La migración cobra otro significado cuando se tiene un cuerpo negro, prieto, indiodescendiente, marginalizado, empobrecido y construido como no ciudadano del mundo desde las fronteras y los bordes del planeta, que siempre son peligrosos y valen menos que los centros. Me pregunto, ¿quiénes son los cuerpos propios de las orillas, los bordes y habitantes de las fronteras? ¿Los blancos y las blancas pueden ser migrantes en un mundo que les pertenece? ¿Acaso la blanquitud trae consigo un privilegio de heredad y les autoriza a cruzar todas las fronteras, ocupar todos los espacios y colonizar todos los territorios?
¿Es migrante un sujeto blanco, con derechos laborales garantizados del norte global con privilegios de clase, raza y sexualidad? ¿Ser ciudadano/ciudadana del mundo se traduce en blanquitud y todo lo demás que cruza fronteras, motivado por las violencias de sus contextos locales, habita la categoría de migrante? ¿Será que los cuerpos que importan, es decir, los cuerpos blancos, nunca son alcanzados por la migración y son realmente propietarios desde el usa – eurocentrismo que les constituye como dueños de todos los espacios del planeta? No creo que todas las personas por el hecho de cruzar fronteras se convierten en migrantes. Al fin de cuentas, resultó cierto que los blancos del norte global son expats, porque cuando se deslocalizan son cuerpos vistos para ser servidos, que nunca “bajan” a lo migrante, pues la migración siempre es interceptada por la violencia racista y capitalista.
La categoría migración que deslocaliza subjetividades de sus territorios por procesos de despojo, violencia y exilio, no ofrece el pedestal de humanidad y propiedad que poseen sujetos blancos que no son leídos como cuerpos en situación de movilidad humana. A mi entender, la migración siempre se encuentra atravesada por cierta condición de vulneración, por lo que creo que efectivamente los nómadas digitales, definidos como emprendedores sociales y dinamizadores económicos, nombrados así por las Naciones Unidas (ONU), el norte global y el actual gobierno de la Ciudad de México, no son migrantes, sino sujetos que ocupan con sus cuerpos y sus posiciones de privilegio cualquier lugar en el mundo derivado del poder que tienen, no hay que perder de vista que el privilegio siempre se traduce en un ejercicio de poder jerarquizante que en un mundo racista, heterocapitalista y patriarcal como el que habitamos, siempre se materializa en relaciones de violencias y subordinación.
Esa subjetividad emprendedora, dinamizadora de economías y con el poder económico para gastar, consumir y elevar el estilo de vida de espacios tercermundistas, haciéndolos cosmopolitas, da lugar a “vidas de primera” y a la continuidad del racismo que organiza el mundo. Marcando más aún la centralidad del privilegio blanco, haciendo que la blanquitud y el raci-clasismo esté en el centro ocupando la institucionalidad y el monopolio del Estado, definiéndose en contraposición a las vidas otras, propias de las fronteras y desbordadas de cualquier forma de vida “digna”. Ocupar el centro, ser una vida valiosa es igual a tener la garantía de acceso a derechos, a documentos, a pasaportes sin barreras, sin controles migratorios, a ciudadanías dotadas de recursos y propiedad y a accesos sin restricciones a todo el mundo.
Lamentablemente los derechos humanos no son para todes y no todes accedemos a ellos por el hecho de ser “humanes”. La humanidad no es dada por igual, es un derecho heredado por la condición ciudadana de la hetero – cis – blanquitud. Siempre se reza el mantra liberal y moderno: “todas las personas nacen libres e iguales…”, ante lo cual me gustaría preguntar: ¿qué tipo de personas? ¿Dónde viven y en qué condiciones nacieron esas personas? ¿Son personas blancas – heteroCis y sin discapacidad? ¿Son negras, trans o indias? ¿Dónde viven, es decir en qué geografías, barrios y residencias? ¿Por dónde se mueven? ¿Cuáles son sus posiciones en la matriz de dominación? ¿Qué ventajas y privilegios tienen/les heredaron? Lo cierto es que no somos iguales. La igualdad, la inclusión y esa narrativa liberal y multiculturalista de que todas tenemos derechos humanos por ser humanos es falsa, porque la humanidad es poder, es un privilegio blanco y porque no existen los derechos humanos sin garantías y condiciones reales de ejercicio pues están sujetos a las condiciones históricas de privilegios que definen qué vidas son “de primera” y qué vidas son “de segunda”. Pensando en el filósofo y escritor caribeño, de origen martiniqués, Frantz Fanon, los derechos humanos, incluyendo el derecho a cruzar fronteras sin ser criminalizado, perseguido ni asesinado, es propio de la zona del ser, es decir, de la blanquitud.
