
El rol de primera dama en América Latina recientemente ha pasado al centro del debate por las constantes críticas de la opinión pública sobre sus funciones y su papel en el Gobierno. Si bien la esposa del Presidente no es elegida por voto popular, sí tiene un capital político importante y es símbolo de ‘unidad nacional’.
Este símbolo de unidad está vinculado a la idea de familia perfecta –con hijos–, y su rol maternal y de cuidado se asocia al acompañamiento y atención de problemas sociales. Cuando no cumplen con esas expectativas aumentan las críticas y los señalamientos. Más allá de esto, es un rol que está en crisis y la pregunta central es: ¿cuál es su papel realmente?
Son capital electoral
El término ‘Primera Dama’ se comenzó a utilizar en Estados Unidos en 1878 con Martha Washington, esposa del expresidente George Washington. Y empezó a cobrar relevancia en el espectro político con Eleanor Roosevelt. Para ese momento el término ‘dama’ estaba ligado a una idea de ‘mujer respetable’.
A Colombia llegó en 1934 para nombrar a María Michelsen, en ese momento esposa del expresidente Alfonso López Pumarejo. Desde 1994 que se estableció el concepto jurídico sobre este rol, el país ha tenido más de 20 primeras damas.
“La primera dama no es un cargo de elección popular, por ende podemos pensar que no tiene ninguna competencia política. Sin embargo, dado que la política desde hace medio siglo se ha convertido en una representación donde domina la imagen, hemos sido testigos de lo que se llama la ‘personalización de la política’ y sobre todo, en las campañas presidenciales donde el afecto está puesto sobre el personaje del candidato”, asegura Eugiéne Richard, experta en marketing político.
En este sentido, según la experta, las esposas de los candidatos se convierten en un argumento electoral. El aspirante a la Presidencia con su esposa, hijos, nietos y demás familia son una estrategia de comunicación política. Y para el caso puntual de las primeras damas, son un argumento más de tipo emocional que racional, que sigue presente cuando el candidato es elegido. “La primera dama no tiene ningún mandato constitucional, pero sirve en términos de apego emocional al candidato o al mandatario. Genera afinidades”, puntualiza Richard.
Verónica Alcocer: figura pública, pero no funcionaria
Las acciones y actitudes de la esposa del mandatario colombiano, Gustavo Petro, han sido juzgadas y criticadas constantemente. En agosto del año pasado, por ejemplo, al día siguiente de la posesión de Petro, la primera dama colombiana fue al Congreso a acompañar a la senadora María José Pizarro en la radicación de un proyecto de ley que busca cerrar brechas de género.
Después, el pasado noviembre, volvió a aparecer en un debate de control político contra la exministra de Salud, Carolina Corcho. Y, recientemente, se presentó en la votación en el Congreso del proyecto de reforma a la salud que radicó el gobierno colombiano. Para algunxs ha sido una forma de incidir o ejercer presión sobre ciertas decisiones. Lo cual excede las facultades de su rol según la normativa en Colombia con la premisa de que no fue elegida por elección popular.
A través de la sentencia C–089 de 1994 la ley colombiana estableció que la primera dama no tiene carácter de servidor público y solo puede desempeñar funciones públicas que la Constitución permite a particulares. Es decir, la participación en tareas protocolarias, iniciativas de asistencia social, labores de beneficencia pública o actividades análogas sin que eso implique crear una dependencia de orden administrativo y los recursos provengan de Presidencia.
Ahí no termina. A Alcocer también se le ha acusado de influenciar algunos nombramientos del Gobierno. Uno de los que más destacó fue el de su vecina, Concepción Baracaldo, como directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), quien aseguró que Verónica se comunicó directamente con ella para pedirle su ayuda en esa institución, a la que renunció pocos meses después de su nombramiento.
Otro es el caso de Eva Ferrer, una de las amigas más cercanas de Alcocer, que primero fue nombrada como consejera para la niñez y ahora es consejera para la reconciliación. La alta funcionaria también hizo parte del encuentro entre la primera dama y el papa Francisco.
Sin embargo, la primera dama no tiene facultades para realizar contratación, supervisión ni manejo de personal, según se expone en el concepto 015491 de 2020 del Departamento Administrativo de la Función Pública.
El acceso a ciertos privilegios también es otro de los puntos de debate. En septiembre de 2022 la Cancillería reveló que para la visita de Verónica Alcocer al funeral de Estado de la reina Isabel II, en Londres; del ex primer ministro japonés, Shinzo Abe, en Tokio, y la Asamblea General de la ONU, en Nueva York, recibió 63 millones de pesos para viáticos y transporte. En este caso, Richard asegura que los gastos de la primera dama han generado más ruido que en otros mandatos porque el presidente Petro se ha hecho elegir con un mensaje de cambio. “Justamente estas prácticas de la vieja política y de las élites iban a desaparecer. Entonces, hay una clara contradicción entre el mensaje de cambio y austeridad”, dice la experta .
¿Primeras damas del cuidado?
De acuerdo con Richard, a las primeras damas en Colombia y América Latina, se les crítica porque no han sido elegidas y empiezan a tomar decisiones. Para la experta hay un discurso de doble moral, ya que se ha limitado a las primeras damas a unos roles de cuidado y atención a asuntos de primera infancia, cultura, o diplomáticos que no incomodan a la opinión pública. “Cuando se limitan a hacer cosas que son ‘tradicionales’ de la mujer no hay problema, pero cuando opinan sobre otras carteras ahí sí se piensa que son ilegítimas para hacerlo”, puntualiza la experta.
