Llevo doce años consecutivos asistiendo al Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez y planeo seguir haciéndolo sin falta, siempre que de mí dependa. Esto incluyendo la versión 2020, que se realizó de manera virtual en el contexto de la pandemia de COVID 19, y que vi por redes sociales, segundo tras segundo, sumida en un mar de nostalgia ante dos realidades: la imposibilidad de encontrarme con tantas hermanas y hermanos con quienes cada año nos damos cita para recargar nuestras baterías identitarias y la certeza de que al año siguiente, cuando el festival regresara a su formato presencial, ya no estaríamos todas.
Desde la primera vez que tuve la oportunidad de estar presente en este encuentro musical (en el año 2011) los sonidos del Cununo, el Guasá y la Marimba de Chonta vibraron, al unísono, con mi africano corazón. Los cantos tradicionales afrocolombianos, venidos del pacífico adentro, me conectaron con las expresiones culturales de esta diáspora maravillosa que hacen de Colombia un bastión incomparable de la resistencia negra en este lado del océano Atlántico.
Fue como un primer viaje a la costa occidental del continente africano en donde, hace decenas de siglos, nació uno de los instrumentos más importantes de la tradición musical de los pueblos que habitan en aquellas tierras maternas: El Balafón Africano. Mi mente pudo caminar por las playas de Senegal y de la Isla de Goré, transportada por aquellos sonidos que años después me llevaron a viajar físicamente a la puerta (retornando a la puerta) de donde mis ancestras no tuvieron retorno.
Desde entonces me pregunto cómo es posible que en Colombia la mayoría de las personas no conozcan la Marimba de Chonta o no sepan que la Marimba es la versión afrocolombiana del Balafón africano. Que ignoremos que cuando nuestras ancestras fueron secuestradas y esclavizadas en épocas de la colonia, llegaron aquí con toda su sabiduría e hicieron lo posible por reproducir sus principales características culturales con las materias primas que encontraron en este nuevo territorio.
La madera más parecida a la que usaban en África para construir sus Balafones es la Chonta, y el resultado de dicho proceso de reproducción es la Marimba que fue reconocida como patrimonio de la humanidad por parte de la UNESCO en el año 2010. Desde hace 26 años, la Marimba de Chonta (también conocida como el Piano de la Selva) es la protagonista central del que es, hoy en día, el Festival folclórico más grande de América Latina.
Al mismo tiempo, me pregunto cómo es posible que en países como Senegal, Costa de Marfil, Benín y tantos otros del occidente africano, en donde el principal instrumento de la música tradicional es el Balafón, no sepan que en Colombia y Ecuador existe un instrumento casi idéntico (fabricado por descendientes directos de los africanos), tocado en un enorme festival que cada año reúne a los principales intérpretes de la música de marimba en un claro homenaje a la herencia africana que nos hace tan parecidos: tan iguales, pero a la vez, tan distantes.
África y su diáspora en América Latina son como una madre y una hija que fueron separadas desde hace siglos y que hoy buscan, sin mayor éxito, el camino para reencontrarse. Desde esa primera visita me enamoré del Petronio y de la idea de que esta madre ancestral y su hija perdida en Colombia algún día podrían reconocerse.
Soy una fan absoluta del Petronio. Es mi semana favorita del año. Es el lugar al que acudo en busca de esa raíz que desde Cali encuentra la manera de viajar en el tiempo y mostrarnos la imagen de libertad que nuestros antepasados, en cadenas, siempre desearon. Es el único espacio de Colombia en donde se entiende que es mejor el Viche que el Wiskey; que es mejor el turbante que la peluca lisa; que es mejor la Marimba que el Piano y que, al final, es mejor ser negro que blanco (dos conceptos que existen únicamente a la luz de la ideología racista porque al final las razas no existen pero las personas racializadas sí).
Y teniendo en cuenta que esta sociedad racista permanentemente nos dice lo contrario, este Festival es, en mi opinión, la más importante herramienta de la lucha en contra del racismo que hay en Colombia. Esto debido a que pone a los afrocolombianos en un espacio en donde, por una semana en el año, tienen la prioridad absoluta y sus características culturales no son perseguidas sino admiradas e imitadas (muchas veces, incluso, desde la apropiación cultural). Es un evento fundamental para el movimiento por la reivindicación de los afrocolombianos y sus derechos, al consolidarse como la única plataforma en donde la cultura afrocolombiana es protagonista total en cuanto a la música, la gastronomía, la estética, la academia y el emprendimiento. Es un motor económico incomparable para las empresas lideradas por personas afro y una pantalla grande que visibiliza con éxito absoluto la belleza y el poder de la africanía en Colombia.
