De niña me enseñaron que la palabra de mi papá tenía mayor valor, que había que tenerle miedo. “Cuando venga tu padre vas a ver”. La última decisión la tenía siempre el hombre. Él mandaba en la casa. Cuando el hombre grita, la mujer se calla y si el hombre se enoja puede ser peligroso. Mi padre nunca ejerció violencia física contra mi madre, pero sí contra mi hermana. Ninguna de las cuatro mujeres pudimos hacer algo al respecto.
Cuando sos niña no tenés herramientas para poder decir si alguna persona comete violencia sexual contra vos; no sabés cómo ni cuándo y sentís que tenés la culpa. Con siete años, llevaba un short corto, verde y apretado. “La culpa fue mía, por eso ese pariente me tocó mis partes íntimas, lo provoqué, ¿cómo voy a contarlo? En casa no me van a creer. Mi papá se enojará y me retará”. Y cada noche que pasé en su casa no pude dormir, no pude decir que tenía miedo de ir; y cada situación de violencia simbólica que él ejerció sobre mí, la guardé como un secreto de estado.
En la misma época, por las tardes, con mi amiga íbamos a la plaza, donde había un carrusel. El señor que trabajaba en la calesita nos decía que entráramos al motor de la misma, en el centro, y ahí nos mostraba revistas pornográficas. Ninguna de las dos decía nada, nunca lo hablamos; ninguna de las dos nunca dijo nada en su casa. El señor nos proponía que si mostramos nuestra ropa interior nos daba fichas para dar vueltas en la calesita. Yo no me animaba, mi amiga sí y nos quedábamos mayor tiempo jugando. “¿Cómo decir en casa esto? ¿Si se lo decimos a mamá y no nos cree? ¿Y si se lo dice a papá y él se enoja?”.
En la escuela no se hablaba de sexualidad, no se hablaba de empoderamiento de las niñas y mujeres. Entonces, seguía un camino de aprendizaje equivocado: no saber cómo decir qué quería cuando tenía relaciones sexuales, cómo negociar mis cuidados en la salud sexual y la salud reproductiva. El dolor, el dolor en el ano hasta quedarme recostada en la cama, en posición fetal. Con este man fue con el segundo que tuve relaciones sexuales en mi vida. Estaba inexperta en todos los sentidos. Con 19 años siempre vamos a estar inexpertas. Él me pidió que me pusiera en 4 y me tomó de una manera que no pude moverme, sin consentimiento, me penetró por el ano. Lloré y le dije que me estaba doliendo. Pedí que parara, y él no paró. Cuando logré hacer tanta fuerza que me soltó, le dije que me dolía, respondió que no le importaba. Que me joda. Más de una década después pude entender que eso fue un abuso sexual, y que tuvo repercusiones en mi vida.
“El hombre es más fuerte”, “el hombre manda”, “la mujer debe complacer y así el hombre estará más feliz”. Por los siglos de los siglos, nosotras complaciéndolos a ellos como sea y donde sea, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad. A los 19 años conocí a un hombre que me causaba daño emocional y disminución de la autoestima. Buscaba controlarme, decirme cómo comportarme, decidir por mí mediante hostigamientos, me restringía las salidas, me manipulaba, a tal punto que le molestaba si leía los apuntes de la universidad. Quedé aislada en su casa que quedaba en Ciudad Evita. Para mí, en ese entonces, Ciudad Evita era tan lejos como ir a otro país.
Esto lo puedo decir hoy, a mis 42 años. A los 19 años lo percibía pero no sabía cómo impedirlo. Este hombre cada día me pedía tener relaciones sexuales sin preservativo y un día, para complacerlo, por no saber decir que no, accedí. Dejé que él me penetrara sin preservativo, penetración y eyaculación. Por los siglos de los siglos, la mujer complaciendo al hombre, mandato familiar, mandato cultural, mandato social. Él tenía VIH, lo sabía y no tomaba medicación. Su rol histórico en la sociedad hizo que él mandara y que de esa relación desigual de poder saliera perjudicada en primera instancia, adquiriendo el VIH. Esa relación terminó porque él causó daño en mi cuerpo. Afectó mi integridad física. Me dio una paliza que fue como de ciencia ficción. Solo después de eso logré terminar con ese vínculo.
