
Con esta columna no pretendo tener la última palabra sobre la gestación subrogada, no pretendo prescribir un dogma inquebrantable sobre lo que deben o no hacer los cuerpos de las personas que pueden gestar frente a sus necesidades, deseos o curiosidades; al fin y al cabo, yo no milito en el feminismo, así que no pretendo universalizar mis aproximaciones ni hablar por otras personas, no me suscribo a discursos del feminismo blanco y blanqueador, por tanto entiendo que habitar ciertos cuerpos en este mundo está en permanente disputa y construcción.
Aquí vamos a poner bajo la lupa el hecho de que que una mujer negra, tokenizada por el feminismo blanco y hegemónico, como Chimamanda Ngozi, al momento de salirse del “molde” de lo que se espera de ella, es despojada de toda credibilidad. El feminismo blanco se ha portado con la escritora nigeriana como se porta la Iglesia Católica con la gente a la que excomulga.
Las personas negras insistimos en que el feminismo blanco termina incurriendo en todas las violencias de las que se queja por negligencia y por omisión. Bien lo dice Desirée Bela: “el feminismo hegemónico nos usa y desecha. Nos exhibe como trofeos de diversidad mientras ignora nuestras reivindicaciones diarias. ¿Eres consciente de las veces en las que has visto que las experiencias de las mujeres racializadas solo importan cuando sirven para adornar el discurso hegemónico?”
Chimamanda terminó siendo el chivo expiatorio perfecto de un movimiento que insiste en esencialismos y borrados de raza, clase y género. Ha sido también la excusa para que muchas feministas expresen su racismo sin temor a la condena, he leído incluso que muchas han señalado que en efecto la opresión mayor y la más importante siempre será la de clase; las mismas feministas que hablan de interseccionalidad como si supieran en qué consiste y cómo se aplica, cuando en realidad interpretan esta herramienta como si fuera la juez última de las Olimpiadas de las personas “oprimidas”.
Para este examen convoqué a varias personas de la diáspora africana: mujeres negras y personas disidentes del sistema cis-heteronormado con el fin de hacer algo que el feminismo hegemónico no hace: conversar. Entonces, quiero mostrarles nuestras aproximaciones, algunas dudas que compartimos y, sobre todo, seguir señalando que el racismo es una de las estructuras que sostiene y facilita que el patriarcado y el capitalismo existan, triunfen; ese punto ciego que el feminismo hegemónico niega con vehemencia, pero que sale a la luz cada vez que una persona negra, que una persona trans o que una persona negra y trans vive su vida y toma decisiones.
Empecemos por recordar que el token negro es una práctica racista que pretende ser ejemplarizante y por tanto amenaza de manera implícita a todas las otras personas negras que no se comporten como el token negro; que a su vez recibe reconocimiento y ventajas por sus ideas o comportamientos blanqueados. Esta manifestación del racismo que se disfraza de “inclusión”, le otorga a una persona, grupo, territorio o comunidad negra un lugar relevante y en apariencia certero dentro de escenarios políticos, sociales, culturales o económicos; cuando se presenta la tokenización se espera que la negritud del sujeto o la colectividad no resulte amenazante ni que rete de ninguna forma al estatus quo. Chimamanda Ngozi fue tokenizada a partir del éxito que tuvo su texto: “Todos deberíamos ser feministas”, un clamor que también saltó a la cultura pop y el título de su ensayo se convirtió en una frase célebre que terminó adornando camisetas y pancartas en todo el mundo. El tokenismo tiene muchas aristas, porque si bien es una práctica racista, colinda con la asimilación cultural de personas negras que aceptan el rol de token por supervivencia o desconocimiento. Chimamanda con ese libro llegó a ser una de las autoras más vendidas en el mundo, su texto es de fácil acceso e interpretación y esto también catapultó su trabajo.
