El próximo viernes 30 de agosto el Tribunal Oral Criminal 2 de la ciudad de La Plata dará a conocer el veredicto alrededor del crimen de Tehuel de la Torre. Sin embargo, más allá de lo que diga la sentencia de los jueces Claudio Joaquín Bernard, Silvia Edit Hoerr y Ramiro Fernández Lorenzo, todo indica que su familia, sus afectos, el activismo y la sociedad argentina no sabrán dónde está ni qué pasó con el joven trans de 21 años desaparecido desde el 11 de marzo de 2021 en lo profundo del conurbano bonaerense.
“¿Dónde está Tehuel?” y “¿Qué pasó con Tehuel?” son dos interrogantes que continúan siendo incógnitas desde hace tres años y cuatro meses. Las respuestas estatales a esas preguntas son las mismas que hace tres años y cuatro meses.
Una mancha de sangre, restos de la carcasa del celular Motorola del joven, pedazos de ropa quemada que podrían ser de él y el cruce de llamadas de las antenas telefónicas: son las cuatro piezas sueltas que reunió la investigación policial y judicial en todo este tiempo de ausencia de Tehuel. Esos cuatro elementos, que se encontraron en su casa, son las pruebas que mantuvieron preso a Luis Ramos, el principal acusado y amigo del joven, que enfrenta una condena perpetua por “homicidio agravado” por “odio a la identidad de género”. Carlos Montes es otro de los detenidos y será juzgado en otro debate, que aún no tiene fecha, porque pidió acceder a un juicio por jurados.
“El primer juicio por la desaparición de Tehuel ilustra claramente cómo trabaja la justicia. A la pregunta por dónde está Tehuel responde con condenas y esto es un ejercicio de justicia a medio camino”, dice a Volcánicas la antropóloga Celeste Perosino, integrante del CIAV (Colectivo de Investigación y Acción en Violencias), organización que acompañó la investigación como colaboradoras técnicas y asesoras periciales. Para ella, “este juicio cierra sin generar información nueva que permita retomar la búsqueda que al día de hoy está paralizada. Hoy el Estado no está buscando a Tehuel”.
Ni la investigación policial, la instrucción judicial, ni el debate oral pudieron demostrar que Tehuel haya sido asesinado. No sólo no hay cuerpo, sino que tampoco hay arma homicida. Para Celeste Perosino la justicia “no solo no sabe buscar sino que no está preparada para investigar este tipo de casos. La justicia penal está entrenada en probar delitos, no en encontrar a las víctimas. Mientras el juzgamiento a los culpables está llegando a su fin, la causa por su búsqueda no se mueve. En pocos días se identificó y detuvo a los presuntos responsables, en tres años no se logró encontrar a Tehuel”.
“Si bien es cierto que no tenemos forma de determinar cómo produjeron este atroz crimen hacia la humanidad de Tehuel, no tenemos lugar a dudas que el imputado ha sido uno de los autores”, dijo el fiscal Juan Pablo Caniggia en su alegato en el que pidió la pena máxima para el acusado. Por su parte, Natalia Argenti, la abogada defensora de Ramos, fue categórica: “Cuando leo el expediente digo no sé qué pasó acá. Bueno, voy al juicio y todavía no tengo la respuesta”. Ella planteó diversas hipótesis sobre lo que pudo haber sucedido a Tehuel, incluyendo una pelea con el segundo acusado, un accidente, y hasta esbozó la posibilidad de que esté vivo. La abogada pidió la absolución para Ramos porque no se ha podido probar su culpabilidad más allá de la duda razonable.
Para Tehuel, como para la enorme mayoría de las personas pobres y aún más de las personas trans, no era fácil conseguir trabajo formal y estable. Vivía con su novia, Michelle, y un hijito de ella. Michelle cocinaba rosquitas y bolas de fraile que él salía a vender en bicicleta. “Si no vendíamos, no comíamos. Era así”, dijo ella en el juicio.
Una de las últimas personas que lo vio fue su hermana. Este fue el intercambio que tuvieron.
—¿Qué andás haciendo por acá?—le preguntó.
—Voy a lo de un amigo, Luiggi, que me llamó para hacer un trabajo de mozo—contestó Tehuel.
Luiggi es Luis Ramos. Tehuel y Luiggi se habían hecho amigos dos años atrás. Se habían conocido en actividades que organizaba el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST). Cada tanto Ramos le prestaba plata, le compartía changas. Se escribió y repitió muchas veces que el joven trans desaparecido había salido a “una entrevista de trabajo”. Sin embargo, lejos del imaginario que puede completar el sentido común sobre lo que significa ir a una entrevista de trabajo (bañarse, perfumarse, ponerse la mejor ropa y llevar el CV en una carpetita foliada), lo cierto es que Tehuel había ido a ver al que era su amigo que le iba a prestar plata y después iban a trabajar de mozos a un evento en Alejandro Korn. Pero eso nunca pasó. Entre las 20:42 del jueves 11 de marzo de 2021, cuando se toma una foto con Luis Ramos y Oscar Montes y las 00:24 del viernes 12 de marzo, momento en que su teléfono deja de emitir señal, el rastro de Tehuel desaparece. El vínculo con Ramos pudo establecerse pero poco se sabe sobre la relación con Montes.