Después vino el diagnóstico: VIH positivo. El impacto del diagnóstico de VIH fue negativo y requirió de un año para ser revertido. Era una constante asociación del VIH con la muerte o la mala calidad de la salud y temores a no poder planificar el futuro. El diagnóstico de VIH se recibió sin las condiciones recomendadas por los protocolos de atención para una óptima calidad, sin una integración de la atención en los servicios de salud sexual y reproductiva por el diagnóstico de HPV y sin integración ni articulación con un servicio de atención psicológica. Cuando recurrí a mi madre para pedirle ayuda luego de haber recibido violencia física, ella no me creyó y mi padre se enojó y dijo que seguramente había hecho algo para que ese hombre cometiera agresión física contra mí. Luego vino la violencia institucional.
Violencia institucional es aquella realizada por funcionarias y funcionarios, profesionales, personal y agentes pertenecientes al sistema de salud, con el fin de retardar, obstaculizar o impedir que las mujeres que viven con VIH tengan acceso a salud sexual y salud reproductiva y ejerzan los derechos previstos en las leyes. Las mujeres con VIH, vivimos con miedo a ser víctimas de violencia obstétrica, a que el personal de salud la ejerza en nuestro cuerpo, tan sólo por tener el virus, o luego en nuestros bebés por ser hijos de madres con VIH.
Pero la violencia no paró ahí. Algunos hombres fueron violentos conmigo simbólicamente. Me discriminaron por mi serología VIH+, imaginando que por tener VIH tuve o tengo una vida indigna. En términos de discriminación, dejaban de relacionarse conmigo poniendo otras excusas y así no sentir ellos mismos que estaban discriminando; era simbólico en términos de lo que no se puede percibir fácilmente y tiene que ver con relaciones desiguales de poder.
No más por los siglos de los siglos.
¿Cómo podemos parar el ciclo? ¿Cómo evitar que mi historia se repita? Para empezar, para erradicar la violencia institucional del sistema de salud, es esencial la capacitación y sensibilización del personal de salud que atiende a las mujeres en los tres niveles de atención, de modo que la identificación y atención de la violencia contra las mujeres sea posible. Además, garantizar el pleno respeto de los derechos humanos en las políticas públicas relacionadas con el VIH y establecer mecanismos concretos que aseguren la plena participación de las mujeres con VIH en el diseño de políticas públicas puede contribuir a erradicar la violencia de género con relación al VIH. Y recordar la importancia de realizarse el test de VIH y que todas las personas que trabajan en atención de violencias oferten siempre el test de VIH, para poder recibir una atención oportuna.
Para mejorar las prácticas comunitarias es necesario abordar la agenda de violencia de género transversalmente con la agenda de VIH en mujeres y niñas, en especial en mujeres jóvenes. Y promocionar técnicas para negociar el uso del condón con énfasis en el ámbito educativo. La ley 26.485 contra la violencia de género de la República Argentina clasifica tres tipos de violencia hacia las mujeres: física, psicológica y sexual y yo he experimentado cada una desde mi infancia hasta convertirme en mujer, en mi historia, en mis días. MI CUERPO, MI TERRITORIO… Eso no lo aprendí en casa, no lo aprendí en la escuela, no lo aprendí con pares en la juventud. Lo aprendí en mi cuerpo con los sufrimientos, con las marcas y con el VIH.
A todas las mujeres que sufren algún tipo de violencia, las invitamos a buscar profesionales para la intervención en situaciones y relaciones de violencia de género, y a ponerse en contacto con organizaciones que trabajan en prevención y atención de violencia de género.
Si estás sufriendo algún tipo de violencia basada en género, te invitamos a acercarte a profesionales para la intervención en estas situaciones y relaciones de violencia de género, y a ponerte en contacto con organizaciones que trabajan en prevención y atención de violencia de género.
Excelente artículo. Conmovedor y lleno del coraje que se requiere para ser resiliente y revertir todos esos atropellos y violaciones en una respuesta fuerte y contundente. Gracias por compartir.