octubre 1, 2021

Miso y Mife: medicamentos aborteros que nos han salvado la vida

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Por Luisa Fernanda Gómez

Ilustración de Carolina Urueta

Un descubrimiento de las mujeres, para las mujeres

Aunque no se sabe cuál fue el momento exacto en que a una mujer se le ocurrió usar un protector estomacal para inducir abortos, eso era lo que estaban haciendo las mujeres negras de las favelas brasileñas. Y estaba resultando sumamente efectivo.

Los médicos en los hospitales de Brasil sabían que algo estaba pasando cuando comenzaron a recibir cada vez más mujeres en el servicio de urgencias con abortos aparéntemente espontáneos, al tiempo que disminuían las prácticas inseguras para interrumpir embarazos no deseados. 

Eran los años 80 y el aborto estaba criminalizado prácticamente en toda América Latina. Las personas que deseaban interrumpir sus embarazos no tenían más opción que acudir a todo tipo de prácticas inseguras: se introducían por el canal vaginal objetos (como agujas de tejer, o rayos de bicicleta, o plantas, como perejil, yuca y cebolla aún con tierra adherida); se preparaban bebedizos con hierbas como la ruda o la hierbabuena y se hacían duchas vaginales con jabones derivados de la soda, con amoniaco o con formol. Todas estas prácticas generaban daños irremediables en la salud de las personas gestantes, o incluso, muchas veces, las mataban sin que se hubiera producido el aborto.

En 1986, Brasil avaló la comercialización de un medicamento llamado Cytotec, creado por Laboratorios GD Searle y company (hoy propiedad de la farmacéutica Pfizer) con el propósito de prevenir las úlceras gástricas producidas por los analgésicos antiinflamatorios. En su etiqueta, el Cytotec advertía: “No lo tome si está embarazada y no se embarace mientras toma este medicamento porque puede causar un aborto espontáneo”. ¡Bingo!

Lo que contenía el Cytotec era la molécula Misoprostol: “un análogo de la prostaglandina E1 que produce el cuerpo para regular una cantidad de expresiones inflamatorias y de estrés”, según explica Laura Gil, ginecóloga y obstetra, miembro de la Federación Colombiana de Obstetricia y Ginecología. Es decir que el medicamento actúa de la misma forma en que lo hace el cuerpo, sin intermediación farmacológica, en los receptores del útero y de la parte gastrointestinal. Por eso resultó tan efectivo para abortar, porque “utiliza los mismos mecanismos que usa el cuerpo cuando tiene que evacuar un aborto espontáneo”, dice Gil.

Entre los efectos ginecológicos que el misoprostol producía en las mujeres (y que sigue produciendo en quienes lo usan), están los cólicos, la contracción uterina (que origina el dolor), el ablandamiento del cuello del útero y la expulsión del contenido del útero acompañado de sangrado.

Por ser una sustancia que actúa en el músculo liso, que no solo está en el útero sino también en el intestino, también puede producir diarrea y vómito (pues las prostaglandinas hacen que el intestino se contraiga a la par del útero). Puede dar escalofríos, fiebre y dolor de cabeza. Todos estos síntomas bien conocidos por las personas menstruantes quienes sabemos que muchas veces los efectos menstruales que ocurren en el útero se reflejan en la zona gastrointestinal, y que estos síntomas también pueden aparecer durante los días de sangrado. 

Para la década de los 90 el misoprostol no era el único análogo de prostaglandinas con efecto sobre el útero, pero para ese entonces, resultaba sencillo de conseguir y utilizar, porque no necesitaba refrigeración y era muy barato. Por sí solas, las mujeres fueron descubriendo cuál era la dosis y la forma de tomarlo para inducirse abortos. Luego los científicos empezaron a investigar.

En 1987 apareció el primer ensayo clínico con 300 pacientes, que tuvieran entre 9 y 12 semanas de embarazo, a las que les dieron distintas dosis de Cytotec para registrar cuántas de ellas tuvieron abortos completos por el medicamento. Así demostraron su efectividad y seguridad, y las ventajas que tenía sobre los procedimientos quirúrgicos.

