Métodos para abortar han existido siempre y en todas las culturas. Por supuesto, los métodos para abortar se han ido haciendo más eficientes a lo largo de la historia, de ser una práctica muy peligrosa, pasó a convertirse en una intervención ambulatoria y menor. Hemos tenido grandes avances tecnológicos y científicos, pero la necesidad de abortar siempre ha existido. Lo verdaderamente anómalo es la prohibición. Y esta prohibición se convierte en un proyecto social con la llegada del capitalismo.
En el capitalismo, la capacidad de gestar y parir tiene un inmenso valor económico, y por eso el control de nuestros cuerpos se convirtió rápidamente en política de Estado. No fue precisamente una “conspiración internacional” para expropiar los derechos reproductivos, fue más bien una seguidilla de condiciones la que hizo posible la tormenta perfecta: la pandemia de la Peste Negra que acabó con casi la mitad de la población europea creando una profunda crisis demográfica y una escasez de trabajadores. Para solucionar el problema la promoción del aumento poblacional, en Europa, comenzó a convertirse en política de Estado.
Por ejemplo, Silvia Federicci explica en El Calibán y la Bruja: “En Francia un edicto real de 1556 requería de las mujeres que mostrasen cada embarazo y sentenciaba a muerte a aquellas cuyos bebés morían antes del bautismo después de un parto a escondidas, sin que importase que se las considerase inocentes o culpables de su muerte. Estatutos similares se aprobaron en Inglaterra y Escocia en 1624 y 1690”.
Estas nuevas legislaciones vinieron acompañadas de una campaña “contra las brujas”, de manera que cualquier persona acusada de brujería terminara totalmente deshumanizada y luego aislada, torturada y asesinada. Cualquier personas que no siguiera las nuevas reglas sociales y que por lo tanto no fuera productiva para el capital –como las viejas solteronas que se dedicaban a mendigar porque no tenían familias ni hacían parte de la fuerza laboral, las personas con conocimientos ginecobstétricos que podían ayudar a ganar autonomía reproductiva, y todas las mujeres, niñas, hombres trans y personas no binarias (que también existían en esa época) que no quisieran adaptarse al nuevo modelo de familia nuclear que en realidad era un modelo económico–, terminaba siendo acusada de brujería y probablemente quemada en la hoguera para advertile a quienes sobrevivieran que debían ser obedientes y no salirse de la raya. ‘La cacería de brujas’ sirvió para castigar socialmente el aborto y para advertir a las mujeres y disidencias que si no elegían la maternidad serían acusadas de brujería.
“Como resultado, las mujeres han sido forzadas frecuentemente a procrear en contra de su voluntad experimentando una alienación con respecto a sus cuerpos, su ‘trabajo’ e inclusos sus hijos, más profunda que la experimentada por cualquier otro trabajador. Nadie puede describir en realidad la angustia y desesperación sufrida por la mujer al ver su cuerpo convertido en su enemigo, tal y como debe ocurrir en el caso de un embarazo no deseado (Federici)”. Si pensamos que las personas con capacidad gestante solo existen y tienen lugar en el mundo en tanto máquinas para reproducir personas, que es como nos ve el patriarcado y el capitalismo, nos parecerá normal someter sus mentes y sus cuerpos a los estragos de una maternidad forzada. En ese escenario, nuestra humanidad es nula. Somos un medio para un fin.
En cambio, si somos seres humanos autónomos y con independencia y autoridad moral, con las capacidades para decidir sobre nuestras vidas, entonces podemos reconocer que solo la persona embarazada sabe si ese embarazo debe interrumpirse o llevarse a término. En la posibilidad de esta decisión se juega nuestra humanidad y nuestro lugar como ciudadanas.