Esto indica que hay una carga social hacia las primeras damas desde una mirada patriarcal. Se espera de ellas un buen comportamiento, atuendos y modales a la altura. Como sucedió con María Juliana Ortiz, esposa del expresidente Iván Duque, señalada en varias ocasiones por su elección de vestuario. También fue el caso de María Clemencia Rodríguez, más conocida como ‘Tutina de Santos’, esposa del expresidente Juan Manuel Santos, a quien se le reconoció, principalmente, por su programa para la niñez De Cero a Siempre.
La mirada crítica también ha sido clasista y centralista. Recientemente, Verónica Alcocer fue criticada por bailar ante la Embajada de Colombia en España con una comparsa que la recibió en su visita. Si bien puede ser la primera vez que la esposa de un Presidente se desenvuelve de forma espontánea en público, también rompe el patrón de ser una primera dama de la capital y sus alrededores. Recordemos que Alcocer es oriunda del municipio de Sincelejo, en el departamento de Sucre, en el norte de Colombia.
Las primeras damas en Latinoamérica
En la región se han registrado otros casos que han roto los paradigmas de la primera dama. Un estudio de la Universidad de Salamanca, en España, mostró que estas mujeres cuentan con un puesto privilegiado en el Poder Ejecutivo. Allí gozan de alta visibilidad mediática, influyen en la agenda del Presidente e, incluso, acumulan capital político en su propio beneficio.
Según la investigación, en América Latina, por ejemplo, la mayoría de primeras damas que se han lanzado a cargos políticos, después de los mandatos de sus esposos, han quedado electas. Como es el caso de Cristina Fernández de Kirchner, actual vicepresidenta de Argentina, que fue primera dama durante el gobierno del expresidente Néstor Kirchner en 2003 en y que jugó un papel clave por su trabajo como diputada y embajadora en Israel. En ese caso, Cristina fue un ‘trampolín político’ para que su esposo alcanzara la Presidencia y después para que ella ascendiera en el Gobierno.
También estuvo Bertha Hernández, esposa del expresidente Mariano Ospina Pérez en Colombia, que sin ser presidenta trabajó por el golpe contra Laureano Gómez y promovió el voto femenino, los derechos de la mujeres y, después, fue congresista del Partido Conservador durante 20 años y una de sus líderes. Además de ser la primera mujer en portar una cédula de ciudadanía en el país.
En la historia está el caso de Eva Perón, esposa del expresidente argentino Juan Domingo Perón quien se encargó de realizar discursos, impulsar el sufragio femenino, fundar la fracción femenina del partido peronista y estrechar lazos entre trabajadores y sindicatos.
Un rol arcaico
Aunque ha habido primeras damas que se han desmarcado de lo que se espera de ellas, es un cargo que resulta arcaico para la sociedad actual y ha empezado a transformarse ante la falta de fundamentos. Está el caso de Irina Karamanos, esposa del actual presidente de Chile, Gabriel Boric, quien ejerció como coordinadora sociocultural de la Presidencia y renunció a sus funciones oficiales de primera dama para dedicarse a su labor profesional.
Ella explicó que a nivel institucional le parecía un cargo poco democrático y, a su vez, limitaba sus libertades individuales solo por su rol de pareja. “Es la versión más conservadora que se tiene de la idea de la pareja de alguien importante, siempre en una tribuna muy binaria, y también con una idea de complementariedad codependiente”, dijo Karamanos en una entrevista para ‘elDiario.es’.
Se suma Anne Malherbe Gosselin, pareja del expresidente Rafael Correa, se ausentó casi en su totalidad de este papel al que calificó como clasista. En México, por ejemplo, Beatriz Gutiérrez, esposa de Andrés Manuel López Obrador, ha seguido en su trabajo como profesora universitaria. “Pongamos fin a la idea de la primera dama porque en México no queremos que haya mujeres de primera ni de segunda”, dijo Gutiérrez durante un evento en 2018 cuando recién fue elegido su esposo.
Menos de acompañantes y más de presidentas
Las primeras damas cada vez son más influyentes en la región desde las campañas hasta el ejercicio de gobierno. Ponen temas en la agenda pública, algunas formulan programas y políticas públicas, y participan en viajes oficiales, conferencias y cumbres internacionales como representantes del país.
No obstante, gran parte de sus funciones están vinculadas a lo que “socialmente se espera” de las mujeres en política. O lo que define la Real Academia de la Lengua Española como primera dama: una mujer noble y distinguida, lo cual reproduce la idea machista de la mujer como auxiliar del hombre, al menos en escenarios públicos.
De acuerdo con Richard, falta una regulación sobre los límites que tiene quien asume este cargo y los límites del mismo. Mientras tanto, lo ya establecido encasilla a la mujer en “una única forma de vivir su feminidad y en un solo rol por desempeñar ligado, necesariamente a la maternidad y por tanto al cuidado. Limita, también, la formación de familia dado el sistema en el que se ubica”, según explica el estudio ‘Una mirada al rol de la Primera Dama en América Latina’.
Es a su vez una posición que es impuesta ya que llega como consecuencia del rol de su pareja. No pueden asumir ciertas responsabilidades, pero tampoco son libres de elegir sobre su proyecto de vida pues hay una serie de expectativas que recaen sobre las esposas de los presidentes.
Finalmente, este rol también genera distinciones entre damas de primera y segunda. Por eso, al final, los esfuerzos deberían ser por tener más mujeres como presidentas que como la sombra con buenos modales y compañía, de hombres con poder.