
Todes tuvimos un inicio, ningún cuerpo está acabado, no existe una forma de ser y estar en el mundo; podemos tener vivencias compartidas, temas comunes, pero la multiplicidad de experiencias, incluso dentro de categorías que compartimos, es mucha.
Cuando intentamos borrar eso para fines de uniformidad de sujeto, terminamos reducidas, cooptadas por el fascismo y marginando otras formas de ser y estar. Básicamente, reproducimos el ejercicio colonizador de anular la diferencia para fines de controlar el cuerpo y todo lo que devenga de él. Por eso hay hombres y mujeres “naturales-normales”, dígase cis y blancxs, y lxs demás. Estas otras formas de ser y estar, de ser mujer o de ser trans, por ejemplo, siempre terminan siendo las más precarias, racializadas y en desventaja, en términos de acceso a recursos.
Los procesos de transición y cimarronaje de género son planes de fuga de la cisnorma y del binarismo de género, que organiza forzosamente nuestros cuerpos en mujeres y hombres al nacer, en sentido de futuro prescriptivo: serás cis o no serás. Un plan de desobediencia sexual y de género siempre implica un “iniciar”, un proceso que, para muchas, ha sido profundamente doloroso; para esto no hay un buen inicio.
¿Cómo decir que soy quien soy si esta sociedad ya determinó quién soy? ¿Cómo me presento? ¿Cómo me hago presente e inteligible para manifestar que soy ella, elle o él si los indicadores de género que cargo en la carne han venido afincándose desde temprana edad y aun cuando no tenía conciencia de mi lugar en el mundo? ¿Cómo se hace una trans, cómo deviene una travesti, cómo se construye mujer, hombre o experiencia escapada del binarismo de género? ¿Cómo soy una persona trans, una transfeminidad, sin abrazar todos los indicadores estéticos de género asociados culturalmente por el CIStema a las mujeres y seguir existiendo sin ser violentada por otras mujeres trans?
En este artículo no pretendo explicar por qué es violencia basada en género negar el acceso a las mujeres trans a espacios de uso único para mujeres, ni explicar por qué las mujeres trans son mujeres, ni tampoco dar cuenta de los altos niveles de violencia y acoso que experimentan las mujeres trans y travestis en el espacio público, incluyendo los baños, vagones mixtos y exclusivos de mujeres, y menos aún me interesa explicar la ineficacia de este tipo de política pública separatista para abordar el tema de la violencia machista-patriarcal. Lo que me interesa aquí es abordar cómo el discurso terf, antitrans y fundamentalista de género no es propio únicamente de las derechas, el pensamiento conservador y la institucionalidad del Estado cisheterosexual, representado en este caso en la policía; las personas trans pueden encarnarlo, reivindicando la búsqueda de un ideal imaginado y una forma “adecuada” de ser trans, en este caso, mujer trans, replicando un discurso excluyente, jerarquizado entre transfeminidades, olvidando el sentido disidente del sentido “morra trans/travesti” ante la hegemonía femenina cisblanca y reproduciendo transfobia dentro de las poblaciones trans.
Tampoco es la intención de este texto funar o ejercer algún ejercicio de cancelación contra la morra trans que fue abiertamente transfóbica con otra, sino aprovechar estos hechos para reflexionar públicamente cómo nadie, por ser quien es, está exenta de reproducir violencias muy propias de un pensamiento colonial que habitamos y que nos habita, incluso siendo sujetas racializadas y de la disidencia sexual y de género. Por lo que es menester estar alertas en nuestros procesos de articulación política, de defensa y en constante diálogo con las muchas caras de la resistencia, con el objetivo de nunca convocar o articular una narrativa que tenga como único eco nuestro propio yo.
Primera escena: La policía exige cisspassing.
El 13 de agosto, una agente policial del metro de la Ciudad de México prohibió el acceso a Alexa, una mujer trans, al vagón exclusivo de mujeres, negando su identidad de género y violentando la normativa vigente de no discriminación de la CDMX y la jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), que reconoce que es discriminación por razón de identidad de género negar el acceso a espacios exclusivos de mujeres cis a las mujeres trans. Después de este acto de discriminación y transfobia contra Alexa, se convocó a una protesta pacífica bajo el llamado de “entrada de transfeminidades: mujeres cis y feminidades aliadas al vagón exclusivo en el metro CDMX”.
