El imperialismo, liderado por Estados Unidos, les ofrece a los pueblos en la lucha de la tierra,
y a todos los que reclaman paz, democracia, un ultimátum: acepta el robo o muere.
Las posibilidades de victoria y de triunfo se ven como sueños remotos y ridículos.
Los resultados que se buscan son la desesperación, el desencanto y un deseo de muerte colectivo.
Ngũgĩ wa Thiong’o.
Todos los días nos enfrentamos a un sinfín de noticias aterradoras que nos pueden conducir a una terrible desesperanza: personas negras asesinadas, leyes que vulneran a la comunidad LGBTQA+, iniciativas para obstruir el derecho a elegir qué hace cada quien con su propio cuerpo, grupos de fascistas disfrazados de intelectuales y laureados por sus invitaciones al odio. En estas últimas semanas ha sido particularmente difícil ver el celular o el computador y no salir con el corazón roto de alguna red social. Y estos miedos que nos han agarrado desde lo más profundo no son infundados, al contrario, son amenazas reales a los derechos de las comunidades más marginalizadas alrededor del mundo. Desde esta orilla decolonial pretendo mostrarles que hay opciones para encarar la frustración sin dejar la esperanza de lado; es más, queremos hoy mostrarles que la esperanza es un llamado decolonial y la manera más radical de revolución contra un sistema que parece tragárselo todo.
Empecemos por desmantelar lo que hay detrás de las noticias que alimentan los movimientos más fascistas y por qué resultan tan efectivas a la hora de incitar al pánico. Nos cuenta Bauman en su libro con Donskis, Maldad Líquida, que “las imágenes y los relatos de violencia son unos de los bienes más vendibles que esa industria pone a la venta: cuanto más crueles, sangrientas y espeluznantes, mejor. No es de extrañar que a los directivos de los medios les encante servirlas como los gerentes de cafeterías publicitan que está el café que sirven: recién hechas y calientitas.” Debemos empezar a poner sobre la mesa las verdaderas razones por las cuales la información, a la que nos exponen los medios de manera constante, resulta ser tan contraproducente. No deberíamos obviar que esa información responde a un sistema y que no es neutra (no existe ese tipo de periodismo, no importa si hay personas que siguen afirmando que hay tal cosa como “la objetividad” en la entrega de información); pensar que la información no tiene un ángulo determinado termina alienándonos como espectadores.
Lo que leemos, escuchamos o vemos es parte de un engranaje de consumo. Si aceptamos que detrás de los medios masivos hay una puja por el clickbait (carnada para que hagas click) podemos así mismo aceptar que lo que más vende es el amarillismo, que viene cargado de violencia, se presenta en formatos congestionados–ruidosos y carece de claridad, más allá del morbo. Lo señala Ngũgĩ wa Thiong’o en el epígrafe de esta columna, “acepta el robo o muere” y esto incluye, por supuesto, el robo de la esperanza.
Otras herramientas bien aprovechadas por el pensamiento colonial, está en ver lo idiosincrático y lo local como lejano. Recordemos el chiste de Jaime Garzón: “los ricos se creen ingleses, la clase media se cree gringa y los pobres se creen mexicanos. En el país no hay colombianos.” Y aunque esta anotación jocosa puede que no tuviera ningún otro objetivo más que el chiste; es una observación aguda sobre cómo el colonialismo está correctamente instaurado en nuestros pensamientos. Esto que dijo Garzón resuena en otras latitudes donde el colonialismo también está presente en su acuerpamiento más caníbal, como el continente africano, por eso Ngũgĩ wa Thiong’o expone: “la alienación colonial adopta dos formas interrelacionadas: un distanciamiento activo entre uno mismo y la realidad a su alrededor, y una identificación activa con lo que resulta más ajeno al propio entorno.”
Antes de empezar a entender las maneras más radicales de huirle a la desesperanza y caminarle a la decolonialidad, es necesario mencionar que una de las cosas que mejor sabe hacer este sistema, para mantenernos bajo olas de tristeza y despersonalización, se cimienta en la relación que tenemos con nuestros cuerpos. En su novela, Huaco Retrato, Gabriela Wiener habla de esa búsqueda por resignificar la relación con el cuerpo fuera del deseo colonial, compulsivo e impuesto. En su travesía por entender cómo descolonizar su deseo, Wiener se encuentra con una barranquillera que le dice: “no queremos dejar de follar con blancos, lo que queremos es empezar a follar entre nosotras. Hemos blanqueado el sexo, el amor, lo hemos racionalizado. ¡Desconfíen de los ojos azules y de la lógica del progreso aplicada al cuerpo! Hemos dejado de desear y amar cuerpos como los nuestros, nos hemos alejado de nuestras propias formas de vida amorosa y sexual.” Han hecho de nuestra primera casa un enemigo, un antagonista, el bombardeo en los medios que nos hacen cuestionar nuestra propia apariencia, preferencias y expresiones puede ser aturdidor y nos ha blanqueado.
Aquí un Kit incendiario y decolonial para ayudarnos a revivir la esperanza en el porvenir:
- Busquemos lo atemporal, regulemos el uso de las pantallas
La tecnología tiene un imán muy efectivo a la hora de mantenernos en la red y es tan poderosa que olvidamos que fuera de ahí hay un mundo. Sin embargo, es recomendable desde discursos de salud mental hasta la acción decolonial atender actividades análogas y ojalá que se puedan hacer en grupo. Mantenernos en el bucle de la hiperinformación o el hiperconsumo de medios es perjudicial, seguro que nos cruzaremos más temprano que tarde con alguna noticia desalentadora. Afuera hay un mundo, lo cual me lleva al siguiente punto.
- De la palabra a la acción, de lo personal a lo político
La vasta herencia colonial nos ha enseñado que la individualidad es uno de los valores máximos para alcanzar la libertad; no obstante, la libertad en lo decolonial se piensa desde lo colectivo, desde acciones conjuntas, desde el “soy porque somos”. Si quieres hacer algo para cuidar o luchar por los derechos de tu comunidad o de alguna causa que te mueva, procura hacerlo en compañía de otras personas. El poder de la palabra es limitado cuando se trata de desmantelar el sistema, pasar a la acción es una urgencia y ciertamente para saber por dónde empezar con eso, dos mentes piensan mejor que una. Ñapa: el sentido de comunidad salva vidas y nos recuerda que la conexión con otras personas revitaliza la esperanza.
- No subestimemos ni el ocio ni los espacios vacíos
No es una coincidencia que en este sistema capitalista el tiempo sea limitado ni que los lugares públicos estén tan vigilados. Ngũgĩ wa Thiong’o daba el siguiente ejemplo: “En la Kenia precolonial el teatro era una forma de diversión en el sentido de un disfrute participativo. Este teatro no se representaba en edificios especiales construidos con ese propósito. Podía desarrollarse en cualquier parte: en cualquier lugar donde hubiera un espacio vacío.” El tiempo libre y los espacios vacíos pueden salvar nuestra imaginación, pueden resultar en conversaciones edificantes o simplemente recordarnos que merecemos divertirnos sin esperar un resultado específico.
Recordemos que el pensamiento decolonial también nos invita a cuestionar cada uno de los orígenes de todas las cosas que hemos naturalizado, normalizado o sistematizado. Es, sin lugar a dudas, un ejercicio exigente, pero es también un arma contra la asimilación y el pesimismo existencial. Es la idea radical de que mañana podríamos construir alternativas orgánicas, fluidas y horizontales en donde todes tengamos espacios para ser libres.