Una de las cosas por las que se le señala a la autora, además del escándalo más reciente, fue su defensa a la escritora inglesa J.K Rowling quien, como es bien sabido, mantiene una agenda contra los derechos de las personas trans. Rowling de manera constante cuestiona la realidad de que la gente trans, cuestiona que exista una experiencia de género más allá del sexo y alude a que el mayor peligro de que la experiencia trans sea reconocida como “legítima” es el borrado de la “mujer biólogica”, sus ideas, por supuesto. Muchas feministas hegemónicas comparten dicha preocupación con la autora de Harry Potter, algunas lo dicen públicamente, otras solo apoyan la cuestión en silencio. Lo cierto es que millones de personas alrededor del mundo salieron a discutir sobre la defensa de Chimamanda, aludiendo a que era también opuesto a su diatriba de “todos deberíamos ser feministas”. Otras personas la aplaudieron por su defensa a la pobre de Rowling quien, según la escritora nigeriana, es juzgada de forma tan dura, porque es una mujer; lo cual implica, según ella, que las críticas que le llueven son misóginas y sexistas. Por supuesto, no hay cómo sacar a Chimamanda de la calificación de TERFA por su misma preocupación con la supuesta veracidad de la relación sexo-género, ni hay cómo entender que esta nueva “cancelación” es desmedida en contraste con el señalar su transfobia y lo preocupante que eso es en el marco de sus declaraciones como artista y como escritora negra.
El 9 de marzo del presente año salió en el periódico The Irish Times una entrevista con Chimamanda quien afirmó estar feliz con su familia, puesto que ahora era madre de dos gemelos que nacieron por gestación subrogada. La autora de 47 años fue entrevistada para hablar de su nueva novela A dream count y quien le hizo las preguntas se impresionó ante ambos logros simultáneos, gestar gemelos y escribir su más reciente obra, a lo que Chimamanda contestó: “Nacieron a través de una madre de alquiler. De lo contrario, habría sido absolutamente imposible.” Frente a esta declaración muchas feministas salieron a criticar su decisión. Con respecto a estas posturas en específico no abordaré nada, dejaré en cambio que las personas negras a las que entrevisté nos indiquen cómo es que la autora al haber sido un token negro del feminismo hegemónico y blanco, también es el target más conveniente para denunciar lo que una mujer no debería estar haciendo.
Obrayan Robinson Stichel es una persona negra transmasculina de Honduras, garifuna, disidente, artista plástico y del tatuaje. Él señala algo por lo que vale la pena iniciar:
“El caso de Chimamanda es muy complejo. Ella está a la vista de muchas personas, sobre todo porque como una mujer negra que se posiciona como feminista, pero que además decide tener hijes a través de este proceso, de alguna manera se replantean muchas cosas ahí. Y es una práctica que es en su mayoría para personas blancas con mucho dinero.”
Antes de poner bajo el microscopio el tema por el cual se ha cuestionado a Chimamanda, Obrayan nos recuerda que hay algo que el tokenismo hace también que resulta muy conveniente para el feminismo hegemónico y es que otorga “visibilidad”, es decir, es esta hegemonía la que también dictamina qué vale la pena ver, leer, escuchar. A Chimamanda se le otorgó este puesto de la escritora negra del feminismo, lo cual resulta también en expectativas que ella debe cumplir sobre lo que dice y hace; el feminismo hegemónico espera siempre congruencia, no acepta fallas, no se abre a discusiones, por eso inicié comparándolo con la Iglesia Católica. La vida de la autora debe ser congruente con esa posición que le da el aplauso y el reconocimiento blanco y blanqueador.
El feminismo hegemónico entonces es blanco en la medida en que no entiende de matices, ni busca expandir la mirada que tiene sobre algo. Es blanco y blanqueador, porque pretende ser universal, pretende recoger todo en preceptos determinados y deterministas. En el caso de Chimamanda vemos a una mujer negra que sirve como instrumento para discutir sobre algo que en efecto necesita de una atención significativa, preguntas, perspectivas, amplitud. No obstante, el feminismo hegemónico pretende castigar a la escritora a través de la cancelación.
Sandra Yolima Arboleda Lorenza, mujer cisgénero, negra, afrodescendiente y lesbiana. Feminista decolonial, trabajadora social apasionada y dedicada al desarrollo humano, nos dice sobre ese castigo:
“Cuando una mujer se equivoca, hay alrededor de ella como un castigo público, pero si esta es una mujer negra el castigo parece ser peor. Independientemente de la posición política, ética que uno tenga sobre la gestación subrogada, lo que veo que va pasando es que se estaba esperando que fallaras para caer encima, sobre todo, porque eres una mujer negra. (…) Siento que siempre hay una cobranza (…) es una persona fácilmente señalable.”