Este festival, que durante sus primeros años fue satanizado por la sociedad caleña hegemónica tradicionalista, esa misma que pujó por expulsarlo de varios de los lugares de espectáculos propios de la ciudad, hoy en día le deja a la capital del Valle del Cauca la suma de 38.000’000.000 millones de pesos al sector hotelero que reportó un 77% de ocupación. Esto sin contar la inyección de capital que representa para los emprendedores que venden sus productos en el festival y que en este 2022 recibieron a más de 325.000 asistentes durante los seis días de transcurso de la fiesta.
Este año el Petronio se lució con la nueva distribución de los espacios en la Ciudadela Petronio Álvarez, teniendo la mejor decoración que se ha visto desde que el festival existe y una calidad mucho más alta en cuanto a mobiliario y servicios disponibles. Todo a la altura del primer país invitado en la historia del festival: Brasil le puso notas de samba y capoeira a esta versión del evento que conectó a Cali con Salvador de Bahía, las dos ciudades con mayor porcentaje de población afro en América del Sur.
Esto sin mencionar el cartel de artistas que reunió a grandes luminarias de la música afrolatina entre las cuales se cuenta a la gran Susana Bacca, la cantante afroperuana más reconocida a nivel internacional que además fue ministra de cultura de Perú. También estuvo la inmensa Totó La Momposina, la intérprete más importante del folclor afrocolombiano y la maestra Zully Murillo, quien con su acento chocoano es la voz femenina más importante de dicho departamento y del pacífico en general. Asimismo estuvo la incomparable Nidia Góngora que desde el canto, la gestión cultural y el emprendimiento, sostiene sobre sus hombros a la música del pacífico sur.
Todo esto gracias a la maravillosa gestión de la directora del festival, la comunicadora social Ana del Pilar Copete, quien lleva tres años al frente de esta enorme responsabilidad y lo ha hecho cada año mejor. Ana del Pilar es nieta de Petronio Álvarez y una trabajadora incansable que a estas alturas ya debe estar empezando a planear el evento del 2023. Asumió la dirección del festival a principios del 2020 sin imaginarse que una pandemia mundial se avecinaba. Lideró la única versión virtual del festival y luego una más, en el marco de la reactivación económica y el pánico colectivo, pero también de la esperanza de la vacunación. Finalmente ambas versiones fueron un éxito y esta última en 2022 representó nada menos que el regreso del festival por todo lo alto.
Un aplauso para Ana del Pilar que es la sucesora de otras grandes de la gestión cultural afrocolombiana que han ostentado el cargo antes que ella: Yamileth Cortez y Teodomira Luna, además de la ex secretaria del cultura de Cali, María Elena Quiñones, quien apoyó el festival con todo su corazón. También se merecen una mención las ex ministras de cultura Angélica Mayolo y Paula Marcela Moreno quienes este año recibieron un reconocimiento especial en el marco del festival por haber adelantado acciones fundamentales para el fortalecimiento de la herencia africana en Colombia.
Aunque si de aplausos se trata, la más estruendosa ovación en esta versión del festival de Música de Pacífico se la llevó la recién posesionada vicepresidenta de Colombia Francia Elena Márquez Mina, quien hizo presencia durante dos jornadas en la unidad deportiva Alberto Galindo, lugar en donde se realiza el festival desde hace varios años. El miércoles 10 de agosto llegó en compañía del secretario de cultura de Cali, Ronald Mayorga, para dar apertura oficial al evento. Después regresó el domingo 14 para la entrega de los reconocimientos a los ganadores de las cuatro categorías, quienes manifestaron su alegría al recibir el bombo golpeador de manos de la vicepresidenta.
Y no es para menos, pues no se trata de cualquier vicepresidenta. Se trata de la segunda vicepresidenta mujer y primera mujer afrocolombiana. Se trata de una reina que viene de las entrañas del festival y de todo lo que este representa; de las entrañas de la africanía más pura que se conserva en Colombia; de las entrañas de la negritud misma y sus estéticas de rebeldía; de las entrañas de la caña de azúcar convertida en viche y arrechón; de las entrañas del deseo lejano de vivir como negras en Colombia pero con plena libertad y garantía de derechos. Francia Márquez representa en la política lo mismo que el festival Petronio Álvarez representa en la cultura: el empoderamiento de la población afrocolombiana sin invisibilizaciones, sin blanqueamientos y sin estereotipos.
Francia se subió al escenario con su precioso traje de telas tipo kente y sus trenzas libertarias cual corona en su cabeza. Contó que en el año 2010 participó como artista en el concurso musical que es el eje central del festival y cantó una canción que pedía la paz para Colombia. Luego, con sus palabras en esa voz tan sencillamente poderosa que la caracteriza, reiteró el mensaje en medio de los aplausos de un pueblo que la reconoce como la lideresa del sueño cumplido, como el símbolo máximo del “vivir sabroso”.
