May 20, 2025

Yemayá ya no canta: Mujeres, territorio y cambio climático en el Pacífico colombiano

“El Pacífico es un laboratorio en donde se expresa el nuevo patrón de colonialidad global del poder” -Aníbal Quijano.

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Ilustración por: Isabella Londoño.

Este texto es publicado en alianza con la Fundación Huitoto.

La mar ya no es la misma. Antes, guardiana de vida; ahora, tumba de los muertos que nunca aparecen y senda del tráfico y el microtráfico. En sus venas corre mercurio, en sus orillas se acumulan desechos de plástico sin rumbo. La mar está brava, se lleva lo que encuentra, expande sus aguas y reclama el territorio que le arrebataron. Herida y furiosa, nos recuerda que también sabe llorar.

Mi abuela solía contar que en los veranos, ella y mi abuelo se iban en canalete a las vertientes de agua naturales cercanas en Bahía Málaga, para conseguir agua fresca mientras ella se peinaba el cabello, pianguaba o lavaba la ropa, y él lanzaba su atarraya en busca de peces. Mi abuelo era cazador; se adentraba en los bosques de Bahía Málaga y regresaba con carne y pieles de animales que luego vendía en Buenaventura. Traía lo suficiente para alimentar a los doce hijos que criaron juntos. Nunca les faltó comida. 

Pero antes de morir, mi abuela decía que la tierra estaba vacía, que la selva ya no ofrecía lo de antes, y que la mar, antes generosa y predecible, se había vuelto agresiva, reclamando lo que un día dio sin reservas.

Ahora, los veranos son más largos y las lluvias llegan cuando no deberían. El calor quema las playas y el mar se expande, tragándose las casas de quienes llevan generaciones habitando esta costa. Las mujeres que antes encontraban sustento en el manglar ahora deben caminar más lejos y trabajar más horas para recoger la misma cantidad de pianguas. “Ya casi no vale la pena”, decía mi abuela, mientras miraba siempre con nostalgia sus manos arrugadas y cansadas, intentando recordar lo que era la vida antes en el territorio.

Estos cambios no son coincidencias ni simples caprichos de la naturaleza. Son el resultado de un modelo de desarrollo que, como advierte Betty Ruth Lozano Lerma (2015), es una nueva forma de conquista: una neo colonización que desarraiga a las comunidades del Pacífico de sus saberes, sus recursos y sus formas de vida. El cambio climático, impulsado por el modelo neoliberal que se manifiesta en acciones como el extractivismo de los recursos naturales en los territorios o en los megaproyectos, ha roto el equilibrio entre el mar y la tierra, transformando la vida de las mujeres rurales que como mi abuela, siempre han sido guardianas del territorio y tejedoras de comunidad por medio de su conexión ancestral con la naturaleza.

Este texto es una memoria y una advertencia. A través de las memorias y huellas de mi abuela, quiero contar cómo el avance del mar, las temperaturas extremas y la explotación de los territorios han alterado la relación de las mujeres con la naturaleza, su cultura y el vivir sabroso.. 

Desde la cosmovisión del pueblo negro, el territorio no es solo un espacio físico, es un espacio simbolico, apropiado, simbolizado que cobra significado en la medida en que las personas se enrraizan en él. En palabras de Betty Ruth Lozano:

“Es una construcción de hombres y mujeres en la que la matrilinealidad ha jugado un papel importante. El arraigo territorial ocurrió históricamente a través del hogar establecido por la mujer. Mientras los hombres son móviles, las mujeres fijan su hogar en un determinado río, y así se desarrolla el sentido de pertenencia.” (p.117, 2019)

Libia Grueso complementa esta conceptualización mencionando que:

“El territorio y sus recursos son un patrimonio colectivo, tanto familiar como comunitario. La propiedad del territorio y sus formas de uso y manejo se transmiten de generación en generación. Es responsabilidad de los vivos protegerlo, defenderlo y administrarlo de tal manera que los renacientes tengan garantizado su futuro.” (p.16, 2007)

El territorio, para las mujeres negras, es el lugar donde se tejen relaciones de cuidado, se construye identidad y se desarrolla la cultura y cosmovisión de las comunidades afrodescendientes. No es solo tierra o mar: es alimento, es un ecosistema con su propio lenguaje. Para las comunidades del Pacífico colombiano, el territorio es un sistema de saberes ancestrales que han sido transmitidos, en su mayoría, por mujeres. A través de la territorialidad, estas comunidades han forjado una relación dinámica con su entorno, donde los cuerpos, las prácticas y los significados se entrelazan en un diálogo constante con la naturaleza. Ellas han sostenido la vida mediante prácticas de sostenibilidad que van más allá del simple aprovechamiento de los recursos: la siembra, la pesca artesanal, la recolección de frutos y mariscos, el uso medicinal de las plantas, el cuidado del agua y la transmisión de estos conocimientos a nuevas generaciones.

