Permítanme pensar algunas cosas sobre quién soy en cuanto cimarrona, calibana, matatana, no-humana, fugitiva, desobediente, pero nunca como un monstruo. No soy un monstruo (pensando en Preciado). Quiero explorar mi piel, quiero pensar con mi carne, con mi experiencia y desde los tejidos de la herida colonial que habito. Soy eso que habita los tejidos dentro de la herida, tejidos suaves y otros engrosados por el tiempo, ya son más de 500 años de habitarla, la carga es prolongada y heredada. Son tejidos que funcionan como fronteras (pensando en la chicana feminista tercermundista, Gloria Anzaldúa), estoy entendiendo la herida como una frontera que nos raja, pero que aprendemos a habitar, y quizás en esas fronteras es donde las calibanas vivimos, en los bordes de la nación heterosexual (Ochy Curiel). Ser y habitar esos bordes me hace cimarrona, en tanto que me he movilizado de la plantación, pero nunca un monstruo.
Creo que habitar la transitividad, ser trans, travesti, cuando se es negra, es una experiencia totalmente distinta, es más, es otra situación respecto a la de los sujetos blancos. Y no me refiero a experiencias departamentalizadas y entendidas desde el paradigma liberal de la interseccionalidad, que indica que, por un lado, por ser negra sufro racismo y por otro, por ser trans sufro transfobia. Y que estoy unida al sujeto trans blanco por la experiencia de transfobia. No, no vivimos la misma transfobia. Porque mi experiencia de transfobia no es solo por ser trans, es siempre también por ser negra.
Ser negra y trans es una experiencia de cimarronaje migratorio, y solo las personas negras podemos ser cimarronas. Las negras–trans somos cimarronas, otras solo son personas trans. Mucho se ha dicho sobre la transitividad como una experiencia de pasar de lo humano a lo monstruoso, las travestis afrodescendientes, no pasamos a ser monstruos, porque la humanidad por ser negra siempre nos fue negada. Pasamos a ser cimarronas, fugitivas de la blanquitud. Por eso, mi querida persona trans blanca, mi querido Paul Preciado, no somos iguales. Sé tú el monstruo que tu privilegio blanco te permite habitar después de abandonar la humanidad, yo soy cimarrona.
Ser negra y antirracista, y habitar la fugitividad del cimarronaje del CIStema sexo-género, no es un tema solo se trancisión de género, es un asunto de descolocar los sentidos organizativos e identitarios de la CIShumanidad, que siempre ha sido un espacio propio de la blanquitud. Mi devenir travesti es una experiencia única de cimarronaje, soy negratravesti –se escribe junto, así como cuando Betty Ruth Lozano, escribe mujernegra como experiencias inseparables–. No todas las travestis ni trans somos iguales, algunas blancas/os trans son monstruos en cuanto son una reforma de lo humanoCIS. Quienes somos negras y habitamos la fugitividad, no somos monstruosidades, somos calibanas, somos cimarronajes, somos negras. Son las blancas y blancos trans quienes necesitan nombrarse monstruos para separarse de la blanquitudCIS, con quienes tienen pactos de raza y clase. Para nosotras, las negras afrodescendientes, es suficiente con nombrarnos cimarronas, para dejar claro que no somos cis porque no somos humanas (el género construye humanidad), y no somos humanas porque no somos blancas.
No soy ningún monstruo, no soy ninguna mutante, no soy ninguna variación, modificación y construcción de otredad de la humanidad. No soy una criatura, ni un engendro, ni un huésped definido como otro en cuanto no es humano. No soy sobrenatural porque entiendo que no hay nada natural. Llamarse monstruo es validar la condición de naturaleza de la humanidad, la humanidad no es natural, es un proyecto ideológico-civilizatorio de la blanquitud.
No soy un monstruo como la criatura de Frankenstein, que fue creada por un hombre blanco. El cimarronaje como experiencia de fuga del CIStema sexo-género y de la plantación organizada de los amos, no es un invento de la blanquitud, es una práctica antirracista de liberación negra. Creemos que las líneas de fuga, son una invención de Deleuze y Guattari, pero no, son una creación negra y una práctica ancestral antirracista. No reniego de la CISexualidad porque Butler y Preciado lo academizaron e hicieron pop la teoría queer, lo niego porque soy AFRODESCENDIENTE, porque encarno un legado. No soy un monstruo, soy negra.
