March 8, 2024

8M: EL PATRIARCADO NO SE TUMBA SIN TRAVA EN EL ZAPATO

Después de ser agredida en el anterior 8M por un grupo de terfs, Mikaelah vuelve a marchar este 8M, a pesar de los riesgos. ¿Qué la moviliza? Una necesaria reflexión en torno a las movilizaciones feministas contra las violencias.

COMPARTIR ARTÍCULO
Compartir en Facebook Tweet Enviar por WhatsApp Enviar por WhatsApp Enviar por email
Ilustración por Isabella Londoño

El 7 de marzo del año pasado publiqué una columna titulada 8M: un lugar no seguro para noso-trans, en la que reflexionaba desde mi experiencia encarnada sobre algunas formas de agresiones y lo violento que puede resultar protestar y manifestarse como un cuerpo trans/travesti en las marchas feministas convocadas en el contexto del 8M. En esta columna sostenía que en las marchas feministas los cuerpos trans/travestis son percibidos como cuerpos intrusivos y, por lo tanto, como una amenaza que debe ser combatida. Esa lectura, posicionada desde un discurso terfista propio del feminismo blanco, que  homogeniza la experiencia de violencia de todas las mujeres cis en clave universal, como si no existiera pluralidad de experiencias, cuerpos y visiones entre las propias mujeres cis, con el objetivo de negar formas otras de ser mujer y de  excluir la existencia de las personas trans, disidentes sexuales y de género expansivo del feminismo, en especial, de las travestis y mujeres trans que en el marco 8M identifiamos un espacio de protesta para denunciar las violencias cisexistas, patriarcales y racistas que experimentamos. 

En esta columna concluía diciendo que  “quizás este 8M salga, junto a mucha otras compañeras/res cis y trans, como acto de re–existencia, acompañamiento colectivo y profundo amor hacia noso–trans mismas. Las personas trans existimos, resistimos y no nos iremos a ningún lado, tendrán que vivir con eso, a su pesar. En un  mundo racista amarnos y reconocernos negras es un acto de amor anticolonial, en un mundo transfóbico reconocerme y amarme TRANS es un acto de amor -transformador, en un mundo CISheterosexista reconocerme y vivirme heterodisidente es un acto de liberación, en un mundo de sanos y cuerdos ciudadanos blancos y blancas, ser una loca que sueña con otros horizontes de vida fuera de la matriz heterocolonial es una REVOLUCIÓN. Nos vemos en las calles, porque calladas y con miedo, nunca más”. 

Ese “quizás” se convirtió en un hecho en menos 24 horas porque, junto a la rabia conjunta y amor revolucionario, en palabras de Chela Sandoval, nos juntamos travestis, putas- trabajadoras sexuales y vogueras, y decimos salir y no guardar silencio ante las múltiples violencias que soportamos aquellas que desobedecemos la CISnorma y construimos nuestras vidas desde los márgenes del centro de la nación heterCISexual (Ochy Curiel). Aunque yo había abandonado la idea de seguir ocupando esos espacios ya clásicos de manifestación feminista, en gran parte por las violencias físicas que he experimentado ahí, y  por la fuerte carga mental que simboliza manifestarse en un espacio donde no solo toca defenderse/protestar contra la violencia institucional, el CISexismo, la heterosexualidad como régimen político y colonial, contra las violencias racistas, transfóbicas y patriarcales normalizadas, sino que también de las agresiones de la buena feminista terf que comparte calle con una. 