Ese mismo año, se realizó en Brasil la primera publicación acerca del uso del misoprostol para la inducción del parto en casos de feto muerto y, unos años más tarde, ya en la década de los 90, se comunicó la utilidad de esta droga en la inducción del parto con feto vivo

Para ese momento, más del 70% de las mujeres que ingresaban a los hospitales con abortos inducidos habían tomado misoprostol. Y, precisamente por la masividad de su uso, que se dice corrió voz a voz por todo el continente, en 1991, el gobierno Brasileño prohibió la venta del misoprostol sin receta médica. A partir de esa medida las tasas de morbilidad y mortalidad maternas relacionadas con el aborto volvieron a aumentar, como en los tiempos anteriores al descubrimiento de las brasileñas. En República Dominicana ocurría lo contrario: desde el lanzamiento del misoprostol en este país, también en 1986, hasta 2001, las complicaciones graves relacionadas con el aborto disminuyeron en un 75%.

Al mismo tiempo de la prohibición, empezó a producirse un problema que se mantiene hasta hoy: la especulación y aumento en los precios del misoprostol. Un estudio auspiciado por el Consorcio Latinoamericano Contra el Aborto Inseguro (CLACAI), realizado en 2009, identificó que el costo en la región de al menos 39 medicamentos que contienen misoprostol, variaba entre 1 dólar y 38 dólares por tableta. Latinoamérica es la región del mundo en donde el misoprostol es más costoso.

Los estudios científicos siguieron realizándose y finalmente se determinó que el misoprostol es una de las mejores opciones para realizar un aborto inducido porque es un método no invasivo, eficaz y fácil de utilizar. 

Es efectivo en un 90% para interrumpir embarazos hasta la semana 12. La dosis recomendada por Laura Gil consiste en tomar cuatro pastillas de 200 microgramos, cada tres horas, tres veces. Es decir, 12 pastillas en total que se pueden introducir por el canal vaginal, aunque Gil recomienda que sean puestas bajo la lengua hasta ser disueltas para alcanzar una efectividad incluso mayor. No se recomienda tragarlo porque aumentan sus efectos gastrointestinales y disminuye su efectividad como abortivo. Además, en países donde las leyes de aborto son muy restrictivas, pueden utilizar los restos que deja la pastilla en el canal vaginal como prueba para criminalizar a las mujeres.

En América Latina y el Caribe, en donde más del 97% de las mujeres en edad reproductiva viven en países con leyes de aborto restrictivas, este método ha aumentado la seguridad de los procedimientos al disminuir las complicaciones relacionadas con el aborto inseguro.

El misoprostol incluso transformó múltiples prácticas de la ginecología y obstetricia por su efectividad en decenas de usos: la maduración cervical, la inducción del parto, la dilatación del cuello uterino y el tratamiento del aborto incompleto, la muerte fetal intrauterina y la hemorragia posparto. Todos estos son usos aprobados, con el paso de los años, por las federaciones internacional y latinoamericana de ginecología y obstetricia.

En 2009, la Organización Mundial de la Salud incluyó al misoprostol en su Lista Modelo de medicamentos esenciales como un medicamento para la interrupción del embarazo. Y, actualmente, es posible encontrarlo en el mercado con los nombres Cytil, Misoprolen, Cytopan, Misofar o Prostokos. Ante la escasa formulación a nivel gástrico del Cytotec, y su alta utilización ginecológica para usos no aprobados, Pfizer decidió retirarlo de algunos países, y la característica forma hexagonal con que fue diseñado el Cytotec solo es conservada por algunas marcas.

Por ser un medicamento aprobado para uso gástrico, está disponible en todos los países latinoamericanos, a excepción de Surinam. Y, recientemente, al tiempo que estalló la marea verde, Argentina comenzó a producirlo de forma local en 2014, por el debate en el Congreso de la ley para la despenalización del aborto.

Aún así, muchos de los problemas se mantienen. En la mayoría de países, solo es posible conseguir el misoprostol con fórmula, por lo que muchas farmacias abusan de los precios cuando las mujeres lo solicitan sin prescripción. Y, muchas veces, no reciben instrucciones precisas sobre su uso: cuántas pastillas, en qué cantidad y con qué frecuencia deben utilizarlas para abortar de forma segura. 

Un estudio realizado en 2017 por las investigadoras Ann Moore, Nakeisha Blades, Juliette Ortiz, Hannah Whitehead y Cristina Villarreal, encontró que en Colombia “solo dos quintas partes de los vendedores que proporcionaron instrucciones sobre el uso del misoprostol, también informaron sobre la dosis recomendada y un número menor proporcionó información de la administración adecuada del medicamento”.