Y justo ese señalamiento nos tiene aquí, puesto que una de las cosas que me pregunté cuando vi las críticas que le llovían a la gestación subrogada y a Chimamanda, se resume en la pregunta: ¿qué hace que el feminismo hegemónico condene ciertas prácticas mientras legitima otras? Cuando se trata de trabajo o medios para salir del empobrecimiento el feminismo parece indicar que todo lo que no se haga por gusto o con “autonomía” es reprochable y por tanto equivale a un abuso. Lejos de establecer que bajo el sistema capitalista solo el 1% de la población del planeta Tierra goza de una poder de decisión real, lejos de buscar qué significa tener autonomía en esta estructura tan apabullante y que nos obliga igual al trabajo, en palabras de Mikaelah Drullard: “El trabajo solo existe en el capital.” Ese mismo feminismo que se quiere encargar de condenar la gesta subrogada, que insisto no estoy ni atacando ni defendiendo en este texto, ignora que el trabajo doméstico, por ejemplo, una de las labores más precarizadas de nuestras sociedades y que también atraviesa el cuerpo, en su mayoría se ejerce por mujeres negras, afrodescendientes en condiciones que sistemáticamente las explotan y las perjudican. Entonces, me pregunto: si una persona logra escribir un libro, porque alguien más limpiaba su casa en cuanto eso pasaba, ¿también se denunciaría? No quiero con esto equiparar procesos, quiero entender por qué hay discusiones en las que es válido atacar a la mujer negra, que se enuncia a sí misma como feminista, cuando hace uso de su capital social y económico.
Una de las entrevistadas, Yannia Sofía Garzón Valencia, mujer cisgénero, negra, quien ha trabajado en equipos metodológicos y de negociación del movimiento Negro y del movimiento popular, nos recuerda algo esencial para esta discusión:
“Las políticas de natalidad y las políticas de prevención de la natalidad fueron experimentadas en cuerpos de mujeres negras, entonces sí hay un tono supremacista, que no diría que es exclusivo del feminismo blanco, sino de la estructura supremacista de donde viene esta idea de que las mujeres racializadas negras nos reproduzcamos menos. Particularmente no creo que le interesemos a la agenda del feminismo blanco, porque no nos saben ver, no saben ver nuestra experiencias de vida. Cuando digo feminismo blanco hegemónico me estoy refiriendo a ese que sostiene valores supremacistas, formas únicas de sostener una meta.”
No podemos hacer lo que hace el feminismo hegemónico y blanco cuando se extrae de contextos que son fundamentales a la hora de discutir una decisión personal o una configuración estructural. Y es que sí, la medicina occidental como la conocemos hoy por hoy ha usado a las mujeres negras como objetos de estudio: la ginecología moderna, por ejemplo, tiene al infame doctor J. Sims quien durante el siglo XIX experimentó con mujeres esclavizadas para dar avance al uso de instrumentos, como el espéculo. Entonces, sí resulta relevante y revelador que cuando una mujer negra usa la tecnología que está a su disposición para tomar la decisión de ser madre, se le juzgue como “representante del feminismo” y se le condene por dicha decisión. De nuevo, no es cualquier mujer a la que han tratado de cancelar por optar por la gestación subrogada. Además, no solo hay un desatino en la lectura del sujeto que es y que sí, también representa Chimamanda; hay también un montón de asunciones con respecto a la persona que participó en la subrogación.
Reitero que aquí el sesgo contra Chimamanda es lo que alerta, así como también alerta el poco rigor del feminismo hegemónico y blanco al momento de plantear un debate, pues no hay una pregunta consecuente por los sujetos por los cuales supuestamente lucha y construye; en cambio, sí hay unas acciones que pretenden homogenizar ideas, comportamientos, palabras y que cuando esa homogenización no se da, se castiga, se reprocha. ¿A qué se les parece eso?
Karen Aponza, mujer cisgénero, afrodiásporica, heterosexual, con una conciencia de género, raza y clase bien marcada y que la define. Abogada y co-fundadamora de la Colectiva Bembe hace un llamado que es necesario resaltar:
“La blanquitud y especialmente las mujeres blancas desde el feminismo, siempre buscan poner la discusión que se trate de lo que sea menos de la raza, porque como no les atraviesa, entonces buscan culparla ahora porque es una cuestión de clase. Pero no reconocen el hecho de que esa mujer que alquiló su vientre decidió sobre su cuerpo. Si bien lo hizo por plata, yo lo podría haber hecho, haberle dicho a mi tía, sobrina, cualquiera persona de mi familia, como use mi vientre sin ninguna retribución económica. ¿Eso también habría estado mal? O solo es mal cuando lo hace una mujer negra con poder adquisitivo. O solo está mal cuando no han tenido tema de qué hablar en TikTok, porque también siento que es eso. Un poco salió una a decirlo y salen diez mil mujeres blancas a repetir el discurso de esta sin sentarse un poquito a detener en qué contexto fue, en qué momento fue, o también qué garantías le dio ella a esta mujer para gestar.”
