febrero 3, 2022

Madres Asesinas  

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Ilustración de Lina María Rojas

Alerta de contenido sensible: Este texto contiene lenguaje gráfico que puede detonar miedos o ansiedades, especialmente si han vivido una experiencia traumática relacionada con la maternidad

Cuando tenía dieciséis años mi mamá tuvo un hijo. Creo que a ella le pareció que mi hermana y yo ya estábamos lo suficientemente grandes, y no la necesitábamos, y se entregó a mi hermanito por completo. Mi hermana y yo nos fuimos a otra ciudad, a vivir con mi papá. mi mamá migró a Arizona con su nueva familia y nuestra comunicación se fue haciendo cada vez más remota y escasa. Hace un año mi hermanito entró a la universidad y dejó de vivir con mi mamá y ella volvió a acercarse a mi hermana y a mí. Ahora hablamos al menos una vez por semana. Últimamente conversamos sobre maternidad y crianza. Le digo que me espanta haberme dado cuenta de lo difícil que es ser mamá solo cuando yo me volví mamá y no haberlo notado mientras vivía con ella, no haber tenido la capacidad de entender lo que es ser mamá desde la posición de hija. Era algo que daba totalmente por sentado, ella lo hacía tan bien porque era mi mamá y eso hacen las mamás, ¿no? Amar, darse enteras, al parecer sin ningún esfuerzo. 

Le pregunto a mi hija, Ali, ¿por qué te amo tanto?, responde, Porque eres mi mamá. Me quedo pensando si esa es la razón por la que la amo tanto. Tomo eso de ser mamá como si desmoronara una tajada de pan para dársela a los pájaros o a las ardillas que andan afanadas almacenando comida para el invierno. ¿Amo así a mis sobrinas, a lxs hijxs de mis amigxs, a lxs niñxs remotxs que no conozco? ¿Si me lo propongo puedo amar así a todo lo vivo, a las ardillas, por ejemplo? ¿Puede este amor de madre convertirse en una ética de cuidado hacia lxs otrxs?

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Mi mamá me envía una noticia por whatsapp. Está horrorizada por el caso Yui Inoue, de origen japonés: mató a sus dos hijxs con un cuchillo para la carne en Tempe, Arizona, cerca de donde vive. Clic en el link. 16 de mayo de 2021. Mujer de 40 años. Hija de nueve años, hijo de siete. Esa noche alguien llamó a la policía por una pelea doméstica entre la mujer y su marido. Un altercado doméstico menor, al parecer, por dinero. Yui Inoue quería mudarse de vuelta a Japón, necesitaba plata para el viaje, y el marido se negó a dársela, dijo la policía. El marido se fue en su camioneta, nadie sabe para dónde. Lxs niñxs estaban ya dormidxs. Nada de qué preocuparse. Ninguna señal de peligro. Lxs niñxs fueron asesinadxs por la madre a las cuatro de la mañana. Ella se entregó a la policía. Venía ensangrentada. Dijo que había escuchado voces que le ordenaron matarlxs. 

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Mi mamá.Yui Inoue. Mis hijxs y yo. Cuánta distancia, al parecer, entre el amor de madre y el crimen de una madre contra sus hijxs. ¿Puede el crimen contra un hijx venir de la misma entraña del amor hacia unx hijx? Reviso mis expedientes:

