
Bertha estaba recuperándose de una cirugía reciente por cáncer uterino cuando una enfermera le preguntó si ya le habían explicado los ejercicios posoperatorios que debía hacer. La enfermera le dijo, como si le estuviera contando un secreto y no dándole una indicación médica, que tenía que ponerse un condón en los dedos y estimularse. Y la reacción de Bertha, tal y como nos lo contó en entrevista mientras se tomaba un té de manzanilla, fue: “Ah, lo que usted quiere decir es que me debo masturbar. Pues bueno, ¡Para eso mejor me compro un dildo!”.
Bertha Herrera es una activista mexicana de 73 años que lucha por los derechos de las personas adultas mayores y su energía desbocada la lleva a decir cosas como que tiene que calmarse porque “se le acelera el corazón”. Habla de la necesidad de compartir información científica para les adultes mayores y de cómo siente que la sexualidad ha sido parte de ese conocimiento que le negaron, primero por falta de educación sexual y, ahora, por falta de atención médica integral.
La última vez que Bertha se realizó un papanicolau (exploración vaginal para detectar lesiones y cáncer cervicouterino) fue cuando cumplio 50 años. En el servicio de salud público, al que acude cada seis meses, le hacen chequeo preventivo de todo (colesterol, nutrición, odontología) excepto de ginecología. De hecho, en la cartilla de salud del Instituto Mexicano de Seguro Social aparece que la recomendación de edad para un papanicolau es de 24 a 64 años.
Marcela, de 71 años, comparte el té con Bertha y nos cuenta que a ella le negaron ese servicio desde que cumplió 60 años porque “ya no tenía esposo ni relaciones sexuales”. Hace 37 años que no se hace una revisión de rutina ginecológica y, cuando se queja de un dolor por esa zona, no la revisan sino que asumen que tiene algo más.
Pero los órganos sexuales no solo se vinculan con la reproducción y el coito, como dicen los libros viejos de biología. Son importantes en sí mismos por los procesos en los que están involucrados para el funcionamiento del cuerpo entero. La enfermera Patricia Dzul Centeno, especialista en oncología y educación en salud de adultes mayores, explica por ejemplo que con la edad la lubricación vaginal se reduce y la radiación para el tratamiento contra el cáncer puede afectar las paredes vaginales.
Hay etapas de sequedad después de la perimenopausia (el periodo de transición hacia la menopausia) y, si no hay estímulo de las paredes, la radiación puede provocar más dolor vaginal por la resequedad que el tratamiento empeora. Por eso, después de ciertos procedimientos como la braquiterapia, es recomendable la masturbación, aunque Patricia reconoce que se ha topado con muchos profesionales de la salud a quienes “les da pena” hablar de eso con las pacientes.
La sexualidad es parte integral de la salud y condicionar su cuidado a la edad, o al intercambio sexual, pone en peligro a muchas personas. De acuerdo con la especialista, el cáncer de endometrio, de ovario y otras enfermedades ginecológicas, no dependen solamente de los virus de transmisión sexual sino que también responden a cambios hormonales, físicos e incluso genéticos: “En el caso específico del cáncer cervicouterino, el riesgo es que a mayor edad, mayor tiempo de desarrollo tiene la neoplasia. Con más razón le diría a las mujeres adultas mayores que se hagan una citología cervical, pues el tiempo de evolución es prolongado, y la manifestación de lesiones puede ser tardada. A eso se suma que, por las características de una persona adulta, el proceso de reparación de las células es más lento. No le pueden negar la citología a las adultas mayores, con más razón deberían atenderlas por el tiempo de exposición” afirma Patricia.
Bertha estuvo con cáncer un año entero y solo se dio cuenta por una hemorragia vaginal: “Si hubiera tenido exámenes ginecológicos periódicos, lo hubieran detectado con tiempo. Nos abandonan”, reclama. Luego mueve el avispero: Pregunta, habla de sexualidad y cáncer abiertamente, escucha otras experiencias. A partir de una conversación con Bertha, una de sus amigas le preguntó a su doctora por qué se le deja de hacer el papanicoalu a las mujeres mayores. La médica le respondió que quizá la razón era porque el procedimiento suele ser agresivo y doloroso, a lo que ella respondió: “Es mucho más doloroso tener hijos, ¿cree que no vamos aguantar un papanicolau?”.
Según la narración de Bertha sobre su cáncer, la braquiterapia y radioterapia sí fueron tratamientos muy agresivos, pero afirma que le molestó todavía más que no le hubieran informado sobre las consecuencias que estas medidas tendrían, como la cistitis que tuvo que resolver posteriormente con medicamentos recetados y un bidet: “El reconocimiento del cáncer en la mujer está enfocado en lo que se ve. El cáncer de mama es más visual y visibilizado porque afecta en la mirada de los demás, pero el útero pareciera que no tiene importancia. Cuando vi por primera vez mi matriz dije: Es la cosita más pequeña del mundo, hemos tenido tantos hijos y no sabemos cómo es. Lo que tienes adentro ni tú misma lo conoces”, explica.
