No recuerdo cuándo ni cómo fue la llegada de mi primera menstruación, seguro no fue nada traumático ni especial, pero sí tengo muy claro mi primer recuerdo menstrual: tendríamos trece años y nos peleábamos Maria Juliana, mi mejor amiga de infancia, y yo con Camilo Toro, un niño que vivía en mi mismo conjunto. Y aunque éramos un par de escuálidas diminutas, Camilo quedó anulado cuando Juli le lanzó una amenaza que lo descolocó por completo: “Si nos seguís molestando te voy a hacer algo que vos no nos podés hacer a nosotras: TE VOY A MENSTRUAR”. Quizás ni habíamos menstruado por primera vez pero esa pelea la ganamos por knockout.
Hoy sé que he menstruado por más de 25 años, calculo que han sido unos 312 ciclos, es decir casi 1.000 días menstruando y, solo hasta ahora, tardísimo como tantas conversaciones que estamos colectivizando, estamos reconociendo, comprendiendo y hablando, en toda su extensión y diversidad, de todas las implicaciones que orbitan la experiencia de menstruar (o no hacerlo). Esto, con lo que muchas mujeres, hombres trans y personas no binarias tenemos que lidiar a lo largo de nuestras existencias -y que quienes nos acompañan en entornos sociales y laborales tendrán que esforzarse por entender- es un asunto relativamente nuevo en el debate público. Tanto, que quizás hoy seguiría teniendo éxito nuestra estrategia infantil para ganar cualquier discusión por el desconocimiento o estigma que persiste sobre la menstruación.
Si bien la menstruación es un proceso íntimo, afecta la manera en que nos relacionamos con otras personas. Afecta nuestra vida en pareja y nuestra capacidad para realizar ciertas actividades laborales y sociales. Y es que hablar de cólicos tan fuertes que pueden y deberían dar incapacidad, de dolores similares a los de un infarto que normalizamos porque “es parte de ser mujer”, de endometriosis e histerectomía, es también hablar de salud pública con enfoque de género.
Porque esa imagen elaborada de mujer maravilla que puede con todo, incluso menstruando, nos la vendieron junto con unos productos de higiene menstrual ficcionados que nos añaden a las mujeres un ideal más de cómo debemos vernos y sentirnos, esta vez cuando cantidades importantes de sangre se desprenden de nuestras entrañas. Y seguro muchas podrán vivir así, esa fui yo, gran parte de mi vida, porque así me enseñaron, porque a eso me retaban las barbies menstruantes de los comerciales de toallas higiénicas y tampones. Eso, sumado a la culpa de sentirme “histérica” y hormonal en ”esos días”… Y luego llega el feminismo y nos ayuda a reconciliarnos con NO SER esa persona que todo lo puede aún menstruando, pero hay algunas bifurcaciones -situadas no muy lejos de las tradiciones más conservadoras- que nos dicen que “menstruar es lo que te hace mujer” y por eso “es sublime”. ¿Y qué pasa con las mujeres que dejan de menstruar al llegar a cierta edad o por alguna condición de salud? ¿Dejan de ser mujeres? Claro que no. No es sublime, por ejemplo, para quienes sufren cada mes porque el desconocimiento sobre el tema y el sufrimiento de las mujeres está tan normalizado que llevan años padeciendo endometriosis sin saberlo, mal diagnosticadas o sin un diagnóstico claro.
Entonces no veo mucha diferencia entre el comercial de la barbie menstruante que todo lo puede, la romantización menstrual y el paradigma pachamámico de la que ama apasionadamente menstruar, haciéndose mascarillas y regando las plantas con su sangre. Y sí que lo he intentado, pero la escena de crimen en la que termino envuelta tiene cualquier efecto menos hacerme amar mi sangre menstrual. Le agradezco a mi cuerpo su buen funcionamiento y me alimento bien para que siga así y nunca cambie (sé que va a cambiar), pero hasta ahí llego yo.
Tampoco hemos hablado suficiente del sujeto, que no es solo sujeta, y la experiencia, que tampoco es única. Y es que no todas las mujeres menstrúan ni las únicas que menstruamos somos las mujeres. Son los datos y hay que darlos pero, más que datos, son experiencias diversas que debemos reconocer. Experiencias de personas a quienes la menstruación, o la ausencia de ella, les atraviesa la vida y el cuerpo de manera diferente y para quienes el tema sería más fácil de comprender si fueran más visibles y la menstruación no hubiera sido un asunto cargado de misterios, estigma, tabúes, miedos y desinformación. Si para quienes menstruamos la menstruación es un misterio, para quienes no, es física cuántica.