El sentido de existencia de la criatura de Frankenstein, en cuanto monstruo, dependía del imperioso deseo de querer ser “normal”, humano, aceptado, reconocido, abrazado. La idea de monstruosidad construida desde ciertas narrativas queers y trans occidentales son ideas que operan definiéndose en oposición al régimen político CISheterosexual, se definen diferentes en cuanto no son cis. Me niego a existir en cuanto a ser la diferencia que reafirma lo cis. La idea de monstruosidad trans es precisamente una jaula como dice Preciado, es una cárcel donde el sujeto trans existe en cuanto es definido por la cisgeneridad y cisexualidad. Reclamo el legado afrofuturista y cimarrón de imaginarme fuera de la plantación del cistema sexo- género.
Yo existo fuera de esa ontología occidentalizada y médica, porque soy como la filosofía ubuntu, “soy porque somos”, esa lógica neoliberal-individualista y enmarcada en la territorialización de las políticas de la identidad, que oponen lo cis a lo trans, es un marco de existencia binario-individual, es una relación no plural, ni múltiple, ni fugada ni cimarrona. La idea de ser monstruo, de reconocer que somos trans porque nos definimos en contraposición de la cisexualidad binaria y la colonialidad de género, es tramposa, ya que seguimos persistiendo en la idea de querer ser humanas, trans pero humanas, como la criatura de Frankenstein obsesionadas con el reconocimiento del Estado y la aceptación de la humanidad. No busco que lo trans sea humano.
Llamarse monstruo es un privilegio de gente blanca. Es muy fácil habitar la blanquitud, la europeización y la occidentalidad, para luego renegar de ella para ser “hippie, rebelde, monstruosa”, ¿qué significa llamarse monstruo cuando nosotras lxs negrxs, fuimos llamadas demonios, satánicas, bestias y animaladas, por ser negras? No Preciado, no soy un monstruo. Soy cimarrona.
Quiero aclarar que yo soy otra, no soy monstruo, no soy la metamorfosis del hombre y la mujer blanca cis-humanao. Soy otra en cuanto existo en lo ancestral, existo sin la necesidad referencial de lo humano. Para entender esto hay que descolonizar el pensamiento, descolonizar la mente (Ngũgĩ wa Thiong’o). ¿Han pensado en una existencia sin tener en absoluta referencia la humanidad? Eso soy.
Los activistas trans blancos al estilo Paúl Preciado y los queers blancos que se la pasan en fiestas en Berlín en nombre de su libertad sexual y de género y esas narrativas occidentalizadas, están obsesionados por el reconocimiento humano, pero sobre todo, no tienen ontologías propias más que la referencialidad de existencia dentro de la humanidad: su identidad sexual y de género está separada de su identidad racial, siempre quieren ser más humanos. Luchan por derechos para ser humanas. Yo lucho y resisto para no ser humana, en consecuencia, vivirme fuera de la matriz sexo-género, cuya categoría sexual y genérica, solo es propia de los cuerpos humanos. Esto no significa que no quiera techo y comida, es lo mínimo, y no porque es la “responsabilidad del Estado” sino porque es reparación del daño, eso de la responsabilidad del Estado es un invento colonial, que todo mundo sabe que no funciona ni funcionará, el Estado es blanco, cis, colonial y privado; lo que estoy diciendo es que no quiero ser ontológicamente humana, porque eso es blanquitud. No quiero ser, ni parecerme.
Citando a María Lugones, sólo la humanidad y la blanquitud son aptos para tener género, porque el género siempre humaniza, yo soy travesti como asunto de cimarronaje antirracista y no por un tema de género. Soy travesti por negra, por racializada, por afrodescendiente, porque me fugué de la plantación identitaria de la sexualidad CISgenérizada de la plantación sexual, cuya sexualidad binaria existe para el mantenimiento del orden, la modernidad y el control. Mi identidad travesti está pegada a mi negritud, inseparable, no soy un monstruo, soy negra. La blanquitud liberada en la sexualidad y trans en el homonacionalismo (citando Puar) son monstruos en cuanto su existencia depende del marco de inteligibilidad cissexal.
Una de mis apuestas políticas antirracistas, es desengancharme, citando a Stuard Hall, de todo marco de pensamiento occidental, esto incluye diferenciarme radicalmente y pintar raya, porque no somos amigas ni nos parecemos a las queers y las trans blancas, cuya identidad sexual y de género no cis están completamente entendidas y separadas de los procesos de racialización. Y tampoco son del todo disidentes, muchas a pesar de su desobediencia de género y de sus orientaciones sexuales no heteronormativas, habitan muy cómodamente sus privilegios de clase, raza y blanquitud, y a estas alturas sabemos que no hay disidencia ni ninguna forma de desobediencia, sin ser activamente antirracista y oponerse a toda episteme blanca, incluyendo los privilegios que habitamos. En ese sentido, quiero aprovechar para separarme de cierto hombre trans blanco-monstruo, ya que parece que cuando habla Paúl Preciado, habla en nombre de todo lo trans. Entiendo que la disputa de la existencia no solo se dirige a ese marco de inteligibilidad que es abiertamente racista y colonial, y que nos niega en su cotidianidad, sino también contra los disidentes de género en la blanquitud, cuya identidad trans, no le quita lo racista y cuya transitividad la entienden en el marco de la modernidad.
