Es ese momento del año. Para quienes están en Bogotá, este es el fin de semana de Rock al Parque. Se siente como que las nubes se aprietan más, que los aguaceros van con el ánimo, y que el sol, cuando se le dé la gana, va a abrir los cielos para encontrarte de brazos abiertos en tu propio paraíso de parque. Uno donde no importa si haces fila en la requisa, si estás junto a un pogo, si pisas el barro o si traes buen abrigo porque Rock al Parque cura todos los males, arregla todas las amistades y corta con todo lo que se debe ir.
Así lo cambien de fecha una y 100 veces, Rock al Parque siempre es mi momento favorito del año. Pero un año después de hacer un escrache pidiéndole a mis colegas que sentaran posición para detener el acoso en una emisora donde se celebra el rock, esta nostalgia festivalera aterriza distinto. Sobretodo después de saber que fueron más de 30 mujeres quienes hablaron después de mí. Ahora, que alcé publicamente la bandera del feminismo, escribo porque tal vez como tú, como yo, tienes este conflicto de: ¿qué carajos hago con el rock ahora que soy feminista?
Se trata de mi rol como fan de la música. Lo primero es decir que claro, no es que una se haga feminista de un día para otro. Es un proceso, que en mi caso comenzó gracias al metal y al hardcore en especial, porque en esos toques pude encontrar un espacio para transformar la ira y desarrollar mi feminidad, aún cuando estos eran espacios casi completamente de hombres. Yo recuerdo entrar a Rock al Parque subiendo los taches, porque era mi mecanismo de defensa. Y hablar mal de las bandas que vestían de colores en tarima, o de las chicas que tocaban pop. No me parecían suficiente “rock”. Antes, el artículo completo se me iría en la diatriba de qué es y qué no es rock, pero ya no. Ahora la pregunta fundamental es: ¿rock según quién?
En la mayoría de los espacios del rock (conciertos, paneles, revistas, emisoras) quienes hacían crítica musical cuando yo crecía eran hombres. También lo eran quienes ponían a sonar artistas en las emisoras y quienes tomaban decisiones sobre los pequeños y grandes festivales. La participación de mujeres y personas no binaries en estos espacios ha sido escasa y eso significa que la pregunta de qué es buena música, qué es rock y que no, se contestó por varias décadas desde la perspectiva masculina. Hoy en día la selección de artistas tiene más diversidad pero no olvidemos que esa ha sido una lucha que se ha ganado a pulso, incomodando y alzando la voz. Una lucha que pide cada vez más transparencia en la curaduría y más inclusión. Es una lucha feminista.
Gracias a quienes incomodaron antes de mi, ahora puedo saber que cuando discriminaba artistas porque “no son rock” de fondo también había un discurso machista. Yo estaba moldeando mi gusto musical según hombres que escuchaban a otros hombres. No es una conclusión menor: esa fue la banda sonora que muchas tuvimos mientras desarrollamos nuestra personalidad.
Yo cambié. Pero la misma escena también me empujó a ese cambio. Tuve muchos amigos que me compartieron bandas, músicos que me enseñaron los orígenes del blues y panas que me hicieron el aguante para que yo pudiera poguear tranquila. Ellos hicieron que el rock fuera mi casa. Pero viendo la tarima, me fui desconectando del Death Metal porque ya no quería asentir cuando las letras eran de violencia explícita. Me fui alejando del Trash porque a lo bien no me hacía sentido competir para entender de qué se trataban las letras. Me acerqué más escuchar rock psicodélico por sentirlo que por ver quién podía tocar la guitarra más fuerte, más rápido, más alto. Entonces, descubrí que las fanáticas de la música siempre estuvimos ahí, pero en un segundo plano.
Una es rockera/metalera/punkera con todas la de la ley, hasta que se da cuenta que su propio género le puede jugar en contra. Lo vi en Rock al Parque, cuando en el escenario Plaza chiflaban en masa a las góticas bellas que avanzaban hacia la tarima. También en los toques underground, cuando empujé todo un concierto para alcanzar a ver y terminé saliéndome, con la boleta en la mano, porque vi un tipo sobrepasarse con otra chica. Siempre que iba a la entrada del toque, en las carpas de venta de camisetas, en la tarde cuando no había tanto público, ahí siempre hemos estado las mujeres. Y sin embargo se siente que tenemos que luchar para que el rock también sea nuestro espacio. Cuando experimentas lo que es que te acosen y que a nadie le importe, ahí no vale la música, van los principios primero. Una quiere el rock pesado con el alma hasta que sabe si en esos círculos se ignoran las violencias basadas en género. Lo dije hace un año y lo vuelvo a sostener:
¿De qué sirve tronar punk, rock extremo y rap a todo volumen si cuando llega el momento de sentar posición, toda esa rebeldía se esfuma?
Todos los espacios del rock tienen que ser feministas. Hay que admitir el machismo que ha permeado la escena por décadas y actuar al respecto: deteniendo el acoso, asegurando espacios seguros y celebrando de una vez por todas el aporte de las mujeres y personas no binaries al mismo tamaño que el aporte masculino. No somos una excepción a la regla. Esta también es nuestra casa.
Mi gusto musical cambió porque se ampliaron mis referentes musicales, mi noción de lo “cool”. También cambiaron los espacios donde sentí que podía crecer y encontrarme. El indie pop colorido y rosa le puso sonido a mi corazón roto, las letras de rap me dieron autoestima en momentos de crisis, la nueva música protesta le puso palabras a mi dignidad y todo eso se sumó el punk, hardcore y metal que todavía escucho y amo. Amo cada vez más la música porque que me da un espacio para expandir mi mundo desde el arte. De eso se trata.
Para eso vas a festivales de música como Rock al Parque. Dejas que los clásicos te curen todos los males y que la nueva música arregle las amistades. Te das la oportunidad de escuchar cada banda como si fuera la primera vez y cambias de tarima cuando ya no conectas, porque a nadie le tienes que pedir aprobación por tu gusto musical. Vas a crear tu propio paraíso desde unos principios: respeto, sororidad y valentía. No más silencio y no más tibieza. Ahora que soy feminista sueño con que los espacios del rock estén a la altura de las nuevas generaciones y de conversaciones como esta.
A todas las feministas que hicieron camino, a quienes rockean y a quienes escuchan de lejos: les deseo un feliz Rock al Parque, que el rock siempre sea nuestra casa.