Terf: acrónimo que significa trans-exclusionary radical feminist / feminista radical trans-excluyente
Estimada terf,
Espero que te encuentres con una abierta actitud de escucha al recibir esta carta. Te pido que no hables por mí. Te pido que no asumas quién soy, que no me definas y menos sin considerarme. Te pido que no me clasifiques ni limites. Te pido que no determines mi destino, que no encierres mi devenir, que no niegues mi identidad, que no censures mi voz, por ahora no te pido nada más que escucha activa.
Te pido que te apartes un segundo de los esencialismos, los determinismos y los fascismos que te bombardean y trates de escuchar mi voz. Son muchas las voces y experiencias negras, indias, racializadas, periferizadas y enfermas que han ustedes silenciado desde su feminismo esencialmente blanco, ejerciendo una violencia brutal en contra muchas de nosotras, que no hacemos más que sobrevivir en un mundo heterosexual, racista y colonial que nos quiere muertas.
Hoy, como siempre, no les hablaré desde la teoría. Hace mucho abandoné esa la falsa pretensión eurocentrada propia de la colonialidad del saber (Edgardo Lander), de hablar desde algo tan inexistente como la objetividad, todas somos subjetivas por habitar un cuerpo, un lugar, una ubicación, una imbricación y una experiencia particular. Somos una situación política. Nada es esencial porque toda identidad moderna está atravesada por el poder y, justamente reconociendo mi singularidad, vulnerabilidad y la posición que ocupo en la matriz heterocapitalista y colonial, es que les vengo hablar desde mí. Desde mi cuerpo y carne afrocaribeña como mi primer conocimiento, mi primer lugar, mi primera palabra, mi primera no-teoría-otra, no porque me apetezca, sino porque es el único espacio que tengo y porque es de la única forma en que evitaría negar la existencia e identidad de otra persona: reconociendo la particularidad que habito. Sabiéndome ni universal, ni total, sino como parte de algo plural más grande que yo.
Pensando desde mi carne y nunca haciéndolo sola, quiero traer el caso de Domitila Barrios de Chungara, quien ahogada en el racismo, el colonialismo feminista, la blanquitud de la agenda nortecentrada y el universalismo de las mujeres blancas institucionales, robándole el micrófono a las amas – las blancas – se atrevió a hablar desde su subalternidad y contra todo paternalismo y salvacionismo blanco-feminista, en la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer (México, 1975), empezando su intervención con la potente frase: “Si me permiten hablar”. Estas potentes palabras me acuerdan a las pronunciadas por Sojourner Truth en la Convención de los Derechos de la Mujer (Ohio, 1851), a quien su humanidad como mujer se le cuestionaba por ser ella una persona negra en una sociedad supremacista-blanca. También tuvo que tomar la palabra para reclamar su existencia, pero antes de preguntarse: “¿Acaso no soy una mujer?”, disputando su lugar de vida, tuvo primero que pedir permiso a las blancas: “¿Puedo decir unas palabras?”, para luego afirmar categóricamente: “soy una mujer de pleno derecho”.
Quiero decir que la supuesta homogeneidad universal-total que enarbola el discurso blanco esencialista de “la situación de la mujer” a secas, como si hubiera una única situación global para todas las mujeres del mundo, es una mentira. Incluso existen diferencias abismales entre las propias mujeres cis. Es decir, ser mujeres es una situación histórica y política que se construye desde la heterogeneidad propia de los sistemas de dominación que nos atraviesan, y los poderes que nos constituyen como sujetos-sujetados, y estas luchas nuestras en contra de la negación, la transfobia y el racismo no son nuevas. Muchas de nuestras ancestras negras, indias y prietas fueron quemadas, azotadas y consideras no-mujeres, por no cumplir el horizonte de expectativa de lo que “significa ser una verdadera mujer”. Esto es tan solo un ejemplo de muchas de las disputas, los debates y las rupturas, que hemos vivimos las mujeres que habitamos en los bordes del mundo, en las orillas de los centros, en las fronteras de la nación y aquellas que no somos propiamente humanas, ni ciudadanas, ni iguales, ni cis-blancas.