Considerando que habitamos un mundo patriarcal/racista que violenta no unicamente a mujeres cis, sino también a travestis, marikas y disidencias sexuales (incluso hombres racializados, enfermos y empobrecidos), podríamos asumir que una pluralidad de cuerpos y vivencias nos sentimos convocadas en las manifestaciones feministas para poner esas experiencias y hacer una denuncia colectiva por las muchas formas en que el machismo y el heteropatriarcado se manifestan en nuestras vidas. Pero la realidad es que esta premisa de “una protesta conjunta, colectiva, democrática en voces y plural en experiencias, cuerpos y vivencias que dan cuenta de las violencias de las culturas machistas, patriarcales, racistas y cisexistas que nos moldean” es negada  por la universalización de un sujeto mujer construido en clave eurocéntrica que representa a “todas las mujeres” resultado de la homogenización de las vivencias en la cisgeneridad y la monopolitización de las violencias que derivan del heteropatriarcado en los cuerpos de las mujeres cis, negando que otros cuerpos también las soportamos. Y,  en el caso de muchas travestis/mujeres trans, tu agresora puede ser alguien que esté caminando a tu lado, algo que muchas no terminamos de creer hasta que resultamos golpeadas. Por eso, a muchas travestis/ personas trans nos toca hacer un doble esfuerzo, enfocando nuestras críticas a los problemas en su carácter estructural, mientras tenemos ojos en la espalda para advertir, o en el mejor de casos evitar, recibir un golpe de otra mujer que, en nombre de la “no más violencia contra las mujeres” agrede a mujeres trans racializadas, como me pasó el año pasado a manos de un grupo de feministas transodiantes. 

Sinceramente nunca me imaginé este escenario. Un día antes reflexionaba sobre lo difícil que era volver a pararme en un 8M porque siempre ha sido un espacio en el cual no me he sentido “segura”, y no por lo que pueda hacer la policía por un posible encapsulamiento o acto de represión, sino por los probables ataques de parte de feministas transfóbicas antiderechos. Me pregunto si vale la pena salir a marchar este año también, o si definitivamente los 8M son espacios en donde se abraza la violencia transodiante, siendo la única experiencia válida allí la de los cuerpos de las mujeres cis.

Esta pregunta encuentra quizás respuesta en posts como este, donde feministas transfóbicas convocan a “patear a trans” bajo la narrativa de “es nuestra marcha” –es decir,  solo de las mujeres cis blancas/blanqueadas-  dejando ver la mirada individual, separatista, cisgenerista e incapaz de entender la complejidad interconectada en que funcionan los sistemas de opresión, siendo muchas veces clara la existencia de llamadas que hacen apología de la violencia.  Los nexos parecen lejanos, pero así como supremacistas blancos de “raza” llamaban a linchar a personas negras por ser personas negras que osaban existir, exigir vidas vivibles y horizontes fugados de la plantación, hoy las supremacistas de género (antiderechos, transodiantes y que naturalizan el binarismo sexual), también llaman a accionarse para agredir a personas trans en el contexto mexicano del 8M. ¿Cuándo permitimos con pasividad un feminismo antiderechos enamorado de las teorías creacionistas y anclado en el identitarismo biologista de género, que se rehúsa no sólo a respetar  la libertad subjetiva, del cuerpo y la autodeterminación del otro, sino que milita para su desaparición?  

Parte de la respuesta la podríamos encontrar reflexionando sobre la transfobia, los binarismos de género, la heterosexualidad como régimen político (M. Wittig) y la colonialidad de género (M. Lugones), temas sobre los que ya he dicho mucho en la columna publicada hace un año. Lo que sí me gustaría abonar aquí es la prevalencia de los discursos de odio hacia las personas trans que no solo se quedan en palabras sino que son alimento político que justifica la violencia contra las personas trans, que puede llegar hasta el asesinato; en los primeros 15 días de año se cometieron 5 transfemicidios, y al día de hoy, según registros de colectivas mexicanas, van 15 transfeminicidos en total, haciendo que México sea un país especialmente letal para travestis/mujeres trans. Esta violencia transfeminicida es alimentada  por un feminismo transodiante, eurocentrado, biologicista, que reivindica el determinismo biológico y el nombramiento cis-clínico del cuerpo, que llama a mujeres a golpear mujeres. Nuestros cuerpos siguen cargando un enorme estigma patologizante y criminalizante, en parte gracias a este feminismo antiderechos, por lo que, en espacios de protesta, son objeto de violencias y agresiones físicas, haciendo que los 8M se perciban como espacios cisexistas, donde el único cuerpo legítimo y válido de ser escuchado es el de las mujeres cis. Este feminismo que equipara patriarcado a hombres y que, parafraseando a Rita Segato, construye como enemigo natural del feminismo a los hombres, comete un error de análisis y es capaz de llegar al punto de golpear a mujeres trans en el contexto de las marchas, porque niegan la existencia de las travestis/mujeres trans como mujeres; incomprensiblemente confunden cuerpos fugitivos y desobedientes del CIStema sexo-género que ponen en jaque el orden organizativo cisbinario y heterocapitalista que posibilita la violencia machista, que derivado de dicha desobediencia experimentan violencias patriarcales letales, con la violencia institucional, estatal, machista y heteropatriarcal que cobra vidas no solo de mujeres cis sino también de travestis/mujeres trans, marikas e incluso de hombres, porque los hombres no se matan solos o porque quieren como dicen las feministas blancas. Es este cistema imbricado y matriz interconectada que hace posible una forma organizativa patriarcal, heteroCISexual y colonial, que construye un mundo de posiciones donde la masculinidad hegemónica y machista se sostiene. Y ese sostenimiento se traduce en las muchas formas de violencias que conocemos (callejera, militarista, estatal, insticuional, machista, colonial, transfóbica, sexista, heterosexual, etc), que terminan cobrando territorios y cuerpos, de mujeres cis y trans, de  negras, indixs, de lxs condenadxs del mundo. Las feministas blancas/blanqueadas occidentalocentradas están confundiendo el problema con uno de tantos cuerpos que lo soportamos. 