Paul Preciado dictó una conferencia el 17 de noviembre de 2019 en el marco de las jornadas internacionales de l’ École de la Cause freudienne en París, ahí afirmó: “Yo soy el monstruo que os habla. El monstruo que vosotros mismos habéis construido con vuestro discurso y vuestras prácticas clínicas. Yo soy el monstruo que se levanta del diván y toma la palabra, no como paciente, sino como ciudadano y como vuestro semejante monstruoso”.
Primero no soy ciudadana y tampoco soy semejante a la blanquitud ciudadana y médica a la cual se dirige Paul Preciado. El discurso de Preciado se resume en desnaturalizar la diferencia sexual del psicoanálisis, en lo cual estamos de acuerdo, el psicoanálisis lacaniano y freudiano, y todos sus devenires, están inscritos en la colonialidad de la ciencia médica y su desarrollo forma parte de la colonialidad sexual y de género, que hegemoniza el régimen político binario cis-heterosexual. Sin embargo, mi problema aquí no es ese, sino la idea de Preciado y muchos activistas queers y trans nortecentrados, primero; de entender lo trans como un tema de discursos médicos y no de racismo-colonialismo, y segundo, de entenderse como monstruos en cuanto trans. Y sinceramente, yo no soy un monstruo. Yo soy negra. La idea de monstruosidad es definida por Preciado como una jaula, en la mente blanca y humana de Preciado, no hay imaginación de libertad en lo travesti, su blanquitud le impide cimarronear. Lo trans para él es otra producción de lo humano y el régimen clínico binario. Yo soy travesti en cuanto soy cimarrona. Para mí la transitividad, se traduce en un ejercicio de escape y fugitividad, la transitividad siempre es racializada, porque el género es una categoría colonial, por eso en mi devenir identitario soy cimarrona, no es una producción blanca, para mí lo travesti es un tema antirracista y no de género. Las negrastravestis hacemos CIMARRONAJE DE GÉNERO, NO TRANSICIÓN DE GÉNERO.
El monstruo es un invento moderno cuya existencia es estratégica para definir la humanidad. No hay humanidad sin la monstruosidad, el monstruo, los demonios y todos aquellos seres inventados por la propia blanquitud, sirven como conceptos claves para definir la “superioridad” antropocéntrica de lo humano (pienso en Anzaldúa cuando hablaba de la “exterioridad”, creo que lo retoma Walter Mignolo para hablar de la “diferencia colonial”). Pero el monstruo se nombra siempre y su existencia depende de su constante ausencia de lo humano, de lo “bueno”. Por lo que cuando una se nombra monstruo no solo reafirma esta diferencia de superioridad, sino que reproduce la idea de existir siempre en contraposición y a contraluz de la sexCISgeneridad. Las cimarronas no existimos en ese tiempo-relación, somos una propuesta radicalmente distinta con carácter ancestral.
Preciado en este discurso reivindica su derecho a elegir su propia jaula, lo trans para preciado es una jaula, es una identidad más de la humanidad, entiende lo trans como una producción de subjetividad humana, otra más. Ser travesti para Preciado no es descolonización de género. Su blanquitud y eurocentrismo le impide nuevamente ver, no dejar de ser blanco. Para Preciado lo monstruoso es igual a no ser cis sino trans, mismo ejercicio dicotómico que produce una relación binaria dentro de la humanidad, ¿será que entonces no soy trans, sino que el proceso de transitividad-deslocación-descolonización-fuga y migración-escape, cuando se trata de lxs condenadxs del mundo, negras – racializadas, hablamos de cimarronaje de género y no de transición de género? ¿Será que lo trans es de las blancas – queers como Paúl Preciado que se comen el género solo y transitan desde un asunto de género-diferencia sexual , separado de la lógica colonial de racialización que funda la sexuación y engenerización del cuerpo? ¿O disputamos y resignificamos lo trans desde estos cuerpos-experiencias negras? No sé. Pero lo que sí tengo claro, es que mientras más escucho a los blancos trans y queers ser trans y queers, más abismalmente separada me siento de ellos, no creo que haya una experiencia compartida, pensando en Patricia Hills Collins cuando habla del punto de vista y la experiencia de las mujeres afroamericanas, de vivirse desobediente de la matriz CISexual de género, cuando algunas miramos desde un punto de vista afro-travesti-cimarrón.