Tanto Domitila, como Sojourner pidieron permiso para hablar. Siempre cuando se habitan las fronteras de lo humano que se definen en contraposición a los centros – que son los espacios seguros, blancos, estatales, anticriminales, espacios jerarquizantes, de posiciones binarias, en donde están las vidas importantes y no las no tanto, de identidades válidas y otras criminales, en donde pueden reclamar, hablar, escribir, responder y contestar, en donde hay cuerpos binarios y cis- a las trans, negras, enfermas, vih+ y demás, obligatoriamente nos toca pedir permiso para hablar.
Pensando en Gayatri Spivak, en ese ensayo de 1988 titulado ¿puede hablar el subalterno?, sin profundizar más en él, me pregunto, ¿por qué debo pedirle permiso a la ama para hablar y existir?, respondiéndome en este contexto de violencia simbólica, psicoemocional, de patologización del cuerpo trans, de periferización y negación de la vida trans, de precarización y violencia letal contra las personas trans, me rehúso a pedirles permiso y hacer la pregunta: ¿puede hablar el sujeto trans? Por lo que rompo la tradición de la solicitud del habla a la ama, arrebato la palabra, reclamo mi existencia, hago uso de mi poder en cuando tengo autonomía y anuncio desde el poder de mis Orishas y la fuerza que me dan mis ancestras negras, trabas, travestis, embrutecidas, invisibilizadas, canibalizadas y enfermizadas: ¡TERFAS, ESCUCHAD!
Me parece preocupante que hayan olvidado uno de los campos más disputados y vitales de los feminismos. Yo no soy feminista, pero soy capaz de reconocer qué feminismos, unos menos blancos que otros, han dejado el alma en la defensa de la autonomía del cuerpo como primer territorio de lucha, pensando en Lorena Cabnal. La autonomía, la lucha por autogobernarnos, autogestionarnos, construirnos, tomar nuestras propias decisiones sobre nuestros devenires, sobre nuestras identidades, sobre el tipo de mujeres -personas- que queramos ser y hacer. Ha sido una disputa constante en los/el feminismo. Parece que nos acorraló una amnesia fundamentalista y derechizada que hizo que perdiéramos el recuerdo de la guerra campal que dimos contra los poderes heteropatriarcales que dictaban qué éramos y qué debíamos ser, esos poderes que prescribian nuestro comportamiento, nuestra apariencia, los roles y atributos sociales que teníamos que cumplir.
Dejamos de ver esa guerra emancipadora y libertaria que decía que biología no es destino y que el determinismo biológico es una narrativa patriarcal. Si son muy racistas y no soportan el aporte anticolonial de feminismos subalternos y decoloniales que cuestionan el binarismo de género occidental, les cito mejor a las blancas, para que les sea más digerible porque incluso se les olvidó lo que dijo Simone de Beauvoir cuando en el Segundo Sexo afirmó que “no se nace mujer sino que se llega a serlo”, explicando antes lo que también dijo Judith Butler, que lo que somos -mujeres o hombres- no es algo dado por la “naturaleza” (habiendo tenido ya ese debate de naturaleza-cultura, entiendo que lo que creemos como natural está atravesado por las palabras, las ideas, el poder y las instituciones que los ostentan, pensando en Michel Foucault) sino que el ser mujer, y por ende el ser hombre, es una identidad cargada de atributos históricos, sociales y culturales que nos van formando, disciplinando y fundando.
Esto, que fue un argumento tenaz para combatir el esencialismo biológico que construía a las mujeres como histéricas, enfermas por defecto, incapaces…hoy, ustedes, terfs lo desconocen y regresan al tradicionalismo misógino para negar las vidas, existencias e identidades de nosotras las mujeres trans. Pero no solo renegaran de esta genealogía feminista en concreto, sino también de lo que en su momento fue lo más radical del feminismo: las feministas materilistas francesas de los 60s y 70s, como Monique Wittig, Nicole-Claude Mathieu, Christine Delphy y Colette Guillaumin, quienes eran tan brillantes que renunciaron a ser mujeres con el objetivo de romper con el constructo patriarcal y heterosexual-binario de género, es decir, no dijeron “nosotras somos las verdaderas mujeres del mundo, nosotras que tenemos popola (vulva)” sino que demostraron cómo el sexo se construye como clase y no como algo dado por la supuesta “naturaleza”. A diferencia de ustedes, en vez de defender sus “esencias biológicas de mujer” sustentaron cómo ser mujer es un constructo sociohistórico y no más.
