Hace unos días, Fabián Sanabria, exdecano de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia y excandidato a rector de la misma institución, investigado por la Fiscalía por el gravísimo delito de “acceso carnal violento agravado por confianza”, publicó un video “en contra de la cancelación”. Quiero aprovechar su elaboración pseudo–teórica para demostrar que eso de la “cancelación” no existe: es solo una estrategia de evasión ubícua que usan las figuras públicas y semi–públicas que han sido denunciadas por alguna forma de violencia sexual o que han sido criticadas por sus posturas discriminatorias, particularmente racistas o transfóbicas.
El fantasma de la cancelación es constantemente invocado por trolls de Twitter como Carolina Sanín o por escritoras multimillonarias como J.K. Rowling, y ha sido usado por otres para justificar formas de acoso judicial. Todos y todas afirman que sus vidas no han sido las mismas después de las denuncias o críticas que les excluyeron y censuraron, aunque si así fuera no podrían publicar abiertamente sus quejas en amplias plataformas. Al final, invocar el fantasma de la cancelación es anclarse en un ejercicio pre–moderno de la libertad, no de ida y vuelta en un diálogo que fortalece la democracia, sino en expresiones que se lanzan sin esperar respuesta y para evitar las consecuencias.
Las denuncias contra Sanabria se hicieron públicas en 2020 cuando la Comisión Feminista y de Asuntos de Género del Departamento de Antropología de la Universidad Nacional de Colombia hizo un informe al respecto. Luego, la Comisión Feminista y de Asuntos de Género del Departamento de Antropología de la esta institución hizo un informe. La denuncia más importante contra Sanabria la hizo el joven Steven López, quien afirma que en 2013, el profesor lo invitó a su apartamento para pedirle favores sexuales a cambio de mover su hoja de vida, cuando este se negó, Sanabria presuntamente abusó de él. Posteriormente, se hizo pública otra denuncia con hechos muy similares ocurridos en el 2012.
La Fiscalía inició una investigación por ambas denuncias y encontró suficiente evidencia para imputar cargos. La investigación por la denuncia de 2012 precluyó porque se había superado el término de acción penal, y se archivaron ambas al comenzar el último trimestre de 2022, no por falta de pruebas, sino por vencimiento de términos. En paralelo, la Procuraduría –que es como una Fiscalía pero para investigar a funcionarios públicos, como lo era Sanabria al momento de los hechos denunciados–, también archivó la investigación por preclusión de términos, no sin antes advertir en el fallo: “que hubo posibles irregularidades en el proceso disciplinario contra Sanabria en la Universidad Nacional pues […] al parecer se revictimizó a los jóvenes denunciantes.” Sin embargo, en octubre del año pasado, la Fiscalía recibió nuevas pruebas y reabrió la investigación por las denuncias del joven Steven López, y Sanabria enfrentará un juicio en marzo de este año. Su video seguramente hace parte de una estrategia de comunicaciones que acompaña su defensa legal, pero no deja de ser chistoso que quiera hacer pasar por castigo social varias imputaciones de cargos por parte de la Fiscalía, una investigación abierta y un juicio pendiente.
En su video Sanabria se mete en su papel de profesor. Se inventa una “historia de la cancelación” diciendo que deriva de la “corrección política” de la derecha. “Las izquierdas se dieron cuenta de ello y poco a poco se volvieron iluminadas” y añade: “De ahí viene la palabra woke, la palabra wokismo” (que no existe en español pero que en inglés es wokeism). Esa historia es entre imprecisa y falsa. La corrección política sí fue una estrategia de las derechas para no tener que ventilar en público sus prejuicios discriminatorios y evadir la confrontación, pero, la palabra “woke” proviene de las comunidades afro en Estados Unidos y significa “despierto”, es decir, consciente de las desigualdades sociales, y precede a la estrategia de la corrección política, su uso se puede rastrear desde los años veinte y servía para evidenciar cómo las estructuras racistas en la sociedad habían sobrevivido a la abolición de la esclavitud. Los de Sanabria son argumentos tan mediocres y sin sustento que uno se pregunta, ¿cómo pudo llegar tan lejos en su carrera académica? Sanabria define cancelar como “excluir o a hacer excluir de ciertos espacios a quienes tomaban por presa y señalaban justa o injustamente, pero que estaban en contra de sus intereses.” Añade que: “ahora se llega aún más lejos. No solamente el acusado de un comportamiento inadecuado es silenciado, censurado, arrinconado, se le excluye de su trabajo, se le violan sus derechos, sino que debe esconderse o debe ser desterrado.” Lo que omite Sanabria es que esos señalamientos o castigos sociales son la consecuencia de una conducta violenta que ha salido a la luz pública, así que los culpables de la “cancelación” son los que discriminaron, acosaron o violaron, y no quienes los denunciaron. La cultura de la cancelación es, en realidad, una cultura de las consecuencias.