Segunda escena: La morra trans exige transpassing.
En la protesta, el mismo acto que cometió la policía contra Alexa, usando su mirada para determinar “qué tan mujer” se veía para, con base en eso, permitirle o negarle el acceso al vagón de uso exclusivo de mujeres y menores de 12 años, fue reproducido, esta vez acompañado de un aleccionamiento humillante de parte de una morra trans hacia otra. En otras palabras, en el mismo espacio organizado para denunciar ese policiamiento de género que, en un principio ejerció la agente policial del metro como un discurso discriminatorio y transfóbico, alguien hizo exactamente lo mismo con una chica trans que, a sus ojos, no tenía el suficiente “avance” en su transición para defender su existencia y llamarse morra trans. Como si ser mujer trans dependiera de qué tanto lo parezcas, transmitiendo el mensaje de que la lucha se convierte en tuya como sujeto trans, dependiendo de cuánto más vayas pareciéndote al sujeto cis; en este caso, mientras más cispassing tengas, más legitimidad tienes para llamarte mujer trans. Si se dan cuenta, se está replicando el discurso terf que sostiene que el sujeto del feminismo es la mujer cis y por más que transites no hay forma de subsanar el hecho de que viviste como hombre, porque lo que legitima a la mujer cis como sujeto del feminismo es su esencialismo biológico.
La morra que fue discriminada en la protesta se llama Marina. Por no verse lo suficiente trans, otra morra trans cuestionó su presencia y le pidió usar el tapabocas como una forma de pedirle que se tape, inferiorizando su participación en la manifestación, argumentando que aún no estaba lista para usar el vagón exclusivo de mujeres y que su transición no estaba lo suficientemente “avanzada” para manifestarse abierta y públicamente como mujer trans.
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Dos mujeres, una cis policía y una trans, hicieron la misma operación: no ocupas este lugar y por tanto niego tu entrada, porque la imagen que me regresas no se acopla a una idea de mujer cis o trans que tengo. En tiempos de fascismos y supremacismo blanco y de género, no podemos darnos el lujo de parecernos discursivamente a trumpistas, derechistas y al policía, siempre raCISta, patriarcal y cis-hetero.
En el caso de la terf, su lugar jerárquico proviene de la vulva que, según ella, “naturaliza” su género y opresión; en el caso de la mujer trans, la legitimidad surge de su validación cis, que la lee como “femenina”, y de la transformación corporal con hormonas y chirimbolas políticas, que materializa el que la traten como mujer y, por ende, pueda experimentar violencia machista-patriarcal. Este argumento deslegitima otras formas de transfobia que vivimos travestis y personas trans que no tenemos pase a lo cis y que experimentamos el malestar de no ser leídas como tales y, por tanto, identificadas como cuerpos sin derecho a acceso, como le pasó a Alexa.
En vez de ratificar esa mirada que valida a las mujeres bajo ciertos estándares hegemónicos de feminidad, deberíamos empujar una mirada flexible donde quepan muchas formas de ser mujeres. De lo contrario, parece que abrazamos el discurso terf reduccionista del género, que lee a las mujeres siempre y cuando haya un denominador común en todos sus cuerpos, borrando la historia colonial de la sexuación y binarización de lo humano. Las terfs propugnan definir el ser mujer por los genitales, validados desde la clínica, en la infancia; no caben las travas con otras puchas… Y ahora, pareciera que otras mujeres trans buscan definir el ser mujer trans por la visibilidad de los cambios físicos y estéticos derivados de terapias de reemplazo hormonal y otras prótesis. Como si todos los cuerpos reaccionaran igual a esos procedimientos y como si, y solo si, se pudiera ser trans si buscamos acoplarnos visualmente a la cisgeneridad.
Esto hace que estemos ante una clase de colonialidad estética trans que no cuestiona el binarismo de género, que siempre va atado a una exigencia socialmente aceptada de verse y ser mujer emulando la feminidad cis, cuando el hecho de ser trans es, en sí mismo, un acto no binario y, por tanto, un escape del ideal regulatorio visual de feminidad y masculinidad hegemónica. No podemos, como personas trans y cimarronas de género, reafirmar nuestra existencia aprobándonos a través de qué tanto nos vemos mujeres u hombres cis, medido en qué tanto no se nota nuestra desobediencia de género, es decir, lo trans, por lo que cualquier exigencia estética a personas trans es tan violenta como cuando las terfs nos señalan.