La autonomía como territorio de lucha se ha dado en muchos frentes, con los derechos sexuales y reproductivos, especialmente con el tema de anticoncepción y el aborto como derecho, con el trabajo sexual como trabajo, con los derechos civiles y politicos. Pero, sobre todo, esta disputa se ha dado por la autodeterminación, por el derecho que tenemos de decidir, hacernos, moldearnos y construir nuestros propios puentes y caminos. Lo extraño de todo esto es cómo ustedes – estimadas terfs- en una contradicción total, se oponen a nuestro derecho de construir y desarrollar nuestra identidad, libre personalidad, agencia y autonomía de definir quiénes somos, qué queremos ser y qué proyectos de vida queremos construir.
En esta obsesión de negarnos, se han convertido en fascistas esenciales, han recurrido a la narrativa de la biología para limitar derechos a personas no binarias, mujeres y hombres trans. Tal cual han hecho los machitos al decirles a mujeres lo que son y lo que podían ser, ustedes hoy recurren al mismo artilugio para hablar por nosotras y no con nosotras, convirtiéndose en lo que juraron destruir, pasando de criticar el mansplaining a personificar lo que nombro, el cis-woman-white-splaining, en donde sin escucharnos y darnos oportunidad de explicarnos, nos niegan, nos invalidan, no nos escuchan, hablan en nuestros nombres y nos violentan. Todo esto mientras propagan odio hacia nosotras, aún conociendo la situación actual de subalternidad, precarización y violencia letal hacia nosotras. Les pregunto, ¿qué tanto mal les hicimos?
Querida terf, cuando escuché por primera vez lo del “borrado de mujeres”, pensé: “Caray, ¿acaso que ahora que soy una mujer trans, alguna mujer cis desapareció o fue borrada por mi existencia trans?” ¿Cómo puede ser posible que mi existencia invalide o borre a otra persona por solo existir? ¿Acaso esto de las identidades es un juego suma cero, si una transita la otra es borrada? Pero me di cuenta de que toda esta narrativa del borrado es una estrategia muy taquillera que por la lógica de borrado gana muchas adeptas, derivado de cuando no se sabe sobre el fascismo y las mentiras discursivas que hay detrás, es imposible hacerse la pregunta: ¿cómo no posicionarse contra alguien que supuestamente te está borrando del mundo?
Pero lo interesante de todo esto, es que sí hay un borrado, lo encarnan ustedes terfs que al negar nuestros proyectos de vida, nuestros derechos, autonomías e identidades, nos criminalizan, discriminan, oprimen y subalternizan, causando estigmatización, violencias y precarización. En dado caso de existir un borrado, tiene nombre y es: transfobia. Lo absurdo de esta narrativa transfóbica solo se sostiene desde dos premisas:primero, porque parten desde un fundamentalismo feminista sectario que es más parecido a un evangelio pentecostés, por su carga determinista, radical, blanca y esencialmente biologicista, posicionada desde una idea fragmentada de las luchas y las identidades para entender el mundo. Creen que la mujer es universal, que todas sufren lo mismo y que todas, por medio de la sororidad – amas y esclavas -, son hermanas porque las une la misma opresión que surge de sus genitales.
Sí, es fuerte leer esto, pero parece que ustedes no están entendiendo que las violencias sexistas y heterosexistas son diferenciadas e imbricadas por la clase, raza, la sexualidad, la geopolítica, la ubicación geográfica, la discapacidad, la funcionalidad y múltiples sistemas de opresiones derivados de los ejercicios de poder y las lógicas coloniales, capitalistas y culturales que nos van moldeando como subjetividades. Esas violencias no solo las padecen “las mujeres” sino otras identidades, incluso hombres racializados, negros, indios, prietos y campesinos precarizados, localizados en el “tercer mundo”. Porque hay más en común entre una traba y una campesina/campesino en Samaná, República Dominicana que contigo blanca, que crees que eres hermana de todas las mujeres cis del mundo y que eres la víctima de todos los hombres que en él habitan.
