
Siempre que me preguntan por qué escribo, qué motiva o impulsa mi escritura, respondo que lo hago porque para mí es una tarea urgente. Piensa en la palabra URGENCIA. Piensa en el corto tiempo para hacer algo, piensa en la defensa de la vida, en la sobrevivencia. Para las travestis a veces todo es urgente, tenemos que decir todo de una vez, porque no sabemos mañana. Es urgente decirlo y escribirlo porque el espacio y el cuerpo pueden desaparecer. No escribo por razones estéticas, intelectuales o creativas, sino por urgencia política. Escribo porque a las travestis, las travestisnegras, racializadas y muchas también putas y atravesadas por un sinfín de opresiones en este sistema heteroCIScapitalista racial nos atraviesa lo violento, esas violencia transodiantes, ultraconservadores y de derecha que son necros, sistemáticas y generalizadas.
Cuando decidimos escribir, no solo lo hacemos contra todo pronóstico, ya que el futuro escritural no es parte de nuestros destinos, sino que lo hacemos contra todo mandato y con la convicción de que es urgente denunciar. Escritura como denuncia. Escribo para denunciar, para dejar evidencia de que este mundo no es de iguales, de que lo dijimos, advertimos, protestamos, señalamos, resistimos. En un mundo violento, donde los cuerpos de travestis, de putas y disidencias no euroblancas tercermundistas, pagan un precio con su vidas, denunciar es acción necesaria. No todas tenemos mucho tiempo. Ser travesti es un devenir revolucionario, indisciplinado, insumiso, y anticonial para muchas, pero serlo, es decir, desobedecer el mandato de la cisgeneridad en la plantación sexo-género, implica obligatoriamente habitar una dimension ontológica de sacrificio. No en el judeo-cristiano y de culpa, sino de zonas y cuerpos que el heterociscapitalismoracial considera exterminables, destinados a ser explotados, por ser lo son y por estar atravesados por todo lo que nos atraviesa.
En palabras más llanas, a las travestis no blancas las matan. Ser travesti/trans no es solo una manifestación de nuestra percepción de género, es una protesta social. No es un ver, es un ser, un ejercicio político de construirse a una misma, de moldear nuestra casa, nuestra carne, de escuchar los órganos, lo interno, de devenir, es una manifestación en contra los CIStémico y contra la asfixia, una declaración de vida. El cuerpo travesti racializado y sin privilegios de acumulación es un cuerpo que deviene en denuncia permanente, en pancarta, es un cuerpo-pancarta, antigenocidio, porque también nos matan con intención, de manera sistemática y generalizada. Experimentamos la vida en protesta social, en un llamado a la acción política revolucionaria contra la colonialidad de género (Maria Lugones), que impone el binarismo de género en clave CIS y sexúa religiosamente los cuerpos para fines productivos y reproductivos en el capitalismo racial. Este es un destino protesta no elegido, las travestis no eligen, ¿quienes pueden elegir en el capitalismo racial? Una no desea ser el borde, una no desea ser maltratada, una no desea la violencia, una desea emancipación por eso devenimos travestis y personas trans.
El capital-colonialidad precisa de cuerpos binarios hechos y derechos en la heteroCISexualidad como régimen político y colonial (M. Wittig) para que la matriz de poder patriarcal, hetero-racial y blanca funcione. No solo es necesaria la zona tierra y territorio que se comprende como cosa, por tanto explotable, sacrificable y la racialización de cuerpos para que el capital opere, sino también la binarización sexual en términos cisheteros para tener hombres y mujeres controlables en categorías de humanidad que permiten la supremacía blanca que siempre es capitalista y colonial. Es por eso que no solo tenemos cuerpos no blancos, negros, indígenas y racilizados que son sacrificables y sujetos de genocidio por ser entendidos como fronteras (pensando en Gloria Anzaldúa), sino también a travestis desobedientes sexuales del mandato cisgénero que, al desobedecer -y eso aunado a su racilización no blanca y su precariedad en el capitalista- también son objetivos de muerte por contravenir el orden “natural” y por lo tanto desnaturalizar la cisgeneridad como régimen colonial. Este mundo persigue a las travestis no blancas sin privilegios de clase, convirtiéndolas en cuerpos-zonas sacrificables que diezman el orden cis-colonial. Es decir, si ser cis es un mandato, desobedecer implica costos que reafirman la regla. La violencia que experimentan las que desobedecen afirma el autoritarismo heteroCISexual y de género. Por lo que quizás vivimos en tiempos de múltiples genocidios, y quizás in-vivimos, como padecemos en la “normalidad” los genocidios del Congo, Sudán y Palestina, también un genocidio travesti.
