Nací y crecí en Ciudad Bolívar, una localidad en Bogotá en donde la educación sexual ha sido precarizada y las oportunidades de llevar gestaciones elegidas son más bien privilegiadas. A pesar de la falta de educación sexual que recibí durante mi infancia y adolescencia, mi propia trayectoria laboral me permitió acercarme a estos temas, reconociendo mi propia ignorancia y autoreconociéndome desde distintas aristas de mi sexualidad. Sin embargo, no todo el mundo tiene la misma posibilidad de adquirir esta información cuando no se nos da desde la crianza. Por eso aclaro que en este texto no pretendo representar ni apropiarme de las experiencias de gestación y paternidad de otras transmasculinidades que tal vez están atravesando, o ya han atravesado, esta situación desde sus tránsitos y contextos socioculturales.
Esta es mi experiencia:
Me encontré en mi cama tendido boca arriba, desnudo, mirando a los barquitos de papel origami que colgaban de mi techo. A mi derecha, un reloj que anunciaba que en unas dos horas llegaría mi mamá a casa. Sobre mí, un hombre cis gimiendo cayó exhausto. “No me aguanté” me dijo. Había eyaculado adentro. Con él nunca tuve prácticas sexuales seguras, sinceramente. Ni siquiera las conocía muy bien. Con él tendido sobre mi cuerpo me pregunté por primera vez con plena conciencia ¿yo quiero gestar? El “susto”, ese fantasma de la sexualidad que nos persigue a las personas asignadas femenino al nacer una vez iniciamos nuestra vida sexual, había llegado a mi vida.
Muchas veces desbordé los límites del autocuidado y cuidado mutuo en busca de la complacencia sexual, así que el “susto” se repitió un par de veces más. Tras haberme preguntado por primera vez si quería gestar, me vi sumergido en una serie de foros en internet sobre capacidad de embarazo, embarazo responsable, cuidados del cuerpo para el embarazo y hasta “trucos para quedar en embarazo”. Por otro lado empecé a buscar cosas como ¿cuánto vale criar un bebé? ¿cuáles son las leyes sobre gestación y parto? ¿qué tipos de parto hay?… Entonces lo supe: no me estaba preguntando si quería gestar, eso estaba clarísimo, me estaba preguntando cómo hacerlo.
Haber descubierto la multiplicidad que puede tener el deseo sexual desde la diversidad de la bisexualidad terminó por generar nuevos cuestionamientos sobre mi deseo de gestar durante un periodo prolongado en mi vida. Constantemente me preguntaba ¿y si me gustan las chicas cis cómo voy a gestar? ¿Cómo se constituye legalmente una familia de este tipo? Me condenaba a la imposibilidad de construir un futuro en familia con una mujer cis y, aunque me aterraba la idea, pensaba en que sólo podría entender mi orientación sexual como bisexual hasta el momento en que decidiera gestar, pues luego de ello tendría que adscribirme a la heterosexualidad cisgénero para poder formar una familia sin barreras por discriminación.
Me hubiera gustado pensar que educarme sobre mi propia sexualidad, sumado a la sentencia C-683 de 2015 (que abrió las puertas a la adopción homoparental) fueron garantías suficientes para calmar mis preocupaciones y abrazar nuevamente la idea de una familia con una mujer cis o trans, retomando mi plan de vida respecto a mi capacidad de gestar. Pero fue durante esta misma época que empecé a comprender mi propia identidad de género como hombre trans y así las cosas son a otro precio.
Al menos en Colombia, la paternidad es un tema polémico y adscrito al cisgenerismo patriarcal. En un país con una tasa de madres solteras del 84%, hablar de una paternidad deseada parece más bien un chiste y plantearse una paternidad trans supuso para mí replantear el significado mismo de la paternidad en mi entorno. Asumir los roles del cuidado y de género estereotípicos es algo con lo que fui criado por mi asignación como mujer al nacer. Por ello tuve que reflexionar sobre mi propia construcción de identidad en referencia a esos roles de cuidado. La cabeza me explotó y aún se me explota cuando enfrento mis deseos personales a mi crianza impuesta. Sin embargo, he resuelto que mi construcción de masculinidad no está representada ni por el cisgenerismo, ni por aquello que se me impuso, ni por lo que se espera de mí como hombre. La sola idea del “hombre embarazado” rompe el esquema de la masculinidad hegemónica al mismo tiempo que el imaginario sobre cuáles cuerpos e identidades son aptas y merecedoras de la gestación.