Y no, no solo no eres ni serás nunca nuestra hermana, en principio porque nos niegas y luego porque a nosotras no nos interesan vínculos con las amas, sino también, por ejemplo, porque mi madre, mujer racializada barrial de San Juan de Maguana, trabajadora del hogar por muchos años, nunca te vería como una hermana porque no eres capaz de reconocerme como tu igual. ¿De qué hermandad global hablas, cuando no puedes escuchar y ver a la cara a quienes transicionamos renegando los sistemas hetero-coloniales y capitalisitas que fundamentan el sistema de sexo-género del mundo? Entonces resulta que solo eres sorora con la india/negra siempre y cuando la reconozcas como “cis” porque, si no lo es, entoces su lucha no es tu lucha. Si en verdad crees que el mundo y la lucha es tan reducida, limitada y fragmentariamente esencialista, definitivamente no eres hermana más que de las colonasdescendientes, estimada terf.
La universalidad de la mujer es una narrativa racista y colonial que, en palabras de Chandra Mohanty, es colonialismo discursivo. En las palabras de Gayatri Spivak, es violencia epistémica que puede operar solo cuando se deja de mirar la historicidad que nos construyen, los sistemas que nos atraviesan y las historias que contamos con nuestras vidas. Negar nuestra identidad, nuestro derecho al nombre y al habla, es una forma violencia que ustedes ejercen en contra de quienes devenimos en no cis-heterosexuales.
Pensar que nosotras las negras e indias, trabas y travestis, somos mujeres como las blancas, e imponernos sus narrativas de lo que significa ser una “mujer de verdad”, sumado a los discursos de cómo se debería empoderar, liberar y progresar una “verdadera mujer”, es una forma de violencia epistémica y ontológica brutal. Ese discurso transfóbico que vigila y mide nuestros genitales para verificar la autenticidad del ser mujer (sin darse cuenta que lo que tienes entre las piernas no es lo que te hace mujer sino que ser mujer se trata de una situación política que muchas habitamos desde distintas carnes-coordenadas) patenta eso que Yuderkys Espinosa llama “racismo de género y esa razón feminista eurocentrada”.
Recordemos que ser mujer no es una situación única ni global. Hay muchos ejemplos, uno es cómo las indias y negras fueron explotadas y esclavizadas junto a los indios y negros, en época de la irrupción colonial en Abya Yala, primero porque no eran consideradas personas, ni humanas, segundo porque no eran tampoco mujeres ni hombres, por no ser humanas. Estimada terf, no sé si sabes, pero esas categorías – mujer y hombre – eran/son propias de “la humanidad”, por lo que simplemente las personas no-blancas eran marcadas como animales identificados a través del diformismo sexual. María Lugones, cuando habla sobre la “colonialidad moderna de género”, se refiere a esto y también podemos ver un ejemplo en Las Leyes de Burgos de 1512, las cuales impusieron en tiempos de la colonización, una moral blanca propia de las mujeres y hombres españoles, retomando a Ochy Curiel en su texto La Sentencia 168-13: continuidades y discontinuidades del racismo en Rep. Dominicana.
Ustedes han creído esa falsa idea de que todas las mujeres del mundo siempre lo han sido y la verdad es que mucho de lo que ustedes defienden hoy como el “ser mujer” es una herencia colonial. Sé que son terfs porque siguen y leen a puras blancas racistas como Amelia Valcárcel, quien recientemente dijo en un Foro en la UNAM, que las personas trans, intersex y no binarias no existen. Les invito en esta carta a leer otro ejemplo de cómo la categoría mujer es una invención, por tanto una situación. Oyěwùmí, Oyèrónkẹ́, en su texto La Invención de las Mujeres, explica muchos otros ejemplos.