Es importante manifestar que una identidad no nos exime de reproducir discursos conservadores, de derecha, transodiantes y fascistas. De hecho, el genocidio en Palestina nos ha demostrado que personas trans, gays e incluso negras pueden defender perfectamente esta masacre colectiva, a pesar de encarnar una subjetividad subalterna en relación a los regímenes de opresión donde la cisgeneridad y el binarismo de género son la norma, así como la blanquitud que normaliza las jerarquías raciales y la heterosexualidad como régimen político y colonial (M. Wittig). Las identidades no son garantías de nada ni espacios seguros, como tampoco lo son los espacios exclusivos de mujeres, donde mujeres trans, travestis, transmasculinidades siempre estamos bajo escrutinio permanente por la cisheteronorma. Ni siquiera las mujeres cis están seguras en espacios de mujeres. Recordemos a la mujer agredida por otras mujeres y no por ser trans, por usar el vagón junto a su padre de la tercera edad.
Es falso pensar que un espacio, por ser de uso exclusivo de mujeres, es seguro. Ni para las negras, indígenas, racializadas y menos para las personas trans, los espacios de mujeres han sido espacios seguros, porque su sentido de organización se basa en la protección de la feminidad blanca, considerando solo el sentido cisgénero de la violencia e ignorando otras categorías de opresión, como la raza y la clase. Este hecho es posible porque el género sin conciencia de clase y racial solo le sirve a las blancas/blanqueadas más privilegiadas. Nuestros cuerpos por sí solos no garantizan una profunda conciencia sobre cómo operan y se manifiestan las lógicas de la violencia. Es por eso que vemos a mujeres trans reproduciendo discursos transfóbicos. La identidad no nos salvará.
No hay una sola forma de ser mujer trans.
Algo que hay que entender es que no hay una sola forma de ser mujer. Pensemos en la violencia histórica que han experimentado mujeres negras, afrodescendientes, indígenas y de color, por parte de mujeres blancas. Tampoco existe una forma única de ser y verse mujer trans-travesti, por lo que construir cualquier política y postura a partir de un sujeto concreto que se ve de una forma y que se presupone que comparte una misma experiencia, es una forma limitada y esencialista de comprendernos.
Es la misma operación que sostiene el feminismo blanco para ser cis, transfóbico, racista y universal: las diferencias son posibles solo mientras aceptemos que existe una situación compartida de todas las mujeres: todas, incluso, las sionistas, son oprimidas porque la opresión está en el “sexo”, la vulva. Entonces, ya admitidas las mujeres cis negras al club de las mujeres, que antes era exclusivo para las blancas, las violencias racistas son marginales ante la verdadera opresión que comparten y unen a todas que es la sexual, entiéndase sexual en clave de genital/determinista/biológica, haciendo que la feminista más blanca y privilegiada en términos de clase y raza, comparta la “situación femenina” con la palestina. Con base en esta premisa, se sostiene el separatismo cisbinario biologicista al estilo colonial, como acaba de pasar en Reino Unido, donde las terfs, financiadas por J.K. Rowling, lograron reducir la categoría social y política “mujer” a los genitales, previamente codificados y nombrados por el aparato clínico, cultural y colonial que sostiene el régimen cisheteroracial de género. Somos tan plurales y diferentes en experiencias, que resulta obvio acudir al biologicismo sexual de género para homogeneizar a “todas” las mujeres, que resultan fragmentadas por las relaciones de poder, raciales, clase, coloniales e imperiales que muchas ejercen sobre otras.
Los argumentos que se usan para negar la participación o discriminar a una mujer trans que, a los ojos de la colonialidad cis binaria de género, no se ve lo “suficientemente femenina”, son insostenibles ante cualquier análisis no conservador de género, no terf y abolicionista de los sistemas de opresión.
Fuimos muchas las que transitamos/fugamos a lo largo de los primeros años de pandemia, y vimos en el tapabocas una forma artefacto estético aliado para disimular nuestra presencia, y no exactamente para “pasar por mujer cis”, sino porque nos brindó, al menos en mi caso, un lugar de uniformidad para pasar desapercibida. Pero condicionar el uso del tapabocas para permitir a una mujer trans participar de un espacio, es un acto de invalidación y negación de la subjetividad trans.
