
“En este caos que es el mundo, yo puedo ser mi propia paz y mi propio sosiego” repite Nidia Barajas Hernández cada amanecer, cuando decora su delineado cat eye con stickers de estrellas y mientras aprecia cómo el humo de su café se camufla con el reflejo tornasol en la ventana. A sus 44 años, se ampara en una lucidez que, a diario, le recuerda dónde está parada y por qué.
Nidia nació en Tijuana, ciudad de Baja California en la que, como toda frontera, comienza o termina la patria. “Donde la idea del sueño americano coexiste con una supervivencia amenazada por la muerte y precarización”, describe la cantautora al interior de una casa en Nezahualcóyotl, municipio mexiquense en el que canciones como “Las coyotas” abrazan a madres que bordan los nombres de sus hijas como un acto de memoria y protesta.
Nidia creció en una familia deportista aficionada a disciplinas como el fútbol, el karate y el basket. Su mamá, una mujer de 70 años “que se la sigue rifando como atleta”, se dedicó a la contabilidad y su hermano a la ingeniería. Su papá le platica sus experiencias como taxista y su hermana se gana la vida como entrenadora de perros. “En mi casa no había nada musical, poético o de cosas por el estilo”, cuenta.
Aprendió los básicos del fútbol — “el del balón y el pechito”, dice —, pero los deportes nunca fueron lo suyo. “Estaba entre campeones, pero yo era malísima”, insiste. Estudió Administración y luego Sociología. Aunque empezó a tocar la guitarra a los 14 años y desde niña “era una máquina de escritura”, fue hasta los 25 que la música se convirtió en su profesión y refugio.
A esa edad, Nidia y su exesposo dieron la bienvenida a su primera hija, Valeria. “Pero la bebé nació prematura y falleció al día siguiente”, comparte la también gestora cultural en eco a la intimidad con la que se acercó a colectivas feministas el pasado 8 de marzo, durante el recorrido de la Fiscalía al parque “La llanta”, espacio recuperado por la Asamblea Vecinal Nos Queremos Vivas Neza en el que madres han pedido que no olvidemos a sus hijas y que sigamos gritando con ellas.
Entre el duelo por la pérdida de Valeria, Nidia se divorció y la corrieron de su empleo. “Me quedé sin hija, sin esposo y con la deuda de la casa que estábamos pagando”, recuerda la tijuanense sobre el periodo detrás de Encanto y ceniza, una propuesta de jazz y folk sobre amores que creía eternos y le recordaron que la temporalidad es una constante en la vida. En su álbum debut, Nidia toma como protagonista al dolor y a la culpa que sintió por atravesarlo.
“Pedía disculpas por no estar feliz, […] pero no quería hablar de una mujer empoderada. No me sentía preparada para hacerlo; estaba muy confundida y tronada; estaba muy rota. Siempre le digo a la gente que son las siete canciones más tristes del mundo”, expresa con una sonrisa sutil que desaparece cuando precisa que el disco es también una respuesta de indignación frente a la violencia de género.
La tarde-noche del 7 de diciembre de 2005, en Tijuana, Sara Benazir, de 15 años, fue secuestrada, agredida sexualmente y privada de la vida. Dos personas la arrojaron desde un carro en movimiento y en plena calle fue arrollada por un taxi. Falleció en el hospital a causa de un traumatismo craneoencefálico. Fue hasta 2014 que las autoridades detuvieron a uno de los responsables de su feminicidio, cuya investigación estuvo rodeada de violencia institucional.
“Desde que somos pequeñas se nos da este discurso de que no vamos a vivir en paz […] Cuando pasó lo de Sarita, yo andaba activa con una organización de Tijuana y salimos a marchar, pero éramos, máximo, 12 o 15 personas. Vimos que a mucha gente no le importó y fue ahí cuando caí en cuenta de dónde estaba parada”, relata Nidia sobre composiciones con las que se ha sumado a otras causas como las exigencias de justicia y reparación para las familias de las 41 niñas que murieron en un incendio en un albergue de Guatemala porque las autoridades las encerraron. Era 8 de marzo de 2017.
Días después de haber acompañado a la mamá de Diana Velázquez Florencio, la señora Laura, en su pronunciamiento frente a la Fiscalía Regional Nezahualcóyotl, durante el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, Nidia reflexiona sobre lo que ha cambiado desde que escribió Encanto y ceniza y se le vienen a la mente las palabras de jovencitas que han dado otros significados a su música, especialmente a los temas de su segundo álbum, Lindo fracaso.
“Cuando empecé a componer me di cuenta de que podía conectar con mi fragilidad. Sigo estando muy rota, pero también he aprendido que el mundo se puede navegar de forma diferente, mucho más cuando estás al lado de otras mujeres”, convence y luego piensa en la canción que explica su evolución como artista y que agradece a la gente que la ha apoyado. Escoge “Tanta vida”.
“Es sobre la carencia y sobre esa voz que me reclama no ser suficiente. Pero, a la vez, es un recordatorio de lo que me tiene aquí: fui una morrita que nació, creció y se educó en la década de los 80, en una de las fronteras más violentas del mundo. Pese a las situaciones que atravesé, mi corazón sigue intacto […] Soy impulsiva y soy fuego porque siempre he deseado un mundo diferente para mí y para todas”, concluye la coyota libre e incendiaria. En medio del caos, encontró la forma de ser su propia paz.