Por todo lo anterior, querida terf, primero entiende que lo que llamas ciencia objetiva biológica y natural, sin negar la materialidad del cuerpo, es un entramado discursivo atravesado por el poder: dígase la modernidad, el colonialismo, la ciencia occidental, es decir, es un producto de estos poderes de saberes y conocimientos no neutrales. No te hace “mujer” lo que tienes ahí abajo, la politica, la cultura, las experiencias, el habitar el mundo nos construye como tales y eso no es propio de las mujeres cis sino también de nosotras las trans, porque ser mujer más que un hecho biológico es un sitio político marcado siempre por la clase, la raza, ubicación y la sexualidad.
Terfs, parece que ustedes viven en unas eternas olimpiadas de opresión, como si se tratara de un juego. Mi existencia no te quita poder ni espacio, no transito porque quiero quitarte un lugar. Las cuotas que tienen en la mesa de los amos no nos interesan, o al menos a mí no. No me interesa tu empoderamiento y tu agenda complementamente feminista porque es limitada, porque yo no soy una sola cosa, porque no vivo sola, siempre estoy en relación con. No me interesa tu feminismo ni ocupar nada ahí, porque no cuestiona las estructuras de dominación y no se pregunta por qué existen las diferencias que hacen unas vidas más importantes que otras. No busco ser incluida ahí dentro, no te vengo a quitar nada, mi agenda no es la de igualdad de género, es la de la descolonización del mundo.
Entonces te pido que me dejes tranquila. No me interesan tus cuotas en los congresos, no me interesa el Estado, no me interesa participar en la policía. Si entro al baño de mujeres es porque también lo soy y porque esperaría recibir menos violencia y acoso del que ya recibo en otros espacios. Ojalá en ese dispositivo de construcción y control de subjetividad yo tenga derechos, se me reconozca como mujer en un acta de nacimiento, tenga derecho al libre desarrollo de mi personalidad y proyecto de vida, que tenga acceso a educación, salud y trabajo. Tener acceso a derechos no te quita ni te borra, pido lo mínimo que toda persona debería tener.
Por otro lado, te pregunto: ¿cómo puedes hablar de borrado de mujeres si las que están organizadas para negar nuestros procesos personales de construcción de subjetividad son ustedes?, ¿cómo hay borrado si las que se suman a la ola de odio y violencia en contra de nosotras son ustedes?, ¿cómo hay borrado si son ustedes quienes pugnan por el estigma, la criminalización y negación de nuestras identidades como mujeres?, ¿cómo te borramos si las mujeres trans en México, por ejemplo, tenemos una tasa de desempleo del 90%?, ¿cómo te borramos con los niveles letales de violencia y graves niveles de pobreza, discriminación y opresión que experimentamos, la casi nula participación política y poco acceso a nuestros derechos económicos, sociales y culturales? Sinceramente no sé a qué te refieres con el borrado de mujeres, ¿de cuáles mujeres hablas?
Terfs, ¿cuándo devinieron en la derecha? Me parecen fuertes las alianzas fascistas que han realizado en pro de la eliminación de otras. Dicen que son “sororas y no misóginas”, pero eso no coincide con su articulación con grupos fascistas y antiderechos que propugnan por nuestras muertes. Estimada terf, no sé si te imaginaste en algún momento que tendrías valores compartidos y coincidencias políticas con grupos totalitarios, fundamentalistas y derechizados. Vemos con preocupación que se han aliado con partidos de derecha abiertamente racistas, punitivistas y conservadores, como Vox en España con el Partido Feminista, uniéndose en contra inicitivas que reconocen derechos a personas trans, como si reconocer esos derechos se tradujera en menos derechos para ustedes. Solo sé que si Hitler viviera estaría de acuerdo con estas alianzas. Otro ejemplo es el de México con el caso del PAN -partido de derecha- que se declara feminista mientras dentro de su partido se oponen al aborto y se albergan posturas transfóbicas como la de America Rangel y Lilly Téllez .Y aquí dejo de mencionar muchos ejemplos de como feministas se unen con la derecha/izquerda, las iglesias y el fascismo para hacer inviable la vida de las personas trans.
