March 24, 2024

Yo le creo a Amaranta Hank y a Angie Castellanos

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Somos muchas las mujeres en los medios de comunicación que tenemos una amiga o conocemos a una mujer con una historia como las de Amaranta Hank y Angie Castellanos. En el caso de Salcedo Ramos, la frase que más se escucha cada vez que se mencionan las denuncias en su contra es que “era un secreto a voces”.

También somos muchas las que nos hemos visto en situaciones similares a las que describen Amaranta y Angie, en las que hemos recibido mensajes e insinuaciones de hombres que admiramos y que no supimos rechazar tajantemente como seguramente podríamos hacerlo hoy, y que incluso hemos agradecido con alguna sonrisa fingida sin poder nombrar la incomodidad que eso nos producía. 

Teníamos tan romantizada e idealizada la figura del gran profesor/escritor, y queríamos tanto ser Jo March, que nunca entendimos lo problemático de ese “eres muy adelantada para tu edad” ni de esos acercamientos con la excusa de discutir o comentar un texto por fuera de la universidad. Somos muchas las que podemos resonar con los relatos de Amaranta y Angie porque el acoso y el abuso de poder siempre estuvieron normalizados y silenciados. Somos muchas las que sabemos que nos ha llevado años, décadas, poder reconocer esas conductas y llamarlas por su nombre. No teníamos ni el conocimiento ni los canales para expresar que estaba mal que ese profesor del colegio se nos recostara y restregara sus partes cuando se inclinaba hacia el pupitre con la excusa de ver el papel, o que no éramos nosotras las que teníamos que hacer maromas para esquivar las insinuaciones de profesores universitarios, sino ellos quienes tendrían que haber respetado ciertos límites.

Y es que esta es una conversación que recién empezó a salir del clóset masivamente con las primeras oleadas de denuncias en redes en 2015 en Brasil con el hashtag #primeiroassédio), en 2016 en toda Latinoamérica con #miprimeracoso y en el mundo con el #MeToo hollywoodense (iniciado a menor escala en 2006 en MySpace por la activista Tarana Burke), y aún hoy sigue abriéndose camino con mucho esfuerzo y mayor resistencia en los lugares que más se beneficiaron de ese silenciamiento. Lo que logramos con esas oleadas de denuncias en la última década fue que esas experiencias salieran de lo privado y pudiéramos reconocer el patrón de abuso, patrón que puede verse en las denuncias contra Salcedo Ramos y contra tantos afamados escritores, periodistas, cineastas, que se aprovechan de su reconocimiento y el respeto y admiración que jóvenes estudiantes y aspirantes a escritoras, periodistas o actrices les profesan para conseguir algo a cambio, sin importar que eso no sea lo que ellas quieren. 

Además del visible desbalance de poder en las esferas donde se mueven estas personas y ocurren esos abusos, donde la palabra de un afamado cronista pesa más que la de varias mujeres, hay que sumar a la ecuación la enorme diferencia de edad entre estos señores y las mujeres que los denuncian para entender que muchas veces preferimos callar y fingir antes que cuestionar a esas figuras que nos enseñaron a respetar por ser hombres, mayores y toros sagrados. Somos muchas las que podemos entender perfectamente, porque lo vivimos, que a veces tenemos que hacer cálculos de supervivencia, de fuerza bruta, de tamaño, de distancia, de velocidad, de posibilidades de salir de ahí enteras, de carrera y posibles pérdidas de oportunidades laborales. Ninguno de esos cálculos tendría que ocupar nuestra mente cuando nuestra integridad está en riesgo.

Por eso me indigna, me repugna, pero no me sorprende la absolución de Salcedo Ramos (que no es un fallo de inocencia), el reconocido cronista, periodista y escritor colombiano denunciado públicamente en 2020 por las periodistas Angie Castellanos y Alejandra Omaña, más conocida como Amaranta Hank, y el tratamiento machista de la justicia en este fallo en primera instancia que ojalá sea impugnado y llegue a alguna instancia con un mínimo de enfoque de género.

Amaranta y Angie denunciaron a Salcedo por hechos ocurridos cuando ellas tenían 21 años, (entre 2011 y 2017). A sus denuncias, se sumaron 5 testimonios más de personas que prefirieron mantener su nombre bajo reserva; dos eran de mujeres menores de edad. En febrero de 2021, Amaranta y Angie radicaron sus denuncias en Fiscalía y, en febrero de 2021, la Fiscalía le imputó a Salcedo Ramos cargos por delito de acto sexual violento.

Los relatos de Amaranta y Angie son muy similares y se parecen, a su vez, a los de tantas amigas y a episodios que muchas hemos vivido. Ambas eran jóvenes, estudiaban periodismo y soñaban con escribir; ambas admiraban a Salcedo y se sintieron especiales cuando él se mostró interesado en ellas “por su trabajo”. Ambas llegaron a ver a Salcedo como un mentor. En sus denuncias, publicadas por el medio Las Igualadas, ambas cuentan que Salcedo las besó por la fuerza, las manoseó y les restregó su miembro. Estos son algunos apartes de los testimonios de ambas denunciantes, publicados también en El Espectador:

