
Si no se hubiera hecho la película Emilia Pérez, escrita y dirigida por el director de cine francés Jacques Audiard, protagonizada por Karla Sofia Gastón y Zoé Saldaña, ayudaría más a las poblaciones sobre las que basa su historia: personas víctimas de la desaparición forzada y por particulares en México, víctimas de crimen organizado y personas trans, concretamente travestis y mujeres trans.
Entonces, ¿qué tipo de película debería ser para considerar que su no existencia convendría más a las poblaciones que atiende este relato cinematográfico? Es decir, si México es considerado una gran fosa clandestina donde el el crimen de desaparición de personas es sistemático y generalizado, donde hay más de 100 mil personas desaparecidas, y donde, de la mano de otras situaciones de violencia, las personas trans están en riesgo -siendo el segundo país del mundo con mayor índice de asesinatos de travestis/mujeres trans-, ¿por qué no alegrarnos o al menos ver con buenos ojos que películas con presupuesto asegurados y apoyadas por plataformas como Netflix que posibilitan su difusión global, traten este tipo experiencias ya normalizadas en nuestra cotidianidad? Si la desaparición es un problema grave, deberíamos apreciar que se esté hablando a través de cualquier medio, sea cine, teatro, noticias, periodismo, etc, sobre desaparición… Siendo la transfobia un problema creciente, debería ser bueno tener actrices con experiencia de vida trans que se estén visibilizando… ¿NO?
Siempre que vemos o escuchamos algo se genera un desplazamiento emocional en una. Las emociones o eso que sentimos nos lleva a otro lugar, ensayamos cosas en el cuerpo o que resuenan en la conciencia. Pero indiferentes no somos, algo pasa. Una, en cuanto cuerpo, es movimiento en todo momento. Contrario a lo que dice Descartes, una está viva porque siente vainas en la carne. Escuchamos, vemos, probamos, respiramos a cada instante, incluso cuando estamos consumiendo o en relación a un producto cultural, estamos sintiendo emociones. Y al ver a Emilia Pérez, les confieso que experimenté varias cosas que no me hacían sentir del todo bien. La vi en tres partes, no sé como llamarle a esa incapacidad y falta de disposición de mi cuerpo a verla de una sola vez. Tuve que pausar y abandonar para luego regresar a ella. No soportaba la frivolidad que transmitía en el tratamiento del tema principal de la película. En ese punto me pregunté si acaso el formato “musical” es solo para temas triviales. Concluí que no, que podía ser musical, pero no comedia. Entonces me pregunté si todo musical es comedia, y me respondí que no necesariamente. Recordé a Los Miserables, dirigida por Tom Hooper, una película musical dramática. Entonces pensé que la comedia es lo que convierte en fútil a Emilia Pérez, al tomar con tanta ligereza un asunto que ha impactado negativamente millones de vidas en México.
La comedia musical en teatro o cine, se define por conjugar actuación, música, baile, uso de canciones y diálogos para contar una historia. Hasta aquí estamos bien, creemos que es válido contar historias por medio de la conjugación de estos elementos. El problema está en que al juntar todos estos elementos para contar a Emilia Pérez, la historia que resulta es la de un narcotraficante asesino, torturador y buen padre, responsable de muchas desapariciones forzadas, que en realidad es una buena persona en el fondo, y toda esa fachada de malo es una máscara pues siempre ha querido ser una mujer trans. Entonces el tipo finge su muerte para transitar, su transición lo redime y trata de resarcir el daño ayudando a las víctimas y familiares de quienes, junto a otros actores-criminales, desapareció y asesinó. Todo esto mientras cantan, bailan y despatillan. Provocando una imagen exotizante de la violencia en México.
No veo a los papás y mamás de los 43 estudiantes de Ayotzinapa cantando sobre una mesa “dónde están mis hijos que el Ejército desaparició” junto a la glorificación de una vaginoplastia como forma de redención del victimario. Lo que hace Emilia Pérez es transmitir una imagen caricaturizada de problemas tan serios como el narcotráfico, el crimen organizado, la corrupción estatal y las personas trans. Que alguien le explique a los blancos europeos que no se hace comedia-musical con la desaparición forzada y con el dolor de miles de padres y madres que buscan a sus desaparecidos.
¿Es casual que en América Latina se perciba una recepción crítica de esta cinta a diferencia de la premiada recepción europea y gringa?
