Decir que la lactancia materna es “lo mejor”, no solo lo mejor, sino lo mejor del mundo: un elixir mágico que garantiza la conexión y salud de les bebés, parece una verdad universal. Pocas sustancias han logrado consensos tan absolutos entre grupos totalmente disímiles como la leche materna. La activista Courtney Jung señala que es celebrada por el gremio médico, por grupos religiosos, conservadores, por feministas, hipsters, hippies, ecologistas y políticos en campaña. Para los cristianos fundamentalistas es “parte del plan de Dios”, para las feministas es “una forma de empoderamiento que ofrece evidencia de la fuerza vital de los cuerpos femeninos”, para los hipsters es consumo local y ecológico. Según los discursos de su promoción, que son ubicuos y culturalmente dominantes, la lactancia: es natural, es gratuita, y hace a tus hijes más saludables e inteligentes. Y, en cambio, dar leche de fórmula es casi que una letra escarlata que le anuncia al mundo que eres la peor mamá.
Estos discursos nos dejan en una encrucijada imposible: “tú eliges, pero hay algo que es absolutamente mejor para tu bebé, que le dará salud y hasta ventajas en su vida futura, ese algo depende de ti, y no tienes que hacerlo si no quieres, tú puedes elegir no hacer lo mejor para tu bebé, es tu decisión.” Al final este es un discurso prescriptivo, cargado de chantaje emocional, que nos pone contra la pared, y la única manera de zafarse de él es con información y una mirada crítica a todas estas creencias.
¿Es mala la leche de fórmula?
Comencemos: ¿es la leche de fórmula tan mala como dicen por ahí? Hoy en día la leche de fórmula se ha convertido en el símbolo de la mala maternidad. Una amiga que vive en Alemania me cuenta que había salido con su bebé y le dio un biberón (de leche materna) pues no quería sacarse la teta en el frío del invierno berlinés. Al verla, una mujer desconocida se acercó a corregirla, pensando que le estaba dando leche de fórmula, eso que hacen las malas madres que le dan la espalda a sus hijes. Pero ¿cómo se convirtió la leche de fórmula en enemiga pública número uno de las maternidades piadosas? Para empezar no siempre fue así, por muchos años la leche de fórmula fue la forma “emancipada” de ser mamá. para muchas de la generación boomer fue un ícono de libertad que les permitía separase temporalmente de sus bebés para hacer otras actividades como el trabajo asalariado. En 1860, Henry Nestlé inventó algo que sería el comienzo de un imperio: leche en polvo para bebés, elaborada con leche de vaca deshidratada y cereales. Pero el boom de la leche de fórmula llegó con la Segunda Guerra Mundial. Según el artículo Historia de una fórmula: “A través de la publicidad agresiva y el apoyo de miles de enfermeras y médicos, la industria de la alimentación infantil convenció a medio mundo de las ventajas y beneficios de su producto, con dos argumentos fundamentales: que la leche en polvo era mejor que la materna […] y que el biberón era en realidad un instrumento para la liberación de la mujer”.
Pero la popularidad de la leche de fórmula se fue al traste cuando Nestlé empezó a exportarla a países poscoloniales, pobres y desiguales, en donde no había acceso garantizado al agua potable ni a servicios básicos. La compañía repartió muestras gratuitas de leche de fórmula entre madres de muy bajos recursos que al usarla cortaron su propia producción de leche. Cuando las muestras gratuitas se acabaron, las madres se quedaron sin la opción de volver a amamantar y sin dinero para comprar más fórmula. Como resultado, las madres rendían la dosis de fórmula, hasta llegar a usar incluso un 10% de la dosis indicada. Como tenían condiciones de vida precarias, empleaban agua contaminada para hacer las mamilas. Todos estos factores terminaron por enfermar, desnutrir y matar a muches bebés.
