En 2019, la activista, escritora y cofundadora de Morras Help Morras (colectivo de acompañantes de abortos con medicamentos) Dahlia de la Cerda ganó el Premio Nacional de Cuento Joven Comala por Perras de reserva. Originalmente, la obra tenía 10 cuentos, pero en 2022, al pasar a la editorial Sexto Piso, sumó otros tres.
Como lo ha contado Dahlia en varias entrevistas, cada una de las historias está contada en primera persona por “una decisión estética y política” y llena de referencias musicales —The Beatles, Paulina Rubio, María Rodés y Maluma, por ejemplo— y slangs, predominantemente, del norte de México.
Las protagonistas de sus cuentos —que van desde niñetas ricas, hasta halconas, trabajadoras sexuales y herederas de cárteles del crimen organizado—, son una invitación a episodios íntimos y dolorosos por los que atravesó la propia autora.
Con personajes como Yuliana —hija de un líder criminal en Jalisco—, Dahlia no sólo nos habla de los “pactos de morras marginadas” en “el mundo de la maña”; también saluda a las adolescentes que vivieron el clasismo en carne propia cuando sus familias las inscribieron en colegios privados pa’meterlas en cintura.
El vínculo entre la Yuli y la Regina también es un throwback para quienes desde bien morrillas escuchamos los primeros insultos sexistas, racistas y lesbofóbicos. Como lo describe la autora: “El primer año de secundaria lo cursé en el Colegio Español. Fue horrible. Yo era una salvaje. Haz de cuenta un cochiloco. Cero femenina y con un look desastroso. Mis compañeras (…) me hacían la vida imposible, desde bromas inofensivas hasta cosas bien pasadas de verga (…) La Regina siempre me defendía y yo la defendía a ella (…) A mí me chingaban por naca, y a ella, que por puta”(19-21 pp).
“Una siempre habla, piensa y actúa desde las heridas”, dice Dahlia al tomar prestada la voz de Yuliana. Para quienes crecimos en el norte de México —ese infiernillo bautizado como capital de las maquilas—, cuentos como “La sonrisa” nos restriegan que —pese a la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre el caso Campo Algodonero[1]— ciudades como Juárez siguen siendo “desiertos que se devoran a las mujeres” y en los que “los que los buitres cantan pero no los gallos”.
Antes de confrontarnos con la jodida impunidad que sostiene a nuestro país, Perras de reserva nos regala una que otra carcajada con las compas —unas a bordo de trokas y otras de autobuses madreados (sin mantenimiento, en mal estado)— que se burlan de escuincles Prada y demás niñetes privilegiados —muchos de ellos, hijos de familias que se han enriquecido a nuestras costillas—, cuya mayor ‘contribución’ al mundo ha sido la —ASQUEROSA—cultura del echaleganismo. “Escapar de esto [situaciones de vulnerabilidad y violencia] no depende (…) de querer salir adelante. Esas son frases de güeros”, se lee en el cuento “Dios no hizo el paro”.
La multidimensionalidad de las protagonistas de Perras de reserva no sólo se refiere a la forma en la que cada una moldea los conceptos de justicia y poder, dos quimeras que le quiebran la espina a las promesas de la no repetición en México. Los cuentos son, a la vez, una provocación y un recordatorio de lo urgente que es retomar —y sobre todo responder a— preguntas incómodas y lacerantes sobre la violencia:
¿Cómo escribirla? ¿Cómo pensarla? ¿Estamos rebasando los límites de los dilemas éticos o, como audiencias o escritoras, estamos formando parte de una emergencia de la era del testigo, como diría la historiadora Annette Wieviorka? ¿Nos hacemos responsables de las decisiones con las que —consciente o inconscientemente— hacemos de los conflictos, las crisis y la crueldad un entretenimiento y una mercancía? ¿Hasta qué momento nuestra voz deja de ser empática? ¿Hasta qué momento es hipócrita y/o cómplice?
Esas son las cuestiones que deberíamos estar discutiendo sobre el libro, no rigores y cánones literarios que, claramente, le han puesto la pata a muchas escritoras y periodistas que hemos querido visibilizar tragedias que, además de personales, son políticas en un país que, ni de lejitos, conoce lo que son la dignidad y la justicia.
A dos años de su publicación, Perras de reserva se ha vuelto uno de los grandes éxitos de Sexto Piso. Las historias de personajes como Yuliana, Regina, Constanza, La China, Rosa, Stefi y La Huesera —que a través de sus voces o gustos musicales— abren heridas —no en vano la editorial describe al libro como “letras que duelen”— y dan paso a que algunas de nosotras hablemos sobre nuestros abortos con misoprostol, la pérdida de una de las nuestras, las veces que hemos intentado migrar pa’l otro lado y que fuimos ‘apestadas’ por ser educadas bajo el regazo de “una madre luchona y cabrona’.
Nota al pie
[1] Con la que se condenó al Estado mexicano por la impunidad en los feminicidios perpetrados en Ciudad Juárez, Chihuahua desde 1993.