Al sostener la idea que hay niveles para ser trans, que no todas somos igualmente travestis/mujeres mujeres trans en cualquier etapa de nuestro proceso de transición/cimarronaje de género, se legitima una idea de éxito en el logro del cispassing en la experiencia de las mujeres trans, lo que indicaría que no existe tránsito/cimarronaje de género posible sin medicamentos, hormonas y cirugía, sosteniendo un discurso transmedicalista y patologizante, donde la única forma de devenir mujer – travesti, es medicándonos y modificando nuestros cuerpos, invalidando por lo tanto, las muchas formas de ser trans, sin necesidad de hormonas y políticas fármaco-estéticas. Este argumento, refuerza la idea de que no eres morra trans desde el día cero, cuando muchas personas trans sabemos que esos días ceros no existen. Cuando nos manifestamos trans hace rato venimos experimentado un proceso interno que, muchas veces, es muy doloroso. Afirmar que hay una etapa en que puedes llamarte mujer trans, valida la idea de que es perseguible un cispassing para considerarse sujeto político de lo trans/ del feminismo; entramos entonces en medición de nuestras legitimidades en cuanto personas trans y oprimidas, como lo hacen las terfs. No existe una transición o cimarronaje de género culminado. Creo que la abolición del régimen cishetero-racial es la unica acción que nos permitiría usar esta afirmación; incluso las propias mujeres cis no hegemónicas ni blancas, todos los días reafirman su género como una forma de buscar el passing que no tienen. Una persona trans, al reproducir este discurso con otra persona trans, incurre en un claro acto de clasismo, posiblemente raCISmo (las racializadas y travestisnegras no somos ni nos pareceremos a mujeres blancas) y policiamiento de la transición de las otras.
Otro punto problemático de esta postura es que se ubica la responsabilidad en las trans que, al parecer, no le echan ganas para “verse como mujeres trans”, en vez de insistir en contra del binarismo de género institucional que gestiona nuestros cuerpos produciendo nuestra identidad binaria desde la clínica y afirmándola en todas las instituciones y espacios sociales que pasan por el metro, la escuela, las instancias de gobierno, los documentos, etc. Es un discurso revictimizante y defiende este orden de género, exigiendo a las disidencias sexuales que “si queremos ser tratadas como mujeres, nos acoplemos a la expectativa social de lo femenino y masculino”, en lugar de argumentar desde la pluralidad experiencial de lo trans, que no es binaria ni hegemónica, y brindando información sobre lo amplio que puede ser el espectro trans, y no exigiendo que seamos las travestis las que nos ajustemos al ojo del policía del Estado.
Los derechos no están sujetos a nuestras ropas.
Juzgar a una persona trans por llevar “ropa de hombre” es problemático puesto que esta persona, como le ocurrió Marina, podría estar en el clóset en su trabajo y no tener tiempo de cambiarse. Muchas hemos habitado instituciones, escuelas, salones de clase y espacios de trabajo donde nuestra continuidad y seguridad laboral dependen de vernos cis, en muchos casos, por miedo al acoso y la violencia transfóbica que permea todos los espacios; nuestra subrepresentación en el empleo “formal” es un efecto directo del régimen cishetero-racial y la transfobia institucional. En ese sentido, exigir cierta vestimenta para vernos trans es clasista y posiblemente, racista.
A Marina le piden que “ocupe su sitio” sabiendo que tiene “privilegio cis”, que ella nunca sufrió de nada siendo vato gracias a su privilegio cis. Esta afirmación es supremamente problemática, y no solo por transfóbica, pues es el principal argumento de las terfs y los grupos feministas transodiantes, sino también por racista. Vale la pena aclarar que el privilegio cis solo funciona cuando la persona que lo vive está conforme con su género, es decir, no es disidencia en relación a la norma y no vive un malestar por vivirse como se le obliga a ser o el contexto espera que sea. Muchas personas trans, vivimos etapas de nuestros tránsitos donde se nos reconcía como cis y aún no verbalizábamos nuestro devenir trans, y vivimos un profundo malestar psíquico, emocional y social por el régimen cisbinario; de hecho perfomábamos nuestra masculinidad o feminidad asignadas al nacer, para acoplarnos a la norma, lo que provocaba no solo malestar interno sino social con nuestros vínculos y relaciones. Yo puedo afirmar que nunca fui cis, yo era una tremenda marika. Quien me conoce lo sabrá. No tengo recuerdo de mi infancia en que no se me nombró “mujercita”. Sé que hay otras experiencias, que hay mujeres trans que quizás vivieron la masculinidad de otra forma, y está bien, pero reconocer esto, esta pluralidad de experiencias, nos permitirá no afirmar que toda mujer trans y travesti fue un varón privilegiado, ni que el privilegio cis masculino se traduce en opresor por naturaleza. Esa demonización esencialista, anclada en lo biológico de la masculinidad, es parte de cierto feminismo blanco y terfo, por eso no comprenden la existencia de las morras trans. Este discurso naturaliza la violencia en todo cuerpo trans, demonizando lo masculino y poniendo en el mismo sitio a todos los hombres como algo elementalmente violento, y a las mujeres como lo naturalmente bueno. Otra cara de este argumento es que las transmaculinidades pasan a ser opresoras, desconociendo que hombres negros y racilizados han sido violentados históricamente por el artefacto colonial, incluso de la feminidad blanca. Este sueño de pasado cis masculino todo opresor, borra también las infancias trans que, generalmente, no pasan por tratamientos hormonales, ni tuvieron acceso a bloqueadores. Muchas de nosotras fuimos infancias marikas trans-travestis.
