Cada cierto tiempo se retoma la conversación sobre la relación entre la violencia basada en género (VBG) y la salud mental. Generalmente, se toca el tema para aclarar que los agresores no son enfermos ni monstruos sino hijos sanos del patriarcado, es decir, que son socializados en un orden social establecido en el que los hombres tienen un estatus superior a las mujeres y personas de orientaciones sexuales e identidades de género diversas, de manera que, ellos tienen el poder, de hecho y por derecho, de poseer y controlar las vidas de todas aquellas personas que no sean hombres, cisgénero y heterosexuales. Así, la violencia es, como dice Rita Segato en Contra-pedagogías de la crueldad, la herramienta de los hombres para demostrar su virilidad, cumplir con el mandato de la masculinidad y mantener su posición dominante. Las consecuencias de la VBG en la salud mental de las víctimas es otro tema frecuente: malestar emocional intenso, depresión, ansiedad, estrés postraumático, suicidio, entre otros, hacen parte de los problemas de salud mental que afectan a las víctimas de VBG. Estas afectaciones pueden ser invisibles para la mayoría, pero son duraderas en el tiempo e implican una importante barrera para el desarrollo social y emocional.
Recientemente han surgido otras discusiones que relacionan estos dos asuntos –la salud mental y la VBG– pero desde otro ángulo: la instrumentalización de los problemas de salud mental, no solo para justificar, sino para agredir mujeres, el suicidio como estrategia de manipulación emocional en la pareja y el impacto en la salud mental de quienes son señalados por discursos discriminatorios y de odio que se enuncian como víctimas de la llamada “cultura de la cancelación”.
Esta es una discusión tan interesante como compleja, pues entrecruza dos problemas de salud pública: la salud mental y el suicidio y la violencia basada en género, que son analizados y abordados de manera independiente y al mismo tiempo, tienen una relación estrecha que debe mirarse con cuidado, ya que no es un secreto que en Colombia y en el mundo, actualmente se vive una crisis de salud mental como una de las consecuencias de la pandemia por covid-19, evidenciada en el aumento de la prevalencia de depresión y ansiedad, de los casos de suicidio y las violencias basadas en género.
Los agresores NO son personas enfermas
Asociar la VBG con la presencia de diagnósticos de salud mental, además de estigmatizar a quienes han presentado o viven con enfermedades mentales, es un sesgo defensivo que sirve para tomar distancia del problema. Asumir que los agresores son personas funcionales y perfectamente adaptados a la sociedad, nos permite entender que cualquiera puede ser agresor, y eso es lo aterrador de esta problemática. No existe un perfil psicológico definido, no hay criterios diagnósticos ni un listado de ítems que permita hacer un cuadro descriptivo en términos clínicos. Lo que sí comparten es la socialización en la cultura machista que obliga a los hombres no solo a negar y ocultar su vulnerabilidad y sus emociones, sino que los lleva a definirse desde la negación: no son mujeres y no son homosexuales, por lo tanto, la masculinidad se reafirma desde la anulación de todo lo que no son ellos.
De esta manera, violentar mujeres y personas de orientaciones sexuales e identidades de género diversas hace parte de un sistema socializador que en su diseño estructural y jerárquico nos organiza en relaciones de dominación–subordinación y la violencia sirve para mantenernos o reubicarnos en los lugares que se espera que ocupemos en esa estructura. Esto no se explica por la presencia de psicopatologías, así estás impliquen manifestaciones de agresividad y alteraciones emocionales.
El asunto es que agresión y violencia son dos cosas muy diferentes. La primera es innata del ser humano y necesaria para la supervivencia, pues es lo que nos permite defendernos en situaciones de riesgo y la segunda comprende una serie de comportamientos que tienen el objetivo de dañar a otra persona. Esto se ve muy claro en la conceptualización del círculo o espiral de la violencia que se presenta especialmente en las relaciones de pareja, en donde la agresión física es precedida por una fase de tensión en la que normalmente se presenta la violencia emocional y psicológica, posteriormente, viene una etapa de arrepentimiento, justificación y promesas de cambio, pero sin acciones concretas como pedir ayuda profesional, sino que se mantiene como en una luna de miel hasta que vuelve a empezar la fase de tensión previa a la violencia física. Distinto a lo que ocurre en casos de personas con enfermedades mentales que las actitudes agresivas y el desequilibrio emocional suelen indicar un límite insostenible que les obliga a buscar la ayuda pertinente para el manejo de síntomas y cuadros clínicos, pues no existe la intencionalidad de hacer daño y se caracteriza por la pérdida de control, en lugar de la conducta controladora de un subordinado. De forma que los diagnósticos no sirven ni para dar explicaciones causales ni para justificar la VBG, pero sí les sirven a los agresores para excusarse en un mundo cada vez más sensible con las problemáticas de salud mental, utilizando esta realidad para ejercer violencia.
El suicidio como manipulación emocional
La instrumentalización del fenómeno del suicidio para la manipulación emocional es una práctica que se presenta sobre todo en las parejas y su análisis requiere apertura a la complejidad. El suicidio es multicausal, es posible identificar detonantes (por ejemplo, una ruptura amorosa), pero estos no se constituyen como una razón determinante para que una persona acabe con su propia vida, sino que se tienen que tomar en cuenta factores biológicos, psicológicos, económicos, sociales y culturales, de allí que se pueda hacer un análisis diferenciado del fenómeno con perspectiva de género.
