“¿Ves? A esas abuelitas que están ahí son las que venimos a abrazar”, le dice una señora a su nieto de 6 años. Con su dedo índice señala a algunas de las Abuelas que entran por Avenida de Mayo junto a la tradicional bandera azul de más de mil metros con los rostros de los desaparecidos y las desaparecidas. Pasaron algunos minutos de las 13 y la Plaza de Mayo está brillante. Ellas, las “abuelitas” que venimos a abrazar, tienen un promedio de edad de 95 años. Se mueven apoyadas con sus bastones, con ayuda de otras personas o en silla de ruedas.
Cuando una empieza a conmoverse por la escena alguien, entre la marea de gente, grita “¡el que no salta votó a Milei!” y hay que saltar bajo este sol tremendo. Vivir en Argentina hoy se parece a este momento: entre la conmoción y los saltos intempestivos.
Marzo, en mi país, es un mes en el que no hay descanso: salimos a las calles varias veces. Nos concentramos, nos movilizamos, nos manifestamos, marchamos y, de alguna manera, se sientan las bases de nuestro año después del receso de verano. De mínima hay tres citas obligatorias: la apertura de sesiones ordinarias en el Congreso el primer día del mes; el 8M, Día internacional de las mujeres trabajadoras y el 24M, aniversario del último golpe cívico y militar, Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Siempre existe una especie de expectativa, una incógnita alrededor de la masividad y la contundencia de esos encuentros de ocupación callejera en los que, de alguna forma, se mide el poder popular. Cada una de estas efemérides se reactualizan: hay demandas y reclamos específicos pero cuando gobiernan las derechas, como ahora, estas fechas son impugnatorias del presente.
Salir a las calles en marzo es mucho más que un mandato o un ritual de encuentro. Tiene la fuerza de la tradición: la reafirmación de quienes somos como pueblo, los valores que defendemos y la vida que queremos. Desde el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), uno de los organismos de derechos humanos más importantes del país, convocaron a un Pacto de Marzo que sintetizaron en 10 puntos, como contranarrativa del pacto de mayo que propuso Milei a los gobernadores. La diferencia es que nuestro pacto de marzo sucede hace casi medio siglo y no tuvo que imponerse desde la hegemonía con pretensiones de refundación. Se fue construyendo desde abajo y a contrapelo, como se construye la memoria. Y no está exento de disputas y tensiones.
Desde mi perspectiva, la valoración de la democracia, la importancia de la lucha de las mujeres trabajadoras y la defensa de los derechos humanos son parte de nuestro ser nacional. Hasta hace poco había coincidencia entre ese ser nacional y mi propia identidad como periodista feminista y activista.
Sin embargo, hoy todo eso que me constituye, todo eso que me mueve, que me da orgullo como argentina de cara al mundo entero-tanto como ser campeones del mundo en el fútbol- está siendo atacado, desmantelado, en debate y disputado. Por primera vez desde 1983, este aniversario del golpe de Estado de 1976 se conmemora bajo un gobierno explícitamente negacionista. Por primera vez en la historia de la democracia argentina los medios públicos no cubrieron el 24 de marzo.
No crean que porque pasaron 48 años lo que está tironeado es únicamente el pasado. La memoria es una alquimia extraordinaria que permite hacer confluir en simultáneo el pasado, el presente y el futuro.
Los juicios por delitos de lesa humanidad a los responsables del genocidio ocurren ahora y tienen que seguir ocurriendo. Hay ausencias que todavía reclamamos hoy: muchísimxs desaparecidxs que todavía faltan identificar, personas que todavía faltan. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) resguarda más de 600 cuerpos de víctimas de desaparición forzada entre 1974 y 1983. Hay Abuelas que buscan encontrar a sus nietos y nietas. Hay adultos y adultas que esperan conocer sus familias biológicas porque fueron víctimas de una apropiación ilegal.
Y, por supuesto, todavía hay huellas y marcas que dejó el terrorismo de Estado que tienen sus efectos e impactos en este presente en sobrevivientes todos los días.
La semana previa a la marcha se conoció el ataque a golpes y el abuso sexual que sufrió en su domicilio una militante de la agrupación pro derechos humanos H.I.J.O.S.. Sus agresores le dejaron en claro que no tenía como móvil el robo sino «matar». Le dejaron escrito en la pared el lema presidencial: «Viva la Libertad Carajo», como para que no quedaran dudas.
Los Espacios de Memoria, como la ex ESMA, están siendo desmantelados ahora: unos días antes del 24M el gobierno despidió a 26 trabajadores de la Secretaría de Derechos Humanos de Nación.
La memoria es resistencia e insistencia. No se puede quedar quieta como quien invita a salta contra este gobierno. Es ese río que fluyó y desbordó por las calles del centro porteño. La memoria es colectiva y en plural porque hay tantas memorias como personas que se movilizaron el domingo. Cuatrocientas mil personas salimos el domingo contra el negacionismo de Javier Milei y Victoria Villarruel. Es un alivio que seamos un montón quienes tenemos memoria en Argentina y reafirmamos nuestro pacto de marzo aún en este contexto.