
Nota aclaratoria: apoyo al team de los negros y estoy convencida de que Rhaenyra Targayen es la legítima heredara al trono de hierro.
Hablaré de realidad y ficción. Tomaré un producto cultural como puede ser una serie de televisión que traspasa lo conocido para hablar de algo que es una realidad y una herencia colonial: el patriarcado, que nunca opera solo, sino interconectado con otros sistemas de opresión, pero que podemos definir como una forma de organización de relaciones y clasificación de cuerpos y que, en nuestra realidad, es parte constitutiva e indispensable de los procesos de despojo de colonización y etno-eurocéntricos en casi todos nuestros espacios de convivencia y de reproducción de la vida. La colonialidad no sólo se instaura a través de la invención de la raza (A. Quijano), sino también a través de la imposición del género (M. Lugones), por lo que desde el comienzo quiero dejar claro la no existencia de patriarcado fuera de la colonialidad, al menos en nuestra realidad, que a veces parece ficción cuando vemos que hemos normalizado los genocidios como forma de gobierno.
House of the Dragón (La Casa del Dragón) es una serie de televisión de fantasía y acción creada por Ryan Condal y George R. R. Martin (autor del libro en el que se basa la serie) para HBO. Mi análisis se suscribe y limita al contexto y personajes de la serie, esto no es extensivo ni idénticamente explicativo de la realidad. Pero también sabemos que los productos culturales se construyen en contexto, en relación y dentro de nuestras historias y marco de ideas, pensando en Fucó, son productos que construyen realidad, pero también creo, que son productos que reflejan realidades. Toda escritura, incluyendo la fantasía, tiene aspectos de realidad, de humanidad, de modernidad, incluso me atrevería a decir de colonialidad. Siempre que pretendemos la TV o escuchamos algo, vemos figuras que conocemos; categorías como mundo, planeta, ciudades, pueblo, hombres, mujeres. Todas esas son categorías de la historia del mundo que conocemos. Y aunque veamos La Guerra de las Galaxias, que se contextualiza en un universo ficticio, la podemos entender porque hace referencia a lo conocible y algo de realidad hay allí, vemos cuerpos que leemos como humanos frente a otros no humanos, vemos figuras de gobiernos, ejercicios de poder, dinámicas de guerra y sobre todo, contextos políticos, como la lucha entre imperios en un mundo bipolar de Guerra Fría. Para que una persona escritora de ficción o fantasía pudiera escribir sin elementos de realidad, es decir, ficción y fantasía en su totalidad, no podría vivir ni conocer este mundo. Nuestras producciones están capturadas por las ideas que nos moldean, y House of the Dragon no es la excepción.
La Casa del Dragón existe en un mundo inventado, es anacrónico hablar de humanos, porque eso implica hablar modernamente de humanismo, pero sí existen las categorías hombres y mujeres, con roles y atributos de género, (incluso hablan de los primeros hombres). El concepto de género, de hecho, es un asunto muy reciente. Sabemos que Simone de Beauvoir publica el “Segundo sexo” en 1949, ella habla de “sexo” pero cuando la leemos está hablando de lo que hoy conocemos como “género”, de hecho, hoy sabemos con más claridad desde enfoques menos esencialistas, que sexo y género se refiere a lo mismo. Simone hablaba de relaciones sociales que construyen mandatos en lógica binaria para las categorías humanas “mujeres y hombres”. Contemporáneamente el sexólogo y psicólogo estadounidense John Money, es quien propone en los años 50s el concepto “rol de género”, haciendo una diferencia con el sexo, definiéndolo básicamente como las conductas, comportamientos y características sociales que son asociadas y permiten reconocer a “hombres y mujeres” en el mundo social. Y más tarde, fue Gayle Rubin en 1975 en su famoso ensayo “Tráfico de mujeres: notas sobre economía politica del sexo”, quien habló