Cuando las figuras públicas y/o con poder enfrentan críticas, o incluso alguna forma de castigo social por comportamientos o discursos que van en contra de los derechos de otras personas, nunca desaparecen del todo de la palestra pública. Si una editorial ya no te pública, la otra sí, o puedes perderte por un par de años y volver a los escenarios como si nada, como hizo Louis C. K señalado por conductas sexuales indebidas (incluso ganó un Grammy después).
Sí, es cierto que en internet se forman una turbas que hostigan a las personas desde una supuesta superioridad moral. Los mensajes en las redes sociales son más cortos y radicales, y hay emociones, como la indignación que funcionan muy bien para la viralidad. Pero, paradójicamente, quienes sí han visto afectado su derecho a la libertad de expresión de forma sistemática, son las denunciantes por violencia sexual, las periodistas que las acompañamos, las personas trans que defienden a su comunidad en espacios de opinión pública, las personas racializadas que han levantado su voz contra el racismo. Estas son las personas que se quedan sin trabajo, son revictimizadas, sufren grandes afecciones a su salud mental, y terminan verdaderamente excluidas del debate público.
No hay denunciante por violencia sexual que no haya tenido que pagar los costos de hacer esa denuncia, y lo más frecuente es que se queden sin trabajo por “problemáticas”, algunas desaparecen de la vida pública y a otras se les cierran todas las puertas profesionales. El resto de sus vidas queda marcado por esas denuncias. Hay casos documentados de feministas y personas trans que han tenido que dejar las redes debido al hostigamiento: a la periodista mexicana Láurel Miranda le quitaron su columna en Milenio por mencionar a un grupo de feministas transfóbicas. La periodista Andrea Noel tuvo que irse de México en 2016 tras denunciar un acoso callejero, porque una turba de trolls machistas revelaron la dirección de su casa y amenazaron con matarla.
Otro ejemplo son esas figuras del Pacto Histórico que se atrevieron a hablar sobre las denuncias por presunto acoso sexual que rondan a Hollman Morris terminaron expulsadas del partido. Steven López cuenta que desde que hizo públicas sus denuncias contra Sanabria: “no he hecho absolutamente más que estar sumergido en este proceso. Dos años en los que he recibido incontables amenazas, intimidaciones. He tenido muchas situaciones, algunas inocentes y otras viscerales. Me han lanzado tazas de café caliente. Me han atacado físicamente. Hace unos meses fui a una cita médica y dentro de las instalaciones me atacó un sujeto. Cada vez que voy a salir de mi casa, que por cierto, cada vez es menos, debo conciliar si vale la pena, o si prefiero quedarme encerrado. Vivo renunciando a tener un día normal. No puedo permitir que mi vida sea dictada por este proceso y mucho menos que mi vida gire en torno a Fabián Sanabria.” López cuenta que ha habido tipos que se paran a gritarle frente a su casa, y que en una ocasión llegaron a hacer disparos al aire. Aún no entiendo, ¿quién podría voluntariamente elegir o preferir una situación así?
La “cancelación” es un falso debate sobre libertad de expresión en donde una parte, con poder, se victimiza para evadir un castigo social. Entonces una persona transfóbica dirá que preguntarse en voz alta “si las mujeres trans son o no son mujeres”, amparándose en esa postura súper liberal que exige menos regulaciones para el discurso público, pero que en realidad es un capricho de privilegiados que creen su opinión sobre todas las cosas es valiosa en todo momento, y que están tan malacostumbrados a hacer lo que les da la gana que ven cualquier crítica o llamado a la prudencia como censura. Otras cosas son indecibles por consenso: los mismos medios que publican artículos transfóbicos porque son “tan solo un punto de vista”, jamás publicarían una columna de opinión de alguien opinando sobre prejuicios que se refieran a una comunidad como los judíos, por ejemplo, porque tienen muy claro que, si bien esa puede ser una opinión, está basada en un prejuicio que fue instrumental para un holocausto.
