En pleno 2024 las personas negras seguimos señalando la importancia de hablar sobre raza, racismo, supremacía blanca y decolonialidad, porque no basta con la “llegada” de ciertas personas negras a ciertos lugares sociales, políticos, culturales ni económicos para pensar que ya hay cambios suficientemente significativos; la representatividad no cambia el hecho de que las principales estructuras en las que se sostiene la sociedad sigan viendo a las personas negras en el poder como cuotas y persista el racismo estructural. Y sí,esto pasa en Latinoamérica también.
Por tanto, una de las posibles reparaciones debe iniciar con el reconocimiento de la historia de las diásporas africanas y su rol en la construcción de imaginarios nacionales y universales de todo tipo. La conversación sobre la historia negra es una obligación y durante el pasado mes de febrero aprovechamos el marco de referencia del black history month (mes de la historia negra) para conversar sobre lo negro y lo esencial que resulta seguir revisando nuestras memorias con lentes antirracistas y anticoloniales.
Empecemos por recordar por qué febrero es el mes en que se conmemora la historia negra. Un historiador y periodista afroamericano llamado Carter G. Woodson creó en 1926 la semana de la historia negra como una manera de mostrarle a la nación estadounidense los logros a los que contribuían las personas afro. Febrero fue el mes elegido como homenaje a Frederick Douglas, famoso cimarrón abolicionista, y Abraham Lincoln, quien es reconocido por la historia como el presidente en cuyo mandato se abolió la esclavitud en Estados Unidos; sin embargo, no hay que confundir a Lincoln con una pionero del antirracismo, pues procedió con la abolición desde un lugar de conveniencia y no de convicción, no lo hizo por los derechos de las gentes negras de su país. Fue entonces que en 1970, con todo el auge de la revolución negra y la revolución sexual, que en la Universidad del Estado Kent se celebró el mes completo y se volvió una tradición en el resto del país. En Alemania y Canadá poco después, también vieron la necesidad de una conmemoración mensual para reconocer las memorias y los aportes de las personas negras en sus países.
En el sur del continente aún no se celebra la historia de la gente negra como se hace en el norte de América. Aquí hay días alusivos a la afrodescendencia, pero no se ve una práctica mensual, institucional y nacional como la que se ve en Estados Unidos. Esto nos lleva a las personas negras a promover el black history month también en nuestras latitudes, para que entendamos que se han fundado las naciones del Sur de América sobre los hombros y el trabajo de personas negras que merecen reconocimiento. Sí, es válido preguntarse si este tipo de dinámicas llevan a sostener más acciones antirracistas o no y personalmente considero que cada quien debe responder eso, ya sea por una reflexión o como resultado de alguna conversación; lo que sí considero fundamental y diciente del antirracismo es que una dinámica de reconocimiento de lo negro y sus particularidades podría conducir a conversaciones más francas sobre el mestizaje, una herramienta de la antinegritud latinoamericana. Y es que en pleno mes de la historia negra quienes trabajamos desde el antirracismo y la exaltación de la negritud nos vimos confrontados por una columna que ponía en duda el aporte literario de uno de los escritores afrocolombianos más luminosos de todos los tiempos: Arnoldo Palacios.
La columna de Ángel Castaño Guzmán hace una lectura sesgada de la obra de Arnoldo Palacios y acomoda citas y referencias anacrónicas y malintencionadas para argumentar que el famoso escritor chocoano está siendo usado como palanquín por el actual gobierno. Cuando habla de la obra más sobresaliente de Palacios Las estrellas son negras, comienza:
“La recepción de la obra de Palacios tuvo en su momento críticas ambivalentes. En 1950, Hernando Téllez consideró a Las estrellas son negras el mejor libro de prosa publicado en Colombia. El veredicto tiene el peso de haber sido emitido por uno de los críticos liberales importantes de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, un joven reportero de la época se alejó de ese dictamen y señaló lo que en su opinión eran los rasgos predominantes del libro de Palacios: ‘un gastado molinillo de resentimiento racial, la mediocridad técnica y la insignificancia humana de su protagonista’. Tal afirmación de Gabriel García Márquez no asombra: en ese instante el futuro Nobel estaba metido de lleno en la escuela de la novela gringa, cuyos maestros fueron Ernest Hemingway y William Faulkner. Por el contrario la novela de Palacios estaba alineada con la escuela del realismo socialista. Curiosamente este comentario de García Márquez casi que ha desaparecido de los estudios posteriores de la novela de Palacios.”