Como resultado, la Organización Mundial de la Salud emitió en 1981 el “Código Internacional de Comercialización de Sucedáneos de la Leche Materna” en donde prohíbe la distribución de muestras gratuitas y que se haga cualquier tipo de publicidad a las leches de fórmula. Pero el problema ni se resolvió ni se resolverá limitando las muestras gratis, porque se trata de una falla estructural. Lo que mató a estes bebés no fue la leche de fórmula, fue el capitalismo, pues cuando llegaron a ofrecerles las muestras gratis no les dieron suficiente información para que pudieran evaluar si tomar la decisión, de optar por la fórmula (algo que no tiene revés, pues implica dejar de amamantar) era económicamente sostenible. Mucho menos se preguntaron si tenían acceso a agua potable, porque se trataba de captar nuevas clientas, no de darle opciones a las madres.
Otro argumento frecuente en contra de la leche de fórmula, que tiene un efecto muy cruel en las madres que no pueden amamantar, es que solo la lactancia materna crea y fortalece el vínculo con le bebé. Pero en realidad, cuando le damos a une bebé su biberón también le estamos abrazando, tiene contacto visual y piel con piel con nosotres. La conexión emocional que se genera al dar biberón no es una especie de conexión de segunda categoría, es tan real como el amor que sentimos por nuestre hije. Además, como señala la periodista Hannah Rosin, “al insistir en que la leche es una especie de vacuna”, como si fuera una prescripción médica, una obligación, “hacen que sea menos probable que experimentemos la lactancia principalmente como un acto maternal amoroso, ‘agradable y relajante’, y es más probable que lo veamos como una dispensación de medicamentos”, y eso por supuesto que no facilita la creación de un vínculo.
Quizás el argumento más insidioso en contra de la leche de fórmula es que puede llegar a enfermar a les bebés. Pero, si se usa de forma correcta, con las cantidades indicadas, esterilizando las mamilas y usando agua potable, esto es falso. La lactancia materna puede ayudar a que les bebés tengan menos gases, acidez o infecciones de oído, eso es cierto, pero que la lactancia materna sea ligeramente mejor no equivale a que la fórmula sea dañina. Cuando les niñes tienen tres años es imposible notar alguna diferencia entre quienes fueron amamantados con leche materna y quienes recibieron fórmula. Dice la periodista Hannah Rosin: “cuando miro alrededor de la clase de segundo grado de mi hija, parece que no puedo ubicar a los desafortunados que fueron alimentados con fórmula: “Oh, pobrecita Sophie, cuya madre no pudo amamantar. Qué ojos tan apagados tiene. Qué palidez enfermiza. ¡Y ya le está saliendo acné!’”.
Lo que sí es un verdadero problema con la fórmula son los monopolios capitalistas. En el primer semestre de 2022 hubo una escasez de entre el 40-50% del suministro regular de fórmula en Estados Unidos, debido al cierre de una gran planta de manufactura (por una falta de mantenimiento que generó una infestación de bacterias) y escasez de suministros. Cuando esto sucedió, la opinión pública se fue contra las madres: la culpa no era de la falta de políticas públicas para garantizar la producción y disponibilidad de un alimento tan indispensable, sino de la “flojera de las madres”, a las que, una vez más, la sociedad amonestaba.
La leche de fórmula es totalmente necesaria. No todas las madres pueden amamantar, y otras no pueden amamantar lo suficiente. Y aun así, la leche de fórmula no es de fácil acceso. He visto que en algunos supermercados la fórmula se guarda en una estantería con puerta de vidrio y llave, como suele hacerse con los licores caros. Pero la gente que se roba una botella de whisky tiene unas necesidades y motivaciones muy diferentes a las de quien se roba un tarro de fórmula. ¿Cómo es posible que no haya una intervención estatal para que sea siempre gratuita y accesible? Pero claro, eso nunca va a suceder mientras sigamos viendo a leche de fórmula como una opción de segunda y que incluso va en contra del bienestar de les bebés. Cuando presentamos, sin matices, la leche de fórmula como un reducto en polvo del mal encarnado y la leche materna como un deus ex machina, terminamos creando discursos prescriptivos, y su efecto en las madres puede ser devastador.
¡No le des la espalda, dale el pecho!