Quizás la diferencia es que Paul Preciado es trans y yo soy cimarrona. Por lo que lo trans quizás es un asunto de blancxs, no lo sé. Este deslenguaje que estoy haciendo a lo largo de este texto, es parte de mi “mal comportamiento”, de mi desobediencia cimarrona, de mi animalidad calibana, de ser una existencia no humana en cuanto no soy blanca ciudadana ni una igual al aparato médico científico.
Por lo que el discurso de Preciado me sirve de pretexto no solo para diferenciarme de él, y el mainstream de la teoría queer blanca que representa, sino para yo pensar en voz alta y junto a ustedes, cómo me entiendo como travesti y desobediente del CIStema sexo-género-raza del cual me desplazo.
Yo no estoy disputando el género, yo no soy trans porque esté disputando el género, sino que como ya dije, soy travesti porque es un asunto antirracista. Soy travesti porque la colonialidad del ser (Maldonado Torres) viene con la cisgenerización forzada del cuerpo, la sexuación binaria del cuerpo racializada es una imposición colonial, por lo que para mí cimarronear el género es un tema antirracista y no solo de género. Los discursos trans de occidente y sus teorías queers, hegemonizadas por la academia del norte global, que entienden lo trans desde las ideas de performar la cisgeneridad y en el caso concreto de Preciado, de entender el sujeto trans desde una idea “rareza” de monstruo que construye su propia jaula de género, para así reproducir sus propias normas y mandatos, es una narrativa que al ignorar el racismo y la colonialidad de género (María Lugones) no explica, ni de cerca, mi experiencia como travesti cimarrona, que habita la transitividad-migratoria y se moviliza, no por un deseo de ser humana, sino por un asunto de criminalidad, en cuanto desobedezco el mandato cisexual de lxs amxs.
Quiero que entiendan que no soy un monstruo porque mi inteligibilidad no se enmarca en lo humano. La monstruosidad sólo se entiende dentro de lo humano. Con temor de ser repetitiva, quiero que entiendan que soy trans en cuanto soy negra, no tiene que ver con una tema de género, soy trans como acción antirracista y cimarrona, soy travesti porque me salgo de la plantación de lxs amxs que implanta la organización humana con base al CIStema sexo-género.
No podría ser travesti por fuera de mi experiencia negra y mi política antirracista, soy antirracista porque me movilizo y deslocalizo de todas las ontologías y epistemologías de la humanidad, incluyendo el género, soy travesti para no ser humana, porque la humanidad siempre es cisgénero (recordemos que Barbie, la película de Greta Gerwig, se realiza en cuanto deviene humana, y ese devenir se concluye en su cisexualidad cuando se genitaliza), entonces, si mis ancestras negrxs no eran humanxs, por ende no tenían género, y habitaban el dismorfismo sexual que critica Paul Preciado en su discurso, el cual si bien es cierto, es un invento de la ciencia occidental, también es un dismorfismo sexual diferenciado del género propio de la humanidad. Lxs negrxs esclavizadxs eran igual que mulas, yeguas, vacas, cerdos, etc. vidas que no eran humanas como, los catalogados en el dismorfismo, impuesto por supuesto, pero sin género. Esxs negrxs desde esa animalidad-no humana, se nombraban cimarrones. Lo humano siempre es doméstico, lo cimarrón es calibán, por lo que yo soy trans no porque quiera ser mujer, soy trans porque reniego de todo elemento humano de la blanquitud y la colonialidad del ser, para ser insumisa, desobediente y animalada, para ser una yegua cimarrona. Dejo de ser CIS para llevarle la contraria a la colonialidad de género. Ante toda cosa que sepa en la que la institución colonial esté de acuerdo conmigo, tomaré la posición contraria.
No soy trans por el deseo de muchas trans blancas de libertad sexual y elegir ser lo que queremos ser, porque las identidades son políticas y construidas -en esto último estamos de acuerdo –aparte de que el discurso de la libertad sexual individualista tiene un fuerte tufo a blanquitud–, soy trans porque soy negra desobediente de toda política organizativa de la blanquitud, incluyendo el género, jodo el género contaminándolo, reniego de la categoría hombre para contaminar la categoría colonial mujer. No transité para ser una mujer, transito como una forma de cimarronear, de descolonizar mi piel.