Derivado de muchos procesos de lucha social, hoy sabemos que es un error revictimizar a las víctimas y responsabilizarlas de las violencias que sufren. Marina, una mujer trans que aún viste con lo que tiene, de acuerdo a su situación de clase y bajo sus condiciones materiales posibles, fue requisada por cómo iba vestida. Si algo hemos aprendido de las luchas antipatriarcales y antirracistas, es a no meternos con el cómo iba vestida, ni exigiendo vestimenta adecuada. Hacerlo es reproducir no sólo el discurso que revictimiza a las víctimas de violencia machista, en este caso violencia transfóbica, por dar a entender que si el Estado y la policía no le permite entrar al vagón de mujeres, es su responsabilidad por “no vestirse adecuadamente como mujer”, exigiendo estándares de género binarios, sino que también es racista al estilo del feminismo blanco occidental, cuando feministas blancas acosan a mujeres con hiyab como una operación fiscalizadora de los cuerpos que demonizan por no verse como mujeres femeninamente occidentales. Nunca se defiende al Estado y se traslada la responabilidad a las víctimas. Tenemos derecho, como cualquier morra cis, a usar sudadera y pants y acceder al transporte público sin ser discriminadas. Los derechos no están sujetos a cómo vamos vestidas. Defender al Estado bajo el argumento de que es necesario reproducir claros marcadores de género, es profundamente heterocispatriarcal. Ignorar todo esto es efecto de lo ombligadas que estamos en nuestras blancas y occidentales luchas por el reconocimiento estatal, y no por el deslabonamiento de la cis, binaria, blaca y racista casa del amo, pensando en Audre Lorde.
Por otro lado, quienes transitamos y cimarroneamos los mandatos de género impuestos por la cisnorma no transitamos con clósets de “ropa de mujer real” incluído. A veces devenimos sin tener ni un peso para chucherias travestis, chirimbolas políticas, ropa, maquillaje, tacones, etc. Ser trans es un asunto siempre de raza y clase. Las travestis negras o racializadas muy rara vez logramos performar la feminidad blanca, que es el ideal y la expectativa visual de ser mujer trans en este mundo racista. Incluso muchas mujeres negras cis e indígenas no tienen cispassing porque no son blancas, y no alcanza la vida para costear los tratamientos estéticos que pagan las mujeres cis blancas. Pensemos en el caso de Imane Khelif, boxeadora argelina, quien estética y visualmente no tiene el passing de “mujer real y biológica”, es decir no se ve como una “mujer blanca”.
Las travas no le debemos cispassing a nadie.
Ni a la gente cis, ni a la sociedad cisbinaria y menos a otras personas trans. El acto de cuestionar solo cuerpos de travas sin passing, mientras otras feminidades trans con otros privilegios de clase y raza, pasan el policiamiento de manera desapercibida, da cuenta de que existen trans de primera y de segunda categoría. Es decir, que el ideal de trans es que nos parezcamos a mujeres cis con feminidad blanca, no a cualquier mujer cis. Somos tan racistas que no queremos parecernos a mujeres indígenas, cuyos cuerpos no necesariamente tienen las medidas y altura de las mujeres blancas; tampoco a mujeres negras, con cuerpos “toscos y corpulentos” desde la mirada raCISta, sino a mujeres blancas. Por lo que, cualquier exigencia de passing cis es una discurso racista y clasista.