El nomadismo digital, no es para todo el mundo, es un privilegio de los sujetos de primera, de los ciudadanos del mundo, de la blanquitud. Siempre he pensado en esa mentalidad, muy europea, de la necesidad imperiosa que tienen estos sujetos de conocer el mundo, de viajar a todos lados; sería ideal que las fronteras estuvieran abiertas a todas las personas, pero, la verdad, es que les migrantes haitianes y centroamericanes en México hacinades en el país, no son los alemanes ni los gringos de barrios como la Condesa, gentrificado por el extranjerismo blanco racista en la Ciudad de México, sino que son vidas explotables y no vistas como nómadas, consumidoras y sumadoras de prestigio blanco, por su condición no – humana y racializada. El nomadismo digital es racismo puro y duro, es para cuerpos blancos o blanqueados, un vector de diferenciación entre los de arriba y los de abajo.
Un ejemplo concreto que demuestra cómo opera en la práctica la propiedad y el permiso heredado de la movilidad sin restricción de las vidas de arriba sobre las de abajo, es la reciente alianza entre Airbnb y el gobierno de la Ciudad de México (CDMX) a cargo de Claudia Sheinbaum, quien por cierto bautizó la CDMX como “la ciudad de derechos” mientras al mismo tiempo viola el derecho humano y fundamental a la vivienda. Concretamente, esta alianza entre el Gobierno de la Ciudad, la empresa estadounidense Airbnb y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), se fundamenta en el objetivo racista y clasista de “promover” el turismo creativo, el emprendimiento social, dinamizar la economía y atraer a nómadas digitales para convertir la Ciudad en una capital del turismo creativo y destino de trabajadores digitales. Como se ha señalado, esta alianza provoca desplazamientos forzosos, desalojos y violaciones de derechos humanos. Es por esto, que ciudades como Nueva York multan hasta por 7,500 US a quienes renten sus departamentos por estancias de menos de un mes. O como Barcelona, que solicitó a la empresa Airbnb retirar sus anuncios por tratarse de una actividad turística ilegal. Como estos hay otros ejemplos, pero como siempre a la blanquitud todo le es permitido en las orillas, ellxs tienen las ciudades más verdes mientras deforestan y despojan a pueblos de sus tierras y territorios y son quienes protegen derechos a la vivienda para los suyos mientras desplazan a gente en el sur global, siempre el norte, mejor dicho, los blancos, cuentan con las mejores regulaciones para los suyos, concebidos como el centro de todo.
Valdría la pena preguntarnos, ¿qué es esto de turismo creativo? ¿Hay migrantes buenos que generalmente son blancos propietarios y que son siempre bien recibidos, y nunca son perseguidos por los controles migratorios porque se consideran “buenos migrantes”? Mientras poblaciones migrantes de los sures del mundo son hostigadas, perseguidas y criminalizadas, los y las blancas son atraídos y nombrados como emprendedores, inversores económicos y dinamizadores sociales, que posicionan a México como un lugar atractivo/competitivo para los blancos para vivir y trabajar, mientras los otros, los no blancos, los tercermundistas y racializados son literalmente los condenados de la tierra, usando las palabras de Fanon, otros son exaltados, y eso no tiene más que otro nombre que racismo.