Según el Instituto Nacional de Medicina Legal, para febrero de 2023 se registraron 444 suicidios, 11,84% más que en el mismo mes de 2022. De estos, 349 fueron de hombres y 95 de mujeres, repitiendo la tendencia de que los hombres se suicidan más, aunque las mujeres son quienes más lo intentan. Para entender este fenómeno hay que empezar por comprender que el comportamiento suicida consta de tres etapas: ideación suicida (pensamiento y planeación), intento de suicidio (atentado contra la propia vida) y suicidio consumado (muerte). Con esto, las investigaciones han mostrado que la diferencia de género respecto a este fenómeno se asocia principalmente con la socialización y el aprendizaje de la masculinidad y la feminidad, es decir, los roles de género. La masculinidad se construye con la mediación de la violencia y la agresividad, la desestimación de la búsqueda de ayuda y la represión emocional, lo que explica que los intentos de suicidio en hombres sean tan letales que lo consuman con más frecuencia. La feminidad, por su parte, se configura a partir de prácticas de cuidado tanto de los afectos como de las relaciones interpersonales, lo que lleva a las mujeres a buscar ayuda con más facilidad ya que se les permite la conexión emocional, de manera que, los intentos son menos violentos y por tanto, menos letales.
Ahora, si algo tienen en común el suicidio y la VBG es que son problemáticas relacionales, dificultades para la resolución de conflictos y la poca regulación emocional (asociado al control de impulsos). El suicidio tiene que ver con la ruptura de vínculos que llevan a las personas a asilarse emocionalmente y encapsularse en un sufrimiento intenso. La VBG responde a prácticas vinculares orientadas a la dominación y posesión en lugar del cuidado. De allí la complejidad de la asociación entre estos dos asuntos. Cuando se utiliza el suicidio para manipular y así evitar, por ejemplo, una ruptura amorosa, se evidencian pocas capacidades para vincularse de una forma saludable, pues no busca una relación basada en el cuidado sino en la culpa, de forma que pueda garantizar la subordinación a sus deseos, por eso se configura como violencia psicológica. Pero, además, da cuenta de que se tienen pocos recursos psicológicos para afrontar la pérdida que supone una ruptura, lo que se relaciona con la baja inteligencia emocional. Lejos de ser una justificación es una invitación a prestarle atención especializada a los agresores en aras de la prevención tanto del suicidio como de la VBG.
Cuando hay ideación suicida, es decir, cuando la posibilidad de atentar contra la propia vida aparece en el discurso, se le debe prestar atención, porque el inadecuado manejo emocional permite sospechar de poca capacidad para controlar impulsos y eso implica que en estos casos hay dos vidas en riesgo: la de la persona que amenaza con quitarse la vida y de la persona que es amenazada. De hecho, hay estudios que establecen que la ideación suicida puede ser un indicador de riesgo de feminicidio, por lo tanto, cuando aparece este tipo de manipulación emocional se le debe prestar atención inmediata en dos vías: salud mental y prevención del suicidio y por supuesto, violencia basada en género, hay que cuidar la vida de ambas personas al mismo tiempo, es decir, no es responsabilidad de la víctima de violencia cuidar la salud mental de su agresor, pues ella necesita protección urgente. Se requiere entonces, pedagogía específica y rutas de atención de salud mental y VBG articuladas.
Finalmente, la discusión más reciente es la que busca mostrar preocupación por la salud mental de las personas que son señaladas por difundir mensajes discriminatorios y de odio contra poblaciones específicas (discursos misóginos, racistas, homofóbicos, transfóbicos y un gran etc.) o que son denunciadas por VBG y que se autodenominan como víctimas de la “cultura de la cancelación”. Esto es interesante porque estamos hablando de personas que tienen poder en alguna de sus presentaciones: económico, acceso a plataformas de difusión masiva, son referentes en sus campos de conocimiento o trabajo, tienen un capital social sólido e importante, etc. Lo cierto, es que no son personas que pertenezcan a poblaciones históricamente discriminadas, entendiendo la discriminación como el proceso de deshumanización del diferente de manera que se facilita la vulneración de sus derechos.
En ese sentido, cuando hablan de “cancelación” se están refiriendo a que están siendo objeto de una sanción social, pero a pesar de esa sanción pueden quejarse abiertamente y ante grandes audiencias, bien sea en redes sociales, medios de comunicación o eventos públicos o privados, momento en el que la idea de “ser cancelado” deja de tener sentido. Aquí hablamos de personas que históricamente han gozado de determinados privilegios (lo cual no es malo per se) que les ha permitido pensar y expresar lo que deseen, sin embargo, la realidad social actual que se mantiene en alerta y defensa por los derechos humanos ya no admite tan fácilmente la idea de “tolerar”prácticas discriminatorias y violentas que deben ser rechazadas.
Entonces, cuando hablamos de salud mental en estos casos, si bien faltan estudios al respecto, se evidencia un malestar emocional perfectamente comprensible ante lo que significa una sanción social que señala y cuestiona las ideas que siempre nos han constituido como seres con identidades singulares y sociales.Sin embargo, no es claro que ese malestar emocional pueda configurarse como un riesgo de suicidio, por ejemplo, solo en relación con la sanción social, ya que, como se dijo antes, el suicidio es multicausal y entre sus factores de riesgo se encuentran la vulnerabilidad socioeconómica, la falta de redes de apoyo y las dificultades de acceso a servicios de salud mental. Por lo tanto, para que una sanción social detone un problema en salud mental tienen que existir otros factores biológicos, psicológicos, culturales y sociales que confluyan al mismo tiempo, no la sanción por sí misma.En conclusión, cuando hablamos de VBG, la salud mental no es un atajo para librarse de responsabilidades, al contrario, invita a potenciar la capacidad de agencia y a hacerse responsable de nosotrxs mismxs, de nuestras acciones y de las relaciones que establecemos con otras personas. Es decir, la salud mental tiene que ver con el poder gozar de nuestros derechos sin que esto signifique que se vulneren los derechos de otras personas.