Es sorprendente lo que son capaces de hacer con tal de sumar fuerzas en contra de nosotras. Hasta aliarse con facciones rancias e históricamente tradicionales, católicas, patriarcales y antiderechos. Nunca imaginé que tendrían sincronía ideológica con grupos supremacistas blancos como el Ku Klux Klan (KKK), con sectas evangélicas, fundamentalistas y grupos racistas. Y no es exageración, porque ustedes lo que tienen en común con estos grupos es que creen en un orden excepcional y supranatural de las cosas. Están convencidas de que sólo hay mujeres y hombres. Son tan racistas como los supremacistas y colonos que medían cráneos, narices y caderas para valorar la condición de humanidad de alguien. Ustedes piden pruebas de los genitales para autorizar, tal cual como la policía, la identidad de alguien. ¡Eso es fascismo! Porque algo que también se les ha olvidado es que de los cuerpos de las personas no se opina y exigir una forma de cuerpo determinado es ruin y mezquino, no solo con nosotras las mujeres trans, sino también con otras mujeres, las cuales son diversamente diferentes interna y socioculturalmente. Es sorprendente que apelen a parámetros como la menstruación, los cromosomas y la capacidad de gestar para definir y reducir a una mujer. Somos más que eso: no todas menstrúan, no todas paren, no todas tienen sus medidas. Hace poco una de sus hermanas terfs me dijo que cuando haya un estudio que mida las caderas entonces se sabrá quién es quién y yo le pregunto: ¿en serio mediremos caderas para decidir quién es mujer? ¿regresamos al 90 – 60 – 90? Estimadas terfs, creo se han convertido en lo que juraron destruir.
No son críticas de género, son transodiantes. Son muy tenaces ustedes cuando usan ese discurso que dice: “no estoy en contra tuya, sigue existiendo, solo que eres un transfemenino, transmasculino y tienes una confusión de género. Puedes existir pero no eres ni nunca serás una mujer”. Esta narrativa es muy peligrosa, porque estas palabras son las que alimentan una serie de hechos encadenados que abonan el estigma, la patologización y discriminación hacia nosotras. Estas palabras que se pintan de inofensivas, terminan en en actos de apología de transfeminicidio, quemando piñatas con banderas trans en centros públicos, expulsando violentamente a mujeres trans de baños de cines o, en los peores de los casos, contribuyendo a que México siga siendo un lugar peligroso para ser una persona trans, ya que es el segundo en dónde más hay transfeminicidos.
No ser antiderechos ni transexcluyente, es reconocer que las mujeres trans somos una realidad. Que estamos aquí y que no nos iremos a ningún lado. No es llamarnos locas, ni enfermas ni usurpadoras, sino reconocer que no tenemos ese privilegio que ustedes dicen que tenemos, porque ustedes, queridas terfs, con su transfobia y negación contribuyen a que nuestras vidas sean menos importantes y más vulnerables. Si tal privilegio de “socialización masculina” existiera, no estaríamos donde estamos.
Ya dejen de mentir, no critican el género. Dicen que quieren abolir el género y que están en contra de los estereotipos pero no hacen más que fiscalizar cómo me visto, mientras también usan labial, tacón y falda. Quieren abolir estos elementos estéticos siempre y cuando los usemos nosotras y eso es mezquindad, eso es mentir. El género no es lo que nos ponemos, es más que eso, ustedes no son críticas de género, son fundamentalistas blancas o blanqueadas. Nosotras no somos el enemigo, ve la militarización, ve a las políticas extractivistas de despojo de la tierra y el territorio de compañeres en comunidades en resistencia. Ve a los asesinatos de muchas de nosotras por oponernos a los sistemas racistas, coloniales y patriarcales que nos oprimen. Ve la violencia estructural que nos define todos los días. En serio, estimada terf, yo no soy la enemiga pero entiendo que así lo afirmes porque no te interesa mover las estructuras que configuran esta “antropología de la dominación”, pensando en Ochy Curiel, sino que te interesa dejar todo intacto para beneficiarte de la opresión que dices tener universalmente. Exiges a la colonialidad tu cuota de mujer real y niegas todo aquello que ponga en jaque los cis-temas binarios de sexo-género, ya naturalizados como ahistóricos por las mismas instituciones de poder que lo constituyeron.