Al respecto, me gustaría decir que esta alianza viene a patentar lo que sabemos, el mundo se organiza a través del capitalismo racial, in-vivimos en un contexto neoliberal y globalizado, donde los derechos humanos fundamentales como el techo y el acceso digno a la vivienda son negociables, apropiables, sujetos a explotar y concebidos como productos redituables, sujetos a la oferta y a la demanda, privatizados y monopolizados para solo aquellos cuerpos que tengan la capacidad de pagar por él. Parecería que el derecho humano solo es garantizado y accesible siempre cuanto tengas la plata para pagarlo. No perdamos de vista que los derechos humanos y las libertades fundamentales nunca son ni han sido libertades dadas, son literalmente resultados de procesos de luchas y resistencias en contextos (siempre) de profunda violencia, opresión y jerarquización de vidas. Por lo que vale la pena recordar que en México, como está pasando y ha pasado con la creciente privatización del derecho humano a la salud, esta alianza donde lo público calla y dobla las manos ante el poder privado, la vivienda como derecho se encuentra en jaque y no es un derecho dado, sino que hoy más que nunca en tiempos en que los colonos – descendientes neo -colonizan barrios, haciéndolos “más modernos”, gentrifican, los blanquean, encarecen y nortecentran, por lo que es urgente pensar cómo la colonialidad opera y se reactualiza día con día. Esta lógica de colonialismo nómada, actualizado por los mal llamados emprendedores digitales, que ya no llegan en calaveras, sino en aviones, es un modo muy concreto de racismo, que opera como mecanismo jerarquizante, ocupación y desplazamiento de vidas no blancas y nortecentradas.
Desde mi punto de vista, la vivienda no es un tema cualquiera, es una cuestión que nos atraviesa a muchas personas negras, a la diáspora, especialmente cuando estamos atravesadas por procesos de migración y movilidad humana. Este tema, considero, me interpela desde la genealogía negra – anticolonial, porque no puedo evitar pensar en las historias de rapto y secuestro de las más de 12 millones de personas negras, mis ancestras, que fueron secuestradas, esclavizadas condenadas a trabajo forzoso hasta morir entre los siglos XV y XIX en América, colocadas forzamente en cabañas que animalizaban, mientras el amo y la ama vivían en la casona como dueños y señores de la plantación. Estas alinzas modernas que continuan expropiando el territorio y socabando los derechos, son una continuidad de esa maquinaria colonial que fundó Europa y a su blanquitud como epicentro del mundo, y a lo negro e indio como las carnes a usar para mantener la acumulación colonial y capitalista. Enfatizando en el hecho de que en la plantación había una casona para lxs amxs y una cabaña para los esclavos, no nos deja olvidar que la vivienda nunca ha estado al margen del racismo.
Este genocidio da cuenta de las posiciones de los cuerpos en un mundo atravesado por el racismo y el supremacismo blanco. Las vidas negras nunca importan, el derecho funciona para resguardar la humanidad, ciudadania y propiedad del sujeto blanco, tal como afirmó Aimee Cesaire en Discursos sobre Colonislimo, que Europa haga un genocidio contra los suyos (los judíos) para que se funden instituciones como las Naciones Unidas, habla del profundo racismo presente en todas las dimensiones de nuestras vidas y espacios. La historia nos demuestra que los temas cobran relevancia cuando las historias atraviesan a los cuerpos blancos. Pero cómo se han dado cuenta, me estoy desviando, pero no me disculparé por ello, porque ya a estas alturas, he aprendido la inevitabilidad de no reactivar mi memoria negra y encarnada, cuando escribo de racismo, porque los derechos atraviesan el cuerpo, su negación impacta en nuestra carne, como dijo Gloria Alzaldúa, la frontera –mi afrodescendencia– es una herida abierta. Y las alianzas racistas del Estado con el poder privado en detrimento del sujeto no hegemónico – racializado son punzadas que la agudizan.
La vivienda es un derecho humano que se traduce en un espacio fundamental que debe ser garantizado a todas las personas porque su acceso se traduce en protección, seguridad, estabilidad y concreción de otros derechos humanos en su lógica de interdependencia. Un techo se transforma no sólo en cuatro paredes, sino en abrigo, en alimentación, educación y en un espacio de convivencia que asegura, a su vez, el libre desarrollo de otras condiciones básicas y esenciales para la vida. Generalmente se piensa que la vivienda solo puede estar en riesgo debido al acontecimiento de fenómenos naturales, conflictos armados y catástrofes que desestabilicen los centros sociales de la vida, desplazando a poblaciones enteras, pero la realidad es que en este contexto de colonialidad global, de la propiedad y de mercado, la vivienda cada día se aleja más de entenderse como un derecho humano y se concibe como un producto, como una mercancía a ser comercializada, provocando desplazamiento y retos en su acceso digno de parte de personas periferizadas y prietas.