No, no lo es. Que se haya reflejado una emoción de malestar en las gentes que vivimos en estas coordenadas del mundo, manifiesta la relación que tenemos con un problema tan complejo como la desaparición forzada de personas, la violencia desprendida de la cada vez mayor presencia del crimen organizado y la experiencia de violencia que experimentamos las personas trans en la región. Y cuando la mirada blanca occidental intenta capturar una realidad del sur global, sin los cuidados necesarios de estudio, consulta y diseño situado, el resultado es algo como Emilia Pérez: una película alabada por blancos por su ignorancia eurocéntrica y repudiada por quienes están cerca del problema que intenta representar.
No es menor que el director de esta película sea un hombre blanco y cisgénero francés, que haya dicho que no sabe mucho del contexto-país mexicano y que su elenco sea mayoritariamente extranjero, ajeno a la realidad social, política y cultural del territorio. Por el contrario, es una causa directa del problema que vemos en pantalla. Y no es que un director de cine francés esté vetado de tratar el tema, es que para proponerse tratarlo obligatoriamente hay que respetar la realidad que se intenta capturar. Esto implica que, de haberse dado el tiempo de estudiar qué significados tienen las graves violaciones de derechos humanos en México y la relación con los actores macrocriminales como perpetradores de muchas formas de violencia en el país, se habría dado cuenta que el formato quizás no era el más adecuado y qué sujetos valdría la pena incluir, que sí representarían mejor la realidad. Pero como Europa todo lo sabe, en la mente de un hombre francés blanco se hace fácil iniciar un guión de una película sin investigación, contando una historia de heridas abiertas, y considerando que una mujer trans española es perfecta y que no hay nadie en México a la altura del elenco.
Siguiendo a Sara Ahmed en La política cultural de las emociones (2015) entendemos que las emociones no residen en algo ni son neutrales, sino que están circulando, nos están afectando, generando situaciones y sensaciones en nosotras, es decir, las emociones tienen una orientación hacia nuestros cuerpos, por eso nos indignamos, lloramos, abrazamos, rechazamos algo. Es así cómo productos como Emilia Pérez también generan emociones en una. Hablo de quienes vivimos aquí, en México. Sentí un aborrecimiento al ver como se proyectada una representación fetichizante del narco y el crimen organizado en México, y como se usaba la experiencia de lo trans como una narrativa transfobia. La verdad es que lo que genera efectos en nosotras no se ve a simple vista. Lo que sí vemos es lo que nos atraviesa, incluso cuando es negativamente. Una película o documental del tipo biográfico o directo sobre la desaparición en México seguramente nos conmueva para poner nuestra atención en el hecho de que la desaparición es un problema que amerita urgencia y atención y podría tener un efecto positivo. Por otro lado, podríamos ver una película comedia-musical que nos genere un efecto emocional que no gire en torno a la representación transfóbica de la experiencia trans, el trato caricaturesco de la desaparición forzada en México y el poco entendimiento de un asunto que atraviesa a un territorio completo. Porque sí, la desaparición forzada de personas no es un asunto donde quepan la comedia o el humor, y cuando se intenta tenemos como resultado la banalización del mal (Hannah Arendt), es decir, la trivialización de lo grave. Por ejemplo, el genocido en Gaza perpetrado por el Estado de Israel, que en los últimos 15 meses ha cobrado a más 46 mil vidas palestinas, no se puede presentar con palestinos ensangrentados pidiendo libertad mientras cantan y bailan en medio de los escombros. O imaginemos a Netanyahu transitando para salvar a las infancias gazatíes… Estas historias son errores políticos porque perdemos el foco de lo urgente y lo grave, y es que hay una política de exterminio instalada que asesina y desaparece a personas por ser sujetos racializados, en menores escalas de privilegio, empobrecidos, no heterocisnormados, cuyas vidas usa el narcocapitalismo racial como herramientas de canje. Si lo hacemos, se genera un efecto en una, nos enfriamos ante la gravedad de la situación, por eso creo que no todas nuestras realidades caben exactamente igual en los mismos formatos. Dicho esto, a continuación enumero 4 aspectos de Emilia Pérez que la convierten en un error.
- Emilia Pérez reproduce una apreciación transfóbica de lo trans.
