abril 19, 2022

Hombres que disfrazan su violencia de activismo por la salud mental 

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Volcánicas – Las Igualadas

Ilustración de Carolina Urueta

Tres mujeres publicaron sus denuncias de presunto abuso sexual en contra del músico Jonathan Hernández, líder de la banda bogotana Electric Mistakes. La cuenta de Instagram @nosomosmistakes ha sido el escenario en el que ellas, con nombre propio y desde el primero de abril, han contado sus testimonios. Anunciaron también que son 4 las denuncias interpuestas contra Hernández en fiscalía y por lo menos 24 testimonios de mujeres que lo señalan por distintas formas de violencia sexual y psicológica, ejercida en contra de ellas durante los últimos años. Los relatos publicados, más uno adicional que pude conocer por medio de entrevistas con la sobreviviente, coinciden en la presunta manipulación del discurso sobre el diagnóstico de la salud mental como herramienta para ejercer impunemente violencia de género. ¿Cómo es eso? ¿Por qué es tan peligrosa esta estrategia denunciada por estas mujeres y cómo identificar si estamos siendo víctimas de lo mismo?

Natalia Gordillo, Verónica Zurita, Mariana Ordóñez y Camila* relatan en sus testimonios que Hernández les habría puesto a escondidas, en bebidas o alimentos, drogas psiquiátricas para transgredir su consentimiento y así agredirlas sexualmente. Todo esto venía precedido de escenarios en los que Hernández mezclaba la amistad con el trabajo para acercarse a ellas. Prometía oportunidades laborales en la banda, prometía compañía (a Gordillo por ejemplo le dijo que Electric Mistakes era una familia) y con todas ellas ponía en el primer plano de la conversación sus diagnósticos médicos: que sufría del Síndrome de Savant, que padecía también de depresión y ansiedad y que se encontraba dentro del espectro autista. Llegó incluso a afirmar a Gordillo que el Síndrome de Savant era lo mismo que había padecido nadie menos que Da Vinci.

Anoto aquella comparación porque no me parece un detalle menor. Es común escuchar que atributos aplaudidos socialmente, por ejemplo la creatividad o la genialidad, son asociados a enfermedades mentales o adicciones cuando se trata de hombres ilustres: Beethoven, Miguel Ángel y Da Vinci, por ejemplo. Pero en las mujeres una enfermedad mental no traduce ingenio o creatividad, sino que es automáticamente vinculada a la histeria o la locura, calificativos con una profunda herencia de discriminación. Amy Winehouse, Britney Spears y Virginia Woolf son algunas de las muchas mujeres cuyos diagnósticos de salud mental han sido usados en su contra. 

Ahora bien, ese estigma es perjudicial para todas las personas. En el caso de los hombres, los roles de género, junto con la estigmatización de la salud mental, traen como consecuencia que les sea muy complejo lidiar con su propia vulnerabilidad y pedir ayuda a tiempo, lo que se ha asociado con una mayor propensión al suicidio entre los varones. Y es precisamente por eso es que resultan tan atractivos entre muchas de nosotras los discursos de aquellos hombres que “revierten” ese esquema social al permitirse comunicar su fragilidad y hacer las paces con ella. Cuando hablan públicamente de salud mental, dan la sensación de ser hombres que se han hecho preguntas sobre las distintas formas en las que las estructuras machistas y patriarcales nos han hecho daño a todas las personas. De hecho Hernández, en su comunicado de respuesta a Gordillo, niega los hechos (lo cual es común entre los hombres denunciados por delitos similares) con una particularidad en su respuesta: aprovecha para hacer la aclaración (no solicitada) de que su intención al contar públicamente sus diagnósticos es combatir los prejuicios de la salud mental. Según informaron las denunciantes, lo mismo les dijo a ellas en diversas ocasiones, que su música “era un vehículo para combatir el estigma”, dejando en evidencia que la salud mental era su bandera artística, su identidad pública. 

Suena bien, ¿no? Es una narrativa con la que podemos empatizar muchas, sobre todo si hemos atravesado en carne propia maremotos adentro de nuestras cabezas y sabemos, por la escuela de la experiencia, lo mucho que golpean los prejuicios, lo dolorosos que nos resultan no solo a nosotras, quienes hemos sido pacientes, sino a las personas que nos aman y nos cuidan. Las mujeres que denunciaron a Hernández coinciden en haber empatizado totalmente con él por varias razones: porque ellas mismas habían padecido alguna enfermedad de la mente, porque abrazaban y aceptaban la vulnerabilidad humana y porque ninguna de ellas sentía que un diagnóstico en salud mental debía ser  impedimento para trabajar o entablar amistad con alguien. Y ese debería ser un entendimiento generalizado, pero lamentablemente habitamos una sociedad que rechaza y excluye a personas por sus diagnósticos médicos. De hecho, han sido mujeres feministas como Kate Millet quienes han explicado de qué maneras el concepto mismo de diagnóstico ha sido instaurado por la medicina como un recurso de control social, he ahí la importancia de acudir a buenos profesionales, pero eso es tema de discusión para otro espacio. 

El problema de fondo en este caso es que Hernández presuntamente aprovechaba esa confianza construida a partir de sus supuestos diagnósticos para violentar a las mujeres. Ellas denuncian que las alejaba de su red de apoyo y les ofrecía algo muy importante para artistas en crecimiento: trabajo. Les daba posiciones como músicas dentro de la banda, en la que solo decía incluir chicas, pues aseveraba que le costaba trabajar con hombres: “Un hombre que contrata más mujeres debe ser un hombre deconstruido”, podríamos llegar a pensar. Pero, presuntamente en el caso de Hernández y de tantos más que se esconden tras la fachada del discurso del activismo “feminista” y de la salud mental, lo que existe es una instrumentalización de estas narrativas para continuar ejerciendo la violencia machista de hace siglos, solo que bajo un nuevo disfraz que funciona aún mejor para mantener su impunidad.  Es un discurso más efectivo para ejercer violencia de género porque ¿quién desconfiaría de un defensor de la salud mental y los derechos humanos? Camuflados por la validación de la opinión pública y escondidos detrás de sus supuestas causas, ejercen eficazmente la manipulación: “Necesitamos más hombres como estos”, dicen, decimos, por ahí. ¿Y saben qué? son un peligro.

