¿Quién no sabía en los noventas quién era Pamela Anderson? “La diosa sensual de esta generación”, “la bomba rubia de Hollywood” como la presentaban al mundo, como la definían y con ella definían también los parámetros y estereotipos de belleza de una década de narrativas violentas con el cuerpo y las vidas de las mujeres. Muchas de nosotras crecimos con esas narrativas, con esos estándares, con esas violencias impuestas por una industria que nos ha dicho cómo debemos lucir, cómo performar la feminidad, sin contarnos, además, que detrás de esa fachada violenta ocurrían tantas violencias más.
El nuevo documental sobre Pamela Anderson, estrenado el pasado 31 de enero en Netflix, dirigido por Ryan White y producido por el hijo de Anderson, Brandon Thomas Lee, expone lo que realmente pasaba detrás de ese performance de Pamela Anderson como bomba sexual ante las cámaras y el mundo entero –otra narrativa violenta de los 90 sostenida por abusos y violaciones–. ¿Cómo fue que una niña de un pequeño pueblo de la isla de Vancouver llegó a ser una de las mujeres más reconocidas del mundo y un ícono de los 90s?
En este documental Pamela, a sus 55 años, cuenta su historia en primera persona, nadie habla por ella, se define a sí misma –como lo promete desde su nombre y cumple, con creces–. Se muestra vulnerable, reflexiva y compasiva . Una Pamela que, lejos de la mirada depredadora de la sociedad que la consumía, nos hace quererla abrazar y quemar Hollywood. Lo mismo que nos ha pasado con Marilyn, Britney, Diana y tantas otras mujeres deshumanizadas por el mundo del espectáculo, cuya imagen y privacidad fueron robadas, llevándolas a límites de los que algunas no volvieron. Pamela volvió para contarlo y le agradecemos por eso.
Anderson revela episodios de abuso y violencia sexual desde temprana edad, incluso antes de llegar a Playboy y a Hollywood, por parte de una niñera que abusó de ella durante 3 o 4 años y de un tipo de 25 años que la violó cuando ella tenía 12. No le contó a nadie porque creyó que era su culpa (y porque su mamá entonces sufría mucho y no la quería hacer sufrir más). ¿Cuántas mujeres, adolescentes y niñas no se identificarán con ese episodio de violencia, cuántas no hemos pensado alguna vez que fue culpa nuestra por cuenta de la revictimización mediática y social que vemos con cada denuncia?
Estos abusos, como suele ocurrirle a muchas mujeres, cohibieron a Pamela, cercenaron su confianza y, por muchos años, marcaron una relación conflictiva con su cuerpo y su sexualidad. De acuerdo con la actriz, solo hasta que empezó a ser retratada para Playboy pudo conectarse con su cuerpo y sentir que volvía a tomar control de su sensualidad, y el mundo fue testigo de ello. Pero en una sociedad que no conoce límites cuando se trata del cuerpo de las mujeres, más que celebrar su agencia, no faltaron quienes se creyeron dueños de su imagen, la explotaron y luego quisieron más, lo querían todo sin dejar nada para ella, ni siquiera su privacidad.
El documental deja en evidencia la cosificación de la que fue víctima. Se apropiaron de su imagen, robaron su video íntimo, lo divulgaron, la revictimizaron, se lucraron con ello y la única que recibió un castigo social fue ella, que vio cómo su carrera se derrumbaba, mientras a su pareja, en cambio y pese al acoso mediático, ese episodio le reforzaba su imagen de rockstar. Y sí, hay una historia de amor, pero también de acoso. El documental deja ver cómo Tommy Lee, uno de los creadores de la banda Mötley Crüe, la hostigó al punto de perseguirla para conocerla, episodio que terminó con un matrimonio 4 días después. Una relación de la que Pamela salió, no sin mucho dolor, por abuso infantil y conyugal.
“Pensó que podríamos superarlo. Me llevé a mis hijos y dije: NO. Yo no tenía dudas. No podías hacer eso.” Todas nos paramos a aplaudir.
El robo de la cinta sexual, en palabras de la actriz, le recordó la violación que sufrió a los 12 años, el miedo, la vergüenza y la impotencia de que la gente se enterara, de quedar expuesta, porque al final, a quien culparían sería a ella, no a los responsables. Y así fue.
En el juicio se borra la línea del CONSENTIMIENTO cuando se pretende justificar el robo y la difusión del video íntimo de la actriz y modelo, por su trabajo en Playboy, asumiendo erróneamente que si sales desnuda en portadas, no importa que la gente te vea desnuda aún cuando no lo consentiste, en situaciones de tu vida privada. La deshumanización a la que están constantemente e injustamente expuestas las mujeres que trabajan en el mundo del espectáculo en todo su esplendor y descaro.
“No sabía que iba a ser completamente humillada. Recuerdo haber entrado en la sala del tribunal y todos los abogados tenían estas fotos de mí desnuda. Dijeron: ‘Estuviste en Playboy, no tienes derecho a la privacidad’”.
Después del episodio de la cinta, el acoso en las entrevistas, que siempre estuvo presente en el escrutinio inapropiado, innecesario y sexista sobre su cuerpo, y que nunca tuvo límites, se volvió insoportable. Pese a todo dice: “No soy una víctima”. “Me puse a mí misma en situaciones locas y sobreviví”. Pero, no, Pam, no te pusiste, te pusieron y eso fue tremendamente violento. Si bien la resiliencia de Pamela es admirable y celebramos el lugar en el que se encuentra ahora y el mensaje poderoso que envía al mundo demostrando que puede volver a empezar después de los 50, hace ruido que tenga que negar que fue una víctima cuando sí lo fue. Y lo hace porque sabe que la sociedad castiga a las víctimas y entonces, al final, tienes que reconocerte fuerte y decir que no te dolió. Y eso es injusto.
Junto al documental, Pamela lanzó el libro de sus memorias con el mismo nombre, “Pamela, una historia de amor”, reapropiándose por completo de la narrativa de su vida y de su historia, y ambos hechos, más que una reconquista de sí misma, se entienden como un acto de liberación justo y necesario. Pero el mundo todavía le debe excusas a Pamela y a tantas otras mujeres que, como ella, han sido explotadas por distintas industrias, lucrando a miles de personas con su imagen, excepto a ella misma, no solo en el porno, también en el cine, en la música: las mujeres somos vistas como objetos de pertenencia, de consumo.
Y además de disculpas, la industria le debe reparación, porque Pamela sí fue víctima de violencia sexual, violencias basadas en género y violencia digital de género. ¿Quién responde?
Me gusta la publicación pero hay una sola cosa con la que no estoy de acuerdo. Si Pamela afirma: «No soy una víctima», ¿quienes somos nosotres para querer ponerle esta estampa? A pesar de nuestras apreciaciones propias debería prevalecer la propia apreciación de Pamela.