La alianza del Gobierno de la Ciudad de México con Airbnb y la UNESCO, es un ejemplo de cómo funcionan los pactos de blanquitud, las alianzas racistas y la colonialidad misma que posibilita a unos cuerpos como ciudadanos del mundo y otros como sujetos a ser desplazados y puestos al servicio de las relaciones de poder jerarquizantes que organizan el planeta y en él las vidas que habitan o sufren dependiendo de quien seas. Esta alianza es un atentado contra el derecho humano de la vivienda, consagrado en la constitución mexicana y en el derecho internacional de los derechos humanos.
El derecho a la vivienda no se limita a un techo sobre la cabeza literalmente, sino a tener condiciones de paz, seguridad y protección, que protejan a la gente de desplazamientos, desalojos forzosos y de habitar espacios de hacinamientos y peligrosos para la vida. La presencia de “nómadas digitales” gentrificar los espacios, desplazar a poblaciones locales, provoca alza de los precios de alquiler y convierte a los espacios en “lugares dormitorios y de paso” desplazando a las personas y no asegurando espacios de renta a largo plazo acorde con las condiciones de vida, las realidades locales en torno a los salarios de los lugares y el derecho humano a un techo.
Durante la presentación de esta alianza, la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, negó que esta iniciativa de Airbnb vaya a elevar los precios de la renta de inmuebles, pero la realidad es que estas políticas tienden a elevar los precios de las rentas descontroladamente por parte de los arrendadores, porque la vivienda en vez de entenderla como un derecho, el cual debe ser accesible y garantizado por el Estado, se comprende como un producto a la venta. No sé qué tanto tiene que investigar la jefa de gobierno para saber, que la gentrificación existe, que los salarios y las condiciones laborales, de vida y el poder de consumo y poder adquisitivo de personas contratadas en el norte global y que trabajan bajo la figura del HomeOffice en México y en el sur global, brindan ventajas estructurales a estos sujetos llamados nómades digitales que gracias, justamente, a su capacidad de consumo encarecen barrios enteros e incrementan precios de alquileres, restaurantes y espacios de ocio haciendo que la vida para otros locales sea menos vivible.
El desplazamiento es una consecuencia directa de la gentrificación de espacios, y la pregunta que nos deberíamos hacer, es ¿qué vida, qué cuerpos, cuáles personas resultan desplazadas de estas políticas que favorecen sin ningún tipo de regulación el nomadismo blanco en los sures del mundo? En este contexto de pandemia global, donde el trabajo remoto y el HomeOffice son la norma, es fundamental precisar y caracterizar cuáles son las personas que tuvieron la oportunidad de resguardarse a inicios de la pandemia y quienes continuaron sosteniendo la vida. Pensemos en los recogedores de basura, varones racializados, los rappis que pedalean cientos de kilómetros sin los derechos laborales más básicos garantizados, o muchas mujeres racializadas y periferizadas que trabajaron limpiando casas durante la pandemia de otras mujeres blancas en zonas privilegiadas de México, siendo muchas de ellas retenidas a la fuerza, bajo la amenaza de dejarlas sin trabajo en plena crisis sanitaria. Son muchas las caracterizaciones que podemos hacer de las personas y subjetividades no blancas y racializadas, que terminan siendo desplazadas y afectadas por políticas y acciones que favorecen las estructuras de privilegio, mientras lxs nómades digitales hacen home office en países del sur global, pagando en pesos mientras ganan en dólares y euros, sin pagar los mismos impuestos, gentrificando y desplazando a poblaciones locales que no cuentan con esas condiciones labores para competir en el libre mercado un alquiler de un departamento a largo plazo versus los los nómadas digitales que rentan a corto plazo en varios lugares del sur global con condiciones de vida del norte, siendo injusto y un juego desequilibrado y desigual por definición. Pero el capitalismo nunca ha sido un juego justo, de hecho, es racista por definición.
El salario puede ser un privilegio en un contexto como el mexicano. Me pregunto sobre quienes pueden y tienen empleo y derechos laborales garantizados. Es urgente entender que el nomadismo que se pinta de creatividad, de dinamismo y movilidad blanca es una forma de ocupación de clase, es racismo, porque justamente son los cuerpos prietos y no privilegios, los que resultan sin accesos y abandonados a favor de los poderes privados y blancos del Estado. Ojalá que haya límites al capital, ojalá se entiendan que no todas viajamos igual y ganamos igual, ojalá se comprenda el impacto en la vida de la gente, tanto barrial como comunitaria cuando el racismo y la blanquitud estatal gentrifica ciudades y vidas otras, a favor de occidente.