Los falsos cancelados plantean esta discusión aprovechando que no hay un consenso en nuestra sociedad sobre que estas acciones o discursos sean repudiables pues han sido históricamente normalizados y las personas afectadas han sido excluidas de los espacios de discusión. Se presenta “la cancelación” como un fenómeno cultural nuevo (cuando en realidad siempre se han hecho este tipo de críticas a las figuras públicas), y es porque antes, el acceso a la discusión pública estaba limitado a un grupo muy homogéneo de personas: aquellas que sabían leer y escribir y que además, tenían el tiempo para hacerlo y acceso a los medios para difundir sus argumentos. Esto es, una clase alta, mayoritariamente blanca y masculina. Si alguien decía en un periódico algo racista, difícilmente había una persona negra con el privilegio de acceso a la opinión pública que pudiera contestarle. El gran cambio que vemos en el siglo XXI, es que el espectro de personas que tienen acceso a la esfera pública gracias a Internet y a las redes sociales es muchísimo más amplio, las mujeres, las personas racializadas, las personas lgbtiq+ entramos al chat, y eso ha resultado muy disruptivo.
Lo frustrante es que los pastorcitos mentirosos de la cancelación se están apropiando de un problema real que enfrentan constantemente las feministas, las denunciantes, y las personas trans que les critican en redes. Antes, las personas con privilegios, los profesores universitarios acosadores, los opinadores racistas y transfóbicos, podían hacer todo eso sin consecuencias. Y esa es la molestia que está en el fondo de sus letanías por la supuesta cancelación. Es particularmente molesto cuando en la opinión pública hablan los subalternos, entonces que las mujeres, las personas racializadas o las personas trans, digamos: “no nos gustan tus opiniones o acciones de mierda” es en sí misma una transgresión y un atrevimiento que deben ser castigados, pues son una amenaza para el sistema de poder que les garantiza impunidad social.
Los “cancelados” insisten en que se les están vulnerando los derechos al buen nombre, el debido proceso y la presunción de inocencia. Lo segundo es falso: el “debido proceso” es una garantía ante la “Justicia”, que, por ejemplo a Sanabria, se le ha garantizado plenamente, tanto que pronto tendrá la oportunidad de defenderse en un estrado. Los “cancelados” le exigen entonces “presunción de inocencia” a la opinión pública, pero resulta que les ciudadanes no le debemos nada, podemos evaluar la información disponible y creerle a quien nos dé la gana, pues no hacemos parte de una entidad judicial. Lo normal en la humanidad es que si la gente se entera de que alguien hizo algo moralmente reprobable haya algún tipo de repudio social. Ese repudio, es una consecuencia directa de las acciones de la persona, y lo que daña su “buen nombre” son estas acciones, no que otras personas opinen y comenten. Hay tipejos, como Sanabria, que se han ganado a pulso su mala fama.
Según Sanabria las feministas nos lucramos con esto, y agrega: “las personas que forman parte del femichismo selectivo venían de ser militantes de grupos disidentes, guerrilleros, contestatarios” y además, ”denuncian y buscan combatir, atacar al otro e inclusive desarrollan actos violentos y vandálicos, como quemar puertas de Iglesias, como ir a manifestaciones, a mostrar sus senos, etcétera, etcétera y de una manera violenta censurar, silenciar, condenar a quienes evidentemente están en contra de sus intereses.” De alguna manera, según su argumentación, al tiempo que somos guerrilleras, hacemos justicia con nuestras propias manos como si fuéramos paramilitares. Sanabria también hace un llamado al presidente para que se una a “su lucha” pues, somos “un atentado a la paz total” y a “los principios fundamentales de la Constitución.” Ya en lo personal, yo quisiera que Sanabria fuera más claro con lo del lucro, porque nosotras estamos denunciadas por un millón y medio de dólares por investigar este tipo de denuncias, y el dinero, tiempo, y energía que le he gastado a este proceso me ha dejado emocional, física y económicamente un saldo rojo.
En su video el profesor también dice que las personas que denunciamos públicamente la violencia sexual tenemos un “feminismo selectivo”, que tenemos “presas” y que “generamos suicidios”. Es decir, que tenemos que callarnos colectivamente para que los hombres, que no pueden afrontar públicamente las consecuencias de sus actos, no tengan un comportamiento violento. Una manipulación emocional antigua y rastrera, pues las víctimas no son responsables de la salud mental de sus agresores, ni de su violencia y cobardía.
Sanabria no se atreve a mencionar con nombre propio a las feministas que critica, pero sí lista varios lugares en donde ha trabajado la académica Mónica Godoy, quien acompañó las denuncias en su contra. Tampoco nos menciona a nosotras, pero habla de “las periodistas que tienen ese fuero de reserva de su fuente y por eso presentan testimonios, o mejor relatos anónimos, porque un relato sociológicamente no llega a ser testimonio si no se explicitan las condiciones sociales de su producción. Saber quién dijo qué y desde dónde, bajo qué intereses, cómo se recolectó la información, si fue una entrevista cara a cara y en profundidad, o a través de la radio, a través del teléfono, o si simplemente se cortó, copió y pegó y adecuó la narrativa.”