Por eso, desde Volcánicas en alianza con Comfama, quisimos reunir diferentes vivencias menstruantes (y no menstruantes) de una misma ciudad para escuchar de sus propias voces cómo la menstruación, o ausencia de ella, atraviesa sus vidas y cómo les habita sus cuerpos. Hablamos con Luisa, Valentina, Hilda, Isaac, Negru y Manuela y estas son sus experiencias:
Para Hilda y La Negru la menstruación es, de alguna forma, un lenguaje del cuerpo. Hilda, una mujer del pueblo Embera Eyabida, entiende la experiencia de menstruar desde la conexión con sus ancestras y en esa conexión y en esa transmisión de conocimiento están los códigos de la naturaleza, los rituales, la tradición: “Mi relación con la menstruación va desde la práctica ancestral con conocimientos transmitidos de nuestras abuelas y abuelos, en donde cada etapa tiene una armonización desde los rituales, el conocimiento de las plantas, el cuidado del cuerpo y relación con la luna”.
Ana Carolina o La Negru, como prefiere que le llamen y se le conoce en redes sociales, -una descarga de energía vital, si tuviera que describirla-, la menstruación es un indicador de su salud: “Es como un símbolo en donde yo reconozco mi cuerpo en términos de salud hormonal, en términos de salud física, en términos de salud mental también. Y claro, cómo se equilibra ese ciclo con todo lo relacionado a mi cuerpo, es decir, qué me duele, qué no me duele, qué me falta, qué no me me hace falta”.
Valentina es estudiante y fue madre muy joven. Su caso, si bien atípico, es el de varias adolescentes que no saben que están embarazadas hasta muy avanzada la gestación: “Me llegó la menstruación a los 16 años. Fue complejo porque nunca sabía qué era eso. Entonces me di cuenta, entré al baño y me sentí muy frustrada porque yo vivía con mi papá. Cuando mi papá me vio, como qué pasó y ya pues con mucha pena y todo, pero me tocó decirle. La menstruación para mí ha sido muy irregular, hay veces que sí, hay veces que no, poquito, hay veces que mucho, pero nada de cólicos, nada de dolores. Obviamente muy complejo, porque no saber en qué momento me va a llegar, uno tiene que estar preparada. Yo quedé en embarazo a los 17 años y me di cuenta súper tarde, cuando iba a cumplir seis meses, porque me llegaba el periodo normal, a mi no se me fue el periodo. Ya cuando me di cuenta de que estaba en embarazo, ahí sí se me fue”.
Luisa y Manuela -ambas cantantes- no han tenido una experiencia tan sencilla o cargada de significado con la menstruación. Por el contrario, ha sido dolorosa y llena de incógnitas, diagnósticos errados y desconocidos: “La primera vez que me vino estaba muy muy pequeña. Creo que tenía 12, 13 años y nunca fue particularmente incómodo. Nunca tuve síntomas de cólicos, dolores de cabeza, cambios de ánimo. Siempre fue muy, muy abundante y muy regular (era el único inconveniente) pero nunca lo vi como algo incómodo. En el momento en el que empecé a planificar, mucho más grande, todos esos síntomas de los que todas las mujeres se quejan llegaron a mi vida y desde ese día son un suplicio, sobre todo con la cuestión de los estados de ánimo. Es brutal el revolcón hormonal. Me imagino que también tiene que ver con la planificación” cuenta Luisa y sigue: “Se ha vuelto muy incómodo y estoy en la constante lucha con esos estigmas o pensamientos de “es lo que te hace mujer” porque me afectan todas esas consignas que dicta la sociedad. En realidad es algo bastante incómodo para mí y, como soy tan irregular, me puede venir tres meses seguidos, que es la cosa más incómoda del mundo. Entonces realmente atraviesa mi vida de una manera más incómoda que natural”.
