El trend “Soy papá ausente” suele sacarme carcajadas. “Soy papá ausente y prefiero que me metan preso antes que pagar cuota alimentaria. Soy papá ausente y por supuesto que tengo el nombre de mis hijos tatuado. Soy papá ausente y si la mamá del niño me llama a decirme que el niño está enfermo, ¿yo acaso soy doctor? Soy papá ausente y claro que voy a decir que es la mamá de mis hijos la que no me los deja ver. Soy papá ausente y me voy de viaje, tengo prendas y si me llego a encontrar a la mamá de mis hijos en una fiesta, le reclamo que por qué no está cuidando a los pela’os. Soy papá ausente y siempre pongo a mis hijos de estado, ¡es que son mi orgullo! Soy papá ausente y cuando por fin le doy cuota alimentaria a mis hijos, ella se lo gasta i’que en cabello y uñas”. Me río porque es verdad, pero también porque me impacta la franqueza, pues hasta hace unos años era algo de lo que no se hablaba (al menos no en la vida real) porque crecer sin padre te genera a veces condescendencia, a veces discriminación. Hasta hace poco, muchos países de Latinoamérica las partidas de nacimiento especificaban si eras “hije natural” o “legítime”, y si tu padre no te reconocía llevabas un solo apellido en tus documentos oficales.
Es notable la cantidad de mujeres cabeza de familia en Latinoamérica. En Colombia, según datos del 2017, del Instituto de la Familia de la Universidad de la Sabana, “el 56% de las mujeres del país corresponde a madres cabezas de hogar. Es decir, hogares uniparentales en donde el único proveedor económico y emocional es la madre”1. Y, “según reportes de Gallup para el 2018, América Latina es la única región del mundo donde la proporción de mujeres cabeza de hogar iguala a la proporción de hogares biparentales (30% cada uno) sobre el total de hogares de la región, […] mientras que el promedio global contempla el 13%”2. En algunos países supera con creces ese umbral, llegando a un 36.4% en Colombia [un poco menos que en los datos de la Sabana] en el 2015 y al 39.9% en el 2013 en República Dominicana, según datos del Banco Mundial3. Es decir: América Latina es la región con más padres abandonadores en el mundo.
Además de estar ausentes, los padres latinoamericanos no pagan la pensión. En el 2022, el Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual del Gobierno de la provincia de Buenos Aires realizó un informe titulado Incumplimiento de la obligación alimentaria en la provincia de Buenos Aires y encontró que más de la mitad de las encuestadas, el 51.2%, no recibe ningún tipo de aporte del progenitor de sus hijes y un 15.3% recibe la obligación alimentaria de forma irregular. Solo el 7.9% de las madres dijo que el progenitor cumple con sus obligaciones4. “El incumplimiento de las obligaciones alimentarias no solo se expresa en las necesidades materiales cotidianas (alimentación, vestimenta o salud de niñas, niños y adolescentes), sino que supone también el desligamiento con respecto a las responsabilidades de cuidado y crianza por parte de los progenitores”5. En México, en el 2024, “tres de cada cuatro hijos de padres separados no reciben pensión alimentaria, según el Instituto Nacional de Estadística (INEGI) y el 67.5% de las madres enfrentan la evasión de las obligaciones de sus exparejas”6.
Las cifras también muestran que los padres latinoamericanos, si acaso están presentes, no realizan trabajos de cuidado: “De acuerdo con los cálculos de la CEPAL (2022), en la región, las mujeres dedican un 19.6% de su tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, mientras que los hombres apenas un 7.3%. Es decir, las mujeres dedican a estas actividades casi el triple del tiempo que ellos”.7
Muchas personas en Latinoamérica llegan a decir, erróneamente, que en su familia hay un “matriarcado” porque “mandan las mujeres”, es decir, son ellas las jefas de familia, quienes toman las decisiones y cuidan y sacan a todes les demás adelante. En mi familia, por ejemplo, no había hombres y a veces se sentía como si a puerta cerrada viviéramos fuera de la influencia del patriarcado, como si fuera Themyscira8. Sin embargo, es justo lo contrario. Si hay familias en las que “mandan las mujeres”, suele ser porque los hombres las han abandonado, se han desentendido y a ellas les toca resolver todo solas, haciendo dobles y triples jornadas. El abandono o la fingida incompetencia de los hombres no solo duplica el trabajo, sino que también limita los recursos económicos de una familia, empobreciéndola por generaciones. Creer que eso es “un matriarcado” es glorificar y confundir la opresión.
