May 12, 2025

Si el nuevo Papa nos pierde de vista, nosotrxs no

⛪️ ¿Con la llegada del nuevo Papa podemos esperar una nueva posición de la Iglesia Católica frente a los derechos de las mujeres y personas LGBT+?

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Con la elección de Robert Francis Prevost como nuevo Papa, hay muchas expectativas sobre la posición que asumirá la Iglesia Católica frente a los derechos de las mujeres y la población LGBTIQ+. Francisco dejó en curso conversaciones abiertas, pero incompletas, sobre la inclusión en la Iglesia, y ante la incógnita, parece que quien va a aportar las respuestas es la feligresía más que el nuevo Papa Leon XIV. Da la impresión de que un sector de la Iglesia, y de la sociedad en general, estuviera esperando el aval papal para creer en lo que es justo —como los Derechos Humanos—, y eso, aunque entendible, no es necesario.

Esa espera, sin embargo, se parece más a la de niñxs aguardando instrucciones de sus padres para saber qué es correcto o no. Por ejemplo, considerar que todas las personas son libres e iguales ante los ojos de Dios. Como si la transformación de la Iglesia fuera una labor exclusiva de la jerarquía eclesial —que se muestra ya renuente y errática— y no una tarea que también está en nuestras manos como personas creyentes.

¿Acaso si el Papa León XIV decidiera hablar en contra del mandamiento mayor, que es el amor al prójimo, tendríamos que obedecer en una sumisión ciega la principal enseñanza de Jesús, solo porque el Papa decidió que así fuese? Más allá de que el Papa considere o no que la inclusión de las mujeres es una urgencia —que lo es— o que la población LGBTIQ+ debe ser incluida, si yo, como mujer creyente, considero que es justo y necesario, también es mi responsabilidad promover ese principio por encima de lo que diga la autoridad eclesial.

¡Cuidado! No desconozco el liderazgo e influencia del Papa y la importancia de su trabajo, pero sí quiero acudir a que, como personas creyentes, reclamemos desde nuestra libertad de conciencia la legitimidad en lo que creemos. Nuestras convicciones no están al vaivén del papado o del hombre al mando. Nuestras convicciones profundas y sinceras, en las que creemos que la Iglesia tiene que cambiar, también nos dotan de responsabilidad.

Cuando, como feligresía, hemos dado pasos firmes, a la Iglesia no le ha quedado otro camino que seguir el movimiento. Quizá no al mismo ritmo ni con la rapidez que quisiéramos, pero somos las personas creyentes quienes también debemos exigir que la Iglesia se transforme de acuerdo al contexto, que lea las señales de estos tiempos. La pregunta, más allá de si el Papa León XIV impulsará o no los temas pendientes, es cuál es nuestra tarea si decididamente la máxima autoridad eclesial no lo hace, cuál es el lugar que vamos a ocupar y cómo. Eso no quiere decir que la responsabilidad sea exclusivamente de la feligresía, pero sí es necesario plantarse ante el escenario que llegue con firmeza.

Aunque Francisco gozó de la aceptación global por dar pequeñas pinceladas en la inclusión —que no se tradujeron en efectos prácticos en la Iglesia y se quedaron en menciones generales—, esas menciones valieron lo suficiente para que los sectores más retardatarios lo señalaran como un enemigo. Y sectores más progresistas, aunque lo aplaudieron, quedaron con un sinsabor al esperar un avance mayor. En el río revuelto de expectativas, rumores y temores, al Papa le esperan conversaciones con las personas creyentes que la jerarquía eclesial sigue aplazando.

Tampoco hay que negar que Francisco avanzó e incomodó a una jerarquía eclesial que se había acomodado en el poder, olvidando su misión pastoral y dándole la espalda a las personas creyentes, obviando sus necesidades y preocupaciones. El papado de Francisco removió estructuras, denunció la corrupción y puso sobre la mesa la urgencia de volver a acercarse, como Iglesia, al pueblo. Ese atisbo de conciencia del argentino espantó a una Iglesia calcificada en sus propios prejuicios frente al mundo que la rodea. Sin embargo, permaneció la reticencia a la actualización de su doctrina moral, la insistencia en los pecados graves en los que supuestamente incurren las personas LGBTIQ+ y la acusación a las mujeres que abortan como criminales.

Y, en ese sentido, sería ingenuo subestimar la posibilidad de cambio que tiene y recibe León XIV. Aunque el poder de la Iglesia está en constante reevaluación, es innegable su influencia y poder político, que llega como un contrapeso a la narrativa de ultraderecha en el mundo. Su magisterio puede impactar positivamente en sostener la conversación sobre la búsqueda de la paz, el cambio climático y una Iglesia cercana al pueblo. Precisamente, en su primer discurso, el Papa León XIV afirmó: “Debemos buscar juntos cómo ser una Iglesia misionera, una Iglesia que construye puentes de diálogo, con los brazos abiertos para todos, especialmente hacia quienes necesitan nuestra caridad, nuestra presencia, el diálogo y el amor”.

Ahora bien, si en esa búsqueda del amor y el diálogo no hay espacio para las mujeres y las personas LGBTIQ+, una vez más fallan al llamado cristiano fundamental, que es el amor a todas las personas. Si en esos puentes de diálogo no se nos sigue viendo como interlocutoras legítimas, también es necesario que, como personas creyentes, sigamos reclamando lo que es justo. Si el Papa nos pierde de vista, nosotros no, y nuestra existencia y necesidades como creyentes no van a desaparecer. Este solo sería un papa de los 267 que han insistido en no mirar hacia acá.

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Autor

  • Comunicadora social y periodista de la Universidad Central, candidata a magíster en Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia.

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