En medio de la entrevista, impaciente y entusiasta como es, Bertha llamó a otra de sus amigas por teléfono, una que tuvo quistes en los ovarios, con quien suele hablar sobre lo que implica cuidar la salud sexual a su edad. Petty, como se llama la amiga, dice por teléfono que “a las mujeres nos ponen en la cabeza que tenemos que cuidar la cintura, el músculo, hacer dieta, pero nadie dice (sobre todo cuando estamos grandes) que te debes hacer un papanicolau y ultrasonido. No sale en los periódicos, no sale en la publicidad. Solo se habla del cáncer de mama como si los otros órganos no funcionaran también”. Petty iba a su consulta con una ginecóloga particular porque su hermana falleció de cáncer cervicouterino y tiene antecedentes familiares de la enfermedad. Tiene 76 años y hace 46 años que no tiene pareja. Sin embargo, y gracias a su rutina médica semestral, le descubrieron los quistes a tiempo.
La falta de una pareja o de relaciones sexuales no es pretexto para que le nieguen un servicio de salud a las adultas mayores. Sigue habiendo la presunción, que es un estereotipo, de que las mujeres de esta edad ya no tienen o no quieren sexo y si a eso se le suma las enfermedades que puedan tener en el área ginecológica u ontológica, la situación se vuelve más compleja para ellas.
Patricia también es profesora en la Universidad de los Mayores y dice que a sus alumnes siempre les hace la pregunta de si tendrían relaciones sexuales con una mujer con cáncer cervicouterino. Esto es porque, en su experiencia, suele haber un abandono por parte de las parejas de las mujeres diagnosticadas con cáncer, precisamente por los falsos estereotipos que existen como que el cáncer puede transmitirse sexualmente o el desconocimiento de que el coito puede ayudar a que las mujeres estimulen el músculo.
En años recientes, la geriatría crítica feminista ha posicionado el tema de la vejez lejos del asistencialismo y la narrativa del deterioro, analizando cómo los hombres llegan a la adultez mayor con una sexualidad activa normalizada, mientras los deseos y necesidades sexuales de las mujeres mayores son percibidos socialmente como inapropiados. En su tesis doctoral, la antropóloga y gerontóloga española Mónica Ramos Toro dice que: “De acuerdo con tal prejuicio cultural, las personas mayores no pueden esperar ser atractivas sexualmente, por lo que aun en el caso de que tengan deseos, no les resulta fácil encontrar con quién manejarlos”.
Bertha vivió 30 años en Estados Unidos y cuando volvió a México, hace apenas cinco años, comenzó a prepararse para la defensa de adultes mayores. Tomó un diplomado sobre sexualidad y a partir de eso exploró la masturbación como parte de la salud sexual y la recuperación de su autonomía. Para ella, la tercera edad no es solo compatible con el descubrimiento de la sexualidad, al contrario, fueron cosas que le llegaron al mismo tiempo: “Cuando la mujer deja de tener sexo se cierra a su sexualidad y la olvida. Estoy en el proceso de volver a pensar en mi sexualidad, emocionalmente tengo que retomarla. Pienso que debemos experimentar, que no se está viendo la salud física y médica, con la emocional y la educación. Gracias al diplomado que tomé, me amé porque vi cómo soy por dentro. Imagínate, hasta ahora sé de qué tamaño es mi vagina porque no lo sabía yo. Si yo hubiera aprendido eso, hubiera amado lo que soy”.
Marcela, amiga de Bertha, agrega que ella ya ni recuerda qué es el sexo. Tuvo 10 hijos con partera y, después de la última, no volvió a tener relaciones con su marido ni con otra persona, tampoco volvió a la ginecóloga, pero le hubiera gustado saber todo lo que implica la sexualidad y cómo se relaciona con el cuidado y la salud. Ahora, dice, las cosas están cambiando. Hay mucha información disponible y las generaciones son distintas: “A mis nenés los hacía bizcochito y los ponía en la hamaca. Puchis, hoy los bebés que nacen no necesitan ni pañal y a las niñas no les puedes ocultar nada por su propia seguridad. Tengo una nieta de 11 años que ya se le bajó su regla y mi hija me dice que no le diga nada pero hay que hablarles con la verdad”, dice Marcela.
Antes de colgar, Petty dijo algo parecido. Mencionó que le hubiera gustado saber, y hablar con confianza y libertad, sobre cómo funcionan los órganos sexuales y cómo cuidarlos: “Fue un tabú. Cuando tuve a mi hijo pasé una vergüenza porque no sabía que teníamos “fuente” y que “se rompía”. Me hubiera encantado vivir esta época en la que existe tanta información y en el que las jóvenes puedan tener estos avisos a tiempo”.
La escritora Anna Freixas ya lo ha dicho antes en su ensayo “Yo vieja”: “Las mujeres viejas hemos sido pioneras en todo y nuestra misión ahora es ser pioneras en ser viejas”. Las que lucharon y consiguieron el divorcio, leyes de violencia de género y quienes hicieron que el camino hacia el derecho al aborto y al matrimonio igualitario no empezara desde cero. Ahora construyen, por primera vez, la idea de una vejez plena en la cual el placer sexual no le corresponde solo a la juventud. Son la generación que revoluciona una sexualidad sin estereotipos de edad y dan esperanza de que la vida no se termina después de los 50, que se puede comprar un dildo a los setenta y tantos.
La ciencia y la medicina tienen una deuda enorme con las mujeres adultas mayores que han invisibilizado en sus prácticas y narrativas. Mientras tanto, el feminismo tiene la oportunidad maravillosa de hablar sobre la vejez con voces propias, dándole la palabra a mujeres como las de este artículo, que hablan de su sexualidad sin tapujos y que al final de la entrevista dicen: “Sí, pon mi nombre completo. No tengo problema en decir quién soy”.