Territorializar un espacio de protesta por un sujeto, en especial por lo que se trae entre las piernas, es sectario, antidemocrático y sobre todo un gran error político, no solo por su evidente esencialismo, sino por lo limitado de su proyecto. No hay justicia de género sin la libertad de las marikas, travestis y mujeres trans de existir en un mundo colonial y heteroCIS que nos niega. No hay despatriarcalización y liberación sexual en el régimen CISexual. No hay justicia de género sin conciencia antirracista de la colonialidad de género y sin memoria travesti de resistencia. El patriarcado no se tumba sin trava en el zapato. Somos la trava que desencaja la familia nuclear, la nación heterosexual  y desnaturaliza la normalidaddel binarismo de género.  

El feminismo blanco transodiante cree que en los 8M solo se puede hablar temas de género, siempre y cuando no se incluyan a las personas trans y disidentes sexuales, porque a sus ojos esa es otra lucha -como si de multiversos, extraterrestres y múltiples patriarcados habláramos-. ¿Por qué creen que matan a travestis y mujeres trans? ¿no creen que este orden cisbinario, hetero y patriarcal tiene que ver con sus muertes? Si las marchas feministas se suponen espacios legítimos de denuncia y protesta contra la violencia heteropatriarcal y machista, negar el locus de enunciación a personas trans de revindicar vidas libres de violencia machista y transfóbica es un acto tan patriarcal como cuando el Estado repremite protestas sociales por incomodar los órdenes represivos del Estado, y tan egoísta por considerar de facto que hay vidas más importantes que otras. Es decir, la violencia machista que experimenta una mujer cis resulta a los ojos de una terf más válida que la petición de justicia de compañeras trans que, a una misma voz, decimos “no más violencia transfemicida”. 

El individualismo es una pieza clave en el neoliberalismo, y este no se puede entender sin el egoísmo y la profunda ausencia de solidaridad/empatía por parte del feminismo blanco transexcluyente. Esta ausencia de una política compartida de la solidaridad es transversal; cualquier movimiento donde la solidaridad entre sujetos, vidas, territorios  y proyectos, no tenga cabida, es un movimiento que forma parte del problema. Así como para las feministas transexcluyentes no caben las demandas de justicia de las personas trans en marchas feministas, tampoco han cabido en otros momentos las exigencias antirracistas, antisegregacionistas, indigenistas, anticlasistas, contraheterosexistas, lesbianas y mariconas. Esto no es nuevo, siempre han existido terfs que se quieren liberar solas, que no han querido compartir el micrófono y cuya liberación se basa en la opresión de otrxs. 

Por difícil que parezca a su entendimiento la violencia transfóbica también es un asunto de justicia de género, por lo que en esta lógica transexcluyente, de negar la existencia/presencia de travestis/mujeres trans en marchas feministas, no hace más que demostrar su limitada visión de patriarcado y lo mucho que ignoran las múltiples formas en que se manifesta la violencia porque, efectivamente, ni entre cis son iguales, de modo que las expresiones de violencias ni en la cisgenridad son homogeneas. Negar estas experiencias también es una forma de violencia patriarcal. 