En mayo de 2014 el gobierno de CDMX (en ese entonces era Distrito Federal) sacó una campaña para fomentar la lactancia, con grandes vallas publicitarias que mostraban a actrices blancas, delgadas, con cuerpos hegemónicos y abdominales de acero, toples, pero tapando los pezones de sus tetas con una cinta con el lema de la campaña: “No le des la espalda, dale el pecho”. Según la campaña, en México solo el 14% de las madres amamantan a sus hijes (el más bajo en América Latina) y esto se presentó como una potencial causa para la desnutrición infantil en el país. Según esa lógica,Podíríamos resolver un gran problema social con algo que es fácil y gratuito, pero parece que “a las madres nada más no les da la gana de ayudar”. ¿Por qué sucede esto? Según ellos, ¡Porque las madres le dan la espalda a sus hijes!
La campaña fue un fracaso rotundo en múltiples niveles. Para comenzar, no estaba mostrando la realidad de lo que es la maternidad. Si la campaña iba dirigida a las mujeres en edad reproductiva, muchas gracias por explotar nuestras inseguridades culturales y los estándares imposibles con los que la publicidad nos tortura a diario. Si hubiesen querido normalizar amamantar, nos mostrarían fotos de mujeres con sus tetas estriadas y sus panzas desacomodadas, dándole de comer a su hijes en las plazas, en el metro.
Pero elsu error principal de la campaña fue no preguntarse por las razones que llevan a las mexicanas a no amamantar. Una sociedad en la que es tabú sacarse una teta en público para darle de comer a une niñe no le pone las cosas fáciles a las madres. Casi ningún espacio de trabajo está adecuado para la lactancia. En las oficinas no hay espacio para les niñes y muchas terminan sacándose leche en el cuartucho más horrible. Era una campaña en la que el Estado le exigía a las mujeres amamantar, pero sin cambiar las condiciones laborales y sociales que hacen que las madres no quieran o no puedan.
Cuando el slogan de la campaña opone amamantar (“darle el pecho”) con abandonar a tu hije (“darle la espalda”), da a entender que las madres que no amamantan son desalmadas y no quieren a sus hijes. Todo el lema de la campaña está articulado para explotar la culpa que sentimos con la maternidad. Y qué mal queda eso, además, como imperativo que viene del gobierno. Si nos van a ordenar que amamantemos, como si fuera un servicio al Estado o a la comunidad (que lo es), pues entonces ¡que nos paguen! (¿para cuándo?). A la gente le encanta decir que todo lo que las madres hacemos es por la sociedad (lo es), y para exigirnos cosas esa razón es muy efectiva, pero si las madres le pedimos a la sociedad algo a cambio o mejorar las condiciones de nuestro trabajo, entonces ahí sí nos salen con que amamantar y tener hijos es una decisión individual y ¡nos jodimos!
Y es que no podemos hablar del impacto político de los discursos sobre la lactancia sin preguntarnos por el lugar del Estado. “Glenda Wall relaciona este resurgimiento del interés en la lactancia con la evolución de una racionalidad neoliberal luego de la retirada del estado de bienestar y que actualmente subyace las políticas públicas de muchos estados occidentales. Esta racionalidad pone el acento en conceptos como el auto-gobierno, la auto-gestión, el control sobre el propio destino, la responsabilidad individual, las elecciones individuales y la autopromoción”. Cuando la elección o no por la lactancia materna se reduce a algo totalmente privado o individual, como en la campaña de “No le des la espalda, dale el pecho”, el Estado termina por delegarle enteramente a las madres problemas como la malnutrición en bebés y la primera infancia.
Así puede salir a decir que la solución a muchos de los más graves problemas sociales es simplemente “convencer” a las madres de que elijan amamantar y no ampliar el Estado de bienestar para que todas las madres, y todes les bebés y niñes puedan tener cubiertas sus necesidades básicas. También nos dicen que amamantar reduce el gasto estatal en salud porque su resultado son bebés más sanes. Pues ¡qué conveniente que nuestro trabajo amamantando le genere un ahorro al Estado neoliberal!, pero las madres no veremos un centavo de ese supuesto ahorro, al contrario, este argumento termina por justificar recortes en la inversión social.