Lo trans en Emilia Pérez es como una clase de purgatorio, a través de la transición de género. “El manitas”, un narcotraficante y líder de un grupo criminal responsable en parte de graves violaciones de derechos humanos generalizados y sistemáticos en México, que son crímenes de lesa humanidad, se transforma en otra persona y es redimido por medio de su transición de género. Ustedes se preguntarán, ¿acaso no todas las personas tenemos el mismo derecho a cambiar? o ¿para cambiar hay que cumplir cierto estándar ético previamente? Efectivamente todas las personas podemos tomar decisiones que cambien radicalmente nuestras trayectorias de vida. El problema con esta historia es que abona a la falsa narrativa terf, antiderechos y transodiante, que argumenta que las mujeres y travestis somos dos personas diferentes y que antes de transitar éramos machos, patriarcas, abusadores, violadores, con un pasado de violencias oculto y llenos de privilegio masculino, y al transitar nos “arreglamos”; que usamos la transición como estrategia de cambio de identidad. Las feministas transodiantes insisten en que las mujeres trans no somos mujeres porque vivimos una socialización y un privilegio masculino que nos sigue “beneficiando” aún cuando transitamos. Por lo tanto, no se nos retrata como sujetas con experiencias amplias, que experimentamos a largo de nuestras vidas una serie de exploraciones en relación con nuestra sexualidad, expresión e identidades de género no normativas en un sociedad patriarcal y cisgénero que nos estigmatiza y condena por quienes decidimos ser. Ignoran todo esto y, gracias a este discurso terf somos pintadas como hombres llenos de privilegio y agresivos que invaden los espacios y “roban” la identidad “natural” de las mujeres. El relato de estas feministas blancas es el mismo relato trans de Emilia Pérez: las travestis y mujeres trans somos un peligro para las mujeres cis (como el hombre negro violador, un mito creado por el supremacismo blanco para justificar el linchamiento de hombres negros que supuestamente violaban mujeres blancas). Las personas transfóbicas nunca piensan sobre nuestra historia de vida y vivencias en torno a la transición. No suponen que al vivir en sociedad socializada forzosamente en la cisnorma, los cuerpos de las personas son clasificados autoritariamente desde la clínica como mujer y hombre. Y sacando de la ecuación otras formas de experiencias trans, no piensan cómo nuestras relaciones se tornan conflictivas y violentas en un mundo que solo admite como humanos a mujeres y hombres cis, en su momento a mujeres y hombres blancos, por lo que asumen que las personas trans estamos “disfrazadas” para ocultar nuestra criminalidad. Emilia Pérez usa el mismo tropo transfóbico para abordar lo trans, se acerca a la exploración de la identidad de género trans como un medio de ocultamiento de lo criminal, transmitiendo una mirada estigmatizada y violenta de lo que somos. Lo que me lleva a afirmar que, aunque la película tenga como protagonista a una mujer trans, el producto no deja de ser transfóbico. Como tampoco una película protagonizada por una persona negra queda absuelta de ser racista, o una dirigida por una mujer, de ser misógina. Recordemos que esto siempre es más complejo que la identidad puesta en escena. La representación sin proyecto político termina siendo parte del problema. Todo lo anterior tiene que ver con el hecho de que Emilia Pérez esté escrita por un hombre cis y blanco francés que ha admitido no tener idea de México (mucho menos de ser trans en México). Nunca hay que esperar una devolución valorizada de la mirada blanca que ve al negro, de la mirada cis que ve a la trans, motivo por el que Emilia Pérez es una pelicula con una protagonista trans que no resulta representativa y ni agenciante hacia estas poblaciones, sino que abona a la mirada blanca transfóbica. Aunado, sin la intención de expoliar, a la mirada desfigurada y superficial de “cómo se transita”, cantando aunque sea con intención de broma, sobre la necesidad de Emilia de pasar a “hombre a mujer, de pene a vagina” como si así fueran los procesos de transiciones que son multidimensionales y profundos, o como si las transiciones pasan obligatoriamente o se concretan siempre con operaciones estéticas. Esto último abona a la narrativa transfóbica de que “las travestis/mujeres trans nos ponemos tetas y vagina y de repente somos mujeres”, borrando el cimarronaje de género, narrando nuestras identidades de género como disfraces quirúrgicos reducidos a lo estético y sin retratar nuestros procesos de vida.
Este punto pudo haber sido peor ya que el director, en su sesgo cis, había pensado originalmente en introducir la identidad trans de Emilia Pérez solo como una excusa para ocultar el pasado criminal de “El Manitas”, cuestión que reafirma la forma en que nos ve la cisnorma a las personas trans: sujetos huyendo de un pasado malo.
