En redes sociales se ha hecho viral Roro, una creadora de contenido española que hace recetas de cocina “desde cero”, narradas con una dulce vocecita y siempre para contentar los antojos de su novio, Pablo. Su contenido hace parte de una tendencia en redes que glorifica roles de género tradicionales, con el movimiento de Tradwives, mujeres blancas que hacen contenido como el de la española pero sumando un mensaje religioso y políticamente conservador, con el discurso de la “mujer de valor” que debe cultivar “su energía femenina”; o las supuestas “ventajas” de tener un “sugar daddy”, o ser una “stay at home girlfriend”.
Roro empezó a generar controversia porque los incels redpileros de internet, la manosfera, empezaron a celebrarla como el modelo ideal de mujer, y esto obviamente tuvo una respuesta crítica de muchas mujeres, advirtiendo que no querían una novia sino una mamá, o una cocinera. El problema no es hacer cosas codificadas como femeninas como cuidar o cocinar, o hacer trabajo doméstico. Sobre todo, el problema no es que lo haga ella, Roro, quien está trabajando como influencer, es decir, facturando. Lo que vemos en redes de su relación con Pablo es un performance muy lucrativo, que no necesariamente implica que al interior de la relación haya una desigualdad de poder, pues ese contenido le da autonomía económica.
La fantasía que presentan conecta tan bien con los instintos machistas ¡que toca decir que es una fantasía! “¡C’est n’est pas une pipe!”. Si uno hace conciencia del trabajo que hay detrás de lo que ella muestra, los platos sucios, la planificación, la compra de insumos, la redacción de los guiones, la edición de los videos, verá que las cuentas no dan, que si hizo cornflakes desde cero van a estar desayunando después medio día, que si te la pasaste encuadernando un libro no tienes tiempo para hacer de cenar.
Roro ha dicho que es una performance. También, que ella es feminista porque cree en la equidad, y hasta puede ser que se identifique con el feminismo blanco y liberal que cree que el objetivo final de la lucha es solamente poder elegir. Luchar por la libertad de elegir de todas las mujeres es feminista, y sí, la lucha es incluso para que las mujeres que eligen seguir roles tradicionales puedan hacerlo de forma segura (y si son de cuidado, que se les reconozcan), pero de ahí a decir que elegir encarnar o performar el rol de sumisión que nos impone el patriarcado, elegir abandonar nuestra autonomía para priorizar, centrar y servir al placer y el bienestar de los hombres, por encima de nosotras mismas, es en sí mismo una acción feminista solo porque tu la elegiste, es una pirueta retórica absurda, un salto mortal.
En realidad poder elegir es simplemente un síntoma de que esa mujer tiene suficiente poder en el mundo. Lo que el feminismo quiere es que el poder esté repartido de forma equitativa, de manera que todas y todes podamos siempre elegir, y no solo las blancas heterocis de clase media y alta que se ufanan de haber elegido un rol tradicional. Lo que quiere el feminismo no es que las mujeres dejen de cuidar y cocinar, es que nadie nos obligue a hacerlo, que la medida de nuestra humanidad no sea si lo hacemos o no, y que si en efecto elegimos hacerlo no nos deje vulnerables y desprotegidas. Que podamos irnos o divorciarnos si sale mal. Que si somos amas de casa, por la razón que sea, y que ese marido o novio un día decide dejarnos tengamos un reconocimiento justo a todo el trabajo que hemos invertido en cuidarlo, en apoyar su carrera, que nos permita tener seguridad en su ausencia.
Si las feministas rechinamos los dientes con la promoción de un rol femenino que nos saca de lo público y nos devuelve a lo privado para que hagamos trabajos domésticos y de cuidado sin una remuneración directa, es porque sabemos que en el mundo de hoy, y a menos que seas una rica heredera, eso te crea una dependencia económica y una pérdida de autonomía que nos deja vulnerables al control y la violencia. Porque sabemos (por feministas, y por viejas) que vivimos en el patriarcado, en donde las mujeres tenemos aún una relación de subalternidad frente a los hombres, y que esa desigualdad ha facilitado atrocidades como el acoso, la explotación y el feminicidio.
Ya lo había dicho Betty Friedan. Que en los cincuentas a las mujeres les vendieron la idea de que era maravilloso ser amas de casa de los suburbios. A las blancas de clase media, hay que aclarar, porque las mujeres racializadas y de clases populares nunca dejaron de salir a ser parte de las fuerza asalariada. Friedan hablaba de “el malestar que no tiene nombre”, para referirse a un gran vacío existencial, una pérdida de sentido de la vida que vivían las amas de casa cuando toda la familia continuaba con sus vidas, y que con frecuencia se convertía en padecimientos crónicos o depresión. En EEUU hubo una propaganda de antidepresivos con el slogan “How to do the dishes and like it.” Quizás es hora de sentarnos con nuestras abuelas a preguntarles por qué, a pesar de tanta dicha doméstica, las mujeres se saltaron la cerca blanca del jardín y lucharon por derechos como votar, tener propiedades, divorciarse o trabajar. La idea de volver a los roles tradicionales en donde los hombres son proveedores y las mujeres cuidadoras, es atractiva en esta crisis del capitalismo tardío. ¡Deli no tener que pensar en plata y que todo te lo resuelva él! Pero esa es una fantasía de volver a la minoría de edad. Quizás a algunas chicas jóvenes les funciona, pero si fuera tan buena idea ¿dónde carajos están las trad wifes de más de 40?