Hausman hace un llamado a politizar y sacar a la luz pública la lactancia materna. Que deje de hacer una actividad que hacemos porque “es algo natural” o porque “es lo mejor” y sea verdaderamente una elección. Y eso significa reclamar que la lactancia deje de ser una cosa privada que hacemos en nuestras casas y empiece a hacer parte de los espacios públicos y los espacios de trabajo. “Un país con políticas favorables a la lactancia en el lugar de trabajo sería, por supuesto, un mejor lugar para que todes trabajen, pero también obligaría a los hombres a reconocer que sus posiciones de poder se dan en virtud de la exclusión de las mujeres de la esfera pública. Al relegar la lactancia materna por completo al dominio de la ciencia, a través de su evocación de narrativas evolutivas, la promoción de la lactancia materna pierde una oportunidad crucial para posicionarse positivamente en relación con los derechos de las mujeres”. Un país con políticas favorables a la lactancia también garantizaría el acceso fácil y gratuito a la leche de fórmula para todas las madres que la quieran y/o la necesiten, de manera que las madres puedan tener la opción real de ponderar lo que más le conviene según su situación y su proyecto de vida y a partir de ahí elegir si amamantar o no.
¿La leche materna es natural?
La escritora Margarita García Robayo, en su crónica “La cruzada de la leche”, dice:
“Si tu problema es que no te sale suficiente, insistes hasta que lo sea. Yo estoy todo el tiempo en función de producir leche, lo que, paradójicamente, hace que produzca menos, porque casi no duermo. Todos los manuales recomiendan estar tranquila, cómoda y descansada al momento de amamantar; algunos recomiendan instalarse un rato antes bajo la ducha caliente, tomar té de hinojo, comer almendras, avellanas, hacer yoga, darse masajes. Nadie explica cuándo. Si resultas no ser una gran productora de leche y decides trabajar eficientemente para revertirlo, ese será el único trabajo que podrás hacer. ¿Y quién puede permitirse eso? Muy pocas mujeres. Además –contando con que tus niveles hormonales estén bien y la extracción de la leche sea la adecuada–, estarás obligada a sentirte feliz y complacida, porque el ánimo también influye en la producción”.
Si amamantar es tan “natural”, ¿qué pasa con las madres que no pueden hacerlo? ¿Son “anti-naturales”? ¿”Desnaturalizadas”? La realidad es que, como señala Courtney Jung, “Los médicos estiman que hasta el 15% de las mujeres sufren de falla de lactancia primaria o secundaria. A veces es causada por una condición de la pituitaria o de la tiroides, también puede ser causada por el síndrome de ovario poliquístico, una condición que conduce a desequilibrios hormonales. Las complicaciones en el parto también pueden afectar la producción de leche. Entre el 5 y el 15 % de las mujeres sufren de una condición llamada hipoplasia, causada por tejido glandular insuficiente en el seno.” La verdad es que no poder amamantar también es perfectamente natural.
Jung añade: “En un artículo titulado ‘Prevención de las tragedias de la lactancia materna’, la conocida defensora de la lactancia materna, la doctora Marianne Neifert, señala que el cuerpo humano a menudo no funciona ‘como se supone que debe hacerlo. Un profesional de la salud nunca le diría a una mujer diabética que ‘todos los páncreas pueden producir insulina’ o insistiría a un paciente con infertilidad devastado que ‘todas las mujeres pueden quedar embarazadas’. El hecho es que la lactancia, como todas las funciones fisiológicas, a veces falla por diversas causas médicas’. En pocas palabras, no todas las mujeres producen leche y no todas las mujeres producen suficiente leche para alimentar adecuadamente a sus bebés. La obstinada negativa a aceptar este hecho fisiológico puede ser una forma de crueldad”(traducción propia).
Además, hay madres que, por más que quieran y puedan, no logran amamantar. Mariana Iácono, amiga y fundadora de la Red de Jóvenes y Adolescentes positivos, me cuenta que hay países en donde madres con VIH, pero con carga indetectable, pueden amamantar, pero ese aún no es el caso de Argentina, “yo sé que amamantar no es indiscutiblemente lo mejor para mi bebé, pero para las mujeres con VIH esto tiene que ver con una disputa por nuestros cuerpos, con la autonomía, con ese derecho que nos niegan. Capaz que amamantaba y al mes ya no aguantaba más, pero esto tiene que ver con la disputa de nuestros territorios. Y me daba muy duro no poder hacerlo, la puta semana de la lactancia materna, que dicen amamantá, amamantá amamantá. Pues no podemos, no nos dejan, está prohibido. Y te hablan del apego, el cariño. Me ponía muy sensible ver a una mujer amamantar o a une bebé pidiendo la teta. Y hay muchas mujeres que no pueden amamantar, las madres con vih, las adoptivas, las que estén tomando una medicación fuerte.”