Una de las consignas en común entre las personas entrevistadas es la pregunta por la falta de profundización entre los reclamos que hacen las feministas blancas a la decisión de Chimamanda. ¿Dónde está el reclamo al capitalismo?, ¿dónde está el deseo de erradicar de forma radical y certera la estructura que avala y propicia que nuestros cuerpos padezcan bajo el yugo del trabajo?, ¿solo importa si el sometimiento es algo corporal?, ¿se le tipifica como algo violento porque involucra que el cuerpo pase por una transformación? Las reacciones que esta polémica ha suscitado me recuerdan indudablemente a las reacciones que tienen las abolicionista contra las actividades sexuales pagas y la putofobia que no pasa por la discusión o más bien, la necesidad de abolir el capitalismo.
Rossih Martínez Sinisterra, mujer cisgénero, negra, afrodescendiente, experta en análisis y metodología interseccional, antirracismo, estudios de género, políticas públicas y posdesarrollo, insistió en lo disiente que es observar lo que hay detrás de las agrias críticas a la autora nigeriana:
“Me parece que es una crítica muy tendenciosa, que se hace simple y llanamente porque Chimamanda es una mujer negra, nigeriana, y pareciera que eso no le posibilita poder, pues elegir esa opción de ejercer la maternidad, ¿no? De la manera como ella quiere que, o como ella quiso que llegaran sus hijos al mundo. Y eso, digamos que es una más de tantas excusas que encuentra el feminismo blanco para tratar de legitimar lo que las mujeres negras hacen, o lo que las mujeres negras proponen para poder, pues, vivir tranquilas, bien, realizar sus sueños, realizar sus proyectos de vida, como cualquier otro ser humano. Pero como las mujeres negras tenemos que ser siempre, desde la mirada del feminismo blanco y desde la mirada de la racionalidad blanca, profundamente racista y misógina, pues, tenemos que ser siempre objetos de dominación, de control y de represión.”
El feminismo hegemónico y blanco pretende entonces que Chimamanda no venda más libros, no sea más parte de foros, conversatorios o plataformas en las que pueda compartir su trabajo e ideas, pretende ser punitivo. Frente a ese ostracismo no hay una preocupación.
Tanto se lee esa cuestión del castigo, de lo punitivo, que Alejandra Londoño Bustamante, mujer cisgénero, afrodiásporica, antirracista, anticapitalista, lesbiana, historiadora y magister en Estudios de Género y estudiante del doctorado en Derechos Humanos, nos indica que:
“Lo primero que tengo que decir es que a las mujeres negras, a las mujeres afrodescendientes de la diáspora, nos siguen construyendo como unas cárceles. Yo creo que una de las cárceles es la cárcel de la consecuencia política, entonces tienes que actuar de determinada manera, porque se supone que todas las mujeres negras, todas las afrodescendientes de la diáspora, por el solo hecho de serlo, tenemos que habitar el mundo de determinadas maneras, o en consecuencia, con unos principios políticos que desde ese lugar, entre comillas, de subalternidad. Eso me parece que es una cárcel peligrosísima y empiezo por eso, que quizás es de lo más complejo, porque yo creo que a Chimamanda no solo le están cobrando su libro de “Todos deberíamos ser feministas”, sino que principalmente le están cobrando nombrarse feminista, además siendo una mujer negra, y que haya salido, digamos, con estos comentarios sobre sus decisiones con respecto a cómo parir, en este caso con gestación subrogada, eso es bien complicado porque cuando Chimamanda salió a defender que las mujeres eran un sexo biológico, y algunas mujeres o algunas personas trans salieron como a denunciarlo el feminismo, o una parte muy importante de ese feminismo hegemónico, ese feminismo blanco, silencio, o incluso algunas aplaudieron porque estaban de acuerdo con Chimamanda.