El periódico The Times acaba de publicar un perfil a profundidad de Hannah Neeleman, mormona, de 34 años, una de las Tradwifes más famosas de Youtube. Neeleman está casada con el billonario heredero de la compañía aérea JetBlue, Daniel Neeleman. Se conocieron en Nueva York cuando ella era una aspirante a bailarina profesional que estudiaba ni más ni menos que en Julliard. Se conocieron y en un santiamén ya estaban comprometidos, casados, y luego ella fue la primera mujer embarazada en su programa de la escuela. Ella quería casarse después de terminar la carrera pero él no quiso permitirlo. Por supuesto, tuvo que dejar el ballet, algo que, confiesa en la entrevista, fue muy doloroso para ella. Daniel quería vivir en una granja con todo orgánico y natural, se lo propuso y ella aceptó. Hoy tienen ¡8 hijos! el tipo, a pesar de estar tapado en plata, ¡no la deja tener niñera!, salvo claro cuando le conviene a él y quiere tener una “date night” (lo que ocurre una vez a la semana) y en el perfil el cuenta que a veces ella está tan exhausta que tiene que dormir por una semana completa. Neelema, recién parida, participó en y ganó el concurso Mrs American, madrugando a hacer pesas antes de que se levantaran sus hijes y tomando “baños de hielo”, y suplementos de hierro para recuperarse rápidamente durante el puerperio. La periodista se pregunta: “¿empoderamiento u opresión?”. Los Neeleman reconocen que esta es una empresa familiar, son co-CEOs, y dicen que su relación es igualitaria, pero ella no puede contar, frente a su marido, que con una de sus hijas tuvo una epidural y que le encantó. La periodista anota que es imposible que Neeleman conteste una sola pregunta sin que la corrija su esposo o la interrumpan sus hijes. Pregunta si van a tener más hijos y él enseguida contesta que quieren llenar su minivan de 15 puestos. Ella en cambio vacila y contesta: “vamos a ver, estamos exhaustos y nos estamos haciendo viejos…”
Roro dice que no entiende por qué la gente se molesta con sus videos de cocina, pero tras esa vocecita hay una chica lista y competente, claro que lo entiende. Dice que no promueve nada y que solo hace recetas porque le encanta cocinar y es la forma en que le demuestra amor a su novio. Pero es que ella no hace eso en el vacío, lo hace en un contexto en donde las mujeres han sido explotadas históricamente a través de esos trabajos de cuidado. Como diría Kamala, Roro no se cayó de un coco. Su contenido de life and style no es inocente, tiene implicaciones políticos y una influencia cultural. Por ejemplo, el tiktoker mexicano Alejandro Flores, opina: “¿Por qué están molestas las feministas? ¡Envidia! Porque esta chica vino a elevarle la vara a todas ellas. Le está mostrando a muchísimos hombres en españa y en el mundo, cosas que ellos pueden esperar de una relación y que quisieran tener en una relación, y esto obviamente a muchas feministas que dan menos de lo mínimo en una relación, no les gusta porque los hombres dicen wey, no me tengo que conformar con los malos tratos que me dan todas estas mujeres de acá, porque sí existen mujeres que están dispuestas a tratarme bien. […] yo invito a más mujeres a que hagan contenidos en donde muestran que son felices en su relación, que les gusta tratar bien a su novio, para que más chavitas digan, ah mira resulta que no forzosamente tengo que odiar a los hombres. […] Cuando todas estas chavitas se tragan el discurso de que tiene que tratar como basura a los hombres y les llega un hombre que vale la pena, no saben como tratarlo y por eso se les pela.[…] Tantas feministas criticando a estas chicas desde su soltería rencorosa, es porque quieren tenerte a ti igual de rencorosa haciéndoles compañía.”
Ramos afirma que las feministas odiamos a los hombres, pero lo que su discurso muestra es que hay hombres como él, que odian a las feministas. Ramos equipara tratar bien con hacer trabajos de cuidado no remunerados. Muchas mujeres son cariñosas con sus parejas. Otras no. Otras mas o menos. Porque, como humanas que somos, tenemos deseos personales, rango moral, distintas personalidades. Desde hace siglos, los hombres nos exigen trabajos de cuidado que no están dispuestos a reconocer ni remunerar, a todas las mujeres. A eso le han llamado amor y buen trato. Esa fantasía de que los cuidemos como sus madres también es una fantasía inmadura de volver a la minoría de edad. Si equiparamos amar con prestar un servicio, y en algún momento no queremos prestar ese servicio, el amor se vuelve una forma de obligarnos. Ramos nos suelta la amenaza de siempre: si no asumes este rol tradicional te vas a quedar sola “nadie te va a amar”. Es un excelente chantaje porque todas las personas queremos y necesitamos ser amadas, y el castigo para las mujeres que no se acogen al patriarcado parece ser la soledad. Eso en primer lugar, es mentira, porque el feminismo te enseña a descentrar tu vida de tu vínculo con un hombre. A encontrar el amor de otras maneras y en otros vínculos. A expresarlo como cada una se sienta más cómoda. A no tener que renunciar a la autonomía y al poder por tener amor. A que el amor no se convierta en una forma de control.
La misoginia castiga. Por eso Kate Manne dice que es el brazo policial del patriarcado. Castiga a todas las mujeres que no performen el paradigma que promueve Roro. Castigará a la misma Roro cuando un día esté cansada, con cólicos, y no quiera mirar a su novio con absoluta adoración. Y es que no todas las que decidan ser amas de casa van a estar trabajando y ganando plata también como influencers. Algunas solo van a estar siendo explotadas, por tipos menos agradables que Pablito. Y las que no se acojan a ese modelo recibirán un castigo. Porque parece una elección, pero no lo es. Cuando puedes elegir libremente nadie te amenaza con el castigo del desamor, el desprecio, o la violencia.