December 26, 2023

Del 83

Acaso ¿cómo debía verme a mis cuarenta? ¿Sigue habiendo un deber lucir además del deber ser? Y si sí me viera de cuarenta, ¿eso sería malo? ¿Malo para quién?

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El 2023 fue mi año -y el de todas las nacidas en el 83- de mirar de frente y confrontar uno de los mayores miedos inculcados a las mujeres de mi generación: cumplir cuarenta años. 

Desde muy pequeña entendí que envejecer no era algo bueno y que era peor si eras mujer. Crecí viendo a mi abuela, a mi madre y a mis tres tías hacerlo todo e invertir tiempo y dinero para evitarlo. Y qué ironía que se nos pase el tiempo evitando que el tiempo nos pase.  

La sola idea de ser cuarentona me espantaba y culpo en parte a Ricardo Arjona y en mayor parte a la sociedad. Y es que el miedo a envejecer, a “caducar”, a los cambios físicos, a no ser no suficientes, al fracaso, a la soledad, y a todos esos miedos que se desprenden de asociar el valor social que se nos da a las mujeres, a nuestra belleza (cualquiera que sea el cánon del momento), juventud y claro, a nuestra capacidad de ser esposas y madres, esos miedos que nos orbitan desde siempre, nunca se van. 

Y aún con toda la teoría y militancia feminista a cuestas, qué difícil es vencerlos. Quizás lo máximo a lo que podamos aspirar las que crecimos con esas ideas taladrándonos la cabeza y el cuerpo sea a esto, a confrontarlas y a desdramatizar una década a la vez. Porque esto ya pasó antes. Si no era la pregunta del matrimonio, era la de la maternidad.

Por el primer aviso de “te va a dejar el tren” pasé hace diez años y habría sido maravilloso que me pasara y ya… Pero no, es como si entrara en un loop en el que el tren NO DEJA DE PASAR. Peor aún, de acosarme para que me suba, aunque no me quiera subir, aunque conscientemente me haya bajado. Diez años después, el tren “me sigue dejando” y yo queriendo que me deje pero en paz. ¿En qué momento para esto? No quise ser madre a mis veinte. No quise ser madre a mis treinta. Aún no quiero serlo y no hay pregunta que más me harte. ¿A qué edad me van a soltar el útero? ¿Y a qué edad deja de importar mi edad? Porque de ser “demasiado joven” para tantas cosas, de repente pasé a estar muy vieja para otras. ¿Y entonces cuándo puedo? ¿Entonces cuándo vivo?

Lo cierto es que, entre las de treinta, agobiadas por llegar a esa edad, las que estamos cumpliendo cuarenta y teniendo esta conversación con y entre nosotras, y las de cincuenta y más que nos recuerdan que aún hay mucha vida por vivir, me pregunto ¿cuándo será que podré envejecer en paz con el mundo y en paz conmigo misma? ¿Cuándo acaba el escrutinio sobre mi vida y mi cuerpo? 

No sé en qué momento pasó tanto tiempo por mí, no lo encuentro acumulado en ninguna parte, no me veo ni me siento diferente a como me sentía el año anterior ni el anterior a ese, cuando avisé en falso que iba a dejar de decir mi edad. Pero aquí estoy, viva, sana, con las primeras líneas de expresión asomándose por los bordes, el pelo lleno de canas que no me interesa cubrir, la cabeza llena de ideas que todavía no alcancé a plasmar y de memorias de todas las vidas que viví,

Confieso con pudor que se siente bien cuando me dicen que no aparento mi edad, aunque no deja de hacerme ruido que eso, precisamente ceder o encajar en el mandato de la juventud prolongada, sea un piropo que yo misma agradezca y, automáticamente, proceda a justificar. Acaso ¿cómo debía verme a mis cuarenta? ¿Sigue habiendo un deber lucir además del deber ser? Y si sí me viera de cuarenta, ¿eso sería malo? ¿Malo para quién?