Las paternidades ausentes están arraigadas hasta lo más profundo en la cultura latinoamericana porque el problema viene de tiempos de la conquista y, para la economista Nancy Folbre, es una de las raíces de la inmensa desigualdad de género en la región y un obstáculo histórico para que mujeres y niñes podamos reclamar nuestres derechos. Folbre explica que la colonización de Latinoamérica fue muy diferente a la de Estados Unidos. Allá los colonizadores llegaron con sus esposas y familias a robarse la tierra que luego le heredarían a sus hijes blanques nacides dentro del matrimonio, todo mientras aniquilaban a gran parte de la población nativa. Acá los colonizadores llegaron solos y en busca de “aventuras”. En muchos lugares el genocidio no fue drástico, sino gota a gota. Una buena parte de la población indígena de algunas comunidades sobrevivió y, en ese caso, la principal herramienta de asimilación fue “el mestizaje”. En vez de una segregación radical, como en Estados Unidos, se generó una estratificación racial que vendía la ilusión de que podrías “ascender” si tan solo te “blanqueabas”. En realidad, explica Nancy Folbre, “estas divisiones solo aumentaron el poder de una pequeña élite racialmente homogénea y debilitaron la posición de mujeres indígenas y mestizas [y afro], frente a las personas de linaje europeo, en formas que funcionaban paralelas a la ley establecida para las familias. La raza [o clase] mestiza nació de las relaciones sexuales [una buena parte forzadas] entre los hombres blancos y las mujeres indígenas por fuera del matrimonio. Aunque muchas veces se describían como acuerdos de mutua pasión y conveniencia, no tener un contrato matrimonial dejaba a las mujeres con pocas herramientas para exigir la responsabilidad paterna y esto contribuyó a la proliferación de mujeres cabeza de familia”9.
Incluso cuando había relaciones públicas y de largo plazo entre españoles y mujeres indígenas, ellas no eran consideradas con el mismo estatus que las mujeres blancas. Folbre señala que La Malinche fue vendida cuando era una niña a Hernán Cortés, le sirvió por varios años, le tuvo un hijo y él le dio tierras y propiedades, pero también “se la pasó” a uno de sus tenientes como si fuera un costoso mueble. “Los conquistadores hombres sobrepasaban a las mujeres en una proporción de 10:1, en parte porque la corona española limitó la migración de las mujeres. En cambio, el matrimonio con las mujeres españolas blancas, que eran escasas y tremendamente valiosas por sus conexiones familiares, seguía las reglas más estrictas de la Iglesia y el Estado”10 y les hijes de estos matrimonios eran quienes heredaban las tierras11. Las “madres solteras” de ese entonces solo podían pedir manutención de los padres si demostraban que “su comportamiento sexual se correspondía con los estándares de ‘decencia’, que, bajo las circunstancias, eran algo bastante fácil de impugnar. Por otro lado, si un padre reconocía a une hije nacide fuera del matrimonio, podría tener control y custodia sin importar que contribuyera a su manutención o no. Las madres solteras no tenían autoridad legal sobre sus propios hijes”12.
En la colonia, había mucha tolerancia frente a “matrimonios entre desiguales, los nacimientos ilegítimos o las rupturas de parejas”13 porque generaba una brecha en términos de derechos, que fue sirviendo para estratificar a la sociedad por raza y clase. De esta manera se desarrolló un modelo masivo de parejas informales, con “nacimientos extramaritales y una práctica extendida y normativamente aceptada de depredación sexual masculina”14. En la normalización de estas prácticas era clave la desigualdad racial, tanto en los procesos de mestizaje entre las personas indígenas y españolas como por las prácticas esclavistas por “la imposibilidad legal de les esclaves de constituir familias, sobre todo nucleares, la ausencia obligada del hombre por su dedicación casi exclusiva a las faenas impuestas y la explotación y circulación sexual de las mujeres esclavas”15.