Soy trans como una apuesta de poner en marcha la política del joder, la política de la contaminación. Hábito la categoría mujer, no porque sea una, seamos honestas, hay que ser blanca para ser una, ni las negras cis lo son, más fácil son vistas como gruñonas, putas y enojonas animaladas que como mujeres, Sojourner Truth tuvo que disputar ese lugar. Yo me nombro trans para renegar la ontología CISgénero de la blanquitud, es decir, si la clínica me nombró varón y el Vaticano estuvo de acuerdo, entonces me cruzo la banqueta, no porque me sienta una mujer, sino para joder, para molestar, para contaminar, para descolocar el orden naturalizado cisbinario-racializado, pero esto no lo hago porque soy trans y ya, lo trans es una forma de descolonizarme, es cimarronearme, es decir, de fuga y escape de la plantación del cisgenerismo y cisexismo propio de la humanidad binaria, para movilizarme como parte de un proceso migratorio e irme al monte, pero ese irme no me hace monstruo, porque no soy la degradación de lo humano, me hace travesti- cimarrona.
Quizás debí empezar este texto explicando el cimarronaje como una práctica antirracista que básicamente consistía en la huida de las personas negras esclavizadas de las plantaciones, con la intención de dejar de ser objetos de explotación/exterminio de los y las colonas. Lxs negrxs que cimarroneaban se refugiaban en los montes, y fundaban cosas fugadas de la idea de sociedad blanca, no eran sociedades, incluso escapaban del entendimiento, lxs amxs, no podían comprender, fundaban quilombos, mocambos, palenques, maniales, cumbes, maroons, el español/española, inglés/inglesa y portugués/portuguesa no comprendían esa ontología otra y episteme de vida, desde el nombramiento (por eso hablo de lo necesario de dejar de nombrarnos como las amas, y dejar reformar el feminismo. Hagamos un mocambo antipatriarcal). El cimarronaje, viene porque esta práctica “ilegal” a ojos de los amos y amas de fugitividad, era asociada a los animales domésticos que cuando se escapaban al monte se convertían en cimarrones – indomesticables, al ocupar lxs negrxs el mismo lugar que los animales, se convierten en lo mismo, en bestias. Aquí no había ciudadanía Preciado, ni se deseaba, se vomitaba de hecho.
Mi devenir no es transitar en el marco de lo humano, como dije, no quiero disputar el género de la ama, sino contáminarlo, básicamente, joder. Mi subjetividad trans es un asunto de cimarronaje, mis procesos de desenganche de toda epistemología de blanquitud, implica abandonar la cisgeneridad, para cimarronear el género, es decir, escaparme del diagnóstico de la colonialidad CIS de género, y devenir en una travesti cimarrona no humana, que en vez de ser una mujer, lo cual es una tarea imposible porque no soy blanca, más bien, soy una desobediente de la CISnormatividad de género, y me pongo en contra del mandato colonial de cumplir el rol asignado en la plantación y reproducir los atributos dados por el aparato binario de la CISidentidad, por eso, los tiro, para contra-habitar, sin ser bienvenida, la categoría contraria que me fue negada, solo por llevar la contraria y fugarme de la CIScuerpo.
No soy humana, porque no soy blanca, pero tampoco soy un monstruo porque no soy la deformación de lo humano, repito, primero hay que ser humano para devenir monstruo, Paul Preciado es un zombi, yo no. Yo soy una yegua, soy una mula, soy una puerca, soy negra, no monstruo porque nunca he sido humana y porque mi transitividad como práctica antirracista de cimarronaje no es una jaula, es una puerta a la libertad. Por todo lo anterior, elijo no elegir ninguna jaula, ser travesti a diferencia de Paúl Preciado, no es una jaula otra, ¿por qué pensarán los blancos trans que transitar es una jaula y es igual a monstruosidad? Esto definitivamente solo puede ser posible si se piensa desde la colonialidad de género, y no desde el antirracismo. Contra todo lo anterior, me nombro una no-humana, una antihumanista, una cimarrona-calibana, una calibana, recordando a ese personaje primitivo y colonizado de la novela La Tempestad de William Shakespeare, que luego fue antirracistamente reinterpretada por Aimé Césaire para un teatro negro. El Calibán es un cimarrón, indomesticable, incolonizable, sin género, pura fuga y movimiento, primitivo y nativo, todo lo contrario a Colón y su orden binario de género.
Que sean monstruos las blancas, yo soy una mula cimarrona. O también me puedo nombrar como mi perra viralata de infancia, una chibibola.