hasta donde tengo entendido, de género en términos de relaciones binarias cuando se refería al “sistema sexo/género”, para explicar el tipo de relaciones que se construyen entre los cuerpos que consideramos de mujeres y hombres. Recordemos que estos temas no nacieron el siglo pasado, ya hace años se habla de opresión con base en el “sexo” y las materialistas francesas hablan de “sexo” no como algo biológico, sino como categoría de clase. Pero bueno, ya me estoy dejando llevar, no quiero hacer una genealogía de este concepto, lo que quiero mostrar, grosso modo, es que, aunque lo humano solo existe dentro del género, es decir, solo los seres humanos con sus complejas relaciones sociales, políticas y culturales, son quienes habían del género en términos de “mujeres, hombres, no binaries”, esta serie de fantasía ubicada en un espacio-tiempo que no conocemos, reproduce un sistema político-económico y colonial que es propio de nuestro mundo: mujeres, hombres, homosexualidad, patriarcado, aunque esos seres, ni humanos sean, o quizás podemos asumir su humanidad derivado de su sistema sexo-género. La homosexualidad es otro concepto nuevísimo propio del siglo XIX. Sin embargo cuando vemos La Casa del Dragón la reconocemos, no solo por nuestro marco de interpretación, sino porque se presenta ahí como algo oculto y vergonzoso que debe ser enterrado. ¿Nos parece familiar? Claro, es tal cual la conocemos hoy después de la irrupción colonial y la imposición moral judeo-cristiana del canon heteroCISexual “mujer y hombre – marido y mujer” como único horizonte de existencia en lo humano. Fuera de la humanidad puede existir lo enfermo, lo torcido, lo zurdo y lo animal. Por lo que esta lectura no es fantasía, es una realidad política.
Dicho lo anterior, el punto que quiero demostrar, es que todo producto cultural de fantasía, escrito y producido por sujetos de este orden, dígase que George Raymond Richard Martin conocido como George R. R. Martín, el escritor de la obra en la que se basa esta serie, es un hombre blanco estadounidense. Por más dragones y fantasioso que esté su mundo, escribe desde una experiencia, sobre un mundo que conoce y que responde a una historia, tradiciones y contextos culturales inteligibles, por lo que la ficción o fantasía muchas veces está muy cerca de la realidad. Si bien la historia es fantasía, los dragones, las brujas… hay algo que ha tomado de la realidad: aparte de un sistema político monárquico, también las relaciones de género en la lógica antropocéntrica y colonial propias de la modernidad.
Sabemos que la categoría mujeres no es universal, no todas las mujeres son iguales y no todas son oprimidas y tampoco comparten la misma opresión. Eso es algo que hemos aprendido de feministas tercermundistas, subalternas poscoloniales, negras, de color, antirracistas, indígenas y decoloniales. En el libro La Invención de las Mujeres (1997), Oyéronké Oyewùmi escribe que “el género no era un principio organizador en la sociedad Yoruba antes de la colonización Occidental”, lo que viene a demostrar que si no había género en la sociedad Yoruba, tampoco había patriarcado, ni mujeres y hombres, por lo que hablar de la “situación universal de las mujeres y dominación universal masculina, en términos totalitarios y globales; es colonialismo discursivo (C. Mohanty), violencia epistémica (Y. Spivak) y una forma de racismo etno-eurocentrado del feminismo blanco. Dicho esto, cuando analizo las relaciones de género y patriarcales en La Casa del Dragón, no se me confundan creyendo que hablo de la situación universal de las mujeres. Estoy hablando situada y limitada a este producto cultural como referencia. Rhaenyra Targaryen, a quien presentaré en breve, es una mujer despojada de una herencia por ser mujer y no hombre, pero al mismo tiempo su figura representa opresión y dominación sobre otras mujeres y hombres del pueblo, que no forman parte de su casta, es decir, del orden monárquico.