Intento recordar cómo se veían mi mamá y mis tías en sus cuarentas pero es ridículo pretender vernos con el mismo lente. Todo es tan distinto hoy y a la vez, los mandatos y exigencias siguen pesando igual sobre nuestras vidas y cuerpos. Lo que sí recuerdo bien es el olor a cremas de mi abuela y el de los tintes para cubrir las canas de mis tías, y las puedo oler y me veo en todas ellas y las veo en el espejo y entiendo que soy el resultado de todas las mujeres que me criaron y soy también la vasija de todos sus miedos heredados. Espejo, vasija, legado…

Llego a mis cuarenta sin descendencia ni ganas de una, sin casarme por ninguna religión ni rito contractual, sintiéndome plena y libre, enamorada, amada y rodeada, afortunada y feliz. No dejo de tener miedos, pero esos miedos se ven cada vez más pequeños a medida que se acercan y los puedo ver de frente, como una suerte de macropsia o disclaimer de espejo que avisa que los objetos en el espejo se ven más grandes de lo que son. Ya no le temo a envejecer, pero sí a dejar de vivir por estar pendiente de expectativas ajenas, y sobre todo, a dejar de hacer las cosas que me hacen sentir viva. 

De vez en cuando pienso en la muerte, en perder a mis seres queridos, en morir, porque no hay nada que me asuste más. Quiero seguir viviendo y habitando esta vida que me he construido y esta persona en la que me he convertido, al menos otros cuarenta años más. Pero esos miedos los dejo para después. Hay miedos más inmediatos que atenderé, quizás en enero, después de descansar y bailar todo lo que tenga que bailar este año, porque al final, esa es la sumatoria que quiero celebrar, la de todas las noches más lindas del mundo que bailé, la de los abrazos los abrazos largos en el espacio público, la de las canciones cantadas a grito herido hasta perder la voz, la de las amigas y los amores y las amigas que son amores, la de los momentos que no dejé de vivir, porque, amigas, se nos va la vida temiendo envejecer, cuando vivir es justamente eso, el paso del tiempo y lo que hacemos con él. Así que a vivir lo que haya que vivir, y a disfrutar todo lo que se pueda sin dejar de vivir por nada, por nadie. Porque, queridas, el reloj tampoco se detiene por nadie, no para, ni espera, solo pasa y no deja de pasar.

Pd: púdrete mucho Ricardo Arjona.

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Autor

  • Feminista colombiana, autora del libro “Que el privilegio no te nuble la empatía” (Planeta, 2020) y cofundadora de la colectiva Las Viejas Verdes. Ita María es Economista de la Universidad Icesi (Cali, Colombia) y tiene un MBA de Esdén Business School. Desde 2007 ha ocupado cargos directivos en importantes compañías de la industria de moda y tendencias como experta en marketing y estrategia (INVISTA, 2007-2012), análisis de tendencias y comportamiento de consumidor (WGSN, 2013-2017) y más recientemente incursiona en la industria de los medios independientes y alternativos (VICE, 2019-2020). Cuenta con más de una década de experiencia en generación de contenidos, nuevas narrativas, construcción de comunidades virtuales y comunicación digital y ha sido tallerista y conferencista de mercadeo, redes sociales y tendencias en América Latina. Actualmente se encuentra dedicada a apoyar y asesorar en estrategia de comunicaciones a organizaciones con enfoque feminista y de derechos humanos.

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Comentarios

2 thoughts on “Del 83

  1. Excelente artículo, soy del 83 no he sentido miedo a envejecer porque crecí con una mamá que nunca le ha importado el paso del tiempo en su apariencia física.
    Pero sabes, sí me enojaba mucho que me preguntaran mi edad, porque no soy un número, soy una mujer que ha vivido la vida sin importar el número que la encasilla socialmente.

  2. Gracias, este año cumplí 40 y sin mí proceso descontructor y feminista hubiese sido un mar de lamentos y ahora me pasa exactamente lo contrario amo tener 40 años y los disfruto como nunca disfruté otra edad.

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