Mi abuela vivió esa relación con el territorio en su día a día. Me contaba que, cuando era joven, la tierra y el mar lo daban todo y gracias a eso pudo sostener a su familia. Mientras mi abuelo pescaba, cortaba madera o lampareaba (cazar en la noche), ella sembraba, pianguaba, trabajaba en el turismo y sostenía a la familia. Sabía leer el mar, entender cuándo era seguro pianguar y cuándo la marea traería bonanza. La tierra era generosa: siempre había pancoger y hierbas para sanar el cuerpo. Pero con los años, el paisaje cambió.

Los manglares han comenzado a desaparecer, las playas están llenas de plástico y la pesca dejó de ser abundante. Según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de Colombia, un 80% de las especies marinas dependen del ecosistema de manglar para subsistir; por lo tanto, la destrucción de estos ecosistemas incide directamente en la disminución de la pesca. La contaminación, impulsada por actividades como la minería ilegal que vierte mercurio en los ríos, afecta la fauna acuática, la vegetación y la salud humana. Estudios han evidenciado concentraciones de mercurio total por encima del límite permitido en especies marinas, catalogados en peligro crítico y afectando a las comunidades que consumen estos peces

Para las mujeres que han sostenido la vida a través de la pesca artesanal y la recolección de mariscos, estos cambios han significado más horas de trabajo para obtener menos alimento. El ecoturismo es otra alternativa de sustento, pero incluso esta actividad se ha visto afectada por la degradación ambiental. En el Pacífico colombiano, la pesca artesanal es muchas veces la única fuente de ingresos y la base de la seguridad alimentaria de las comunidades locales.

Lo que sucede hoy en las costas del Pacífico colombiano es consecuencia de un orden social-racial y neocolonial que sigue sirviendo a los intereses estratégicos del capital nacional y transnacional. Desde que se reconoció su amplia diversidad biológica en los años 90, el territorio ha sido objeto de una nueva fase de despojo. La neo conquista, entendida como la apropiación contemporánea de los bienes comunes bajo lógicas extractivistas (Grosfoguel, 2016), se ha expresado en la privatización del puerto de Buenaventura en 1993 como parte de políticas neoliberales. Este proceso profundizó el empobrecimiento de la ciudad y fracturó las dinámicas sociales y comunitarias que históricamente habían sostenido la vida en la región (Escobar, 2005).

Hoy, Buenaventura alberga uno de los puertos más importantes de Colombia, sin embargo, el impacto ambiental de esta actividad, especialmente en el suelo, las costas y los ecosistemas marinos, ha sido poco estudiado. El constante tránsito de buques de gran calado ha alterado los ciclos naturales del agua y los sedimentos, afectando los manglares, los estuarios y las fuentes de sustento de las comunidades locales.

El cambio climático, intensificado por estos procesos, ha traído consigo el aumento del nivel del mar, la erosión costera y la variabilidad en los ciclos de lluvias y sequías, afectando gravemente la seguridad alimentaria y la economía de las poblaciones rurales (IPCC, 2022). En este contexto, las mujeres han sido especialmente vulneradas, pues son ellas quienes han sostenido históricamente la relación con el territorio a través de sus prácticas de cuidado y de sostenibilidad territorial (Lozano Lerma, 2019). Con la degradación del entorno, sus medios de vida se ven amenazados, impactando de forma directa la autonomía económica femenina y con ellos debilidando los lazos comunitarios y las estrategias de resistencia territorial.

En este contexto, el modelo neocolonial sigue reproduciendo la lógica de la explotación indiscriminada de la naturaleza y de los cuerpos racializados como negros, perpetuando una historia de despojo que desconoce la territorialidad de las comunidades negras del Pacífico. Como señala Quijano (2000), la colonialidad del poder se sostiene a través de la mercantilización de la vida y la naturaleza, en un sistema que somete a las poblaciones racializadas a condiciones de dependencia y precariedad. Así, el desarrollo económico basado en el extractivismo y el comercio global devasta los ecosistemas, mientras impone nuevas formas de violencia estructural sobre las mujeres y sus comunidades (Svampa, 2019).

Las sociedades negras afrocolombianas son mundos otros u otros mundos construidos a partir de la necesidad de las y los secuestrados de África y sus descendientes de construir modos de vida empleando, entre otros elementos, los provenientes de los mundos de los fueron arrebatados. Insertos en América, mediante múltiples prácticas de resistencia e insurgencia establecen nuevas relaciones con la naturaleza circundante y con los otros y otras, tanto con los que compartieron la misma suerte esclavista como con los esclavizadores, en el propósito de darle vida a su existencia (Lozano, 2015. p. 8).