México, tierra que habito, al igual que toda América Latina, es un territorio letal para las personas trans, en concreto para mujeres trans y travestis, especialmente cuando estas son racializadas, empobrecidas y les atraviesan lógicas de dominación en su carne. Ser travesti no blanca es letal. La violencia siempre es compleja, nunca es simple. La violencia es violencias en plural aunque la pronuncies en singular, porque se trata de un cúmulo de relaciones: la violencia patriarcal, heteroCISexual, racista, transfóbica, colonial-capitalista y blanca. Es relacional, jerárquica, de dominación y supresión, de opresión y diferenciación, sean estas físicas, psicológicas, simbólicas, etc. Es por eso que no hablo de ser solo travestis/trans, hablo de serlo en un mundo racista, capitalista, patriarcal, machista-blanco y fundado en el colonialismo, donde vivirse travesti es entenderse como condenada del mundo (Fanon). Y sabiendo que estamos condenadas en una CIS-plantación carcelaria del cuerpo, la raza, la clase, la sexualidad y cisgeneridad, insistimos en la vida. ¿Cómo pueden vivir o exigir vidas vivibles quienes ya están condenadas?
De acuerdo con el Colectivo Transcontingenta y el Observatorio transfeminicidios de Ensenada, en México han asesinado a 64 mujeres trans/travestis en lo que va del 2025. El feminicidio de travestis es una realidad dolorosa que forma parte del paisaje de violencia que atraviesa la experiencia de ser trans, en concreto, mujer trans en México. Estos crímenes transfóbicos normalizados son posibles gracias a los discursos de odio promovidos por voces transodiantes y feministas esencialistas de género que hablan de un borrado de mujeres y la defensa universal en clave genital de la mujeres como único sujeto del feminismo. Un ejemplo de ello es Laura Lecuona y su artículo titulado “El género y su tiro por la culata”, publicado por la UNAM.
Por eso es necesario ver con cautela cómo espacios académicos institucionales abrazan y reproducen discursos de odio y esencialistas que contravienen derechos y la existencia de personas trans, en multiplicidad de veces, no solo con la publicación y divulgación de textos como el de Lecuona, sino también cuando organizan conversatorios con reconocidas feministas blancas, racistas y antitrans como Amelia Valcárcel y Marcela Lagarde, ambas transodiantes y promulgadoras de la unicidad de la categoría mujer, racistas e islamófobas. Lagarde se ha referido a las mujeres indígenas como “fósiles vivientes”, demostrando el profundo racismo anti-indígena que reproduce el feminismo blanco que siempre es binario, biologicista y heterosexual, y que siempre va de la mano con el esencialismo de género para entender la categoría mujeres, vista desde una perspectiva eurocentrada, comprendiendo a las mujeres blancas como liberadas, en contraste con las oprimidas, las del tercermundo, ignorando las relaciones de dominación racistas, coaloniales e imperiales en la configuración no solo del género en clave esencialista sino de las tercermundistas como las otras que regresan una imagen de retraso en contraste con el progreso y característica liberación feminista de las blancas.
En marzo de 2022, el conversatorio “Aclaraciones necesarias sobre las categorías Sexo y Género”, terminó siendo un espacio para negar la existencia y los derechos de las personas trans, negando incluso la existencia de las personas intersex. Esto demuestra su férrea defensa al binario cishetero “mujer y hombre” como categorías fijas y universales de nacimiento, por lo que lo intersex es visto como una anomalía, estando incluso de acuerdo con prácticas “correctivas”, en otras palabras de tortura, para que estos cuerpos se ajusten al binario geneital cisgénero, borrando las relaciones de poder que reproducen entre mujeres y entre los propios hombres, cuyas subjetividades no solo son históricamente construidas, sino que, por razones de colonialismo, raza, clase y lugar de vivencia, son cuerpos en disputa, incluso con quienes pueden compartir medianamente una experiencia de género.
