La cuestión sobre el sujeto del feminismo se ha convertido en uno de los debates más controversiales en los círculos feministas y teóricos de género contemporáneos y tradicionales. De hecho, la profesora Luisa Posada de la Universidad Complutense afirma que el sujeto del feminismo debe ser la mujer, lo que plantea interrogantes importantes sobre a quién se incluye en esta definición de “mujer”.
¿Qué mujer?, ¿y por qué sólo la mujer en singular?
¿Y qué es una mujer?
La perspectiva de una mujer blanca cisgénero que se beneficia de las estructuras del Viejo Mundo puede no ser representativa de todas las mujeres y puede conducir a una comprensión incompleta de las experiencias y perspectivas de las mujeres de diferentes orígenes raciales y culturales.
Las perspectivas feministas interseccionales ofrecen una comprensión más inclusiva y matizada del feminismo, reconociendo que es un movimiento plural que no se basa únicamente en la defensa de un solo sujeto, sino en el avance de un objetivo colectivo. Estas perspectivas reconocen las maneras en que múltiples formas de opresión se cruzan y estructuran las experiencias y formas de vida de comunidades marginadas como las personas negras, las personas trans y no conformes con el género, las personas discapacitadas, entre otras, y trabajan para crear una sociedad más equitativa y justa para todas las personas, independientemente de su género, raza y otros factores.
El sujeto se convierte en una subjetividad constituyente, en la medida en que necesita ser entendido en términos de cómo se materializa en diferentes momentos históricos. En otras palabras, la subjetividad de una persona puede verse como un aspecto en constante cambio y evolución que está conformado por varios aspectos culturales, sociales, históricos y políticos. La subjetividad de una persona no puede reducirse a una identidad fija, ya que se renegocia y reconstruye constantemente a través de sus experiencias e interacciones con el mundo que la rodea. Así, el sujeto es siempre un campo problemático y dinámico más que un objeto definido.
Es importante entender que la subjetividad no es una entidad estática, sino dinámica y relacional. Esto significa que siempre está en un estado de devenir, y su subjetividad nunca está completamente formada o definida. Todes, como sujetos, existimos en y desde la diversidad. En otras palabras, no podríamos ser sin que otros sean.
Al analizar la subjetividad, es importante considerar el contexto histórico en el que se expresa y las formas en que es influenciada por las relaciones de poder que existen en la sociedad. El concepto de subjetividad no se trata solo del individuo, sino también de las estructuras sociales y culturales que lo configuran, volviéndose así un campo dinámico que requiere un examen y análisis permanente.
Entonces, si estamos de acuerdo con el hecho de que el feminismo no tiene una sola cara, sino varias y que, por lo tanto, el feminismo (o los feminismos, atendiendo a la pluralidad), como un sujeto dinámico y activamente problematizable, está destinado a cambiar, ¿por qué algunas feministas están tan obsesionadas con mantenerlo igual? La respuesta es universalismo. Es decir, la creencia de que existe un conjunto de experiencias compartidas entre todas las mujeres del mundo. Algunas feministas pueden aferrarse a la idea del universalismo, o a la creencia de que existe una experiencia común compartida por todas las mujeres, como una forma de crear un sentido de unidad y solidaridad entre todas. Sin embargo, este enfoque del movimiento ha sido criticado por ignorar las diversas experiencias de las mujeres y no tener en cuenta las formas en que factores como la raza, la clase, la sexualidad y la capacidad pueden dar forma a la subjetividad de lo que se entiende como una mujer.
El feminismo ha evolucionado con el tiempo para reconocer las intersecciones entre los diferentes sistemas de opresión y para comprender que las experiencias de las mujeres no pueden reducirse a una única experiencia universal. Los feminismos que adoptan un enfoque interseccional reconocen las maneras en las que múltiples formas de opresión, como el sexismo, el racismo, el clasismo y la LGTBfobia, se cruzan y superponen para crear paradigmas únicos para los individuos.
Es importante reconocer que los feminismos que se aferran al universalismo pueden ser excluyentes, ya que no dan cuenta de las diversas experiencias de las mujeres y pueden conducir a una comprensión limitada de lo que significa ser feminista. Un enfoque interseccional del feminismo reconoce la diversidad y fomenta la inclusión de múltiples perspectivas, lo que puede conducir a un movimiento más inclusivo y efectivo.