Son muchas las historias de bebés que llegan deshidratades a los hospitales o de madres sufriendo grandes impactos en su salud mental por la imposición absoluta de que la leche materna es lo mejor que hay. En el nombre de hacer lo mejor para su bebé, muchas madres llevan sus cuerpos y sus mentes al límite, a costa de un inmenso sufrimiento, porque nadie quiere ser “la mala madre” que no pudo amamantar. Ese discurso que insiste de forma absoluta en que la lactancia materna exclusiva es lo mejor para les bebés no se detiene a considerar qué es lo mejor para las madres, ni que usualmente lo mejor para ellas es también lo mejor para les bebés. La leche materna puede ser muy buena, pero no es tan buena como para compensar y reparar los impactos que puede tener en une bebé y en una familia que una madre se encuentre destruida mental y físicamente por la imposición de la lactancia.
¿La leche materna tiene superpoderes?
La lista de beneficios de la leche materna es impresionante, se ha demostrado que previene el cáncer de mama y ovario en las madres, reduce el riesgo de hemorragia postparto y ayuda a prevenir infecciones gastrointestinales y respiratorias. Pero también es cierto que muchos de esos beneficios se han exagerado. En su página, el Dr. William Sears, promotor de la lactancia materna, dice: “Les niñes que fueron amamantados tienen coeficiente intelectual con puntajes en promedio entre siete a diez puntos más altos que los bebés alimentados con fórmula. Es importante recordar que estos números representan promedios de cientos de niñes, no el efecto de la lactancia materna en un individuo específico. Entonces, si desea elevar el nivel de inteligencia de toda una generación de niñes, la lactancia materna sería una forma simple y rentable de hacerlo”. En las preguntas frecuentes del Código Internacional de comercialización de sucedáneos de la leche materna, publicado por la OMS en 2017, afirman que: “los niños amamantados se desempeñan mejor en las pruebas de inteligencia. Se estima que la disminución de la capacidad intelectual en los niños que no habían sido amamantados dio lugar en 2012 a unas pérdidas económicas superiores a $300.000 millones de dólares, una cifra que equivale al 0,49% de la renta bruta mundial”.
Imaginen eso. Las madres que amamantamos tenemos el superpoder de hacer que sea más inteligente toda una generación. Es decir, que ¡amamantando, las madres pueden crear generaciones de personas más inteligentes y mejores condiciones económicas para toda la nación! ¡Y todo mientras ahorran! ¿Quién más puede hacer tanto por la humanidad? ¿Por qué no estamos ebrias de poder? Con tantos beneficios, ¿cómo es posible que algunas mujeres elijan la cara y peligrosa leche de fórmula, en vez de amamantar, que es orgánico, gratuito y las beneficia, no solo a ellas sino a todo el mundo alrededor? ¿Qué lleva a estas madres que no amamantan a ser tan malvadas, que le están haciendo daño no solo a sus hijes, peor, a la renta bruta mundial?
Estas afirmaciones son demasiado sospechosas, ¿cómo pueden establecer el coeficiente intelectual (una medida en sí misma bastante cuestionada) que une niñe habría tenido si no le hubiesen dado leche materna? ¿Cómo pueden saber si lo que “aumentó” el coeficiente intelectual fue la leche materna y no otras condiciones que quizás facilitaron que esta madre pudiera amamantar, como tener la estabilidad económica para quedarse en casa y hacerlo? La afirmación sobre cómo podríamos mejorar la renta bruta mundial tiene tantos supuestos e hipótesis que es risible que se atrevan a ofrecer un número exacto, y la sola motivación del argumento es enfurecedora, quieren que mejoremos la economía mundial, pero no nos van a dar nada a cambio.
¿La lactancia materna es gratis?