Cuando me entregaron a Alicia y Salomón, mis hijxs mellizxs recién nacidxs, en el hospital y me dijeron, Váyase para su casa y yo pregunté, ¿Pero qué tengo qué hacer? y el pediatra me respondió: Solo darles amor. Sentí que era una irresponsabilidad que me entregaran esos cuerpos tan dependientes, tan indefensos, que no iban a sobrevivir sin mi cuidado. En ese momento vivíamos en el campo, en una finca en la zona cafetera de Colombia. La alta vulnerabilidad de esas vidas a mi cargo me producía una multiplicidad de sensaciones contradictorias: por un lado terror de que pudiera pasarles algo, que mi supuesto instinto materno tuviera una falla, que yo no fuera lo suficientemente buena cuidadora, pero también me abría unos canales de asombro, una imaginación desbocada, cuánto poder de pronto en mí, y ¿qué pasaba si usaba ese poder para dejarles a la intemperie, desnudxs, en el pasto, y se les iban trepando las hormigas por las nalguitas, venían los gallinazos y las zarigüeyas a disputarse su carne? Temía a esa parte de mí capaz de producir esa imagen de mis hijxs dejadxs ahí por mí para ver hasta dónde aguantaban, qué pasaba con esos cuerpos, desamparados cuerpos ofrecidos al abandono. Una imagen que se me repetía en la cabeza, a pesar del amor y la ternura y la tendencia hacia la preservación, esa contraparte del cuidado que era el desamparo, la destrucción, ocupaba espacio, existía esa posibilidad en mí. Y yo me temía. ¿Podía esta imagen derivar en impulso? ¿Qué tenía que ocurrir en mí para que esto pasara?

El miedo de tener la capacidad para producir ese tipo de imágenes y sensaciones me ha acompañado durante los doce años que llevo siendo mamá. He pensado con frecuencia de dónde salió esa idea del abandono hasta la muerte. Quizás tenga que ver con que en esto de dar vida también hay una muerte pasajera. Quienes parimos quedamos sujetas a la vida de otrxs, una sujeción que, por lo menos las primeras semanas de vida de nuestrxs hijxs, nos anula. Vivimos en la suspensión de un tiempo, el tiempo de la leche y los llantos se instala, y además de la presencia material del líquido blancuzco, está el despliegue hormonal de una recién parida desencadenando imágenes inesperadas. La oxitocina revoloteando y haciendo lo suyo en nuestras emociones: haciéndonos empatía, entrega y, al mismo tiempo, una resistencia mental ante esa entrega total, no queremos ser solo eso, y esa lucha desestabiliza, cansa. El cansancio, la falta de sueño, la descompensación física, la enajenación del cuerpo, sentirlo como un territorio desconocido, indeseado. La impotencia ante el llanto provocado por un gas indetectable, escuchar llanto en todas partes, no importa qué tan lejos estemos, es increíble cómo nos pone alerta, algo no está bien, pero si se prolonga, podría ser un detonante de locura. 

No entiendo cómo sobrevivimos a esos primeros meses, le digo a mi mamá, ¿Por qué nadie nos cuenta estas historias de terror? ¿Por qué siempre nos dijiste que había sido lo más maravilloso que te había pasado? ¿Por qué no me acuerdo por lo que pasaste cuando nació mi hermano? ¿Por qué no tengo registro de eso por lo que pasó mi hermana cuando nació mi primera sobrina y luego sus otras dos hijas? ¿Quizás es porque se trata de algo que, incluso teniendo a primera mano la experiencia de otras madres, sólo se puede dimensionar cuando se vive en carne propia? Me preocupa esta falta de consciencia sobre lo difícil que es ser mamá, como si se diera por sentado que por ser mujeres que nos convertimos en madres poseemos de pronto ese poder mágico, esa capacidad de dar leche y cuidar incondicionalmente, y ni la una ni la otra, a pesar de que parezca todo tan perfectamente diseñado; esto requiere un aprendizaje, requiere trabajo, requiere un equipo y, sin embargo, lo que hay es una gran soledad, un desamparo, una sensación de abandono, porque se nos da por hecho, y esta sensación quizás se proyecte en una pulsión de abandono y, en casos extremos, de destrucción hacia lxs hijxs.

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 “Ahora lucho contra los sentimientos de abandono todo el puto tiempo cuando me quedo sola con ellos”, publicó Liliana Carrillo en su cuenta de Facebook, días antes de matar a sus tres hijxs. “Los ahogué», dijo Carrillo, asegurando que lo había hecho con suavidad: “Los abracé y los besé y me estuve disculpando todo el tiempo”.