Vale la pena preguntarnos ¿quién tiene el privilegio cis cuando se trata de personas trans?. Quién ya logró materializar cambios que le permiten inteligibilidad en su identidad de género elegida, es decir, ser leída con el género deseado, o quien aún no se vive con esos cambios debido a su proceso “temprano” de transición o a su experiencia trans, que no es menos válida por no recurrir a tratamientos de modificación corporal. Además, ¿quién certifica lo temprano de un proceso?
En este punto quiero dejar claro que no creo que sea malo tener “cispassing” o que personas trans lo busquen; la verdad es que la vida es tan culera con las personas trans/travestis, que no me atrevería a aseverar una opinión en esos términos. Yo hablo con hermanas y hermanos trans que me dicen, “ahora que me veo así, me siento más cómodo y no paso por estas violencias cuando ando en la calle o uso un baño público”. A mí, en el 2023, a inicios de mi cimarronaje de género se me prohibió usar el probador de mujer en un tienda en la CDMX. No es casual que me sienta más “cómoda” mientras menos se me nota la barba, aún sabiendo que las mujeres también tienen barba, o que cada vez es más probable que me llamen “señorita” cuando me presento en algún lugar, después de haber incurrido en una serie de tratamientos hormonales y estéticos… La sociedad que in-vivimos es binaria, es cis, es hetero, es blanca y espera solo vincularse con mujeres y hombres, y tiene claro “cómo se ven”, por lo que es natural que muchas personas trans busquen esa inteligilidad. Las personas trans habitamos un mundo colonial engenerizado en clave cis. Si las esclavizadas negras y hombres negros buscaron ser reconocidos como hombres y mujeres como los blancos no fue por falta de radicalidad, sino porque solo la vida humana (blanca) importa, y para ser humanos hay que ser mujeres y hombres. Quienes desobedecemos el género, buscamos la destrucción del binarismo de género, quizás también el género. Algunas renunciamos a la humanidad como una forma de dejar de mujer y hombres, otras cimarroneamos el binarismo, pero lo cierto es que las personas trans estamos dentro de la colonialidad de género (M. Lugones) y nos construimos en relación a la norma de género, que lamentablemnte siempre es cis y hetero. Aquellas que buscan cispassig quizás quieren evitar tratamientos violentos por el orden colonial de género, y quienes transitamos/cimarroneamos sin saber bien hacia donde, estamos entrampadas en el dilema de existir pero solo tenemos de referencia a las mujeres y a los hombres. Quizás toca explorar lo no binario como una alternativa abolicionista. Eso implicaria que desaparezcan las categorías hombre y mujer, y así no tendria sentido hablar cispassing, porque cuando hablamos de pase a lo cis hablamos de pase a la humanidad.
El tropo terf del hombre vestido de mujer.
Escuché que es importante transmitir visualmente que eres morra trans, porque entonces cualquier hombre cis podría usar el vagón de mujeres, pero nuncaimaginé escucharlo de una persona trans, aún sabiendo que la violencia letal que experimentan las personas trans en menores escalas de privilegios es perpetrada por personas cis (hombres / el Estado) que no se disfrazan de mujeres, y que son los mismos que también cometen violencia feminicida contra mujeres cis, copiando el tropo cultural estigmatizante y criminalizante de mujeres trans, que construye historias de hombres asesinos que se disfrazan de mujeres para matar. Es el mismo pánico moral que usan terfas y la derecha para justificar linchamientos de hombres negros en nombre de la protección de las mujeres blancas, o negar acceso a baños porque “quizás esas trans son posibles violadores en potencia” derivado de su masculinidad instrínseca y su pene violador por esencia. Seguro no quieren sólo hacer pipi en el baño, quieren violar a las mujeres. Que una persona trans coloque ese discurso en otra morra trans que lleva pantalones y playera es un claro acto de transfobia.
