack y por eso él la evade  cuando están en  público, el parece querer huir. No obstante, se contradice, corre, pero no lo suficiente como quien quiere ser encontrado; él participa de ese juego de la cacería y termina entregándose. Cuando por fin están a solas vemos lo inmensa que era su sed de estar con ella. 

El erotismo entonces es presentado en esta película como un elemento que habla de la rebeldía, que también se presenta con un ángulo que difiere del viejo dicho de que el sexo vende. El sexo es un mecanismo para también agregar una mirada política donde la prioridad en el placer de las mujeres y su determinación como sujetos que también sienten y manifiestan deseo. Y ese guiño por poner los deseos de las mujeres es reiterativo: vemos al matrimoni Chow bailar, pero solo porque ella busca a su esposo, quien está apostando y cuando ella lo llama a la pista él abandona la mesa sin ningún reparo. Y así también vimos a Cornbread, quien vigila la entrada del juke joint, que al ser reclutado por Stack está recogiendo su cuota de algodón y rechaza el trabajo que le ofrece el gemelo, hasta que su esposa negocia por él, lo que indica que tiene el permiso y casi que el deber de aceptar el puesto. 

Ahora, el terror también tiene un tinte político, así como en su momento lo tuvo la ciencia ficción en Black Panther, puesto que Coogler sí parece situarse en géneros que no son asociados a la historia de las africanías o de las negritudes, o al menos no desde los roles que le asigna a sus personajes donde cuentan con agencia y movilidad social, cultural y económica.

Sinners sí es un guiño al blaxploitation -“Black” (negro) y “exploitation” (explotación), un subgénero estadounidense que nació a principios de los años 70, en el que las películas eran protagonizadas principalmente por personas negras y dirigidas a audiencias negras, pero producidas por estudios blancos-; lo que resulta disruptivo aquí es que esa mirada blanca donde la ultraviolencia es usada para criminalizar y estereotipar lo negro, se transforma. 

Una de las maneras en que es contestataria es en la aceptación inmediata de la magia y las criaturas no humanas que habitan el mundo. Nunca se duda de la afirmación de Annie sobre los vampiros que están atacando la taberna; se presenta más bien la urgencia que viene con la inminente pelea. El terror enmarcado en la magia está también ubicado por la película desde el blues que interpreta Sammie, quien con su don abre la puerta a lo sobrenatural. 

Sin duda, cuando Sammie toca y vienen espíritus de diferentes épocas y culturas a festejar su canto es uno de los momentos más poderosos. Esa convergencia evidencia que Coogler cuenta la historia negra no solo desde un período histórico caracterizado por la violencia contra las personas negras, sino como la suma también de experiencias negras arraigadas al pasado, a los Orishas, los egguns y las ancestras; con la ensoñación que trae pensar en futuros posibles, en los paréntesis, en los escapes que permiten que la comunidad continúe unida y sobreviva. El gozo como mandato y como resistencia. 

Sinners no es solo una historia sobre vampiros ni un drama de época, es un manifiesto visual y sonoro sobre la complejidad de la negritud, una apuesta por representarla desde la intimidad, la agencia y la contradicción. El erotismo no es un recurso para complacer a una mirada externa, sino una expresión de deseo encarnado, de placer como herramienta para no solo sobrevivir, sino  para resignificar. El terror no aparece como castigo o condena, sino como vehículo para lo espiritual, lo ancestral, lo no dicho que sobrevive a través del canto, el cuerpo y la colectividad. 

En Sinners no solo la magia se asume como paisaje, también la presencia latente —y a veces explícita— del Ku Klux Klan en donde tampoco se pone en duda que este grupo es una manifestación organizada del terror racial. Coogler no entrega representaciones planas o caricaturescas del KKK, aquí no se trata solo de hombres encapuchados cometiendo actos atroces, se sabe que es una estructura social que se infiltra en la cotidianidad y en los sistemas de poder. Al final, el horror mágico no tiene más que un sobreviviente y el terror social tiene un camino a la redención, pues es Smoke quien se encarga de hacer justicia como su último acto de resistencia cuando asesina a varios miembros del KKK. 

La amenaza del Klan no es anecdótica: funciona como contrapunto al juke joint, ese espacio de libertad y placer construido por los gemelos. La apertura de la taberna es un acto radical. Además, levantarlo en Mississippi, en una época de segregación y violencia racial abierta, es un gesto político.

Ryan Coogler, junto a Autumn Durald Arkapaw, articulan una mirada que subvierte en alguna medida los códigos del cine mainstream. Desde la fotografía, el sonido y el guión, lo que emerge no es una historia sobre lo negro como otredad, sino una narración situada que recurre a géneros históricamente racistas —el horror, el noir, el exploitation— para reescribirlos desde adentro, para encarnar, como diría Saidiya Hartman, “una historia de aquellos que no pudieron contar la suya”.

El goce no es accesorio: es central, es lucha, es refugio y la historia negra, lejos de estar fijada en la tragedia, se canta y se baila, se toca y se reinventa. Esa es la mayor osadía de la película: no ofrecer redención, sino una fiesta en medio del infierno. Porque incluso ahí, en el abismo, hay blues. 

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Autor

  • Viajera, profesora y escritora. Literata con opción en Filosofía. Especialista en Comunicación Multimedia. Ha publicado su trabajo en revistas de colombianas como Literariedad, Sombralarga y Sinestesia. Columnista de la revista Iberoamericana Afrofeminas. Fue elegida como parte de una antología de jóvenes poetas, Afloramientos, los puentes de regreso al pasado están rotos publicado por Fallidos Editores. Su poesía ha estado en lugares como la Universidad de Brown y en el podcast Gente que lee cuentos. Produce el podcast Manifesto Cimarrón donde conversa sobre negritudes, diversidad y resistencia.

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