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He hablado sobre estas sensaciones con otras mujeres madres. Unas dicen que no han tenido impulsos de abandono mortal (aunque se hayan sentido muchas veces abandonadas), pero sí momentos abrumadores, ataques de furia en los que han querido lanzar a sus hijxs contra el piso, aplastarlxs, asfixiarlxs. Todas, sin excepción, se han sentido culpables de haber tenido estos pensamientos. Aún no he encontrado a ninguna mujer madre que sienta placer de hacerle daño a sus hijxs, tal vez sea algo inconfesable. Ahora no voy a ahondar en la posibilidad de este placer que ojalá no existiera, pero todo lo inimaginable tiene cabida en la imaginación, y por lo tanto, en el plano físico. Quiero ahondar en esa línea de poder que se abre en el acto de parir y cuidar, como pulsión de vida, y una línea paralela que se instala en el poder de crear: la pulsión de muerte y abandono.

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En el libro de Adrienne Rich, Nacemos de mujer: la maternidad como experiencia e institución encuentro el siguiente pasaje de la psiquiatra alemana Frieda Fromm-Reichmann: “Existe un mito persa de la creación del mundo anterior al narrado en la Biblia. En aquel mito, la mujer crea el mundo, y lo hace por medio del acto natural que le es propio y que no puede ser practicado por los hombres. Da a luz un gran número de hijos. Estos, asombrados por este acto que ellos no pueden repetir, se asustan. «¿Quién nos asegura —piensan— que ella, capaz de darnos la vida, no puede también quitárnosla?». De modo que, a causa del temor que inspira este misterioso don femenino y su posible contrapartida, la matan.”

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La línea tenue trazada por el poder de la madre, que consiste en parir, que consiste en entregar alimento y calor, y al mismo tiempo, su poder de destruir de un zarpazo, ese poder de asegurar o no la supervivencia, me ha llevado a acercarme a casos de mujeres que han matado a sus hijxs, el filicidio materno, crimen incomprensible para las sociedades, que pone en entredicho el mito del instinto materno y la incondicionalidad del amor de la madre, y al ponerlo en entredicho, revela sus cimientos. Si las mujeres son las encargadas de la reproducción y el cuidado de la vida, ¿cómo pueden atentar contra sus propixs hijxs? ¿Existe realmente la incondicionalidad del amor materno? ¿Existe el amor materno a priori? ¿Puede una mujer matar a sus hijxs como un mecanismo de protección, para no ser ella misma la exterminada?

Busco noticias en internet que vayan más allá de los cubrimientos amarillistas que muestran a las mujeres asesinas de sus hijxs como monstruas insensibles que no merecen vivir. Uno de los artículos que me llama la atención es sobre mujeres que matan a sus propios hijxs en Rusia, aunque me parece que las reflexiones pueden extenderse al resto del planeta, pues se habla de la relación entre filicidio y una falta de atención a la salud mental de las madres, uno de los principales detonantes del filicidio materno, sin importar el lugar. El artículo empieza hablando sobre cómo en Rusia y en Estados Unidos (el país donde más ocurren estos casos) muchas mujeres son enjuiciadas cada año por matar a sus propios hijxs. Un pequeño resumen: que estas mujeres van desde amas de casa con muchos hijxs, hasta exitosas gerentes de empresas; que se calcula que una de cuatro madres han tenido pensamientos de matar a sus bebés; que el diez por ciento de los casos del Síndrome de Muerte Súbita Infantil, esas muertes inexplicables de bebés antes del año, son en realidad asesinatos por parte de alguno de sus progenitores; que las madres con esquizofrenia y las madres con depresión posparto frecuentemente dan la mismas razones cuando les preguntan por qué mataron a sus hijxs: «Soy tan mala, mala madre, que esto es lo mejor que pude haber hecho»; «Es un mundo tan asqueroso, preferible que el bebé no viva en él». Y también: «El parto fue muy difícil, en los hospitales eran bruscos. Después empecé a tener recuerdos recurrentes del parto, sueños vívidos y dolorosos y me despertaba con el corazón latiendo: mastitis, gordura, úlceras, caída de pelo, todo eso me hizo sentir rabia con mi bebé, como si me hubiera robado la vida», es lo que dicen algunas de estas mujeres en el artículo mencionado anteriormente. Pensamientos que coinciden con las categorizaciones de los diferentes tipos de filicidio materno del que habla un artículo sobre madres asesinas publicado en el Washington Post. 