Pensar que debe haber una forma de “identificar a las verderas trans” también raya en el fascismo, en la construcción de pánicos morales y chivos expiatorios, en la perfilación de género y el policiamiento de la “adecuada feminidad”, afectando no solo a trans/travestis sino también a mujeres cis, como ha sucedido recientemente en Inglaterra donde mujeres cis con apariencia de género no normativa, son agredidas en “baños de mujeres”. Proponer que se deben construir ciertos estándares visuales y lograr ciertos cambios físicos que permitan identificar fácilmente a una travesti/mujer trans, con el fin de lograr reconocimiento institucional, en este caso, de las políticas del metro es muy problemático. En primer lugar, esto reafirma la cisnorma y el binarismo de género como referencialidad de validez y realización trans, es decir, solo se es trans y solo se pueden acceder a derechos, como a no ser discriminadas ni violentadas y al derecho a la igualdad, si calcamos la feminidad lo más que se pueda. Esto, muchas veces, pasa por procesos hormonales, quirúrgicos y uso de prótesis de género (uñas, extensiones, pelucas, maquillaje, tacones, etc.) que conversan con privilegios de clase. Me pregunto si también esta medida solo sería aplicable a morras trans o a cis que no usan nada de esto, con el fin de determinar los indicadores de uso del vagón: lleva labial, tacón, vestido, tiene tetas, no tiene barba… porque hay muchas cis barbudas, solo hay que pararnos en cualquier clínica estética para darnos cuenta. Voluntaria e involuntariamente, se nos pide feminidad y expresión visible en clave cisbinaria como requisito para acceder a un derecho, como usar el vagón exclusivo de mujeres. ¿Y, en caso de no tener este cispassing y ser una cisbutch o una mujer trans masculina? ¿No tenemos derecho?-La feminidad no es propia ni natural a las mujeres así como la masculinidad no es propia ni esencial a los hombres, por tanto hay mujeres masculinas, cis o trans, como hombres femeninos, sean estos trans o cis.
Cada vez que una travesti existe, sale una terfa a decir que “los transos violan a mujeres en las prisiones de mujeres”, o que están en peligro si “transos” entran a baños de mujeres. Lo cierto es que estos ejemplos son falsos, son pánicos morales de la derecha y propios del pensamiento cishetero-blanco y conservador. Usar el hipotético caso de usurpación y fraude de una persona que no tiene una experiencia de vida trans y se hace pasar por una para lograr alguna ventaja o cometer alguna violencia, es discurso terf y de derecha. No solamente la mayoria de veces estos casos son inexistentes, sino que también, practicamente todos los fraudes, en cualquier dimensión social, son llevados a cabo, en su mayoría, por personas cis, y no por eso estigmatizamos la identidad de género de dicho sujeto. Hay que repetir, que el discurso “por la protección de las mujeres y niños” es un discurso supremacista blanco; fue la invención del hombre negro violador la que justificó linchamiento masivos de personas inocentes, y es la misma estrategia que se usa con las travestis y morras trans en menores escalas de privilegios. La liberación no es tener una cárcel para personas trans, o vagones para mujeres; es que de una vez por todas, prendamos fuego a la plantación que construye cárceles para pobres y negros, para construir los humanos que importan.
La transición terminada es una ficción de mentes blanqueadas
Hay que admitir que es de gente mierda fiscalizar la experiencia y los procesos de tránsitos de otres. El separatismo ya fue, las travestis/morras trans no nos liberamos sin los morros trans, sin les compas nbs, sin la banda negra, sin la prietas, indias, mestizas racializadas… No podemos protestar en la calle y en el espacio público y vigilar quién puede protestar y quién no; se llama fascismo. Si quieren reunirse con mujeres trans hormonadas solamente, se vale, pero convóquenlas en su casa y mándenles invitación personalizada. La calle es de todes.
Ser trans es un asunto de experiencias en plural, y con muchas formas válidas. Ser trans/travesti siempre es un asunto radicalmente no binario, porque nuestra desobediencia sexual y de género es una afrenta contra el binario que histórica y colonialmente se ha dado por “natural”. Un abrazo a Marina y a todas aquellas personitas trans que están calladas y que aún están donde están. No hay tiempos establecidos. No hay un solo camino ni un solo modo para movernos de la matriz cisgénero. Quiero que sepan que somos muchas y que no están solas. Aquí está su manada que no quiere ajustarse al régimen cis-visual-binario de género -mujer y hombre- sino que, desobedeciendo, morras, morros y morres, buscamos desestabilizar categorías dadas, deslabonar jerarquíasy fundar otras formas de existir cimarronenado los órdenes de género.
Exigir estándares estéticos no es cool. Ser morra trans, en cuanto se puede ser femenina en relación a la cisnorma, ya fue.