En su texto, Lecuona afirma que “se está desdibujando-borrando el sujeto político del feminismo”, que para ella es la mujer cis, pues entiende a las mujeres siempre y cuando tengan vulva como una clase oprimida homogénea, y comprende que todas ellas tienen los mismos problemas. Cree que mujeres y vulva son dos ideas que van obligatoriamente juntas, que no existen mujeres trans ni hombres trans, ni tampoco personas no binarias con vulva, porque los genitales definen la identidad de género. Cree que la opresión de las mujeres es por su vulva y por lo tanto considera que estas son las únicas oprimidas por el patriarcado, afirmando que las travestis o mujeres trans son hombres de la clase opresora que ahora están invadiendo al feminismo, que no se comprende como una posición política contra relaciones de poder patriarcales, donde tanto mujeres, marikas y hombres resultan afectados por todo un sistema de violencias, sino como un lugar donde solo caben mujeres cis, es decir, lugar de, para y por vulvas. Afirma que es lo que tienen entre las piernas lo que hace mujeres a las mujeres, y que de ahí emana su opresión, y por ende la unidad de las mismas, por lo tanto deja ver que acabando con el “género”, que lo comprende como sinónimo de estereotipo acaban con la opresión pero no con la categoría mujer. Es decir, que ser mujer es un destino dado por el nombramiento médico-científico y discursos atravesados por la colonialidad del saber-poder, y eso es lo que configura sin fisuras y universalmente que a las mujeres, olvidando que no siempre la categoría mujer ha sido democrática y ha excluido a las negras, por ejemplo, haciendo que la categoría mujer sea una categoría no política, cultural, de humanidad y colonial, sino biológica. Cree también en la “naturaleza humana”, y no cuestiona el hecho de la humanidad como idea (humanismo), sea también un concepto político e histórico de modernidad y eurocentrado. Derivado de su limitado entendimiento de lo “humano como categoría natural cisbinaria” no logra ver que ese concepto también es un cuerpo social donde, derivado de los procesos de colonización y occidentalización, no todas somos igualmente humanas, dejando ver que este concepto no es homogéneo y que dialoga con lo distinto, lo plural, no limitándose solo a componentes de índole materiales en términos anatómicos, que ya el cuerpo humano en cuanto fue conceptualizado por la humanidad y dotado de un significado tiene cargados elementos de carácter cultural, social y políticos, que también forman parte de lo humano. Lecuona prefiere entender la naturaleza humana como algo intocado por las ideas, comprendiendo el género como un mal y un sinónimo de estereotipos, y viendo el sexo como algo 100% natural y no tocado por las ideas, cuestión que ha rebatido muy bien Juth Butler explicando cómo el sexo también es construido, chance siendo el género quien construye el sexo justo por el mundo de las idas de género que nos permean y moldean nuestras mentes, en otras palabras, colonizan.
Lecuona critica que “la sociedad nos ha impuesto la masculinidad y la feminidad sin preguntarnos ni darnos la posibilidad de elegir personaje”, refiriéndose a las personas cis, ante lo cual me pregunto qué tanta incomprensión y odio hacia las personas trans hay que tener para afirmar esto y no estar de acuerdo con los procesos teóricos-políticos que subvierten los mandatos de género; es decir, justo porque se nos impone en lógica “serás cis y heterosexual o no serás”, es que las travestis y personas trans, contravenimos e incluso cimarroneamos el género, transitando, des-oyendo lo que se nos dijo que seamos. No nos afirmamos solo como mujeres y hombres a secas, sino que siempre lo somos en cuanto trans, es decir, en desobediencia, por lo que nunca re-esencializamos la categoría mujer u hombres, sino que la ampliamos y en esa ampliación cuestionamos su naturaleza, lo que se convierte en una ación política radical para contaminar la naturalización del régimen cisgénero y la sexualización forzada del cuerpo por sus instituciones médicas, culturales y estatales. Esto me lleva a concluir que las terfas no comprenden que no somos un disfraz, somos una subversión política afirmando lo transgresor que puede ser el devenir trans/travestis. Las feministas esencialistas de género solo reconocen la transgresión de género siempre y cuando respetemos el orden cis. Si nos salimos, entonces somos consideradas una amenaza a su parcela en el capital del techo de cristal, somos vistas como invasoras de su categoría “biológica y natural”, lo que demuestra que las terfas no transgreden nada, son fundamentalistas conservadoras ideológicas del cistema sexo-género.
El transodio anclado en el conservadurismo feminista blanco puede ser una potencia negativa antiderechos tan fuerte, que habrá personas que aún estando de acuerdo con que existen mandatos de masculinidad y feminidad que se nos imponen arbitrariamente sin preguntarnos, violando nuestro derecho al libre desarrollo y autodeterminación, se aferran a la lógica raCISta y esencialista de género: que solo los cuerpos con vulva son mujeres y que se puede desobedecer el mandato de feminidad y masculinidad siempre y cuando respetes tu género/sexo asignado por el régimen. Si nos salimos de ahí y queremos devenir, contaminar, cimarronear, transitar, movernos, deslocalizarnos, entonces está mal, porque siempre se debe respetar el orden “biológico” dado por la clínica, la colonialidad, el Estado o en su defecto por dios con Adán y Eva.