La siguiente ruptura fue con mi propio cuerpo. Tras tres años de hormonización de testosterona, me vi enfrentado a la preparación de mi cuerpo para la gestación volviendo a aquellos viejos foros en internet, notando algo distinto: ninguno de los foros realmente hablaba de capacidad de embarazo, embarazo responsable ni cuidados del cuerpo para el embarazo. Todos y cada uno de ellos hablaba de quedar embarazada, el cuerpo de una mujer embarazada y maternidad responsable… El discurso siempre fue el mismo, pero ahora hacía mucho más ruido en mi cabeza. El mundo entero interiorizó el embarazo como una posibilidad única y exclusiva de las mujeres cis y desde allí, cada vez que las palabras “hombre embarazado” aparecían, estaban mediadas por el sensacionalismo y la morbosidad de aquello que resulta exótico para la sociedad. El trato sobre nuestras identidades es completamente deshumanizante. Nos ven como la atracción de una feria de Freaks.
¿Soy un freak? ¿Tengo que esconder mi embarazo? ¿Un activista trans puede esconder un embarazo? Y si no me escondo, ¿me van a reducir al entretenimiento pasajero y me van a desechar junto a mi bebé una vez deje de resultar atractivo?
Todos estos interrogantes han atravesado esta etapa de preparación mientras en paralelo aprendo de “maternidades” y cómo solemos tener que hacer. Analizo y reinterpreto cómo eso atraviesa mi cuerpo trans, pues el temor a la discriminación y negativas de un sistema de salud que no está preparado para recibir partos de hombres embarazados me hace saber bien que mucho menos lo está para el acompañamiento de un embarazo deseado en una transmasculinidad.
La reflexión frente a la precaria posibilidad de llevar un acompañamiento médico que responda a mis necesidades, y la preocupación por una sociedad con una transfobia profundamente interiorizada, me llevaron a llenar mi agenda de parteras adscritas al transfeminismo, a observar detalladamente quiénes de mi familia trans elegida tienen la capacidad de acompañar mi embarazo, a escuchar los relatos de mis hermanos que han vivido la violencia del cis-tema en sus embarazos y partos para aprender de sus experiencias y procurar menos violencia en la mía. Aunque me duela admitirlo, también me he visto obligado a construir una red de apoyo confiable para mi bebé en caso de que me maten, porque eso nos pasa a las personas trans, a muchas nos matan.
He dejado mis hormonas y con ello he tenido que aprender a releer mi cuerpo. Me enfrento al miedo constante de si eso que siento en mi útero es su muerte lenta o un recordatorio de lo vivo que está. Pequeños sangrados empiezan a aparecer luego de un par de meses. Mis tetas atrofiadas por una mala praxis de cirugía se hinchan y a veces aparece una picazón. Sensaciones que ya no recordaba me vuelven a atravesar. Mis volátiles emociones me han llevado al llanto de felicidad tras un orgasmo, de tristeza infinita al ver el camión de la perrera, de rabia iracunda con la destrucción de la ciudad que me vio crecer cuando una baldosa escupidora me arruina la ropa. Todo eso es una señal de aquello que siempre ha sido parte de mi. Mi cuerpo me lo recuerda ¡Estoy vivo! ¡Estoy listo! Quiero ser papá trans.
Que espectacular lo que acabo de leer, no solo la transparencia del escritor sino todo lo que deja que se lleve el lector, un montón de emoción. Fuerza, espero logres lo que quieres.
Soy abuela
No convencional
Admiro tu valentía
Te deseo que logres lo que quieres
Gracias por romper las barreras y hablar de temas que la gente oculta por miedo y terminan sintiéndose solas y solos…
Yo no soy hombre trans, soy homosexual y quedar embarazado es una fantasia