La esencia de estas prácticas se mantuvo durante el siglo XX. Se calcula que, a mediados del siglo, “entre el 40% y 45% de todos los nacimientos en Paraguay eran por fuera del matrimonio y en Jamaica llegaban al 70%”16. Tanto que, en 1976, en Jamaica se emitió una ley que obligaba a los padres a mantener a les hijes que tuvieran por fuera del matrimonio y que afirmaba el derecho de “les niñes a ser mantenides por cualquier hombre adulto que residiera con elles. Sin embargo, la poca evidencia empírica que hay sugiere que las contribuciones de los hombres siguieron siendo pocas e impredecibles”17. En Latinoamérica hubo una marcada diferencia entre hijes legítimes y naturales que se mantuvo hasta finales de los años 70, cuando poco a poco empezaron a ser reconocides en varios países. En 198218, une hije “natural” no podía recibir herencia si no era reconocide por su padre y la división no se acabó del todo sino hasta la Constitución de 1991. En la base de estas prácticas también está la construcción cultural de lo que el sociólogo Jorge Rodríguez Vignoli llama “machismo irresponsable”: “un atributo del macho es su capacidad de tener más de una mujer y, por razones prácticas y legales, eso es mucho más sencillo en un contexto de unión consensual que en uno de matrimonio formal. Asimismo, el macho se desvincula del proceso de crianza, lo que le es más cómodo en una unión libre”19.
No podemos hablar de los costos injustos de maternar y de realizar trabajos de cuidado sin hablar de los padres, cuya ausencia es causa directa de la crisis de cuidados que vive la sociedad y que las madres nos hemos echado sobre la espalda. Muchos de los derechos que las mujeres han conquistado se hunden con el contrapeso que generan los altos costos de la maternidad, que a la vez surgen de y reafirman la desigualdad de género. De hecho, la economista Claudia Goldin llega a decir que la brecha económica por género tiene su origen en esas parejas heterosexuales que no son igualitarias (la familia tradicional), pues esa disparidad al interior de la pareja, como cuando ella trabaja medio tiempo por cuidar a sus hijes y la carrera de él es la prioridad para ambos, crea brechas que luego se replican en toda la sociedad como ondas en un estanque.
La discriminación y explotación de las madres y las personas que hacen trabajos de cuidado disminuye el poder económico y político de todas las mujeres. La derecha ha cooptado por completo el término familia para tratar de volver a imponer políticas que privilegian las familias nucleares y hetero cis, en donde el poder se concentra en un patriarca, vendiéndonos esa desprotección como “estabilidad”. Pero quizás la clave para avanzar en otras luchas, por ejemplo, en el derecho a decidir, está en reforzar los compromisos y responsabilidades familiares de los hombres. De pronto, si los padres de verdad tuvieran que responder por sus hijes, no solo pagando una cuota mínima, sino con un porcentaje considerable de sus ingresos, estarían más interesados en garantizar el derecho a decidir. Las feministas hemos logrado libertades para algunas mujeres, pero ha sido mucho más difícil que los hombres asuman responsabilidades de cuidado y aún no sabemos cómo lograrlo.