Rhaenyra está más cerca de las monarcas y patriarcas varones de su familia, que de las plebeyas del pueblo. Su situación solo se analiza entre su grupo e iguales. Vayamos a la realidad, ¿creen que en algún momento de su vida y carrera Hillary Clinton experimentó machismo? Seguramente respondimos que sí, pero eso ni le acerca ni la hace igual a la mujer palestina con bombas en su cabeza gracias a EEUU o, en su defecto, la contribución que, en algún momento, Hillary Clinton hizo como Secretaria de Estado fortaleciendo ese orden imperial de Estados Unidos en Medio Oriente y en territorios palestinos a favor del colonialismo sionista en la región. Aunque vale la pena aclarar que Rhaenyra por mucho es mejor persona que Hillary. Lo que quiero transmitir, es que analizaré la posición de Rhaenyra Targaryen dentro de este mundo de ficción, limitada en su grupo y en relación con sus iguales, examinando las relaciones de género entre mujeres y hombres como subjetividades reconocidas ahí, pero que no son fantásticas sino que son tomadas de nuestras realidades, matizando que la posición de Rhaenyra no se mide de manera universal sino intragrupal; es decir, es cierto que mujeres blancas viven sexismo y desigualdad con sus iguales blancos, pero también es cierto que estas mujeres ejercen relaciones de poder fuera de sus círculos contra otros grupos en desventaja, en términos de clase y raza. Este análisis no es una defensa de una clase de élite, sino una defensa a Rhaenyra Targaryen por ser dentro de su grupo objeto de despojo por no ser un hombre.
La Casa del Dragón se trata de una guerra civil por la disputa a un trono, entre una mujer primogénita nombrada heredera y un grupo que considera que ese trono debe ser heredado al primer hijo varón descendiente del rey. Hay una afrenta a la tradición cuya costumbre establece normas tales como que el reino siempre debería ser regido por varones, sean estos hijos del rey o en ausencia de estos, sus hermanos. Pero esta costumbre es desafiada cuando Viserys I, el padre de Rhaenyra, tras muchas batallas internas y sin muchas opciones, decide nombrar a Rhaenyra su sucesora, haciendo de este hecho toda una revolución en términos de ideas porque nunca antes una mujer había sido nombrada heredera y tampoco había sido reina, es decir, un hecho sin precedente alguno. Como la costumbre y la tradición, en la fantasía y la realidad, generalmente están afincadas en ideas no necesariamente justas, sino en valores patriarcales, racistas, sexistas, y en otros que también pueden ser comunitarios, de convivencia…etc, en este caso, la tradición es totalmente sexista y el reclamo de Rhaenyra fue desafiado en defensa de la tradición y la costumbre, que en realidad es una clase de legalidad al ser un tipo de derecho consuetudinario que dictaba “solo hombre siempre será el rey”.
Rhaenyra por ser mujer es usurpada de su puesto y negada para gobernar a pesar de contar de su parte con todos los elementos éticos de legitimidad, solo por ser una mujer y es aquí donde quiero analizar esta situación a la luz de principios éticos de justicia de la realidad, porque como ya he dicho, aunque hablamos de un universo imaginado donde se supone que no existe un movimiento político y corpus teórico que cuestiona las relaciones que reproduce el patriarcado, el machismo y las situaciones de mujeres, hombres y disidencias, George R. R. Martín mezcló en su universo imaginado la fantasía con elementos de realidad, como las figuras de la monarquía, la organización política, la conquista, la sexualidad y sobre todo un tema estructural que nos atraviesa diario en nuestra realidad sin dragones: las relaciones de género y el patriarcado como herencia colonial y como un sistema que privilegia a sujetos binarios y hombres sobre mujeres. Al respecto, me gustaría precisar algunos puntos:
La Casa del Dragón es un producto cultural cuya temática principal es un asunto de género. Incluso me atrevería a decir que, sin querer o queriendo, George R. R. Martín, hizo una obra feminista. A La Casa del Dragón le quitas la centralidad en el género, y no tienes nada, está anclada en el tropo de la imposibilidad de gobernar de las mujeres. Tengo miedo, de hecho, de que feministas blancas la tomen como ejemplo para mostrar la “situación de las mujeres”, centrándose en el patriarcado y olvidando la simultaneidad de opresiones. En realidad las mujeres también gobiernan y reinan, incluso desde el fascismo.Tuvimos a la colona reina Isabel II, tenemos a Georgia Meloni en Italia, a Dina Boluarte en Perú y ahora, aunque se supone que desde la izquierda pero con apoyo al militarismo, la recientemente electa presidenta Claudia Sheinbaum en México. Reconociendo las experiencias y violencias diferenciadas, en nuestra realidad las mujeres que ejercen el poder lo hacen sin muchas diferencias a los hombres. Sin embargo no hay que esencializar ni romantizar el género cuando se trata de mujeres en el poder. A estas alturas sabemos que cualquier sujeto que aspire a formar parte del poder es parte del problema y no la solución. Además de reconocer que no todas las mujeres pueden ocupar esos espacios, porque para romper el techo de cristal hay que estar arriba y otras deben estar atentas soportando abajo para recoger los vidrios, esa dimensión pública de gobierno, construida históricamente desde occidente, ha sido un espacio propio de lo masculino. Esta situación de realidad se basa en las jerarquías sexuales y de género, de acuerdo a la lógica binaria que edifica occidente como elemento constitutivo y organizativo de la modernidad y es algo presente en la fantasía de La Casa del Dragón. Hay una dimensión basada en la costumbre y la tradición, que hace que ciertos espacios sean propios para ciertos cuerpos, en sentido binario; hay actividades de hombres blancos como gobernantes y de mujeres blancas como princesas. Por lo que aquí me pregunto si podemos cuestionar esa tradición en la fantasía bajo principios éticos de justicia y no sexistas, que usamos hoy en nuestra realidad. Si George R. R. Martín se tomó la licencia de usar las categorías humanas de mujeres y hombres, género, sexualidad y patriarcado como columna vertebral de su obra, sin cuya utilización su obra en esta serie no tendría sentido, creo que nosotras podemos hacer lo mismo a la hora de ponerlas bajo nuestra lectura.
En la serie hay dos bandos: los negros, que apoyan el reclamo de Rhaenyra y los verdes, que apoyan el reclamo de Aegon II (hermano de menor de Rhaenyra), por ser varón. Hay personas que entienden esta disputa como una lucha legítima, porque la costumbre dice que el rey es el primogénito varón y punto. Puede haber 20 mujeres antes, con mejores atributos y mayor experiencia, pero aquí la cuestión central es que la definición de quién debe ocupar un puesto no se basa en experiencia y atributos políticos, sino en el dimorfismo sexual (tomado del biologicismo binario occidental propio de nuestra realidad) y la tradición. Lo que la sociedad entiende como hombres, referido a lo masculino, está aterrizado en una anatomía que el contexto le deposita una idea de rol y mandato. El dimorfismo sexual es una idea construida a través del aparato de poder científico y la colonialidad del saber, para justificar formas de organización, posiciones y jerarquías sociales, es decir, alguien lo inventó y nunca es alejado a interés. Por lo que, si bien es cierto, todo esto forma parte del orden de realidad, es una idea que forma toda la historia de La Casa del Dragón, no porque George R. R. Martín la fantaseó, sino porque directamente la tomó de la realidad colonial, heterocisexual y patriarcal que constituye nuestra modernidad. Me permitiré cuestionar esas costumbres que no son tan imaginadas, aplicando los parámetros éticos de justicia que están también presentes en la serie. Al Rhaenyra cuestionar la tradición y reivindicar su valía y su posición de primogénita y nombrada heredera, está apelando a la transformación y al cambio radical de lo establecido como costumbre en ese aspecto.
No todo lo legal es legítimo ni ético. La costumbre y el derecho consuetudinario es una forma de legalidad. Sobre esto tenemos muchos ejemplos. La exclavitud fue legal, más no fue ni legítima ni ética. La segregación racial en EEUU y el régimen de apartheid en Sudáfrica fue legal más no fue ético ni legítimo. La patologización de personas trans en manuales psiquiátricos fue y en ciertos lugares es legal, pero nunca será ni ético ni legítimo. Israel tiene un serie de leyes y marcos normativos de criminalización del pueblo palestino, pueden ser legales, pero no éticos, ni legítimos ni justos. No toda costumbre es respetable, ni ética, ni legítima. Defender la costumbre por ser costumbre cuando se es cuestionada, es una postura, en la ficción y en la realidad, conservadora, que busca mantener lo establecido, el statu quo y el orden de las cosas, sin cuestionar si es justo o ético, cuya única justificación es: “ como siempre ha sido así seguirá siendo”.