Resulta irónico que, ya existiendo la tecnología para que las personas gestantes tengan abortos seguros, no puedan acceder a ella por negligencia o por razones políticas. Todos los países que no permiten que las mujeres y las personas que abortan interrumpan sus embarazos de forma libre, segura y gratuita, vulneran sus derechos y las lanzan a la clandestinidad. Y esto no es irónico, es cruel.

El misoprostol nunca tuvo un uso ginecológico hasta que las mujeres negras de las favelas brasileras lo empezaron a utilizar para abortar y, a partir de ahí, se dieron hallazgos en sus múltiples usos ginecoobstétricos. Este es un descubrimiento de esas mujeres en beneficio de sí mismas y, eventualemente, de todas las mujeres y personas que abortan, porque la ciencia no se preocupó por garantizarles eso que descubrieron podían hacer con el misoprostol.

Mejor en compañía

Científicos en Francia estaban investigando en 1980 el desarrollo de un medicamento que sirviera para contrarrestar las enfermedades que producen exceso de corticoides en el cuerpo, cuando descubrieron que la misma molécula ahí identificada servía para interrumpir embarazos.

Al dar con el hallazgo incidental, los científicos de la farmacéutica Roussel-Uclaf, decidieron continuar por ese mismo camino y desarrollaron la molécula RU-486, también conocida como Mifepristona: una antagonista de la progesterona. Contrario a lo que hace el misoprostol (que actúa igual que lo hacen prostaglandinas del cuerpo), esta actúa de forma contraria: bloquea la hormona del embarazo, interrumpiendo la gestación.

En 1981 se hicieron pruebas para su uso en abortos médicos en Suiza y se anunciaron resultados exitosos para 1982. Pero la mifepristona no era suficiente para tener un aborto seguro, si no se complementaba con otra molécula. Su efecto, y para lo que funciona eficientemente, es detener el embarazo y el desarrollo de las células que lo sujetan al útero, pero no hace nada para su expulsión. Por eso se necesitó que su efecto fuera complementado por una molécula análoga de prostaglandina, que hiciera el trabajo de expulsar el embarazo del útero. Al final, la seleccionada fue el misoprostol.

Como si fuera una alegoría del feminismo, en el que podemos hacer mucho solas, pero podemos hacer aún más acompañadas, se determinó que el efecto de la combinación entre misoprostol y mifepristona era el mejor mecanismo para garantizar un aborto seguro con un 98,5% de efectividad durante las primeras nueve semanas de gestación. 

La fórmula es: tomar vía oral una pastilla de mifepristona y de 24 a 48 horas después, una dosis de misoprostol, es decir, cuatro pastillas de 200 microgramos, por vía sublingual. 

El 23 de septiembre de 1988 se obtuvo la aprobación para la comercialización de la mifepristona y su distribución estaba programada para el 26 de octubre de ese mismo año. Pero, como suele suceder cuando se discuten temas del derecho a decidir, las percepciones morales se antepusieron y la junta directiva de la farmacéutica intentó detenerlo. 

Afortunadamente, el gobierno francés tomó cartas en el asunto y ordenó la distribución de la mifepristona en interés de la salud pública. El Ministro de Sanidad dijo que no se podía permitir que el debate sobre el aborto privara a las mujeres de un producto que representa un avance médico: “Desde el momento en que el gobierno aprobó el medicamento, el RU-486 se convirtió en la propiedad moral de las mujeres y no solamente en la propiedad de una compañía farmacéutica”.

Fue así como, en el mismo país al que se le otorga el nacimiento del feminismo, nació “la píldora abortiva”: un descubrimiento que no se pensó hacer desde un comienzo, pero que, gracias a los científicos y gobernantes, siguió adelante hasta convertirse en un método seguro para interrumpir embarazos.

Desde ese momento, la mifepristona comenzó a comercializarse, hoy en día bajo los nombres de Zacafemyl, Mifeprex o Mifegyne, y funciona no solo para la interrupción del embarazo, sino como anticonceptivo de emergencia y para el manejo de los miomas uterinos.

En 2021 se cumplieron 40 años de la patente francesa. Con el paso de los años otros países adquirieron las patentes y su distribución se amplió por fuera del continente europeo. Desafortunadamente, en América Latina y el Caribe solo México, Cuba, Colombia, Guyana, Perú, Chile y Uruguay han aprobado su uso. Solo en estos países es posible conseguirla (aunque con prescripción médica).