Mientras dejo que mis dedos se corran en la escritura de esta columna, me pregunto ¿hombres víctimas de violencia sexual, machista, tienen cabida en un marcha antipatriarcal y antimachista como las convocadas por los feminismos?.  Este razonamiento, propio de un feminismo esencialista, centrado en la naturalización de la construcción cisexual y binaria del cuerpo, entiende  que en las marchas feministas solo caben temas propios de las mujeres cis, confesando el carácter egoísta, limitado y el proyecto cisgenerista que oculta relaciones de raza, clase, geografía y privilegios entre mujeres cis. Con este entendimiento, más fácil sería que la facción militar del ejército de israel conformado por mujeres sea abrazado en una marcha feminista, independientemente de que ejecuten, torturen y ayuden a exterminar a un pueblo de mujeres, hombres y niñxs, a que lo seamos travestis/mujeres trans y poblaciones de la disidencia sexual. Las terfs se sienten más cerca, hermanadas y con una profunda sororidad a la genocida Hillary Clinton, que a trabajadoras sexuales, putas y travestis del territorio. No hay solidaridad de género sin solidaridad entre los pueblos. Esta situación muestra la condición sectaria, genitalista, cisbinaria y profundamente limitada del proyecto político de las feministas transexcluyentes, ya que en su agenda de reivindicación no cabe la liberación del pueblo del palestino, ni el antiextractivismo, ni el antirracismo y ni la lucha anticapitalista, sino solo aquellos temas que comunes entre blancas europeas y latinoamericanas blanqueadas. 

Lo que me convoca este año es una articulación colectiva donde un contingente pondrá en el centro el alto al genocidio y la liberación palestina. Este espacio político también ha puesto otras luchas sobre la mesa, concernientes a la liberación del Congo, Sudán y Haití desde un posicionamiento antirracista, decolonial y transfeminista, donde caben muchas formas de existencia. Este ejercicio me dio la oportunidad de ver que cualquier manifestación pública antipatriarcal debe ser antirracista, multisectorial y decolonial, que no hay cosa más patriarcal que un genocidio que se sostiene en el dinamismo de una economía de guerra que mantiene la producción y venta de armas del primer mundo, para exterminar un pueblo del tercero. Este ejercicio colectivo me devolvió a mi desagradable experiencia el año pasado, concluyendo en dejar mi “yo” a un lado, y ver lo potente que puede resultar tener una voz conjunta que pida una Palestina libre y un alto al genocidio, en un espacio de protesta tan masivo. 

La cuestión aquí es que, más allá de mi relación con el feminismo y de saber por experiencia propia que estos espacios pueden resultar peligrosos para muchas de nosotrans, me convoca el proyecto político que entiende que no estar del lado del cometimiento de un genocidio, de la desaparición territorial de un pueblo, de la maquinaria de exterminio de un Estado sionazista como israel, es una apuesta política que entra en los horizontes de liberación en los que creo. Y me pregunto ¿en qué tipo de feminismo hay que militar para pensar que lo que sucede en Palestina (no solo a mujeres) es un asunto que no debería estar presente en un 8M o que no debería interpelar al feminismo? 

Ustedes pensarán que quizás sea un ejemplo muy alejado de México, pero Palestina es una causa global que nos concierne a todxs, en especial cuando sabemos de los vínculos claros entre la crisis democrática y de derechos humanos de América Latina y el Edo. de israel. Hace unos días hablaba con Jessica Marjane mujer trans, otomí y defensora de DDHH mexicana, sobre los orígenes del discurso terf antiderechos en México. Jessica lo rastrea desde el 2014 con el posicionamiento de algunas feministas blancas que, ante el grito colectivo de “todxs somos los 43”, que representaba una consigna de indignación nacional e internacional que acompañaba las exigencias de justicia y verdad de los padres y madres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa, salieron algunas feministas a decir “no somos los 43”. Según la lectura terf, este grito de indignación que ponía el foco no solo en la desaparición de los 43, sino en el fenómeno de la desaparición de personas en México como una grave violación de derechos humanos, borraba la violencia contra las mujeres e invisibilizaba los casi 11 feminicidios cometidos en México diariamente. Como si la militarización no fuera también un problema patriarcal.