Filicidio altruista: este es el motivo más común, en el que una madre cree que matar a su hijx lx salvará.

Filicidio psicótico agudo: la madre mata sin un motivo comprensible, posiblemente escuchando voces.

Filicidio por maltrato fatal: la madre no tiene necesariamente la intención de matar a su hijx, pero la muerte se produce tras un maltrato acumulado.

Filicidio por hijx no deseadx: en el que una madre cree que su hijx es un estorbo en su vida.

Filicidio por venganza del cónyuge: la madre mata a su hijx para atacar emocionalmente al padre.

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A propósito de este último caso, traigo a Medea, quien en la tragedia de Eurípides dice: “Sí, conozco los crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor causante de males para los mortales”. El dolor que deviene en cólera, el de Medea, era denominado cólera negra en la antigua y patriarcal Grecia. Medea, la hechicera poderosa, se rebela contra Jasón, por quien ha sacrificado su vida, por quien dejó atrás su mundo, perdida de amor por el héroe (que de no haber sido por ella no ostentaría tal título), y traicionó a su padre y a su hermano por ayudarlo y protegerlo. Cuando Jasón la deja por la princesa Creúsa, Medea de nuevo sacrifica todo por él, o más bien, contra él: mata a sus hijxs, su descendencia. 

Sigamos en la antigua Grecia: en Esparta, las mujeres madres eran valoradas por ser las encargadas de producir guerreros a la altura; cuando un hijo no cumplía, la madre era la encargada de asesinarlo. Asesinar a un hijo que no cumplía con las expectativas era, en este caso concreto, cumplir con las expectativas. Atravieso los siglos hasta casos más recientes, como el de la estadounidense Susan Smith quien, en 1995, alegó que un hombre afroamericano la había atracado y había secuestrado a sus niños, pero luego se descubrió que ella había manejado hasta un camino rural, estacionó su Mazda rojo junto a un barranco y luego quitó el freno de mano. El carro se deslizó hasta un lago con sus dos hijos dormidos y amarrados a sus sillitas en la parte trasera. Tardaron cinco minutos en ahogarse, dice el informe forense. Smith confesó que asesinó a sus hijos porque estaba teniendo un affair con un hombre que la había dejado porque no le gustaba que ella tuviera hijos. Toda la comunidad, incluyendo a su marido, pidió la pena de muerte para la madre asesina, pero al final fue condenada a treinta años de cárcel. Es probable que salga libre en el 2024. Hace poco, en una carta que le envió a un periodista, dice “No soy el monstruo que la sociedad cree que soy, algo salió muy mal esa noche, no era yo misma. Era una buena madre y amaba a mis hijos”. Entre muchas otras, está Marybeth Tinning, la mujer que asesinó a sus nueve hijxs entre 1972 y 1985, uno por uno, porque se dio cuenta de que así recibía más atención y amor de su familia. En un contexto más local, está el caso de Jessi Paola Moreno Cruz: el 6 de febrero de 2021 se suicidó en Cajamarca, Tolima, tirándose con su hijo de diez años del viaducto conocido, paradójicamente, como El Puente de la Vida. Según sus familiares y conocidxs Jessi Paola estaba presionada por las deudas. 