¿Por qué este mundo de fantasía, como sucede en la realidad, nos presenta un quiebre de la costumbre? Las leyes y el conocimiento nunca son neutrales, responden a los intereses de quienes las elaboran. La mirada que tenemos de las cosas, los cursos, la distribución, el mundo, los roles, el trabajo, los sistemas, etc, dependen de las interpretaciones hegemónicas de quienes la definieron, controlando el saber y el poder, es decir, teniendo privilegios. Lo bueno es que siempre, dentro del poder, como decía Fucó, existen resistencias y germinan miradas críticas, algunas por conveniencia para capturar el poder para otro bando respetando el orden monárquico, otras, que no es este caso, por intenciones éticas de justicia y transformación radical, que se preguntan ¿por qué ha sido así?. Y creo que esta serie no escapa de eso. Estamos frente un escenario donde todo elemento ético de legitimidad y justicia, intragrupalmente, valida la posición Rhaenyra Targaryen como gobernante.
Veamos los hechos. Rhaenyra es la primogénita del rey y es nombrada heredera y sucesora de su padre. Es la única persona a quien su padre le confió una historia que solo se pasa de rey a herederx: la Canción de Hielo y Fuego, haciendo que el saber sea un símbolo de legitimidad, que solo Rhaenyra y su heredero Jacaerys, hasta el momento, poseen. Rhaenyra fue nombrada heredera cuando su padre aún no tenía un hijo varón. Luego, del segundo matrimonio del rey con Alicent, nació Aegon II y Viserys I tuvo 20 años para rectificar esa situación, nombrar a su segundo hijo varón heredero y confiarle la Canción de Hielo y Fuego, pero no lo hizo. Este hecho es supremamente relevante, porque el fin de gobernar no es la ambición, sino estar preparados como reino para enfrentar el mal que se aproxima, que es mayor. Llegado el momento, Rhaenyra se niega a ir apresuradamente a la guerra para recuperar su trono porque, para preservar el mundo de los vivos, no puede gobernar un reino de cenizas. Su hermano menor y varón (Aegon II) desconoce esta historia, lo que lo hace incapaz de entender su rol en el puesto a largo plazo y no podría pasar el mensaje que se ha venido pasando durante reinados, superando la ambición personal de quien ha ocupado el trono de hierro. Este legado se pasa de rey a herederx, y el padre Rhaenyra se lo delegó a ella y no a Aegon, y mantuvo con firmeza que el reino debía ser resguardado por su primogénita.
Además, Rhaenyra es la única de todos los personajes, incluyendo a su tío y esposo Daemon Targaryen, que tiene el temple, los conocimientos, el carácter y la sabiduría para ocupar el puesto. Mientras Rhaenyra está pensando cómo evitar la guerra, buscando alianzas o desaprobando las acciones no éticas de Daemon o la urgencia de matar de los hombres de su Consejo, Aegon II que, de hecho, no quería el puesto y fue obligado por su abuelo y madre a usurparlo contra su voluntad y contra la voluntad de su padre Viserys I, cosa que se refleja a lo largo de la serie, no sabe qué hacer, no es respetado y busca a toda costa algún tipo de reconocimiento. Su figura como rey es vergonzosa, dejando en evidencia lo injusta que es la costumbre de que el heredero sea el primer hijo varón del rey, porque incluso entre los hermanos varones, puede haber uno, que no es el primogénito, con mejores aptitudes para gobernar como ocurre con Aemon, el hermano menos de Aegon. O la propia Alicent, madre de Aegon, quien en ausencia de su esposo por razones de salud, gobernó con mejor destreza. Por eso, el hecho de reconocer a Aegon como rey por el simple hecho de ser el primer descendiente varón del rey Viserys I genera una enorme frustración, incluso entre quienes conspiraron contra Rhaenyra.
Todo producto cultural de entretenimiento es político también. Nada se escapa de la realidad. Lo que vemos en pantalla o escuchamos, reproduce cultura, diferentes formas de relaciones, apoya posturas y promueve ciertos valores. No es neutral al mundo moderno. Por ejemplo, quiero regresar a la homosexualidad, que se refleja en la serie como una forma de relación oculta, y es evidente que la heterocisexualidad es la regla. ¿De dónde sale esto? ¿de la fantasía? No, sale de nuestra realidad, es el régimen político heterosexual operando y validándose a través de un producto cultural. Es por esta y otras razones que este tipo de análisis nos compete como análisis político. Aquí no estoy haciendo una defensa de la figura de la monarquía. Lo que estamos haciendo, es viendo cómo todo un drama se eslabona a partir del hecho de preservar una tradición injusta que contraviene todo principio ético en la fantasía y en la realidad.