Cuando nos encontramos con estos hombres que se escudan en sus condiciones de salud mental para violentar mujeres nos hacemos muchísimas preguntas: ¿cómo determinar qué es consecuencia de la enfermedad y qué no? ¿Debería excusarlo porque está deprimido, o ansioso, o porque se encuentra en el espectro autista? ¿Me falta empatía si decido denunciarlo porque padece de una enfermedad mental? Pero la verdad es que ningún diagnóstico en salud mental es excusa para ejercer violencia de género, ni se ha comprobado que, en la mayoría de los casos, esté relacionado cualquiera de estos diagnósticos con la violencia sexual. Es decir: no es que las personas con una enfermedad de la salud mental tiendan a la violencia de género. Es al revés. Hay agresores sexuales que coincidencialmente padecen una enfermedad mental, pero eso no los exculpa de sus acciones. Para el caso específico de Hernández, el psiquiatra Milton Murillo nos confirmó en entrevista que, desde el punto de vista forense, ninguno de los diagnósticos que Hernández ha dicho tener implica “incapacidad de autodeterminarse o distinguir entre lo legal y lo ilegal”.

Cada vez que una mujer denuncia públicamente a un hombre por violencia solemos ver tres grandes tipos de reacciones: algunes creemos en el testimonio, otros no le creen a las víctimas y unos últimos piensan que es verdad afirmando que el agresor “es un enfermo mental, un monstruo”. Pero la violación, y en general la violencia de género, no es un asunto que obedezca a la enfermedad ni mucho menos viene de personas que parezcan “monstruosas”. En la gran mayoría de los casos, las estadísticas demuestran que los agresores son hombres comunes y corrientes, los tíos, las parejas, los amigos. Llamarlos enfermos solamente contribuye a aumentar el estigma contra las personas que padecen una enfermedad mental y, de paso, alimenta la violencia contra las mujeres pues, al no identificar realmente las causas de las agresiones, es imposible luchar contra ellas. La antropóloga argentina Rita Segato lo ha explicado bien: la violación se trata de un mecanismo para ejercer poder sobre las mujeres al reducirlas al cuerpo, no tiene nada que ver con la salud mental, ni siquiera con el placer sexual, es un asunto de poder. 

Las mujeres hemos aprendido a lo largo de los siglos, gracias a esa información que nos transmiten las ancestras, todas las técnicas del cuidado: sabemos estar allí para atender calambres y torceduras de nuestros amigos y parejas, así como paladear depresiones, ataques de pánico y crisis de ansiedad. El cuidado en el amor y en la amistad es como caminar un largo rato por la playa sin chanclas bajo el sol que quema los pies y finalmente tocar el agua. Los pies se lastiman casi que inevitablemente, pero sí que alivia mojarlos en la sal marina. Pero muchas veces cuidamos sin ser cuidadas a cambio, mientras nuestras propias preocupaciones y padecimientos quedan relegados, invisibilizados por la supuesta “genialidad” que se auto endilgan estos hombres (y que otros les celebran) con el discurso de la salud mental alzado como una bandera (particularmente efectiva para vender conciertos, libros, camisetas o posicionarse en redes sociales).

Tenemos que ayudarnos entonces a identificar este tipo de agresores y quienes valientemente decidieron denunciar a Jonathan Hernández hoy nos permiten prender las alarmas sobre esta forma de manipulación y violencia. Hay algunas cosas que deberían ponernos en alerta y que son comunes en los perfiles de este tipo de agresores: cuando se están apropiando de tus ideas para presentarlas como propias y quedar como unos genios; cuando te hacen sentir que nunca vas a ser tan inteligente como ellos y minan tu autoestima; cuando manipulan de manera evidente o sutil, o amenazan con hacerse daño, si no haces lo que ellos quieren; cuando ningún reclamo o consideración de tu parte es tenida en cuenta pues lo importante es que él está “mal”; cuando le hacen creer a quienes le rodean que no están siendo racionales; cuando te hace sentir culpable de todos sus dolores; cuando te tratan a ti como “la loca”; cuando tus problemas nunca son escuchados.

Entonces, ¿está mal que un hombre se conecte con su vulnerabilidad y la reconozca? No. Lo que está mal es agredir mujeres. Luego, al usar la salud mental como estrategia, nos encontramos frente al ejemplo más posmoderno del cinismo y la indolencia machista. Precisamente por eso, por su capacidad de insertarse en la conversación de estos tiempos e instrumentalizarla a su antojo, esta es la forma de violencia de género que más me aterra. Muchas de nosotras también lidiamos con enfermedades de la mente, o con malos días, o con situaciones de profunda tristeza que nos invaden. Pero nadie nos aplaude por eso, ni lo usamos para ir por ahí, violando gente, o agrediéndola. 

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Autor

  • Mariángela Urbina Castilla

    Escritora, periodista especializada en temas de género y divulgadora de contenidos para el cambio social en Internet. Autora de dos libros publicados por la editorial Planeta: la novela Mi Navidad en un psiquiátrico (2019) y El libro secreto de las niñas (2021), una ficción pedagógica para adolescentes y sus familias. Cocreadora y presentadora de Las Igualadas, programa de periodismo feminista que hace parte del diario El Espectador.

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