Sin embargo, sería inexacto describir cómo operan la raza, el género y la clase sin articular lo que Sylvia Wynter llamó la “sobrerrepresentación del Hombre”. En otras palabras, la idea generalizada de que la humanidad y el Hombre son una ecuación, que la humanidad es igual al hombre blanco, naturalizando entonces las violencias occidentales al enmarcarlas como algo arraigado en la biología de nuestra especie. Se deduce así que el universalismo se produce a partir de las mismas raíces de la colonialidad, la raza, el patriarcado, la heteronormatividad, las estructuras incapacitantes y el capitalismo racial. Lo que Wynter describe como la “sobrerrepresentación del Hombre como humano”.
Como respuesta a esto, el feminismo negro desafía radical y fundamentalmente la hegemonía y la utilidad misma de la categoría de “mujer”. A partir de la “anulación de género” (ungendering) de Spillers y la “fungibilidad” de Hartman, encontramos que las mujeres negras ya están necesariamente representadas como parte de la otredad del género.
El racismo, el sexismo y los demás sistemas de opresión son creados y definidos por Occidente para categorizar los cuerpos. Estas divisiones bien podrían ser categorías de la alteridad (lo degenerado) o de la norma, a la que rara vez se le da una definición. Sin embargo, en algunas sociedades africanas, para comprender el mundo, es necesario apelar a otros sentidos además de la vista; como resultado se forman diversos conocimientos y perspectivas para entender la corporalidad y existencia del otrx.
Oyeronke Oyewumi afirma que en Occidente “al cuerpo se le da una lógica propia” y explica que, en general, el mundo occidental se basa en el esencialismo, es decir, la creencia de que existen características inherentes e inmutables que definen y determinan la identidad de una persona, como el género o la raza. El esencialismo puede ser problemático porque ignora las experiencias complejas y variadas de los individuos y las comunidades, y puede usarse para excluir y marginar a aquellos que no encajan perfectamente en estas categorías. Entonces estos cuerpos, los otros, los degenerados, son maltratados, marginados y, en el peor de los casos, condenados a la muerte social. Grupos de personas que comparten una característica como el color de la piel, la etnia o las creencias se agrupan en la misma categoría mental, sobre la cual los grupos en el poder proyectan sus rasgos más temidos o desagradables. Cualquier comprensión de la inmensa variación en apariencia, mentalidad y temperamento que ocurre dentro de cada grupo humano es, por lo tanto, reemplazada por una caricatura cruda, generalmente fea. Como resultado, la eugenesia existe, las mujeres son objeto de abusos sistémicos y los negros son castigados por las instituciones solo por existir.
El concepto de “feminidad universal” es problemático, ya que se basa en la suposición de que las experiencias de las mujeres blancas cisgénero son representativas de todas las mujeres. Esta idea se creó de una manera que excluía explícitamente a las mujeres negras y otras mujeres de color, ya que posicionaba sus experiencias como no universales.
La obra de Simone de Beauvoir, El segundo sexo, a menudo se considera la progenitora de esta idea en la modernidad, ya que se basa en una serie de analogías, incluida la comparación de mujeres con esclavas, para desarrollar su teoría de la mujer como “El Otro”. Sin embargo, este marco se basa en la invisibilización de la historia de las mujeres negras esclavizadas, que ocupan una posición única y compleja en la dicotomía amo/esclavo.
En El segundo sexo, Beauvoir intenta apelar a una dicotomía específica de amo/esclavo que forma las posiciones de Sujeto (Hombre) y Objeto (Mujer), pero si la Mujer se posiciona como Objeto, ¿qué pasa con las mujeres negras que eran propiedad de blancos?, ¿mujer? Beauvoir no tiene respuesta porque las posiciona como abyectas –su única característica es ser parte de la Otredad. Las mujeres negras que fueron poseídas como esclavas por mujeres blancas ocupan una posición única y compleja en esta dicotomía, ya que se las posiciona no solo como objetos, sino como abyectas, lo que significa que se las considera sin valor y están sujetas aún más a formas extremas de explotación y violencia. De esta experiencia no da cuenta solo la obra de Beauvoir, sino la gran mayoría de la teoría feminista sobre la posicionalidad de las mujeres.
Entonces, si solo definimos la feminidad en estos términos e ideas restrictivas, estamos cayendo nuevamente en el pozo del esencialismo. Estamos usando la gramática de la colonialidad para definirlo, y eso es algo que finalmente condena no solo a las mujeres cisgénero, sino a las personas trans en general.