Quienes defienden la postura que dicta que “un varón y solo un varón ocupará el trono”, aunque eso signifique que el reino deba ser dirigido por un incapaz, son moralmente conservadores. Son conservadores también y algo machistas quienes encuentran a Rhaenyra inmerecedora como heredera por cuestionar los roles/mandatos de género, tener relaciones sexuales antes del matrimonio, como los hombres, apoyar la homosexualidad de su esposo para protegerlo y tener hijos con otro para fortalecer su linaje y reclamo al trono, sabiendo que al final de cuentas todo hijo suyo es Targaryen, así como sus medios hermanos incluido el usurpador al trono, Aegon II que no solo es Targaryen sino también Hightower, siempre defender la pureza (de sangre) y policiar la práctica sexual de mujeres son expresiones propiamente patriarcales y afines a posturas conservadoras. Legalizar lo que por su propio peso es injusto son formas de defender lo que a todas luces debería cambiar. Nunca es justo ni ético, ni en la ficción ni en la realidad, instrumentalizar el cuerpo, usar el discurso biologista binario y definir el destino de alguien por los genitales que tiene. En Westeros y aquí, se llama fascismo.
En nuestra realidad, la colonización trajo consigo el patriarcado y el orden de género cis-binario en la heterosexualidad. Otra similitud con este mundo de fantasía es la imagen de la conquista y el conquistador. Saliendo de la historia central de la disputa por el trono, podríamos también ver cómo este mundo lleno de fuego de dragón, regresa a la idea propia de modernidad de formación de imperios, como lo hace Avatar, entre muchísimos otros productos culturales pasados y contemporáneos. Con esto lo que quiero decir es que podríamos, a través de este producto de entretenimiento de género de fantasía, analizar otras caras de la modernidad.
Podríamos seguir diciendo más, el análisis es infinito, solo me gustaría concluir recordando que las relaciones jerarquizadas en roles de género son una herencia de la colonialidad; mostrarlas, ponerlas en entredicho, enfrentarlas y someterlas al análisis, este será siempre un ejercicio radical de encontrar el camino para desmontar la ilegítima legalidad de las relaciones heterocispatriarcales que, como pueblos colonizados, están y aparecen en todos lados, incluyendo nuestra serie favorita. Sabemos que esas relaciones son injustas y que son parte central de esa matriz de opresión de la que debemos desprendernos. Termino con las palabras de la legítima reina, Rhaenyra: ¿Qué vas a hacer con el buitre que se posa en tus tronos?, yo pregunto, ¿qué haremos con la tradición colonial heteroCISpatriarcal que defendemos a pesar de su evidente injusticia tanto en la ficción como en la realidad?
Entendiendo que el patriarcado no opera fuera de la matriz de dominación y su análisis sin raza y clase es precario y solo privilegia a mujeres blancas en mayor escala de privilegios. Podemos decir que La Casa del Dragón es un producto cultural pedagógico para enseñar patriarcado, machismo y fragilidad masculina. No va en esa lógica sectaria y binaria, que narra a todas mujeres como víctimas y a los hombres como canallas, tenemos a mentes brillantes de mujeres sabias y otras muy fascistas, así como a hombres valiosos y de fuertes principios éticos. Esto complejiza las relaciones de género y hace que esta serie no sea una propaganda del feminismo blanco como la película Barbie de Greta Gerwig y nos deja grandes temas pendientes, que no podré abordar aquí, como la representación de las personas negras. Les debo estas reflexiones.
Deseo que nuestra ética y sed de justicia sea tan radical e insaciable, que nos indignemos en las calles y frente a cualquier producto cultural, cuando sabemos con certeza que el poder y la tradición forjados bajo la matriz de dominación machista, heterocispatriarcal, racista-colonial, incluyendo el entretenimiento que representa y produce, siempre debe ser desafiada. Y bueno, ya es momento de cerrar, si me ven defender una monarquía, será la de Rhaenyra Targaryen.