Llamarte terf no es un insulto. Terf es un acrónimo que significa: trans-exclusionary radical feminist (feminista radical trans-excluyente). Y no es otra cosa que una posición política, es una elección. Nadie te nombró, tú apoyaste la idea de edificar un sujeto idílico del feminismo, negando la imbricación de localizaciones de otras, de conocimientos particulares y de identidades plurales. Cerraste las puertas con candado y tiraste las llaves. Particularmente dijiste que las mujeres trans no somos mujeres, les pasaste por encima, te negaste a escuchar y ejerciste una violencia epistémica, ontológica y simbólica brutal. Y a los hombres trans les dijiste “traidoras” ¿así o más violento? Hiciste tu fortaleza y te aliaste con el team biología. Al final tomaste un partido, hiciste una decisión y la fórmula quedó asì: Feminista + biologicismo y creer que las únicas voces válidas en el feminismo son las de las mujeres cis con vulva y que las mujeres trans/hombres trans son un mal, gente enferma y confundida, varones que por amor al arte deciden vivir un sinnúmero de violencia por habitar la transitividad = feminista radical trans-excluyente, es decir, TERF. Estimada, este término está inspirado en ustedes y es mucho más que una palabra, es una elección que ustedes tomaron.
Es hora de ir cerrando esta carta porque no es mi intención que sea un ensayo. He querido presentarles muchos datos, pero creo que muchas de ustedes ya los conocen. Además, quiero cumplir la promesa que hice al inicio de esta carta: hablar de mi carne como mi primer conocimiento teórico. Solo les digo que soy una mujer trans negra de un barrio de República Dominicana del Caribe, ahora en situación de migración en México y no estoy confundida. No soy un deseo, no soy una disforia, no soy un placer…soy un proyecto de mí misma, soy una situación política, soy producto de muchos entramados de poderes.
Desde que tengo recuerdo me han llamado “mujercita” como forma de insulto. Han sido muchos años de disciplinarme para encajar y ya me cansé de cumplir el horizonte de deseo cis-masculino-femenino y la expectativa heterosexual que me exigió el cis-tema. Soy una mujer trans negra porque simplemente soy más feliz. Porque de eso se trata, quiero respirar, quiero ser feliz, no quiero nada más. Porque antes sentía que me ahogaba, me sentía entristecida, sentía, cada vez que despertaba que algo no cuadraba y en contra de todo pronóstico, la negación de la familia, el odio de ustedes y la violencia del mundo, decidí nombrarme Mikaelah. No soy un nombre vaciado, soy una mujer negra dominicana. Y regresando a las palabras de Sojourner Truth: “soy una mujer de pleno derecho” y por ser quien soy jamás pediré disculpas.
Sin más por el momento,
Hasta nunca, terf.
Mikaelah Drullard
Me encantó, soy una mujer cis queer morena, no soy blanca, en el contexto social de mi país no se me considera una persona blanca, mi familia no es blanca ni adinerada, y desde que entré al feminismo, me hacían la pregunta, ¿El feminismo, las luchas feministas pelean por mi? Vi a mujeres que se hacen llamar «feministas» mirando despreciadamente a mi abuela, primites, ties, por ser de piel oscura, por ser de un barrio, siempre pensé que la vulva no me hacía mujer, soy más que una vulva, soy una lucha constante, contra todo lo que quiere debatir si mi vida vale la pena, mis derechos. Abrazo a las mujeres trans, porque no es posible, que se atrevan a debatir sus derechos. Yo no quiero ser representada por una antiderechos. Yo no quiero que me represente mi vulva, tengo más por decir, tengo muchos sentimientos, y pensamientos que compartir.
Totalmente, lo que tenemos en el cuerpo fue nombrado y es atravesado por el poder y los poderes que nos producen en el mundo. El feminismo nunca me quedó, o al menos yo no fui un cuerpo suficiente para caber en el, por eso tuve que irme, especialmente por el enorme racismo que experimente ahi. Abrazos.