La filósofa Sara Ruddick, una de mis autoras favoritas y que ha dedicado su trabajo a pensar la maternidad, dice con mucha razón que “la complejidad del poder de las madres está contundentemente expresada en la capacidad de las personas gestantes de parir, y su capacidad para elegir no hacerlo. Al parir, la persona se pone en cierto riesgo físico. A pesar de que las culturas varían mucho en los sacrificios que exigen de las personas embarazadas y los servicios que están disponibles para ellas, el embarazo y el parto son trabajos que dejan a la persona vulnerable al control de otros. […] Las personas que pueden embarazarse y parir tienen el poder de elegir tener hijos con aquellas personas que aman y que pertenecen al grupo social de su preferencia. Este poder se multiplica cuando hay acceso a anticonceptivos seguros y gratuitos, y cuando el acceso a un aborto voluntario está garantizado”. Ese mismo poder disminuye o desaparece del todo si no tenemos acceso a derechos sexuales y reproductivos.
Por eso, las luchas por la defensa del aborto son, en realidad, luchas por la afirmación de la humanidad de las mujeres y otras personas que abortan. Por supuesto que un embrión, técnicamente, es vida. Es cierto que los fetos sienten. Cuando una persona se enfrenta a un aborto hay una ponderación entre la vida de ella, legalmente una persona, con historias, sueños, amigas, frente a la de un feto o embrión que si bien es vida, aún es una persona en potencia. Cuando se reconoce totalmente la humanidad de la persona gestante se puede entender sin regateos la decisión de abortar.
Ahora, el derecho a abortar no es una solución mágica ni tampoco es la única ni más importante lucha de las feministas. Estas políticas de control reproductivo se hicieron populares en Europa en un contexto muy particular que luego fue exportado e impuesto en el mundo gracias al colonialismo. Es fácil creer, entonces “que a las mujeres nos oprimen y nos explotan por tener útero”. Esta idea es problemática primero porque es esencialista: equipara ser mujer con tener un útero funcional, cuando en realidad hay mujeres que por una variedad de razones no lo tienen (por haber tenido una histerectomía, por ser una mujer trans) y que no por eso escapan a la opresión del patriarcado.
Si la raíz de la opresión patriarcal estuviera localizada en un órgano de nuestro cuerpo que además no necesitamos para sobrevivir, cualquier persona con la convicción necesaria podría hacerse una histerectomía y así escapar al patriarcado. Pero la opresión capitalista y patriarcal es mucho más compleja. No todas las personas con capacidad gestante son candidatas a la maternidad forzada, por eso es que las mujeres de las clases más altas y con más poder siempre han tenido la posibilidad de abortar incluso en los contextos más restrictivos. El derecho al aborto siempre ha sido un problema de clase social.
Por eso lo que queremos las feministas es justicia reproductiva. El término “justicia reproductiva” fue acuñado por doce mujeres negras en una conferencia a favor del derecho a decidir en Chicago en 1994: Loretta J. Ross, escribe: “Creamos el término justicia reproductiva porque creemos que a las mujeres se les debe garantizar salud de forma integral. Aunque el aborto es un tema urgente de salud pública, la defensa aislada de este derecho no resuelve las opresiones interseccionales como la misoginia, la supremacía blanca y el neoliberalismo”.
Con justicia reproductiva se referían a “crear las condiciones para la libertad, permitiendo que las mujeres tengan acceso a las tecnologías reproductivas y creando comunidades dignas, saludables y sostenibles en donde se puedan criar a les hijes”. No es solo poder elegir cuándo y cómo ser mamá, es también que las sociedades y los Estados pongan las condiciones necesarias para que la maternidad pueda ser una elección justa y deseable para las mujeres. Justicia reproductiva es educación sexual integral, atención oportuna en interrupción del embarazo, acceso a métodos anticonceptivos, programas de bienestar que permitan formar una familia, atención en salud obstétrica de calidad y gratuita, un sistema estatal de cuidados, entre muchas cosas. Es construir un mundo en donde las personas que no quieran ser madres no tengan que serlo y donde las que sí quieran serlo, también tengan garantizados todos sus derechos.
La defensa del derecho al aborto y por las maternidades deseadas son la misma lucha, se trata de entender que somos seres humanos con capacidad y derecho a elegir sobre el destino de nuestros cuerpos. No somos un medio para un fin sino un fin en sí mismo.