“-¿Cómo te vas a ir? mira que es temprano, vamos a mi casa y te muestro libros, aprovecha que yo no le abro las puertas de mi casa a cualquier persona; tengo libros que te puedo regalar’-. Yo no pronunciaba ni una palabra (…) Debí insultarlo, pero en mi mente no estaba decirle eso, yo creí que no estaba bien porque sabía que si él se quejaba me iban a sacar de mi trabajo” (…) Entonces entramos a su casa y otra vez me cogió las muñecas con fuerza y empezó a restregármelas en su pantalón. Me llevó cogida de las muñecas a su cuarto, se acostó en la cama y me sentó encima de él para que sintiera su erección. Yo solo pensaba en qué hacía para salirme de eso, lo único que se me ocurrió fue decirle que yo sí quería, pero cuando no estuviera borracha, que yo volvía mañana. Insistí tanto que me soltó y me dejó ir (…) Fue muy duro entender que se aprovechó de las ganas que yo tendía de que él me enseñara, me corrigiera, me recomendara libros. No quería que me cogiera a la fuerza, ni que me hiciera nada. ¿Cuándo vio un coqueteo de mi parte?, ¿cuándo me preguntó si yo quería? En ningún momento sentí deseo por un hombre que me recordaba a mi papá. Además, ha sido muy duro contrastar con los testimonios de otras chicas, me sentí muy afectada, a todas nos dijo que escribíamos bien, a todas nos dijo lo que queríamos escuchar (…) Yo vengo de la Universidad de Pamplona, donde me ponían a leer y analizar sus crónicas, entonces pasé de admirarlo desde la distancia a trabajar con él, estaba extasiada, era una maravilla, yo tenía una admiración súper grande por Alberto, el maestro Alberto. Él me decía ‘vas a ser una gran escritora, vas muy bien’ y yo me sentía muy orgullosa”.

Angie cuenta que Salcedo empezó a enviarle toques y mensajes vía Facebook y la invitó a tomarse un café. Ella aceptó pues, al igual que Amaranta, lo admiraba y tenía un interés profesional. Le dijo que el sitio donde iban a verse estaba cerrado, así que le propuso ir a su apartamento; ella pensó que no podría pasar nada malo y que aceptó. Angie narra que, en el ascensor, Salcedo la empujó contra la puerta y la besó a la fuerza. Luego la convenció de que se quedara. “Metió su mano bajo mi ropa y empezó a tocarme el abdomen. Me sentí demasiado incómoda, me paré y él también se paró, me cogió con fuerza contra el closet, apretó todo su cuerpo contra mí y empezó a besarme, Traté de voltear la cara y le dije que por favor no hiciera eso, que me estaba lastimando. Intenté ser súper amable porque él tiene cambios bruscos, me hacía sentir que se enojaba y yo no quería eso. Me dijo que fuéramos a su biblioteca, me mostró sus libros y se sentó a leerme, yo me quedé parada. Otra vez me pidió que estuviera tranquila e insistió en que me sentara en sus piernas. Me negué, pero continuó, decía que era mejor porque así yo veía lo que él estaba leyendo. Accedí, él continuó la lectura por un momento, hasta que cogió mis piernas y mi cuerpo para restregarme contra él. No pude más, no recuerdo cómo me paré, recuerdo que la situación fue muy intensa, le pedí que me pidiera un taxi, pero finalmente salí caminando de ese apartamento”.

En ese momento ninguna de las dos sabía cómo nombrar lo que habían vivido. ¿Quién de nosotras en 2011 o 2013 habría podido decir “esto es acoso”, “esto es abuso”? Tal vez muy pocas. Ambas asumieron una culpa que no les correspondía y callaron por miedo, incluso volvieron a hablar con Salcedo fingiendo demencia, como muchas hemos tenido que hacer para seguir adelante en un mundo dominado por ellos, donde su palabra es la que vale; eso también fue usado contra ellas en el juicio, porque el concepto de consentimiento sigue siendo tan lejano para la justicia patriarcal, que los jueces son incapaces de ver las relaciones de poder y la coerción en un contexto que ni siquiera garantiza voluntades libres, y en cambio son capaces de ver un consentimiento inexistente en el tono “calmado” de un mensaje posterior al acto violento. 

Y aunque somos muchas, quizás demasiadas, las que entendemos perfectamente lo que estas dos mujeres valientemente decidieron contar, los silencios que tuvieron que guardar y los tiempos que les tomó denunciar, para el juzgado 20 penal de circuito de Bogotá, el material probatorio no fue suficiente para probar el delito de acto sexual violento. Sin embargo, se tomó en cuenta la opinión un “experto en lenguaje” para afirmar que hubo “mutuo coqueteo” y absolver al imputado. Para el juez también fue determinante que Amaranta se hubiera dedicado por un tiempo a vender contenido para adultos, y afirmó no entender cómo una mujer que trabajó en la industria del porno pudo ser víctima de violencia sexual, aún cuando esto ocurrió después de los hechos denunciados. Este fallo, además de machista es revictimizante y amerita ser revisado con enfoque de género pues envía un mensaje nefasto para las víctimas de violencia sexual, a quienes seguramente alejará más del sistema de justicia porque les recuerda que el patriarcado es un juez

¿Cómo vamos a confiar en una justicia que no entiende el concepto de consentimiento ni reconoce las relaciones de poder? ¿Y si no podemos confiar en la justicia, qué nos queda? Nos queda creernos y no es difícil porque muchas hemos vivido algo similar, porque el acoso y el abuso están tan normalizados que seguramente, si le preguntan a alguna mujer, tendrá también una historia para contar y esa certeza también es un secreto a voces. 

Amaranta apelará el fallo y quizás, en una segunda instancia, la justicia sea un poco menos machista y cruel. Mientras tanto, en algún lugar, otro afamado escritor o admirado profesor está aprovechándose de la admiración que jóvenes estudiantes le profesan y acosando sexualmente a alguna. Esa joven podría ser la hija, nieta, hermana o amiga de quien está leyendo esto y quizás nunca se anime a contarlo porque el costo para las que denuncian, sigue siendo muy alto.

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