Este proceso de creación de mundos otros es entonces, una estrategia de supervivencia, y también una forma de resistencia frente a los sistemas de dominación que han intentado despojar a las comunidades afrocolombianas de sus territorios y formas de vida. En el Pacífico colombiano, la relación con la naturaleza ha sido el pilar del sostenimiento de familias y generaciones enteras. Para personas como mi abuela y mi abuelo, un salario o una pensión nunca fueron opciones; su vida estuvo anclada a la tierra, al territorio que les permitió la pervivencia de su familia y comunidad. Estas prácticas además de garantizar el sustento material, sostienen la transmisión intergeneracional de conocimientos, afianzando la territorialidad afrodescendiente como un eje de resistencia y autonomía.

En este contexto, las mujeres afrocolombianas enfrentan un doble desafío: por un lado, la afectación directa de sus prácticas económicas y de cuidado derivadas del deterioro ambiental; y por otro, el peso de las desigualdades estructurales que las han relegado históricamente a condiciones de exclusión. Como destaca Lozano Lerma (2019), las mujeres negras han sido guardianas del territorio, del agua y del bosque, pero el modelo de desarrollo impuesto por el capitalismo racial ha erosionado sus espacios de autonomía y ha intensificado las violencias contra sus cuerpos y sus comunidades.

En palabras de Lorena Cabnal (cita por Lozano, 2019), el buen vivir debe pensarse desde los intereses y la participación de las mujeres, pues de lo contrario, no será una vida plena para todas y todos. Para las mujeres negras, rurales y periféricas, la tierra es más que un recurso: es madre. Por ello, no puede ser concebida bajo una lógica de capital-trabajo. Como señala Betty Ruth Lozano, en las comunidades negras “no existe el sentido de la acumulación” porque “la naturaleza no es una mercancía” (…). El énfasis de las mujeres está en la vida, en la convivencia y en la relacionalidad, en construir vínculos que sostienen no sólo la existencia material, sino también la espiritual y comunitaria (2019. p. 119)

Así, la crisis climática en el Pacífico colombiano no puede entenderse únicamente como un problema ambiental, pues es una continuidad de la violencia histórica que ha moldeado la relación de las comunidades negras con su entorno. Desde la esclavización y el despojo territorial hasta la actual expansión del extractivismo, los pueblos afrodescendientes han tenido que reinventarse constantemente en un escenario de opresión. Sin embargo, esta misma historia de resistencia nos muestra que el cuidado del territorio sigue siendo un eje central en la lucha por el buen vivir y la autodeterminación de las comunidades negras.

Este texto es posible gracias al Centro de Estudios Afrodiaspóricos -CEAF- de la Universidad Icesi, por medio del Re-Granting Seed, financiado por Open Society Foundations.

Referencias

  • Escobar, A. (2005). Más allá del tercer mundo: globalización y diferencia. Instituto Colombiano de Antropología e Historia. https://biblioteca.icanh.gov.co/DOCS/MARC/texto/303.44E74m.pdf?utm
  • Grosfoguel, R. (2016). Del “extractivismo económico” al “extractivismo epistémico” y “extractivismo ontológico”. Tabula Rasa, (24), 123-143. https://www.revistatabularasa.org/numero-24/06grosfoguel.pdf?utm
  • IPCC. (2022). Sixth Assessment Report: Impacts, Adaptation and Vulnerability. Intergovernmental Panel on Climate Change.
  • Lozano, B. (2015). Violencias contra las mujeres negras: neo conquista y neo colonización de territorios y cuerpos en la región del Pacífico colombiano.
  • Lozano, B. (2019). Aportes a un feminismo negro decolonial. Insurgencias epistémicas de mujeres negras-afrocolombianas tejidas con retazos de memorias. Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. Ediciones Abya-Yala.
  • Lozano Lerma, B. R. (2019). Mujeres negras, feminismo y cambio climático en América Latina. En Pensamiento feminista negro en América Latina. CLACSO.
  • Quijano, A. (2000). Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina. Ediciones CLACSO. https://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/se/20140507042402/eje3-8.pdf
  • Svampa, M. (2019). Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. Ediciones Icaria. http://calas.lat/sites/default/files/svampa_neoextractivismo.pdf

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Autor

  • Profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales de Juanchaco, Buenaventura. Directore de Hüaitoto Foundation, donde lidera procesos educativos y comunitarios con enfoque etnico-territorial y diferencial. Cuenta con más de cinco años de experiencia en la gestión de proyectos educativos, culturales y de impacto social en el Pacífico colombiano. Está comprometide con la investigación social y la creación de contenido audiovisual para la incidencia, desde una perspectiva ambiental, territorial y de derechos humanos.

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