Este fragmento es el perfecto ejemplo para hablar de por qué es urgente una mirada decolonial que cuestione uno a uno los estamentos estéticos, culturales y hasta políticos que consideramos válidos, pues para desacreditar el trabajo de Palacios el columnista se sirvió de la figura del nobel colombiano, a quien legitimó a través de ejemplos del canon literario anglosajón. El columnista pretendía “fortalecer” la relevancia de Márquez con el aval de sus maestros estadounidenses, como si por sí mismo el autor colombiano no fuese suficiente. Además, cita a un reportero cuyo nombre no es revelado, para subrayar la desgastada y anacrónica idea de que el “resentimiento racial” no tiene cabida en una obra literaria. Desde los movimientos negros y antipatriarcales hemos hablado del resentimiento y la justa rabia como vehículos de movilización social, pero no solo sirven a este propósito, sino que son puertas también de la creatividad y en el caso de las negritudes: una exposición histórica.
Al no tener ventanas pedagógicas como un mes oficial para las memorias negras, nos exponemos a que conversaciones sobre la denuncia, la injusticia y la resistencia sean reducidas o ninguneadas, porque se leen como “resentidas” sin entender dos posibles vías: la primera, el resentimiento es apenas una respuesta a la división racial y racista que perjudica de manera contundente, estructural y abrasiva a las personas negras. Segundo, no todo lo que señala la gente negra como parte de sus vivencias racializadas viene de un lugar que pretenda antagonizar, pero es innegable que enunciarse desde la negritud implica también la denuncia al racismo y la mirada de cómo se ve la racialización para cada persona negra.
Palacios no es sino un ejemplo de cómo usar la experiencia negra, chocoana y empobrecida para crear una obra literaria maestra que también sirve como manifiesto de las injusticias que se ven en el Chocó, aún hoy tal y como él las escribió hace 76 años. De manera que hablar y aprendersobre lo negro podría traducirse no solo a columnas mejor escritas e investigadas, sino a la comprensión de cómo se enuncian las diversas diásporsa africanas que han sostenido resistencias de largo aliento bajo estados negligentes, supremacistas y despectivos. Este año el Ministerio de Cultura y de Saberes optó por resaltar el trabajo de Palacios, quien merece ser leído, entre muchas razones, por ser un exponente colombiano del naturalismo (otros laureados autores de este movimiento literario son Zola o Víctor Hugo) y por su empeño en retratar uno de los territorios menos cuidados y valorados de Colombia: el Chocó.
Si en Colombia y el resto de países del Sur de América se comenzara por diferenciar el legado histórico de la gente negra de otros legados, podríamos determinar y erradicar las raíces de la discriminación y dejar atrás la falsa creencia de que “acá todes somos iguales”, puesto que esta perspectiva insiste en negar que el racismo es un problema estructural también en estas latitudes. La falta de información sobre lo negro mantiene vivo el argumento de que el racismo es una mera cuestión de “gusto” o “disgusto” por el color de piel de alguien. Algo que va por la misma línea, mencionado también por Castaño en su columna, es el afropesimismo: una categorización mezquina que reitera de manera hiriente e ignorante que el racismo es una cuestión de percepción individual.
El afropesimismo pretende adjudicar a las personas afro un pesimismo heredado, pero sobre todo elegido, según esto se podría afirmar y entender que las personas negras deciden mantenerse en posiciones de inferioridad; no es entonces un problema social y colectivo, sino más bien un problema de autopercepción. Creer que el racismo es una cuestión de sensibilidades sostiene disparidades e injusticias de todo tipo contra las comunidades no blancas y no blanco-mestizas. Atribuirle a cada persona negra la responsabilidad de sentirse o no discriminada perpetúa la violencia y minimiza el hecho de que es un trabajo grupal y estatal erradicar el racismo desde sus cimientos.
Un mes para aprovechar y adquirir lentes antirracistas y decoloniales que les confronten con su racismo y con el racismo estructural que sí existe también en este lado del continente. Un mes para conmemorar que las gentes negras somos hacedores de historia, pues no solo hemos sostenido millares de luchas; sino que somos productores de cultura y agentes de transformaciones sociales. Empecemos entonces por leer a más personas negras que escriben sobre personas negras y celebran asimismo sus vidas.
La mejor de todas