La cosa se puso personal así que, ¡ténganme la cerveza!
Antes que nada, una pieza periodística con fuentes protegidas no presenta testimonios anónimos. Las denuncias por violencia sexual que hemos investigado en Volcánicas no fueron un papel con letras recortadas de revista que alguien dejó bajo la puerta, son testimonios de personas de carne y hueso, que conocemos y con quienes hemos estado trabajando a veces por meses, a veces por años. En nuestros reportajes dejamos claro cómo fue el método de recolección de estos testimonios, y todos son sometidos a una verificación de tiempo, modo y lugar. En ese método está la diferencia entre el escrache, que es totalmente válido y necesario, pero que deja muy vulnerables emocional y legalmente a las denunciantes, y que no cuenta con instancias de verificación, y las denuncias del periodismo feminista, que implican una investigación rigurosa y que permite una mayor –aunque no absoluta– protección a las fuentes. Sanabria parece decir que los testimonios sólo son válidos en el periodismo cuando el nombre de la fuente es público, pero si así fuera, el periodismo de investigación y denuncia estaría muerto antes de nacer.
Sanabria cierra su video con una falacia ad hominem que es más una amenaza: “valdría la pena administrarle una dosis de su propia medicina para tratar de ver si es que son tan puras, rectas y transparentes en su pasado erótico y tratar de ver un poco sus pasados a ver si se encuentra algo de turbulencia. Evidentemente eso se encuentra. Y si mostráramos lo turbio de estas personas que solo miran las pajas en los ojos de los hermanos y no las vigas en los suyos propios, por lo menos las calmaría un poquito.” La realidad es que las víctimas no tienen que haber tenido vidas perfectas para que sus denuncias sean ciertas, y es temerario que Sanabria haga un llamado público a este tipo de acciones tan similares al acoso y hostigamiento que ha recibido Steven López, su denunciante.
Con frecuencia, la queja por la “cancelación” es solo una manera de lamentarse porque ahora resulta que no puedes decir en público tus ideas racistas y transfóbicas sin recibir críticas públicas y no puedes acosar y violar tranquilamente, sin que alguien se pregunte si estos abusos de poder, que a veces configuran delitos, hacen que no seas idóneo para ciertos trabajos, como opinóloga, profesor universitario o director de cine, pues tus palabras o acciones pueden causar más daño. Históricamente ese daño se ha justificado en figuras públicas que supuestamente son “genios”. Así tuvo Woody Allen como treinta años más de prestigio e impunidad social. ¿Su obra es tan indispensable que estamos dispuestos a pasar por encima de la vida y la dignidad de una niña? Nadie es tan imprescindible ni tan talentoso, y peor: la gran mayoría de los falsos cancelados son mediocres.
Y además, no importa si fuiste genial, tu obra no es indiscernible de estas faltas. Esto no es “cancelar”, es tener una lectura crítica de su trabajo, indispensable para entenderles en toda su dimensión. No podemos leer a Heidegger sin tomar en cuenta que en 2014 se publicaron los inéditos “Cuadernos negros”, que recogen las reflexiones personales del filósofo entre entre 1931 y 1976, y que confirman que hizo parte del partido Nazi. En el pasado teníamos que tragarnos ese sapo, pero las cosas están cambiando. Dice el artista Austin Kleon que esos días en los que hacer buen arte era una vía libre para las fallas monstruosas de la personalidad de les artistas son cosa del pasado. “El terrible mito de que ser un padre ausente, un infiel, un abusador, un adicto, es de alguna manera un prerrequisito, para hacer buen trabajo, y que ese trabajo era suficiente para obviar las fallas morales se acabó.” Y finaliza diciendo que si “tu arte” (o tu periodismo, o tus columnas de opinión, o tus obras de ficción, o tu trabajo como profesor) “le suman miseria al mundo, dedícate a otra cosa. Encuentra algo más que hacer con tu tiempo, algo que te haga sentir a ti y a las personas a tu alrededor vivas. El mundo no necesariamente necesita más grandes artistas, necesita mejores seres humanos.” Muchos de estos agresores o divulgadores de discursos de odio nos dicen, no sé si arrogante o patéticamente, que son indispensables para sus oficios, en los que se han dedicado a venderle aire a un emperador desnudo. Otros serán realmente talentosos (doy el beneficio de la duda pero no se me ocurre ninguno) pero no me imagino un talento que justifique la violencia sexual o la discriminación.
Espectacular.