“Imagina un trabajo que requiriera que trabajaras con turnos que pueden ser de media hora, o de una hora, o de cuatro horas de duración, de forma continua, día y noche, sin días libres jamás. Imagina que este es un trabajo que no puedes hacer en público, porque te amonestarían o te mirarían lascivamente otras personas, incluso desconocidas. Es un trabajo que te expone al dolor y a infecciones severas. Ah, y por la razón que sea, si no estás interesada en el trabajo o no puedes asumirlo por al menos un año, te dirán que eres una cretina egoísta. Cada caso de éxito en el trabajo te puede devastar psicológicamente. Tienes que proveer todos los insumos. Es una suerte que tengas este trabajo, y si no puedes verlo es porque eres una malagradecida. Paga 0 pesos. Eso es amamantar”, dice Vivian Kane, en la revista The Mary Sue. Si entendemos amamantar como un trabajo, no tenemos ni las condiciones mínimas.
Otra de las supuestas ventajas más repetidas de la leche materna es que aparentemente es “gratis”. Por eso incluso llega a presentarse como la solución ideal para las madres con escasos recursos, pues, a diferencia de la fórmula, no necesitan dinero para acceder a ella, sino que sale “naturalmente” de sus pechos. Esta es una de las ideas más peligrosas de los discursos que promueven la lactancia materna porque cae de nuevo en la invisibilización de nuestro trabajo. Como señala Hanna Rosin, “el debate sobre la lactancia materna se lleva a cabo sin ninguna referencia a su contexto real en la vida de las mujeres. La lactancia materna exclusiva no es como tomar una vitamina prenatal. Es un compromiso de tiempo serio que prácticamente garantiza que no podrás trabajar de manera significativa. Digamos que une bebé se alimenta siete veces al día y luego un par de veces más por la noche. Esas son nueve veces durante aproximadamente media hora cada una, lo que suma más de la mitad de un día laboral, todos los días, durante al menos seis meses. Por eso, cuando la gente dice que amamantar es ‘gratis’, quiero golpearlos. Solo es gratis si el tiempo de una mujer no vale nada”.
Una infografía cita a la Plutus Foundation que estima el costo de amamantar en Estados Unidos alrededor de 950 dólares durante el primer año, mientras que el gasto en fórmula es de 1.200 dólares al año. Además, explica Vox, hay estudios que muestran que las madres que amamantan por seis meses o más tienen pérdidas de ingreso más severas que las de las madres que usan leche de fórmula. También estima el número de horas que se necesitan para amamantar durante un año: 1.800, casi, casi, el mismo tiempo que requiere un trabajo de tiempo completo, 1.960 horas al año. Dice Aubrey Hirsch en Vox que otros costos relacionados son físicos: problemas de sueño, dolor de espalda, mastitis, cólicos, osteoporosis, pezones agrietados, y costos en salud mental como cansancio extremo y pérdida de la autonomía corporal. A esto se suma que las madres de clase media y alta tienen un montón de gastos asociados: extractor de leche, bolsas de almacenamiento, crema para pezones, almohadas especiales que pueden ser muy útiles o totalmente inútiles y solo lo sabrás después de comprarlas, una coach de lactancia, etc.
En el fondo, el modelo de lactancia materna exclusiva tiene un problema de clasismo. Amamantar es una jornada de medio tiempo sin retribución económica, es decir, un lujo, y esto nos obliga a poner sus ventajas bajo sospecha. Y es que la gran mayoría de los estudios que muestran las ventajas de la leche materna no toman en cuenta que hay también una variable de clase, que tiene un impacto más contundente que el que pueda tener la leche materna.
La mayoría de les bebés que son amamantados crecen en el privilegio, tienen madres con formación universitaria y familias con el tiempo y la estabilidad económica para darles todo tipo de estímulos tempranos, la mejor educación y cosas tan básicas como una buena alimentación. Explica Rosin: “El problema es que los bebés amamantados generalmente se crían en familias diferentes de las que se crían con biberón. En los Estados Unidos, la lactancia materna está en aumento: el 69 % de las madres inician la práctica en el hospital y el 17% amamanta exclusivamente durante al menos seis meses. Pero las cifras son mucho más altas entre las mujeres blancas, mayores y educadas; una mujer que asistió a la universidad, por ejemplo, tiene aproximadamente el doble de probabilidades de amamantar durante seis meses”.