Si vamos más allá de la gramática, quizás podamos ver las posibilidades que existen más allá del binario y entender que el feminismo es una lucha colectiva contra una multitud de sistemas. Es decir, el objetivo colectivo del feminismo puede definirse ampliamente como la abolición del patriarcado. Esto incluye desafiar y desmantelar los sistemas y estructuras patriarcales que perpetúan la opresión basada en el género, como la distribución desigual del poder y de los recursos la violencia y la marginación de las personas que no se ajustan a los roles que les ha asignado el régimen blanco heterocis.
Pero para eso, también debemos abolir otros sistemas, como el colonialismo. El patriarcado y el colonialismo son sistemas de opresión interconectados que se refuerzan mutuamente y que han dado forma al mundo de manera profunda. El patriarcado perpetúa la dominación y el control masculino e impregna sociedades e instituciones, mientras que el colonialismo es un sistema de dominación política, económica y cultural de un grupo sobre otro, a menudo mediante el uso de la fuerza militar y la expansión territorial.
En contextos coloniales, las estructuras y valores patriarcales a menudo se impusieron a las poblaciones colonizadas, sirviendo para reforzar y legitimar la dominación de las potencias coloniales. Por ejemplo, los poderes coloniales a menudo utilizaron ideas de superioridad cultural y la “misión civilizadora” para justificar su control sobre los territorios colonizados, presentando a los pueblos colonizados como “incivilizados” y necesitados de occidentalización. Esto a menudo implicó la imposición de normas y valores patriarcales, como la subyugación de las mujeres y la vigilancia del género y la sexualidad, para mantener el control y el orden.
Al mismo tiempo, el colonialismo también desbarató y alteró los sistemas patriarcales preexistentes en los territorios colonizados. Por ejemplo, en algunos casos, los poderes coloniales interrumpieron los roles y relaciones de género tradicionales, lo que resultó en cambios en el estatus de las mujeres y las relaciones de género dentro de las comunidades colonizadas. Un ejemplo crucial de esto se puede encontrar en la instalación del binarismo género en las naciones originarias del Caribe a través de documentos como las Leyes de Burgos, que relatan de forma ilustrativa las normas definitivas del orden de género occidental.
El legado del colonialismo continúa dando forma al mundo actual, con dinámicas patriarcales y coloniales de opresión entrelazadas y que se refuerzan mutuamente de muchas maneras. Por lo tanto, abordar estos sistemas de opresión y trabajar por un mundo más equitativo y justo requiere un enfoque holístico e interseccional que reconozca y desafíe tanto al patriarcado como al colonialismo, pero hasta ahora, solo los feminismos racializados lo están haciendo.
En su obra Black Trans Feminism, Marquis Bey amplía cómo el género y la raza como categorías de control son invenciones de la modernidad que tienen su origen en el impulso de la colonialidad. Los conceptos de género y raza, tal como se entienden y utilizan hoy en día, han sido moldeados por factores históricos y culturales que tienen sus raíces en la época colonial.
El colonialismo implicó la dominación de un grupo de personas sobre otro, a menudo basado en las diferencias percibidas en raza o etnia. Esto condujo a la creación de categorías raciales que se usaron para justificar la subyugación de ciertos grupos y la instanciación de binarios. También se construyeron y aplicaron categorías de género para mantener las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Estas categorías se han utilizado para circunscribir y reivindicar ciertas identidades, hasta el punto de sacar violentamente a quienes no encajan perfectamente en ellas. Esto ha resultado en la marginación y opresión de individuos y grupos que no se ajustan a las normas sociales.
Por tanto, el llamado “sujeto del feminismo” también puede ser cuestionado, tal como lo han hecho las personas negras trans, que han desafiado a los principales movimientos feministas por centrarse en temas que afectan principalmente a las mujeres cisgénero, blancas y de clase media, mientras ignoran o marginan las experiencias y preocupaciones de las mujeres negras, las mujeres transgénero, las mujeres discapacitadas y otros grupos marginados.
Entonces, ¿quién puede ser feminista?
Preferiría decir que todo el mundo debería ser feminista, o al menos, todo el mundo debería luchar contra esos sistemas, porque no solo afectan a las mujeres, o a las mujeres blancas (gentil recordatorio de que no agregar el apellido a “mujeres” implica blanquitud). Pero todavía estamos tan amarrades en la discusión sobre la feminidad que ignoramos cómo esta gramática es restrictiva. La abolición de la raza y el género apunta fundamentalmente a la abolición de las gramáticas mismas del mundo moderno; a la abolición de la colonialidad, de la blanquitud y la supremacía blanca, de la cis y la heteronormatividad.
Importante y potente reflexión , debemos construir otros feminismos desde la memoria de nuestras cuerpas , ahí está la historia , las heridas ,las violencias, la vida