La historia de Manuela es aún más compleja. Ella es cantautora e ilustradora y tuvo una condición que desde pequeña no le permitía menstruar: “Al principio me hicieron estudios porque mi mamá primero “Ay ¿cómo no menstrua? qué cosa tan horrible” y pues, uno todo chiquito a empezar a ir donde el médico a que le dijera: “ay, usted depronto no tiene útero”, a hacerse ecografías vaginales, que rectales primero que para que no perdiera la virginidad, las cosas más horrible del mundo. Y ya después me dijeron que sí tenía útero, pero que tenía como una condición en la cérvix que me impedía tener la menstruación y ovarios poliquísticos y no sé qué, que usted no puede tener hijos y eso se quedó así. Y yo tranquila porque nunca quise ser madre. No obstante, yo empecé a tener cólicos muy fuertes cada mes, pero entonces como la niña que no menstrua, que tiene tal cosa, “eso es el colon”. Entonces me diagnosticaron súper mal, yo tenía por ahí 18 o 19. Decían que era el colon, entonces me hacían tratamiento para el colon, exámenes, que eso es emocional, que con psicólogos, que la emocionalidad. Por muchos años de mi vida, hasta el 2020 que tuve una experiencia sexual un poco traumática, yo me empecé a sentir un bulto como a la altura de la pelvis y fui a donde el médico súper asustada y me mandaron de urgencia una ecografía y se dieron cuenta de que tenía miomas y no cualquier tipo de miomas, unos miomas gigantes de más de diez centímetros de diámetro. Entonces me dijeron que ya tenía tantos y estaban tan grandes que una miomectomía no era la salida, tocaba hacer una histerectomía. Y yo dije SÍ, SÍ, SÍ, porque los dolores eran incapacitantes. Yo me acuerdo que en el 2020, en plena pandemia, yo en urgencias muriéndome del dolor. Entonces yo dije: sáquenme eso. Después de eso fue una experiencia un poco traumática porque muchas mujeres de mi círculo empezaron a decir: “pero el útero que es la fuente de tu feminidad, tú que eres artista creativa, ahí está la fuente de la creatividad”. Yo decía ¿pero cómo así? Si la fuente de mi creatividad me va generar tanto dolor, entonces yo no puedo seguir una vida normal y tener una vida tranquila, porque en serio que me daban desmayos, yo me desmayaba llorando del dolor, mi estado de ánimo obviamente para abajo. Y el año pasado en enero me operaron y me sacaron la matriz y las trompas de falopio y la cérvix. Y desde ese momento mi vida cambió, soy una mujer muy feliz, ser una mujer no menstruante, para mí, es la cosa más maravillosa del mundo. Pero porque no tengo útero, porque yo nunca tuve el proceso normal de una menstruación, sino que siempre era como un flujito un poquito más fuerte. Ahora yo sé que estoy libre de dolores. Todavía sigo teniendo cosas como el ciclo, como que estoy más sensible a los cambios de estado de ánimo, pero sin el dolor, y creo que eso me hace abrazar mucho más mi feminidad. Mi creatividad no se fue al piso, estoy más fértil, más creativa que nunca y pienso que eso es lo más importante, estar feliz y tener una buena calidad de vida”.
Por último, está el caso de Isaac, un hombre trans que me recuerda que tampoco todos los hombres trans menstrúan: “Para mí la ausencia de menstruación ha sido algo positivo porque sigue siendo, de manera cultural, un reflejo que recalca la feminidad. Entonces el hecho de no tenerla, de alguna manera, también dentro de mi construcción, me genera cierto bienestar. Porque también soy consciente de que eso es muy relativo de cada tránsito. Hay personas que hacen la transición y no pierden la menstruación porque no deja de ser un proceso natural que hace el cuerpo. Yo llegué a tener en mi vida, creo que unas cinco veces máximo, el periodo y literal me iba pa’ urgencias porque me moría del dolor. Entonces, en ese sentido, la ausencia para mí ha mejorado la calidad de vida, por la condición que tenía”.
Y estas son solo seis experiencias distintas que dan cuenta de la enorme diversidad en el espectro de la menstruación, pero son experiencias que también están atravesadas por el acceso a la información, educación y los productos de higiene menstrual. No podemos dejar de mencionar a las mujeres que no tienen acceso a agua potable y mucho menos a productos básicos como toallas higiénicas, a las mujeres migrantes y desplazadas, a los niños, adolescentes y hombres trans que no pueden pedir tranquilamente en sus casas que se incluyan estos productos en el mercado, o para quienes pedirlos directamente en una farmacia, tienda de barrio o supermercado, puede resultar en una burla sobre sus identidades, incluso una agresión. Menstruar no es igual para todes.
No existe una única regla ni forma de menstruar pero merecemos que TODAS las mujeres, hombres trans y personas no binarias, puedan gestionar su menstruación -o ausencia de ella- de forma DIGNA, sin que esta sea un factor que profundice aún más estigmas y desigualdades. Que sea este un llamado a la empatía social y a la regulación desde la salud pública y el derecho laboral por menstruaciones dignas.
*Este contenido es realizado por Volcánicas y Comfama.
Gracias por propiciar un diálogo acerca de estos temas que todavía son tabú, es muy importante poner la discusión sobre la mesa para que derrumbemos la creencia de que sufrir a causa de nuestros ciclos es normal y es destino. Eso ha fomentado que no se estudie suficiente acerca de las causas de muchas de las enfermedades de las personas con útero, que no tengamos una atención integral, que se nos tache de exageradas, que debamos ir a trabajar cuando el dolor casi ni nos deja mover, que nos diagnostiquen mal, que nuestro derecho a una vida digna se vea vulnerado constantemente.
De verdad mil gracias Volcánicas, juntes vamos derrumbando barreras