- “Cómo es la situación local, regional y global de las madres cabeza de hogar?”. Fundación Soy Oportunidad, Colombia, 25 de mayo de 2021 https://fundacionsoyoportunidad.org/madres-situacion-global/#:~:text=Y%20es%20por%20esto%2C%20que,promedio%20global%20contempla%20el%2013%25. ↩︎
- Ibid. ↩︎
- “Hogares encabezados por mujeres (% de hogares con jefa de hogar)”. Datos Banco Mundial, https://datos.bancomundial.org/indicator/SP.HOU.FEMA.ZS. ↩︎
- “Informe 2022: Incumplimiento de la Obligación Alimentariaen la Provincia de Buenos Aires”, Coordinado por: Sabrina Cartabia Sol Calandria Lucía Cavallero. Ministerio de las Mujeres, Políticas de género y Diversidad Sexual. https://ministeriodelasmujeres.gba.gob.ar/gestor/uploads/OBLIGACI%C3%93N%20ALIMENTARIA%2021.6.pdf. P. 14. ↩︎
- https://ministeriodelasmujeres.gba.gob.ar/gestor/uploads/OBLIGACI%C3%93N%20ALIMENTARIA%2021.6.pdf. P. 15. ↩︎
- Coto, Isabela; Galarraga Gortázar, Naira; Oquendo, Catalina; Centenera, Mar y Laborde, Antonia. “A la caza de los deudores de pensiones alimentarias en América Latina”. El País, 8 de marzo de 2024. https://elpais.com/america/2024-03-08/a-la-caza-de-los-deudores-de-pensiones-alimentarias-en-america-latina.html. ↩︎
- “Es momento para cambios transformacionales como el que propone la sociedad del cuidado”, Comunicado de prensa de la CEPAL, 9 de noviembre de 2022. https://conferenciamujer.cepal.org/15/es/noticias/cepal-es-momento-cambios-transformacionales-como-que-propone-la-sociedad-cuidado. ↩︎
- Planeta de solo mujeres amazonas en donde crece la Mujer Maravilla. ↩︎
- Folbre, Nancy. Who Pays For The Kids? Gender and the structures of constraint, Routledge, Nueva York, 1994. P. 212. La traducción es mía. ↩︎
- Folbre, Nancy. Who Pays For The Kids? Gender and the structures of constraint, Routledge, Nueva York, 1994. Página 213. La traducción es mía. ↩︎
- Ibid. P. 213. La traducción es mía. ↩︎
- Ibid. P. 218. La traducción es mía. ↩︎
- Rodríguez Vignoli, Jorge. “Unión y cohabitación en América Latina: ¿modernidad, exclusión, diversidad?” Proyecto Regional de Población Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), División de Población de la CEPAL, Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). SERIE población y desarrollo 57. Santiago de Chile, febrero del 2005. P. 18. https://repositorio.cepal.org/server/api/core/bitstreams/80715717-d62e-495c-a746-c5a47984b3df/content. ↩︎
- “Familias y políticas públicas en América Latina: Una historia de desencuentros”. Coordinado por Irma Arriagada. Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Santiago de Chile, octubre de 2007. https://repositorio.cepal.org/server/api/core/bitstreams/140ccfed-e58f-41ce-aa7c-8a3d348ca241/content. ↩︎
- Rodríguez Vignoli, Jorge . “Unión y cohabitación en América Latina: ¿modernidad, exclusión, diversidad?”. Proyecto Regional de Población Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), División de Población de la CEPAL, Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). SERIE población y desarrollo 57. Santiago de Chile, febrero del 2005. P. 18. https://repositorio.cepal.org/server/api/core/bitstreams/80715717-d62e-495c-a746-c5a47984b3df/content. ↩︎
- “Familias y políticas públicas en América Latina: Una historia de desencuentros”. Coordinado por Irma Arriagada. Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Santiago de Chile, octubre de 2007. https://repositorio.cepal.org/server/api/core/bitstreams/140ccfed-e58f-41ce-aa7c-8a3d348ca241/content. P. 37. ↩︎
- Folbre, Nancy. Who Pays For The Kids? Gender and the structures of constraint. Routledge, Nueva York, 1994. Página 244. La traducción es mía. ↩︎
- https://www.funcionpublica.gov.co/eva/gestornormativo/norma.php?i=256. ↩︎
- Rodríguez Vignoli, Jorge . “Unión y cohabitación en América Latina: ¿modernidad, exclusión, diversidad?”. Proyecto Regional de Población Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), División de Población de la CEPAL, Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA). SERIE población y desarrollo 57. Santiago de Chile, febrero del 2005. P. 18. https://repositorio.cepal.org/server/api/core/bitstreams/80715717-d62e-495c-a746-c5a47984b3df/content. ↩︎
Excelente ensayo de la falta de responsabilidad de amor y económico de los padres para con sus hij@s.
Muy buen articulo. 👏👏👏👏. Tan real y tan claro. En la actualidad pasa lo mismo. Y ahora la sociedad va para eso. Y siempre he pensado que en las uniones libres la mujer es la que va a perder más. Un tema que necedita mucho analisis para empoderar a las mujeres y que reflexionemos dobre ello.