Fueron las argentinas las que sembraron la semilla de la movilización por el aborto en América Latina y nos dieron la posibilidad de soñar con llenar las calles de pañuelos verdes, el símbolo que también ellas nos dieron. Un símbolo que, no todo el mundo sabe, proviene de un pañal. Más precisamente, de esos pañales que representaban los pañuelos blancos usados por las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo mientras buscaban a sus hijos, hijas, nietos y nietas desaparecidas por la dictadura. Y aún hoy lo siguen haciendo porque algunas luchas no tienen punto final.
Podría sonar irónico o cuando menos contraintuitivo que exijamos y defendamos el derecho a abortar libremente con un pedazo de tela que en algún momento buscó emular el pañal de un bebé, pero —y aunque sabemos que no fue algo intencional sino más bien fortuito y conveniente— es una coincidencia tejida de causalidades. Porque al final, la lucha por el aborto es una por maternidades e infancias deseadas, que une a las mujeres que eligen la maternidad y a las que la rechazan, en un llamado a respetar las decisiones de cada una, y a acompañarlas en ellas. Porque las mujeres nos acompañamos para abortar, nos acompañamos para maternar y nos acompañamos para buscar a esos hijos e hijas que desaparecen los estados. Y es que las feministas latinoamericanas le debemos tanto a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, que en el legado y los ecos de su búsqueda encontramos nuestra bandera de libertad.
Hoy esa bandera recoge y cobija las luchas de muchas mujeres, algunas que han luchado incluso desde antes de que hubiera un símbolo, contra los embarazos y las maternidades forzadas; esas que allanaron el camino, que corrieron para que nosotras pudiéramos caminar y dieron las primeras puntadas de este tejido que seguimos bordando juntas, anudando nuestros pañuelos verdes de sur a norte (aunque ese norte siga siendo sur) por toda América Latina y más allá. Porque después de las Argentinas, que consiguieron la Ley a finales del 2020, Colombia rompió su propio techo en febrero del 2022 con la sentencia Causa Justa (C-055 de 2022) y fijó una nueva vara en la región con el aborto libre hasta la semana 24, y una tendencia clara, que siguieron las mexicanas a nivel federal sacando el aborto del código penal.
Pero no todo es dicha. Las amenazas nunca dejan de estar presentes y las leyes no son garantía suficiente para nuestros derechos, que son permanente cuestionados y vulnerados. Esto quedó claro en junio del 2022 con la derogación de la histórica sentencia Roe v. Wade que, desde 1973, garantizaba el derecho al aborto en los Estados Unidos; también quedó claro con las constantes peticiones de nulidad e intentos de referendos impulsados por sectores ultraconservadores en Colombia para deslegitimar la recién lograda sentencia Causa Justa (C-055 del 2022). Bien lo dijo Simone de Beauvoir: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”. Y a veces, no hace falta ni siquiera una crisis para eso.
La lucha por la despenalización social y por legitimar nuestras conquistas continúa más vigente que nunca. En Chile y Colombia prosperan proyectos y bancadas antiderechos y Centroamérica sigue teniendo uno de los contextos más restrictivos y peligrosos para las mujeres, hombres trans y personas no binarias que deciden abortar. Vemos alzarse a una ultraderecha renovada en formas, exacerbada por juventudes reaccionarias y peligrosamente cercana a algunos feminismos. No podemos fingir que esto no está pasando y que esos mismos fundamentalismos que refutamos y combatimos porque nos reducen a nuestros órganos y capacidad reproductiva, están también de este lado. Hablo, por supuesto, de los feminismos fundamentalistas que, aun con pañuelo verde en mano, niegan la autonomía de los cuerpos que rompen la norma binaria. Hablo de los feminismos transexcluyentes que nos desgastan y devuelven el debate a los mismos argumentos antiderechos que llevamos años debatiendo y refutando con argumentos, incidencia y movilización. Hablo de la incoherencia que hay al defender la autonomía reproductiva de unos cuerpos mientras se anula la autonomía de otros para existir. Hablo de mujeres que defienden los derechos de las mujeres que caben en su categoría de mujer mientras militan abiertamente contra los derechos de otras personas, incluidas también otras mujeres, las mujeres trans, y otras personas y cuerpos que también abortan, y que también lucharon por esta conquista que hoy nos hermana a todas las feministas latinoamericanas. Las lucha por el aborto libre también es una lucha de los hombres trans y las personas no binarias asignadas femenino al nacer, y es con ellos y con elles que seguiremos defendiendo lo ganado, porque de ellos y de elles también es esa victoria.
Esta no es una división que aporte ni que nutra ninguna conversación, por el contrario, nos devuelve décadas en el debate sobre el uso de categorías binarias en el sexo. Pero ni siquiera deberíamos estar hablando de teoría, no hay que ser teórica para pedir un mínimo de respeto por los derechos humanos de una población entera. Nada justifica el trato deshumanizante que vemos a diario en redes sociales y fuera de ellas hasta las personas con identidades diversas, que van desde el desconocimiento y la negación de sus identidades, hasta la burla por su físico, formas de hablar y de vestir, ajustándose a los estereotipos de género. ¿Acaso las mujeres cisgénero no vivimos también replicando los roles y estereotipos que por siglos nos impusieron socialmente? ¿Acaso el mundo entiende otra forma de ser mujer? Esas otras formas las estamos descifrando y creando juntas, sin juzgarnos tanto, soltando las culpas de no caber en los estereotipos y seguir queriendo hacerlo, porque nos taladraron tanto el cerebro con ellos que es absurdo asumir que al enunciarnos feministas ya nos liberamos de ellos.
El proceso es largo y nos queda mucho camino por andar, muchas batallas por dar y no estamos para desgastarnos entre nosotras en contrasentidos como este de enarbolar nuestra bandera verde libertad, el legado de las abuelas, contra los cuerpos más rebeldes y libres que resisten a este sistema, el mismo que nos ha arrebatado a tantos y a tantas. Por eso, que lo que el aborto unió no lo separen esencialismos ni fundamentalismos que nos hacen retroceder. La lucha por la autonomía de los cuerpos, de todos los cuerpos, es una lucha feminista, lo demás es discurso discriminatorio y la discriminación es mandato patriarcal, no emancipación ni mucho menos libertad. Avancemos.