Cuando yo hablo de las cárceles, creo que eso nos deja por fuera de ciertos relatos y de ciertos lugares. Chimamanda para mí es una feminista neoliberal, y el hecho de que sea una mujer negra, por supuesto es importante, no le quita ese lugar, y es una decisión, es una decisión política, es un lugar que ya ha decidido ocupar, y no lo estoy hablando exclusivamente por su vientre, de hecho su mismo texto de Todos deberíamos ser feministas, pues es un texto que habla de ese lugar. El gran problema de la discusión es cómo Chimamanda se convierte en una figura que le sirve en un momento determinado, cosa que hacen mucho con los cuerpos y con las experiencias de las mujeres negras, o de las personas negras en general, más bien les sirve para determinadas cosas, para justificar, para argumentar determinadas cosas, pero también les sirve para señalar ese lugar imposible de habitar por una persona negra, por una mujer negra en este caso. Qué me alerta a mí esa discusión, pues lo que he alcanzado a escuchar y a leer de la discusión en torno a esto último de Chimamanda, que no hay ni una sola persona de las que yo haya leído, seguramente alguien lo habrá hecho, pero de las que yo haya leído, de las que haya escuchado, que haya cuestionado por ejemplo la estructura de dominación capitalista.”
Entre las feministas negras sí se ha dado la discusión por el lugar que ocupa Chimamanda, porque esa lectura de que es una feminista neoliberal no es nueva. Además de que es una consigna que se confirma con sus aproximaciones teóricas o el apoyo a las declaraciones anti-derechos de J.K Rowling. Ahora que está ese matiz, podemos empezar a ver que entre las personas negras que se enuncian desde feminismos decoloniales, feminismos negros, feminismos populares o las personas negras que se enuncian como antirracista y antipatriarcales no hay una única concepción sobre la gestación subrogada, hay, más bien, preguntas.
Natalia Alejandra Rodríguez Buitrago, mujer cisgénero, lesbiana que honra su mestizaje indígena y su ancestralidad negra. Administradora Pública, especialista en proyectos de Desarrollo. Integrante de la Bafuchada – Batucada, hace un llamado que no podemos obviar:
“Pienso que la gestación subrogada es profundamente problemática porque reduce la gestación (dar vida) y por tanto a los cuerpos gestantes a ser una mercancía más dentro del mercado (valga la redundancia), sometiéndoles a las mismas dinámicas de explotación, los seres humanos no somos mercancía…. Esta práctica deshumaniza por completo la experiencia de la gestación y todo lo que esto significa para los cuerpos gestantes, espiritual y físicamente. Lo encuentro también complejo pensando en que son los cuerpos empobrecidos y racializados, los que subrogan sus vientres, no son cuerpos hegemónicos o pertenecientes a las elites, son los cuerpos que el sistema siempre ha visto como desechables, los que se convierten en medios para satisfacer las necesidades de una minoría, que no solo tiene un deseo – aspiración, si no que tiene los medios materiales para adquirirlo. Los costos para este tipo de procedimientos están entre los 50 y 110 millones de pesos colombianos, vale preguntarnos ¿quiénes pueden destinar semejante cantidad de dinero para satisfacer su deseo?”
Sin embargo, no hay ni se pretende un consenso sobre la gestación subrogada. Naki Cristancho Segura, elle, activista del movimiento cuir Negro, educadore con Maestría en Estudios Afrolatinos y Caribeños de CLACSO y co-fundadore de Posá Suto se pregunta qué hay detrás de la preocupación por la gestación subrogada:
“Si puedo acceder a esos recursos, yo la verdad no le veo problema a eso. A mí lo que me parece feo es como toda la mercantilización alrededor de eso. Entonces, como cobran un poco de plata a la gente que va a acceder a eso, pero de eso que cobran muy poco se le da a la persona que está, pues, literal, prestando su cuerpo para parir a esa persona, a esa criatura, y que eso es lo que a mí me parece muy injusto, muy fuerte, instrumentalizador. Aprovecharse de la situación de muchas de esas personas que muchas de ellas lo harán por necesidad, también harán otras porque quieren, no sé, o sea, hay de todo en este mundo. Pero lo que me parece feo es todo el sistema macabro detrás de ello, ¿no? Pero sí el hecho de que una persona pueda parir por otra persona, por decirlo así, no me parece tan grave la verdad.”
