Cuando me enteré de que vivía con VIH vivía en Montería. La noticia me causó un profundo dolor. Yo apenas estaba descubriéndome trans y descubriéndome flor. Lo sospechaba pues antes de la última prueba confirmatoria de VIH salí reactiva para sífilis. Las manifestaciones de la sífilis son claras, una de ellas eran manchas en las palmas de mis manos así que me obsesioné con ellas: me levantaba y me las veía fijamente, con la luz del sol las manchas se hacían más oscuras, caminaba todas las tardes por la orilla del río Sinú mientras me veía las manos cada tanto e imaginaba una vida viviendo con VIH. Mis manos se convirtieron en mi secreto.
Es apenas normal, lo entiendo ahora, que el primer sentimiento fuera el dolor. La ausencia de información sobre el VIH me hizo pensar que debía dar un par de pasos atrás de mi tránsito para vivir una realidad que, desde la mirada del estigma, es “terrible”. Crecer en un lugar conservador donde es tabú hablar de tu sexualidad, aún más cuando eres una persona diversa, te obliga a reprimir tu deseo y a experimentarlo a escondidas. Con una educación sexual ausente, en familias y entornos educativos que consideran oportuno vetar la conversación del placer porque intuyen que así te cuidarán. No se habló en mi infancia del deseo sexual y el placer, y mucho menos de las infecciones de transmisión sexual. Por eso, el primer encuentro con mi diagnóstico VIH positivo me instó a huir.
Sí sabía para entonces, como deberían saberlos todxs, que las mujeres trans en esta sociedad transfóbica estamos siempre en disposición de lucha para que en muchos contextos se reconozca, por lo menos, nuestra humanidad. Vivir con VIH para nosotras representa una situación que justificadamente decidimos ocultar por todo el estigma y exposición que supone para nosotras –que estamos orilladas, por la misma sociedad, al trabajo sexual– muy a pesar de que logramos la indetectabilidad, y de que cuidemos más de nuestros cuerpos, seguiremos siendo acusadas injustamente de “propagar” el virus como si de una gripa se tratara. Y ya son suficientes los deseos de muerte que han crecido con nosotras, a la par de nuestros cabellos, firmes y tercos, para asesinarnos.
Sentí miedo de completar el estereotipo de ser la mujer trans, además de negra, que vive con VIH. Que es, desde luego, un estereotipo incompleto. Eso no es lo único que me define. Comprendí, temprano, no ocurre así en todos los casos, que el VIH vivía conmigo y resultaba una oportunidad con la que también podía florecer. Comprendí, también que el estereotipo es injusto, como todos, pues pensé que el VIH borraría lo otro que también era: una mujer trans que también se dedica a escribir poemas y a imaginarse florecida en sus poemas.
El miedo se puede transformar en flor. Yo, en vez de retroceder fui decididamente a encontrarme en mi tránsito aún viviendo con VIH, gracias a la información que encontré en fundaciones como Más que tres letras, y en boca de activistas que se dedican a construir otras narrativas sobre las personas que vivimos con VIH. Fui a desmantelar desde mi llama interior que el amor y el dolor podían conjugarse en mí para conducirme hacía una luz nueva. Es imposible vivir sin miedo, debo admitirlo, la transfobia es dura y pesada, representamos todavía una incomprensión para el Estado colombiano, ni siquiera en los centros de salud, sobre todo, en los más alejados de las grandes ciudades reconocen nuestras identidades trans, que apenas ahora están reconociéndonos como sujetxs con capacidad de agencia. Sin embargo, el miedo también moviliza una fuerza y forja una voz que todos los días crece conmigo.
El VIH en una mujer trans que también escribe es una poderosa oportunidad para demostrar, como ya lo han hecho otras antes que el virus no es una imposibilidad. Pero este “demostrar” no es solo responsabilidad de nosotras. La serofobia, al igual que la transfobia, la debe combatir a toda la sociedad. ¿Y si todxs nos pusiéramos en la tarea de “comprender” que las mujeres trans no somos una sola cosa? ¿Y si leyeran y escucharan nuestras experiencias y nos creyeran? ¿Y si nos acompañaran a desmantelar al sistema que nos sigue midiendo, cuando de VIH se trata, como una mera curva epidemiológica, desconociendo nuestras realidades sociales, materiales y culturales?
Yo digo hoy que vivo con VIH y que me amo trans: me celebro. Más allá de romantizar el VIH en mi cuerpo, mi deseo es claro: que reconozcan, porque lo sé, que el virus vive conmigo, que yo lo controlo a él y que no es una imposibilidad para concebir distintas posibilidades de creación y existencia. Así lo hemos hecho siempre, a pesar del abandono del Estado, hemos florecido. Y deseo que todas mis hermanas trans puedan hacer lo mismo. Hoy me miro las manos con menos miedo, ya sin manchas sifilíticas. Sigo obsesionada con ellas, pero porque quiero que de ella broten pájaros y poemas.