2. La mirada eurocentrista sobre México.
¿Nos imaginamos a alguien del sur global hacer una película que retrata una realidad social de Alemania, Francia o Países Bajos? No digo que no sea posible, pero admitamos que es más difícil. Pero los sujetos blancos europeos no cuestionan inspirarse o hacer una película sobre alguna historia de Perú, Dominicana, Colombia o México. Esto, derivado de su privilegio ontológico, epistémico y de recursos, considerando que todo espacio del mundo, incluyendo sus traumas y problemáticas sociales, son fuente de inspiración de sus relatos. Y tal vez eso no sería tan problemático si al menos el proyecto fuera un retrato que se correspondiera con la realidad. Pero Emilia Pérez es todo lo contrario. El guión fue escrito sin conocer mucho de México, mucho menos de la realidad concreta de las personas desaparecidas y sus familiares que buscan justicia, como tampoco de las personas trans del país. Es el eurocentrismo que dota de seguridad a un sujeto para escribir un guión sin ver la cara de esos de quienes pretende hablar, haciendo un mal retrato de la situación, pero igual aplaudido y premiado por el aparato cultural occidental en espacios que siempre han colaborado con la perpetuación de la mirada tercermundista y de caos que se tiene de América Latina.
Emilia Pérez es premiada porque la hizo uno de los suyos, porque la blanquitud que permea el aparato cultural del arte vio regresada una imagen estrafalaria de México que reafirma su racismo, especialmente cuando pinta de marrón (brownface) haciendo ver racializada a una mujer blanca europea.
3. Salvacionismo blanco, oenegización del crimen y la banalización de la desaparición forzada.
La realidad es que en México las familias de las víctimas directas de la desaparición forzada y por particulares son sujetos organizados por medios de colectivos de búsqueda, pasando desde la representación emblemática de las mamás y papás de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en sus procesos de exigencia de verdad, justicia y memoria, el Movimiento por nuestros Desaparecidos en México que logró articuladamente con otros colectivos y actores políticos impulsar la Ley contra la Desaparición Forzada de Personas y por Particulares en México en 2017, hasta todas las madres buscadoras que buscan a sus seres queridos ante un Estado ineficiente. Emilia Pérez no solo trivializa el problema de la desaparición en México y romantiza la violencia, , sino que brinda una mirada desangenciada de las madres buscadoras y las víctimas, borrando toda la potencia, activismo y trabajo político de las víctimas, para convertirlas en sujetos pasivos ante la ayuda de la ONG que funda una ex-narcotraficante. No hay nada más alejado de la realidad. Si se va a hablar de desaparición en México no solo deben tomarse en cuenta la descripción del asunto, sino la potencia transformadora de las víctimas que, a pesar de que sus seres más amados están desaparecidos, les siguen buscando con vida. Este error tan tenaz solo lo puede cometer una mirada externa blanca, motivada por el show innovador y la necesidad creativa de Hollywood, que bajo la demanda del mercado capitalista se “arriesga” haciendo una comedia musical con una herida aún está sangrando.
4. Romantización de la violencia y el crimen organizado.
El crimen organizado en México comete graves violaciones de derechos humanos. Desmembra, asesina, tortura, vende órganos, trafica, trata a personas…etc. Si bien es cierto que hasta el peor criminal siente y puede ser un sujeto complejo con una historia de vida difícil, también es responsable del dolor de muchas víctimas. Cualquier producto cultural que se proponga abordar la desaparición de más de 100 personas en México debe saber que no es una ficción ni una fantasía, es una realidad. Y eso implica necesariamente una mirada en la que la violencia no se convierta en cantos y los responsables no se vendan como bailarines. Y ustedes me dirán ¿por qué no Mika? Y yo les respondo: por los efectos que esto genera en la audiencia. Las emociones que despierta esta cinta no son un despertar de conciencia ante la gravedad del asunto. Son las de una película chistosa que romantiza la violencia y en la que, incluso los secuestros y sus operativos, que son enfrentamientos que desgarran México, parecen una ocurrencia. Si hablamos de graves violaciones de DDHH, por diverso que sea el formato o el género cinematográfico que elijamos, hay un compromiso ético que es fundamental respetar: estamos hablando de vidas diezmadas y resistencias aún en demanda, de lo contrario mejor no hagamos nada.
En conclusión, Emilia Pérez: es un error y también los premios entregados a ella, que simbolizan la complacencia narcisista del ojo blanco que se muestra satisfecho por el retrato desubicado hecho por uno de los suyos: la blanquitud.