Repicaron los cununos y los guasás mientras Francia cumplía la cita con su gente como lo ha hecho año tras año, desde que el festival no era conocido ni ella tampoco. Y lo hizo con la conciencia plena de lo que significa su presencia en este espacio del cual ella jamás va a apartarse porque también necesita recargar sus baterías de identidad y que su pueblo la vea allí, tan alegre, tan cercana, tan auténtica como siempre ha sido. Después de los aplausos, se fue para el arrullo tradicional que se realiza en el barrio Ciudad Córdoba de Cali y le demostró a su gente que sigue siendo la misma, aunque los ojos del país y del mundo entero estén ahora sobre ella.
El Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez es un espacio liderado por las mujeres negras de Colombia, sostenido por nosotras y defendido por nuestras generaciones. Junto a nosotras marchan nuestros compañeros y compañeres de lucha y juntos hacemos de nuestro festival un verdadero palenque vivo, un quilombo pedagógico, un maniel de la prietitud que año tras año se fortalece, se hace más visible, más rentable y también más codiciado.
Por eso hay, también, situaciones que me preocupan acerca del futuro del festival. El éxito rotundo que este representa ha logrado seducir a las instituciones y aliados que hoy en día lo apoyan y que no están lideradas en todos los casos por personas afro. También a miles de personas de múltiples nacionalidades y ascendencias étnicas, distintas a la africana, que cada año repuntan en asistencia y transitan por los diferentes espacios del festival.
Petronio es La Casa Grande del Pacífico. Una casa de puertas abiertas en donde todes son bienvenides y en donde las reglas de los anfitriones deberían estar en el centro del respeto. Está perfecto que Petronio sea, más que un espacio de exhibición de la cultura afro, un espacio de intercambio cultural en donde las personas no afro puedan venir a aprender y compartir el orgullo por esta diversidad étnica, que, al final, es de todos. Pero lo que no debería pasar es que se convierta en un espacio en donde, una vez más, nos veamos expuestos a manifestaciones de irrespeto o subordinación.
Yo les pediría (o exigiría, más bien) a las personas no afro que vienen al festival que eviten tocar nuestros cabellos naturales, sobre todo si no tienen nuestro consentimiento. Culturalmente, las personas afro que llevamos nuestro cabello natural no permitimos que nadie lo toque. ¡NADIE! Primero porque es nuestra corona, símbolo de libertad, y segundo porque es una parte de nuestro cuerpo que nadie tiene derecho a tocar, así como nosotros no vamos por ahí tocando el cuerpo de otras personas sin permiso. No es un accesorio ni una peluca y por mucha curiosidad que les pueda llegar a causar, el hecho de tocarlo es una manera de exotizar nuestros cuerpos y faltarnos al respeto.
También les pediría que eviten tomarnos fotos sin nuestro consentimiento, justificando que les parecen “muy exóticos” nuestros cabellos o atuendos. Les recuerdo, con todo el amor, que nuestra estética no es un disfraz que se utiliza únicamente durante la semana de Petronio: es lo que somos todos los días y no está bien que nos tomen fotos como si hubieran venido de safari a ver a unas criaturas raras traídas del “África Lejana” o de la “Colombia Profunda”.
Y, para terminar, les pediría que no vengan a nuestro festival a intentar ocupar lugares de privilegio (como zonas VIP) o a saltarse las filas que a nosotros, que somos los protagonistas del espacio, sí nos toca hacer y respetar. No me parece justo que no sean nuestras cantaoras, cocineras, fabricantes de bebidas y empresarias quienes ocupen las primeras filas de los diferentes espacios del festival cuando son ellas la única razón de ser de este encuentro cultural.
Esos lugares relevantes le pertenecen a personas como Francia Márquez, Ana del Pilar Copete, Nidia Góngora y Zully Murillo, pero también a doña Maura de Caldas y su gastronomía afro pacífica; a Doña Benedicta la de las bebidas a base de viche; a Emilia Eneyda Valencia y su lucha por la estética natural de las mujeres afro; a la profesora Mary Grueso Romero y sus poemas llenos de sabiduría ancestral y a tantas otras que aunque no sean directoras, ni alcaldesas, ni gobernadoras, deberían estar en el centro de este relato, de esta narrativa que es Petronio y que parece nueva aunque, como dice la gran periodista ecuatoguineana Lucía Mbomio, en realidad siempre ha estado allí.
Yo quisiera ver en la zona VIP del Petronio a las mujeres afro que cultivan todos los días en el campo para alimentar a Colombia. A las mujeres afro que trabajan en casas de familia haciendo el aseo y cuidando niños. A las mujeres afro que enseñan en las escuelas de las zonas rurales y urbanas a quienes tanto les debe esta nación de indiferente tricolor. Cuidemos el centro de nuestro relato en cada detalle. Que no se pierda el foco de la negritud en el Petronio porque es sólo desde allí donde este maravilloso festival ha llegado a ser tan potente. Esa naturaleza transformadora no se puede dejar perder.
Hola hija, que alegría siento al leer lo que escribes y orgullosa de lo que haces. Éxitos.