En el transcurso de la escritura de este texto, María Alejandra Suárez se tira con su hijo de 4 años del mismo puente que Jessi Paola. Un testigo dice que la mujer le compró a su hijo un yogurt en una tienda cerca del puente, esperó a que se lo comiera, caminó con él muy tranquila hasta el puente, y se tiró con el niño sin pensarlo, de súbito, sin que nadie pudiera impedirlo.

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Notas y reflexiones sobre datos y artículos que también encuentro en la insondable web: 

En junio del 2021, tras el asesinato de dos niñas por parte de su padre en Tenerife, circuló en redes sociales una gráfica en que se mostraba que la mayoría de crímenes contra niñxs en España eran perpetuados por las madres y/o madrastras y no por los padres o padrastros. La gráfica, que ya se demostró está basada en datos insuficientes, al parecer fue realizada por integrantes del movimiento político de ultraderecha VOX, quienes niegan ferozmente el machismo, la violencia de género y se declaran abiertamente anti-feministas. El cuestionamiento hacia la veracidad de los datos de la gráfica tuvo eco en círculos conservadores, que argumentaron que la incongruencia de los datos se debe a una falta de registro que existe de crímenes de madres contra sus hijxs, crímenes que, supuestamente, quedan en la impunidad pues, según los conservadores españoles, se favorece a las madres asesinas, mientras se condena con dureza a los padres que atentan contra la vida de sus hijxs. 

Encuentro también algunos artículos y comentarios en redes de personas que pertenecen a las organizaciones pro-vida y tildan de asesinas a las mujeres que abortan. Reacciono: no puede equipararse la interrupción voluntaria del embarazo con un crimen contra la vida de unx hijx. Las mujeres no podemos seguir forzadas a asumir maternidades que no queremos/podemos asumir. Si tanta responsabilidad de preservar la vida se nos ha asignado socialmente a las mujeres madres, al menos eso debería coincidir con una garantía de derechos y cuidados que apoyen la preservación de la vida bien vivida, y no solo llevar a término un embarazo del que muchas veces nadie, además de la madre, se hará cargo. 

No puede ser que la vida no nacida, de la que en todo sentido se tendrá que hacer cargo la madre, se ponga por encima del bienestar de ella. Ser obligada a llevar a término esa vida, darle su lugar en el mundo de lxs nacidxs, es obligarla a comprometerse con el cuidado y la preservación de esa vida, y esto no quiere decir necesariamente que vaya a ser un caso de éxito por el hecho de que es mujer y es madre y todo lo que necesita es su instinto. Aunque se supone que la madre está ahí para darle a esa vida su potencia, para velar que respire, coma, cague, mea, duerma, eso no la hace única responsable de las garantías propias para que una vida sea más que las funciones básicas, que pueda tener un bienestar, una posibilidad de futuro. Este es un trabajo demasiado difícil para hacerlo sola. Y casi siempre se hace sola. Y muchas veces esta soledad de la madre, mal llevada, acompañada de una depresión, de antecedentes mentales, puede tener un desenlace fatal. 

En su libro The Cultural and Economic Context of Maternal Infanticide: A crying Baby and the Inability to Escape, (El Contexto Cultural y Económico del Infanticidio materno: Un bebé llorón y la Incapacidad para escapar), la socióloga Martha Smithey dice que la mayoría de historias de infanticidio materno empiezan con “el bebé no paraba de llorar”, pero la cosa va más allá de mujeres con enfermedades mentales que agredieron a sus bebés hasta matarlos, por locas, sicóticas, depresivas, monstruosas. Smithey se reunió durante tres años con varias mujeres que mataron a sus hijxs y después de examinar a profundidad sus historias, se dio cuenta de que los casos de infanticidio materno son una muestra de cómo las condiciones sociales, económicas y culturales afectan la capacidad de cumplir con las expectativas de una “buena” maternidad. A medida que las madres perciben que no están cumpliendo con su deber, aumenta la probabilidad de violencia hacia sus hijxs. Este fracaso es el resultado de desigualdades culturales y económicas en un contexto de expectativas muy altas, y cada vez menos poco realistas de la maternidad, si se tiene en cuenta el poco apoyo social y los escasos recursos económicos previstos para que una mujer madre pueda cumplir con lo que se espera de ella.