Las feministas raCIStas-transodiantes, en resumen, solo le contestan al mandato de género dentro y respetando el orden creacionista cisgénero y si transgredimos ese orden entonces, ya no es válido. Creo que esto surge de su obsesión neoliberal que comprende el feminismo como su nicho en clave de propiedad, y ellas con vulvas como sus protagonistas-dueñas, el verdadero sujeto político mujer-vulva, protegiendo a “su” movimiento de marikas y desobedientes sexuales que habitan contra todo mandato esa categoría, ampliándola. Las terfas no quieren ampliar porque implicaría complejizar el pensamiento, el análisis y desesencializar su categoría mujer. Y no querer eso demuestra lo que son: conservadoras. Son trumpistas. Están de acuerdo con los valores de género del fascismo y la más rancia ultraderecha neoliberal, es decir, están del lado del poder.
Las terfas son conservadoras políticas en términos de valores, del lado de la supremacía blanca, antimigrantes, islamófoba, proteccionista, negacionista del cambio climático, etc, con un profundo miedo a comprender que la subversión puede ser tal, que la identidad dada donde la opresión es inscrita está sujeta a resquebrajarse. Como los supremacistas blancos que hablan de teorías conspiranóicas como que migrantes y minorías quieren reemplazar a los blancos, las terfas hacen lo propio diciendo que travestis y mujeres trans quieren robarles algo. Pero no es así. Queremos ser solo mujeres, a veces incluso ni mujeres queremos ser, en su defecto, travestis. No negamos la experiencia de la transitividad, de lo trans, de lo travesti, eso nos enriquece, porque nos ayuda a mostrar los mandatos que generan la violencia. El terfismo es un conservadurismo de género. El terfismo es una forma de trumpismo.
Feministas transodiantes y fundamentalistas de género como Lecuona, afirman que “a las feministas también nos preocupa que lleguen ciertos hombres a usurpar no sólo nuestra identidad sino nuestro movimiento, nuestra teoría y nuestros conceptos”. Este tipo de afirmaciones dejan claro el marco de análisis de las feministas esencialistas de género que no comprenden que hablar de lo trans muchas veces se trata de un asunto de derechos, especialmente en sociedades como las nuestras, donde el acceso a los mismos están condicionados por la política del reconocimiento y los Estados reconocen sólo categorías en clave de humanidad, dígase mujeres y hombres. El Estado con todas sus instituciones culturales es cisbinario, siendo la nación heterosexual (Ochy Curiel), por lo que hay aspirar al reconocimiento legal para tener derecho a nombre, identidad, salud, educación, trabajo o vivienda, aunque sepamos que tener un DNI con nuevo nombre rectificado no garantiza nada, pero también permite existir en un horizonte de existencia encorsetado en el binomio “mujeres-hombres”. Tampoco comprenden que los principios de igualdad y no discriminación son demandas políticas porque siempre se han menoscabado con base en las diferenciales raciales, sexuales, de identidad y expresión de género, origen, religión, etc, todo para el beneficio de la supremacía blanca-heterocis encarnada por mujeres y hombres cis. Para estas feministas, el feminismo es un territorio a defender y los derechos son un pastel que no se reparte entre muchas, porque tocaría de menos, entonces como buenas conservadoras de género prefieren defender la naturalización de las diferencias sexuales en clave esencial para construir como ahistórica la categoría política mujer, sin que quepa nadie más, más que aquella que la clínica y la estructura colonial binaria ya validó como mujer, con futuro prescrito.
Querida travesti, personita trans, nunca olvidemos que somos fuego, somos la llama que le prende fuego a la casa del amo y la ama, esas mujeres y hombres, que lo son porque son blancas y blancos, mientras le niegan ser hombres y mujeres trans a otrxs, por tanto humanxs, que usan la colonialidad de género y la categoría raza, siguiendo a Lugones, para considerarse los cuerpos únicos y sujetos universales de derechos. Ante tal injusticia toca deslabonar la casa del amo y la ama, citando a Audre Lorde, y prenderle fuego a la CISplantación, para cimarronear el género, transitivizar la sexualidad, mudar el cuerpo, deslocalizar la carne y explorar nuestra identidad. Las vidas trans importan. Nunca habrá una revolución sin nosotras, sin travestis, sin las vidas trans.