Reconocimiento y redistribución
El debate oral, que comenzó el 15 de julio, estuvo enfocado más en dirimir si Luis Ramos era o es violento, misógino o transodiante, que a responder dónde está y qué pasó con Tehuel. A las pruebas recolectadas durante la instrucción se le sumaron una serie de pericias psicológicas con énfasis en el perfil de Ramos.
Además declararon, entre los distintos testigos, dos ex parejas de él. Una de ellas contó que había denunciado a Ramos porque abusaba de su hijo y que, además, casi pierde un embarazo por las palizas que le daba. Otra testigo, que también fue presentada por la fiscalía como ex pareja del acusado, terminó 14 horas detenida por falso testimonio: lo que declaró en la instrucción y había quedado escrito no coincidía con lo que dijo en la audiencia. También hubo testigos, como la mamá de Tehuel y su novia, que prefirieron hablar en el juicio sin su presencia.
Los procesos judiciales deben tener perspectiva de género pero también de clase. El reconocimiento identitario no debería estar por encima de la búsqueda de la verdad. Las respuestas estatales ante la desaparición de Tehuel ponen sobre relieve el vaivén entre el reconocimiento y redistribución en términos del emblemático debate que introdujo la feminista norteamericana Nancy Fraser. Mujeres, lesbianas, travestis, varones trans merecen reconocimiento identitario, pero también tienen derecho a la verdad y acceso a la justicia. Pero pareciera que atravesados por la clase ese derecho y ese acceso encuentra obstáculos, por la propia ineficiencia, por desinterés o negligencia. “Únicamente articulando el reconocimiento y la redistribución podremos construir un marco crítico teórico que se adecúe a las demandas de nuestra era”, dice Fraser.
De la cobertura del juicio que hizo Pulso noticias se desprenden estos intercambios con una de las testigos:
—¿Sabe cómo identificaba Ramos a Tehuel?
—No, ni idea.
—¿Y lo nombraba como si fuese un solo nombre? ¿chicochica?
—Sí, “era una chica que era un chico”, me dijo Ramos.
La insistencia que la Fiscalía puso en las preguntas identitarias parecían un performance. Sobre todo si se mira el expediente mismo en el que en algunos fragmentos se lo nombra a Tehuel como él y en otros como ella. Dice Celeste Perosino: “A lo largo de todo el proceso no se han cumplido los estándares jurídicos que tienen carácter obligatorio en nuestro país para investigar las violencias letales contra personas trans. Desde las primeras actuaciones donde a Tehuel se lo trataba de él o ella indistintamente y se pedían registros masculinos en una medida y femeninos en otra, a esta instancia de juicio oral donde no se ha hecho lugar al pedido de la querella de incorporar el testimonio de una representante de la comunidad trans para incorporar el contexto, todo el proceso tiene problemas y dista de cumplir con los estándares de investigación”.
A doce años de la Ley de Identidad de Género en Argentina, los registros de la burocracia estatal se organizan de manera binaria y se carece de protocolos de investigación y metodología de trabajo en los cuerpos forenses especializados en la identificación de LGBTIQ. Bomberos, buzos, policías, perros rastreadores y sus entrenadores, peritos de Gendarmería, empleados del Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (SIFEBU), funcionarios del Ministerio de Seguridad, empleadas del Mujeres, Géneros y Diversidad: ¿cuántas agencias del Estado buscaron en los rastrillajes Tehuel y no lo encontraron?
La ausencia de Tehuel se convirtió en un expediente judicial cuando se abrió la causa por “averiguación de paradero”. Esa incógnita no pudo ser resuelta, el paradero de Tehuel continúa siendo desconocido, pero el veredicto que se conocerá en pocos días lo da por muerto. Para su familia, sus afectos, el activismo y el resto de la sociedad todavía es una persona desaparecida.
Norma Nahuelcurá, la mamá de Tehuel, estuvo presente las dos semanas del juicio. Su padre, Ricardo de la Torre, no participó porque cree que su hijo está vivo y ha sido secuestrado: es víctima de una red de trata.
Ante la ausencia y desaparición de una persona, se impone la obligación estatal de buscarla, restituir y poder conocer la verdad de lo sucedido. La Corte Interamericana de Derechos Humanos ha establecido que, en un contexto de violencia, subordinación y discriminación histórica contra las mujeres y personas LGBTIQ+, los compromisos internacionales “imponen una responsabilidad reforzada”.
Tehuel no es la primera persona trans desaparecida en democracia pero sí es la primera historia de desaparición de un varón trans que logra una repercusión nacional y hasta internacional. El Estado argentino está lejos de cumplir hoy con esa responsabilidad reforzada.