Gracias al misoprostol y la mifepristona, las mujeres y las personas gestantes pueden realizarse abortos seguros en sus casas sin requerir hospitalización ni procedimientos invasivos. “Se ha documentado que el manejo con medicamentos hace que el personal de salud se muestre menos reacio a brindar los servicios porque no son ellos mismos quienes deben interrumpir el embarazo, sino la mujer”, cuenta Gil. Así sucede en Uruguay y Ciudad de México: se le suministra a las mujeres la información, y se les brinda el medicamento para que ellas aborten en sus casas, cómodas y seguras. 

Saber tradicional

Es bien conocido que los cuerpos gestantes han buscado la forma de abortar desde mucho antes que la medicina (por accidente o no) haya intentado brindarnos formas de hacerlo. Los primeros métodos en utilizarse involucraron el uso de plantas y hierbas medicinales y, en la Abya Yala, estos saberes eran conservados por las comunidades indígenas desde antes de la llegada de los europeos. Sin embargo, el colonialismo trajo consigo la idea de que el aborto es un acto inmoral y, por lo tanto, debía ser prohibido. 

Muchos de estos saberes desafortunadamente se fueron perdiendo y hoy no es posible saber con precisión cuáles son las plantas que funcionan para abortar y, menos aún, cuál es la dosis adecuada para hacerlo de forma segura, sin que dicho consumo tenga un efecto tóxico. Pero la simbiosis entre el método científico y los saberes tradicionales afortunadamente convive y existen guías sobre plantas que se pueden consumir para acompañar un aborto farmacológico, y hacerlo más llevadero. 

La colectiva colombiana Yerbateras, en alianza con la editorial independiente Aquelarre, diseñó una cartilla de Yerbajes para acompañar abortos con pastillas en primer trimestre que incluye una serie de brebajes y cuidados con más de 24 plantas para ser utilizadas de distintas formas en cada una de las fases del proceso de aborto con pastillas: preaborto, durante el aborto y postaborto. Es así que hoy en día tenemos tanto los medicamentos como las plantas para poder abortar cómodamente, lo que hace aún más inaceptable que abortar siga siendo un problema.

Cada día mueren en todo el mundo unas 830 mujeres por complicaciones relacionadas con el embarazo, o el parto, y casi un millón son hospitalizadas cada año debido a complicaciones de abortos inseguros: aborto incompleto, hemorragia e infección. Sin embargo, el aborto inseguro es la causa de mortalidad materna más fácilmente prevenible.

Aumentar el acceso al aborto seguro, incluyendo el Misoprostol y la Mifepristona, es la forma más eficaz de prevenir las complicaciones del aborto inseguro y debe ser la primera prioridad de nuestros países. Parece obvio, y aún así no lo es, pues en muchos lugares se sigue obstaculizando el acceso a ambos medicamentos. Solo en cinco países latinoamericanos, el acceso al aborto es libre (hasta las primeras 12 semanas).

Antes del Misoprostol y la Mifepristona, los abortos legales solo se podían realizar a través de procedimientos invasivos, como el legrado y las inyecciones de solución salina en el útero, que resultaban peligrosas: “Parte del mito o de la fantasía de que el aborto es peligroso es anterior a los medicamentos porque había técnicas médicas aceptadas que eran peligrosas para las mujeres”, dice Laura Gil. El desarrollo de técnicas quirpurgicas más seguras, pero sobre todo el descubrimiento del Misoprostol y la Mifepristona, le cambiaron la cara al aborto y a su marco legal.

El aborto es un procedimiento incluso más seguro que el parto, gracias a las técnicas quirúrgicas modernas, y al misoprostol y la mifepristona. Como dijo la diputada francesa Paula Forteza en el debate sobre la despenalización del aborto en Argentina: “No es cuestión de promover el aborto, sino de frenar las muertes derivadas de prácticas clandestinas”. Pero además, y porque no solo nos debe interpelar la muerte sino también las vidas, el bienestar y los proyectos de vida de las mujeres, se trata de respetar su decisión y reivindicar su autonomía. ¡Aborto libre y seguro!

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Autor

  • Luisa Fernanda Gómez Cruz

    Periodista y fact-checker. Ha publicado en medios como Semana, Colombiacheck, Manifiesta y Bacánika. "Autora del libro Testigos olvidados: Periodismo y paz en Colombia". Fue subeditora de Colombiacheck y ha realizado, además, la verificación de datos de investigaciones de la organización Consejo de Redacción y del Laboratorio de Historias Poderosas edición Colombia de Chicas Poderosas.

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