Alejandra Londoño pone sobre la mesa sobre la gestación subrogada capas y la insistencia de que este tema no necesariamente llegará a un acuerdo puntual:
“Yo creo que no es nada sencillo darle respuesta, pero el problema es que si esto se individualiza y no se hacen lecturas estructurales de cómo funcionan de manera imbricada o articulada el sistema racista, el sistema cisheteropatriarcal y el sistema capitalista para entender un mercado en el que hay voluntades, en el que hay decisiones, en el que hay transacciones económicas y en el que también pueden haber ejercicios en los que no hay voluntad y hay personas obligadas en las peores condiciones, o sea, si no entendemos esa complejidad va a ser muy difícil no dar un debate morrongo que si esto es bueno o es malo. Insisto, hay también decisiones y por eso se me parece tanto la discusión sobre el trabajo sexual remunerado, que en Colombia esa es otra discusión, bueno, no solo en Colombia, en muchos lugares es otra discusión que está completamente, o que es difícil, más bien, dar ese debate, porque con el trabajo sexual tendríamos que preguntarnos, o sea, la pregunta que ya es si es necesario regularlo y que se accedan a ciertos derechos laborales o no, las feministas que dicen definitivamente no, que hay que abolirlo, pues no se va a abolir y en lugar de eso quienes lo ejercen van a seguir teniendo unas condiciones nefastas porque no hay posibilidades desde allí de acceder a unos mínimos laborales como puede ejercer gente que trabaja con otras partes de su cuerpo, pero que como está completamente moralizado. ¿Sobre qué parte del cuerpo específicamente pone el feminismo la mirada y por qué? ¿Por qué importa tanto esa parte que podría uno pensar que está asociada la discusión sobre los derechos sexuales, reproductivos?”
Ponen tanto foco allí pero no en otras partes del cuerpo que también están sometidos todos los días a trabajos explotadores, ultra explotadores, pero que allí no están poniendo la mirada, entonces es un debate que pareciera ser un debate más moral, que un debate en el que queramos mirar estructuras y entender en esas estructuras cómo se mueven.”
Fuera del tokenismo al que ha sido sometida Chimamanda y por tanto a la instrumentalización de su figura para rechazar la gestación subrogada hay que indicar lo importante que es este debate; pero no con moralismos rancios, ni con pretensiones axiomáticas, ni con lo que podría leerse como una biblia de la buena feminista bajo el brazo. La discusión sobre la gestación subrogada ya se ha dado antes, bien lo indica Rossih Martínez en su entrevista:
“Hay que tener en cuenta que la gestación subrogada está protegida por múltiples normas, o sea, hay un desarrollo normativo y jurídico para que eso realmente exista. Entonces aquí no estamos hablando de que Chimamanda por allá accedió a una red ilegal como si la gestación subrogada fuera una cosa de ilegalidad. Eso está más regulado de lo que nosotros nos imaginamos. Las personas que deciden alquilar el vientre son absolutamente conscientes de todas las implicaciones que tiene, digamos, hacer ese proceso y esa transacción. Sí, eso es, se establecen unos contratos, hay unas obligaciones, hay unos derechos y hay unas responsabilidades.”
Puede que la conclusión de esta columna le genere mucho escozor a quien la lea, porque no es cerrada, repito, y léase en voz bien alta, no pretende tener la última palabra sobre la gestación subrogada.
Lo que si quiero es insistir en que el feminismo hegemónico participa y contribuye al sistema supremacista blanco cuando continúa refiéndose a debates éticos de largo aliento desde pretenciones dogmáticas, cerradas, deshumanizantes. El tokenismo es racista y el feminismo hegemónico también lo es. Me sirvo de las palabras de Karen Aponza para darle un cierre temporal a esta conversación:
“Profundicemos en la discusión. Y no lo hagan ustedes, déjenos a nosotras hacerlo. Les encanta el pueblo negro, las mujeres negras son lo máximo, son Tetrapak, son Promax, y entonces se quedan en un ejercicio de nombrarnos a todas como resilientes.
¡Cállese que yo no quiero ser resiliente!
A mí también me duele ese ejercicio que ustedes hacen de utilizar mis prácticas culturales, mis banderas políticas, mis discusiones incluso como mujer negra, también son un ejercicio de violencia que está ejerciendo sobre mi cuerpo, sobre lo que soy como mundo interno que se refleja en este planeta.”