Por otro lado, otra consecuencia práctica de la lactancia a libre demanda es una necesaria desigualdad en los trabajos de cuidado. Dice Rosin: “Incluso en el mejor de los matrimonios, la carga doméstica se traslada, de forma incremental, y en su mayoría no reconocida, a la mujer. La lactancia materna juega un papel en esa carga desigual”. En estos contextos de parejas progres “ningún marido le dice a su esposa que es su deber femenino quedarse en casa y amamantar al niñe. En lugar de eso, ambos sopesan la evidencia científica y luego toman una decisión racional e informada de que ella debe quedarse en casa y amamantar al niñe. Luego siguen otras decisiones lógicas: ella sola alimentó al niñe, por lo que naturalmente sabe mejor cómo consolar al niñe, por lo que ella para elegir una escuela para le niñe y la mejor enfermera cuando le niñe está enfermo, y así sucesivamente”.
También tendremos que preguntarnos por los muchos casos en Latinoamérica donde las madres, precisamente por no tener poder adquisitivo, recurren a la lactancia exclusiva, pero como son tan pobres, ni siquiera se están alimentando bien. ¿Tiene esta leche materna los mismos beneficios que la de una mujer que tranquilamente toma sus tres comidas diarias según el menú balanceado que le recetó su nutricionista?
“Lo absolutamente mejor para tu bebé es la lactancia materna a libre demanda por lo menos durante seis meses”, “La buena madre hará lo que es absolutamente mejor para su bebé”, “La buena madre amamanta a libre demanda”. Estos discursos que establecen la lactancia exclusiva durante seis meses como una piedra angular de la maternidad inmediatamente se convierten en discursos prescriptivos, pues no existe la madre ideal sin que exista la “mala madre”, y esa “mala madre”, “sirve como chivo expiatorio, un depósito para todos los males sociales o físicos que se resisten a tener una fácil explicación o solución’”. Y si la buena madre es aquella que amamanta a libre demanda, o bien porque se quedó seis meses en casa o porque en algún punto regresó a trabajar con su máquina sacaleches bajo el brazo y un complicado sistema de horarios, la mala madre es aquella que no amamantó, que no se quedó en casa, que fue egoísta al poner sus prioridades por encima de las de su bebé. Nadie te dice que tienes que amamantar a la fuerza, pero todos te tratan como si no hacerlo fuera un terrible acto egoísta o una absoluta locura irracional que se te curará al ver por fin a los ojos a tu bebé. “Los ‘beneficios’ de la lactancia materna se han vinculado a comportamientos de lactancia cada vez más rígidos. Los esfuerzos incluyen la demonización de la fórmula infantil, la medicalización de la leche materna, la insistencia en que los bebés amamantados aman más a sus madres y, el frente más nuevo, la crítica de la extracción de leche materna”, y opina Berenice Haussman, al ver los efectos políticos y prácticos de este modelo de maternidad es difícil no ver que le beneficia al patriarcado.
Así como hay muchos estudios científicos que muestran que las ventajas de la leche materna son “extraordinarias” y hay otros que dicen que son “moderadas”. Courtney Jung, por ejemplo, dedicó todo un libro a revisar estudios médicos y concluyó que “la lactancia materna “ofrece una protección modesta contra cuatro tipos de infecciones: infecciones del oído, gastrointestinales y respiratorias y enterocolitis necrosante.” Pero cuando le preguntamos a la ciencia, ¿estos beneficios son moderados o extraordinarios, con respecto a qué? La respuesta suele ser “contra otras leches” o “contra la leche de fórmula”, o “según un mejor o peor bienestar de les bebés”. La pregunta por lo mejor para las madres suele pasar a un tercer lugar. Cuando se habla así de los beneficios de la leche materna, parece que esta saliera de una teta gigante y abstracta, pero resulta que en la realidad esos beneficios están intrínsecamente ligados con el bienestar de las madres.
De acuerdo en muchas cosas mencionadas, dejemos de romantizar la lactancia materna
“Cómo pueden saber si lo que “aumentó” el coeficiente intelectual fue la leche materna y no otras condiciones que quizás facilitaron que esta madre pudiera amamantar, como tener la estabilidad económica para quedarse en casa y hacerlo?”
Respuesta: Porque hicieron un ensayo aleatorio controlado, un método experimental que sirve para demostrar relaciones de causalidad.