El ejemplo anterior es propio del sentido individualista  y departamentalizado del feminismo blanco/terf, que parece solo luchar para liberar a mujeres cis de la violencia sexual y del color rosa, ignorando las relaciones de poder y las otras formas de violencias que se intersectan con la raza, la clase, el territorio, la identidad, etc. Cuando observamos estas realidades y formas de violencias en las vidas de las mujeres, incluso cuando solo pensamos en mujeres cis, nos tenemos que percatar obligatoriamente de que para hablar de violencias de género y de cómo se materializa la violencia machista y heteropatriarcal en nuestras vidas y espacios, es imposible solo considerar a mujeres cis, es necesario amplicar la conversación y los sujetos, de suerte que, para responder estrategicamente a los problemas,  toca fugarnos de la trampa la identidad cisbinaria secuestrada por el identitarismo genital,  y hablar de sujetos múltiples, de mujeres cis y trans, de hombres cis y trans, de infancias y de espacios sociales y comunidades completas que se ven moldeadas por las lógicas organizativas cisheteropatriarcales. Es imposible incluso hablar solo de género sin recurrir a una lectura imbricada de los sistemas de opresión, ya que estos nunca funcionan aisladamente, ni los vectores operan separadamente en nuestra carne. Por un lado, no somos mujeres y por otro somos negras, somos mujeresnegras como bien dice Ruth Lozano.  

Muchas hemos escuchado alguna vez que “el feminismo no es la madre de todas las luchas”; esta frase se basa en la misma idea que cree que la descolonización de Palestina no es nuestro problema y que la desaparición forzada de personas no es una causa feminista. Es el mismo feminismo blanco eurocentrado y cisgenerista que reduce los temas de las mujeres a temas de violencia de género y sexual, siempre y cuando sean experiencias compartidas de mujeres cis, borrando los privilegios y las posicionalidades de raza y clase, que existen incluso entre estas mujeres. Es el feminismo transfóbico, genitalista  y cisexual, que cree que la única meta y razón de ser del feminismo es el logro de igualdad de las mujeres cis con los hombres, por lo que hablar de antirracismo, de relaciones de dominación entre mujeres, de extractivismo, de explotación y capital, de tortura, desapariciones de pueblos completos, no son causas de su movimiento, porque entienden su teoría como una política que solo responde a mujeres cis y solo abarca temas de género. Es un feminismo racista y clasista, porque es una visión que ignora la complejidad  de vida de mujeres racializadas, cuyas mayores violencias no son experimentadas porque son mujeres, sino porque son racializadas, madres con hijos desparecidos o palestinas, posiblemente madres de alguna infancia asesinada, contabilizada en ese 70% de niñxs asesinados por el estado de israel. 

Este reduccionismo de la mirada de ese feminismo blanco, que se niega a ver y abordar en complejidad la matriz racista, colonial capitalista, heterosexual, patriarcal y que solo entiende el género en su sentido cis y el patriarcado como guerra de los sexos, es un feminismo que no ve porque no quiere; que no ve voluntariamente, se tapa los ojos  porque sabe que ocultando las relaciones de poder y un abordaje imbricado de esta matriz de opresión, se podrá sostener el discurso de la unidad que homogeniza el sujeto del feminismo y construye una única situación de las mujeres en el mundo, borrando la pluralidad que existe dentro de las mujeres así como las diferencias políticas, subjetivas, raciales, de clase, sexuales, territoriales que existen entre estas. De esta manera, hacen que la cisgeneridad sea la base que posibilita su unidad global, convirtiendo el género en el centro y todo lo demás como marginal, logrando el verdadero borrado de mujeres, no solamente porque toda mujer que no cabe dentro de su definición médica-genitalista-cientificista de nivel de dolor menstrual, de capacidad reproductiva, de tener vulva, de misma experiencia infantil, que “debe tener una mujer sufrida, buena víctima” queda por fuera, excluyendo bajo esta métrica a mujeres cis cincuentonas, otras que no paren, que no mentruan, sino también a aquellas cuyas identidades se construyen alrededor de de otros vectores de opresión como la raza o la clase, y no centralmente en torno a las relaciones de género.  