Quizás el deseo de ser una buena madre sea común a todas las madres, pero la idea de la «buena madre» puede variar según el contexto, y además, no es suficiente. Requiere mucho más tiempo y recursos del que la mayoría de las madres tienen a su disposición. Se toman muchas decisiones por nosotras y se espera que tengamos éxito dentro de las condiciones que se nos imponen. Por ejemplo, las expectativas sociales de la maternidad se establecen para las mujeres mucho antes de que nazcamos, y esas condiciones son confusas y contradictorias. Contrario a lo que los gobiernos nos quieren hacer creer, las mujeres aún no tenemos las mismas oportunidades en el hogar o en el lugar de trabajo, lo que dificulta mucho ser una madre exitosa y una trabajadora exitosa y una esposa exitosa y una amiga exitosa. Muchas mujeres luchamos contra este desequilibrio y, sin embargo, seguimos alimentando ideas de que una buena madre es la que puede hacerlo todo. El llanto de unx niñx es abrumador, algo de lo que queremos huir y dejar que las mamás se ocupen por entero, pero ellas necesitan ayuda, una ayuda que puede mejorar y hasta salvar vidas. Por eso insiste Smithey: «Dejen de criticar a la madre. Juzgar a una madre que lucha, solo pone en riesgo a lxs niñxs al hacer su vida más difícil. En cambio, ayuda a las madres que conoces. Ofrécete a cuidar a sus niñxs, limpiar la casa o ayudar con las tareas domésticas. Las mamás están haciendo un trabajo que las sobrepasa.»

*

Y sí, contrario a la idea de la maternidad como una condición “esencial” de las mujeres que se hace bien porque es parte de un instinto, la experiencia concreta de la maternidad nos demuestra que en vez de instinto hay un exceso, a nivel hormonal, emocional, físico, social, económico. No es casual que muchas de las mujeres que matan a sus hijxs, al ser cuestionadas sobre por qué hicieron lo que hicieron, respondan que no eran ellas mismas y afirman no acordarse de nada. La antropóloga Nicole Loraux dice que la sociedad, desde la antigua y patriarcal Grecia, ha temido a este exceso, a la pasión incontrolable de las mujeres: la sociedad que margina a las mujeres no tolera que salgan sus sombras y en este sentido, la madre devoradora de hijxs es la más terrible de las aberraciones, atenta contra todo el sentido común de la vida. A pesar de que los crímenes de estas mujeres sean atroces (qué crimen no lo es) las madres asesinas son una exacerbación de lo abrumador y lo contradictoria que resulta la maternidad; en este sentido, estas madres son también asesinas de una idea de maternidad lineal, instintiva, lógica, y en cambio, sale a la luz ese lado B que tanto se teme: la experiencia de la maternidad como una efervescencia de pasiones contradictorias que no corresponden con ningún ideal y que, además de ser un peligro contra la vida que deberían proteger, son una señal de que el compromiso con la vida atribuido a las madres no puede seguir recayendo únicamente en nosotras.

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Autor

  • Fátima Vélez Giraldo

    Nació en Manizales, Colombia, en 1985. Ha publicado los libros de poesía Casa Paterna (Universidad Externado de Colombia, 2015), Del porno y las babosas (Deep, 2016), publicado en Brasil, en colaboración con la artista Powerpaola; y Diseño de interiores (Cardumen, 2019), en colaboración con la artista Lady Biónika. Vive en Nueva York con Alicia y Salomón , sus hijxs mellizxs y un pez beta. Está haciendo un doctorado en estudios culturales hispanoamericanos en la universidad pública de Nueva York. Investiga sobre feminismos y familias y maternidades disidentes.

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