Estas feministas blancas no solo secuestran el género dentro del biologicismo cis, sino que tampoco reconocen como prioritarias o igualmente importantes otras realidades y luchas como las antirracistas, decoloniales y aquellas no centradas en la violencia de género, de modo que las luchas por la justicia social, la descolonización y contra el despojo territorial, solo por precisar algunas, son leídas como causas inapropiables de su feminismo, concretamente porque son realidades que no les atraviesan como feministas blancas cisgénero y transexcluyentes. 

Ahora bien, no nos vayamos con la idea de que todes conocemos el transfondo violento de las posturas políticas que asumimos. Quizás el Vaticano lo sabe, pero no necesariamente todxs sus feligreses. Estas razones no son necesariamente conocidas para las feministas transodiantes que golpean a travestis/mujeres trans en las marchas feministas. Los evangélicos fundamentalistas que me deseaban el infierno, quizás no están conscientes de su discurso de odio, cristianocéntrico y colonial, seguramente lo creían de todo corazón. Algunos provida que desean la muerte a personas que abortan, lo hacen seguramente porque creen que defienden la vida. El provida, el fundamentalista, el sionista que instrumentaliza su identidad religiosa judía reproducen y ejecutan formas de violencia sin necesariamente comprender la colonización de su mundo y la violencia de su doctrina. Por lo que la batalla más complicada es justo develar el proceso evangelizador de la colonialidad de género.

Reitero que mi motivación de volver a salir este 8M, a pesar de la experiencia de violencia del año pasado y las amenazas transfóbicas de “patear trans” que ya se están haciendo notar en redes, trasciende mi individualidad y se ubica en la necesidad de colocar demandas conjuntas frente a un movimiento que se ha mantendio en silencio ante el genocidio palestino. El 8M como espacio multitudinario de protesta social, debería sin ninguna justificacación albergar las demandas anticoloniales, antirracistas y de clase, no solo en solidaridad con el pueblo palestino, sino también de las propias mujeres racializadas y pueblos del territorio mexicano. ¿Que caminos hemos tenido que recorrer para ver por un lado el legado de un feminismo negro que afirma no ser solo para las mujeres negras sino para toda la humanidad,  y un feminismo blanco transfóbico y racista, que no está interesado en la desaparición de personas porque no es un tema de mujeres o que prefiere apostarle a golpear a mujeres trans en vez de señalar la violencia machista institucionalizada o en los femincidios, todos cometidos por hombres heterocis, que también podrían ser transfeminicidas? Las preguntas pueden ser muchas, pero el solo hablar de estereotipos de género, imposición del rosa, acoso y violencia sexual, esconde el rol que muchas mujeres en mayores escalas de privilegios juegan en el mantenimiento de otras relaciones de opresión. Es más cómodo hablar de igualdad salarial entre mujeres y hombres, de pisos pegajosos y techos de cristal cuando se deja quizás a una mujer racializada empobrecida cuidando las crías y limpiando la casa ajena de la feminista liberada. Quizás el paro del 9M es posible, porque el día anterior marchamos solo por la igualdad salarial y la ruptura del techo de cristal para unas pocas que se paran en los hombros de otras muchas racializadas y pobres… y no por las demandas de  trabajadoras racializadas, empobrecidas, trabajadoras del hogar,  travestis/mujeres trans trabajadoras precarizadas y trabajadoras sexuales. Definitivamente hay una sororidad selectiva y un feminismo blanco que hace que unas sean más liberadas que otras. 

Estoy convencida que cualquier proceso de lucha social, protesta y marcha donde condenadas del mundo se sientan convocadas o al menos asistan en contra de la voluntad de quienes convocan, como acto político de no guardar silencio, de incomodar, visibilizar y ocupar la calle, debe acoger la pluralidad de demandas y voces tan múltiples como las identidades y vidas que habitamos las orillas del mundo. Frente a un movimiento feminista que guarda silencio ante un genocidio, es necesario dejar de ver desde los ojos de la feminista blanca liberada cuyo mayor problema es conseguir su habitación propia, y comenzar a ver desde donde nos proponía bell hooks mirar y hacer la política, desde los márgenes. Nunca será una prioridad para las feministas blancas derivado de su posición privilegiada, el tema del racismo o el colonialismo,  de modo que nos toca a las habitantes del tercer mundo, hacer una política que desplace la agenda hegemónica del feminismo blanco y transfóbico. 

Angela Davis dijo “la justicia no se alcanza solo con la abolición de la esclavitud, sino con la abolición de todas las formas de opresión”. Me permito traer estas sabias palabras de la profesora Davis para afirmar que “la justicia no se alcanza solo con la abolición de las violencias de género, el patriarcado o el machismo, sino con la abolición de todas las formas de opresión”, por lo que es urgente construir movimientos de transformación social donde quepan muchxs, travestis, normalistas y Palestina, y nadie se quede fuera, donde sea imperiosa una mirada imbricada y eslabonada de las opresiones, y donde la solidaridad entre pueblos, el antirracismo, la decolonialidad y el anticapitalismo sea una apuesta central en cualquier lucha de liberación. Debemos dejar de jugar a las olimpiadas de la opresión. Es momento de darnos cuenta que eso contra lo que luchamos es tan interseccional como deberían ser nuestros movimientos sociales, por lo que nuestros procesos de resistencia ameritan coaliciones tan amplias, que permeen en todos sujetos sociales que resisten contra una matriz que actúa conjuntamente bajo lo nombres de colonialismo, capitalismo, racismo, patriarcado y heterosexualidad obligatoria. Porque como ha dicho también Davis “la verdadera libertad solo se puede alcanzar cuando todes somos libres”. Palestina Libre, no hay 8M sin libertad anticolonial de los pueblos y no existe ninguna forma de justicia posible sin antes abolir el racismo que hace a unas más humanas que otras.  

COMPARTIR ARTÍCULO
Compartir en Facebook Tweet Enviar por WhatsApp Enviar por WhatsApp Enviar por email
  • Me indigna
    (0)
  • Me moviliza
    (4)
  • Me es útil
    (0)
  • Me informa
    (1)
  • Me es indiferente
    (1)
  • Me entretiene
    (0)

Autor

  • Mikaelah, bonita, mujer trans, mula no–humana, afrodescendiente y fronteriza, es una travestinegra habitante del tercer mundo. MarikaMigrante y fugada del Estado ocupacionista dominicano y de la plantación sexo-género, antirracista y contaminadora de categorías, hoy se nombra mexicana no por ciudadana, sino para transpasar fronteras negadas y espacios prohibidos por su no humanidad y su clasificación caribeña termundizada, derivado de que nació en el laboratorio colonial del caribe, lugar de cuerpos negados por nacimiento, contamina sus sentidos, cimarronea sus significados de género, nacionalidad, humanidad…insuficiente en la masculinidad hegemónica y como mujer, deviene cimarrona de género, es una carne indomesticable en la sexuación forzada heterocis. Como cuerpo no apto para moverse, hace uso de la estrategia del Calibán, no es sumisa ni pone la otra mejilla, sabe contestar, defenderse es una necesidad vital en mundo que odia a las travestisnegras/personasnegras. Es parte de las colectiva AFROntera Cimarrona, del Grupo Latinoamérica de Acción y Formación Feminista (Glefas), del proyecto de–formativo DécimaOla, artista, voguera y performance. Creadora del Podcast antirracista Café Marika y Pájaro Negro. Pensadora, educadora popular, comunicadora, antiacadémica y escritora. Estudió la Licenciatura en Relaciones Internacionales y escribe para diversas revistas y medios de comunicación. Ha participado en el Poemario “Aquelarre de Negras un poemario de Negritudes insumisas”, en la Antología ¡Pájaros, lesbianas y queers, a volar” de Dominican Writers y en el Fanzine “siete mil ríos nos comunican” por FRESTAS Trienal de Artes 2021. Es autora del libro el Feminismo ya fue, público por OnA Ediciones. Lleva 10 años trabajando en organizaciones sociales en México, en diseño y formulación de proyectos y en temas de libertad de expresión y acompañamiento a personas defensoras en riesgo.

    View all posts

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Artículos relacionados