septiembre 5, 2022

“Nos quitaron las tierras, usamos nuestros jardines para sembrar”

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Ilustración de Carolina Urueta

En un municipio de Petén, un departamento al norte de Guatemala, Argentina Osorio, quien migró desde la costa del país hasta la selva petenera desde muy pequeña, lideró a un grupo de mujeres para crear el Comité Mujeres dejando Huella. Ante el despojo de tierras, el avance del agronegocio y la crisis climática, ha sido la organización comunitaria la que avanza en la lucha por la soberanía alimentaria en la comunidad. 

El olor favorito de Argentina es olor a cedro. Puede sentirlo desde su casa, desde su jardín. El olor a cedro le recuerda que la tierra en donde vive es tierra fértil. También le gusta el olor a tierra mojada, aunque en Las Cruces, un municipio fronterizo con México en el departamento de Petén, al norte de Guatemala, cada vez llueve menos:  “Aquí llovía mucho, todo el tiempo, porque había mucha montaña. Ahora no entendemos cuándo es verano o invierno”, asegura. 

Aunque Petén es uno de los departamentos con mayor riqueza natural y silvestre de toda Guatemala, la explotación agrícola industrial, el monocultivo de papaya, teca y palma africana sumado al  cambio climático, ha tenido consecuencias directas en la vida de las comunidades.

Argentina Osorio tiene 52 años y hace más de cuarenta que vive en Las Cruces, un municipio relativamente nuevo que hasta algunos años se deslindó de La Libertad.  Ella se define como una mujer mestiza, y aunque no tiene mucha información sobre su familia, sabe que sus bisabuelos eran mayas kaqchikeles, agricultores. Quizá de ellos viene, asegura, su “vocación por la siembra y el respeto por la naturaleza”. 

Su familia migró desde Retalhuleu, en el suroriente del país, hacia la selva petenera cuando ella tenía cinco años. Migraron porque no tenían tierras propias y el trabajo de su padre en las fincas de algodón era muy mal pagado. En Petén y en Las Cruces, encontraron una tierra fértil y un clima tropical lluvioso que les permitía sembrar maíz, papaya y árboles frutales en una parcela.

Hoy, en las Cruces, viven aproximadamente 30 mil personas. El clima casi siempre ronda entre los 27 y los 32 grados: es húmedo y, aunque hace calor, las montañas hacen que el viento sople fuerte. El municipio colinda con el Parque Nacional Sierra de Lacandón, uno de los pulmones más grandes del país y uno de los núcleos de la Reserva de la Biósfera Maya. Alberga siete ecosistemas diferentes y contiene la mayor biodiversidad de todo Petén. Eso hace que en el municipio abunden los árboles como la caoba, el cedro, el palo blanco y que coexistan animales silvestres como los venados, jabalíes, tigres, tepezcuintles, tapires y guacamayas. Las Cruces también es famoso por la “Laguna de Yaxtunilá”, un arroyo de aguas cristalinas que representa uno de los mayores tesoros de la comundiad.

Pero hace más de dos décadas que las cosas en Las Cruces, y en otras comunidades vecinas, cambiaron. Las tierras del norte de Guatemala comenzaron a ser muy codiciadas por el agronegocio y por empresas multinacionales que monocultivan y explotan la teca (un árbol maderable que se exporta a Estados Unidos) y la palma africana que está teniendo un crecimiento exponencial en todo el país. Esto ha contribuido a que, en los últimos 20 años, Guatemala haya perdido más de una cuarta parte de sus bosques. Es decir, casi el 22.3%.  

Solo la palma africana, uno de los monocultivos más nocivos y en mayor expansión, ha arrasado con más de 180 mil hectáreas en toda Guatemala. Y aunque ese cultivo aún no ha llegado a las Cruces -en gran parte por la resistencia campesina y de mujeres- ha crecido de manera acelerada en municipios vecinos del Petén. Según un informe del Central American Business Intelligence (CABI), esto ha posicionado a Guatemala entre los seis mayores exportadores a nivel mundial de aceite de palma. 

Uno de los conglomerados más poderosos de la explotación de palma africana es el Grupo HAME, que ocupa más de 55 mil hectáreas para el monocultivo. De acuerdo con la investigación de la Alianza Periodística Tras las huellas de la palma, el conglomerado tiene al menos 13 casos abiertos en todo el país por delitos ambientales que incluyen la desviación de ríos, despojo de tierras, deforestación y ecocidio

La teca, el monocultivo que predomina en Las Cruces, también ha contribuido a la deforestación sin medida. Una de las empresas que lo ha propiciado es  Green Millenium, una operadora forestal señalada por tener nexos con el crimen organizado, narcotráfico, y el despojo de tierras. Según investigaciones de la ya extinta Comisión Internacional contra la Impunidad -CICIG- al menos 28 fincas fueron obtenidas por la empresa mediante procedimientos ilegales y amedrentamientos.

A pesar de la explotación sin medida, y los señalamientos por crímenes ambientales, ambas empresas continúan operando en todo el país. La complicidad del Estado, ligada a la corrupción y los intereses de las élites empresariales, continúan avalando prácticas que dejan a las comunidades vulnerables.  

De hecho, fue a Green Millenium a la que el padre de Argentina Osorio tuvo que vender la parcela hace algunos años. Le ofrecieron unos Q200,000 (un aproximado de 25,800 dólares) para cultivar teca: “Mi papá prefirió venderlo que dejarlo a sus hijas mujeres. Él no creía que las mujeres podíamos tener nuestras propias tierras para sembrar”. Así fue que Argentina perdió su parcela para poder sembrar y quedó solo con un terreno pequeño, en donde vive. Según el Censo de 2018, en Las Cruces solo el 20% de las mujeres  son propietarias de tierras y viviendas.

El monocultivo de papaya, sandía y maíz también ha causado que muchas de las personas de la comunidad no tengan acceso a tierras: “Hay una cooperativa de finqueros que utilizan máquinas para arrancar los árboles. Siembran caballerías de maíz, por ejemplo, y eso hace que deforesten y se sienta más calor aquí” dice Argentina. Además, el empleo es escaso: “El trabajo que hacían los campesinos, ahora lo hacen las máquinas”. 

Esto hace que muchos hombres tengan que migrar hacia Estados Unidos. El esposo de Argentina lo hizo hace unos quince años, y desde entonces ella no lo volvió a ver. Se quedó al cuidado de su hija en una casa modesta con su pequeño jardín.  Argentina sabía que no era la única, muchas de las mujeres que conocía en su comunidad experimentaban lo mismo. 

Decidió estudiar, lo que no había podido hacer cuando era pequeña. Se graduó de Trabajadora Social y comenzó a tener incidencia política en los COCODES (Consejos Comunitarios de Desarrollo Rural). Sus luchas siempre estuvieron ligadas al empoderamiento de las mujeres, el derecho a la alimentación y la defensa de la tierra: “Vi la necesidad de que supieran que las mujeres podemos lograr cosas”. 

Mientras continuaba su militancia política, Argentina buscaba tiempo para sembrar en el jardín de su casa, ese que se convertiría en su lugar más preciado. 

De un jardín a un comité 

El jardín de Argentina mide 45×45 metros y rodea su casa de block y techo de lámina.  Desde hace veinte años que se dedica a cuidarlo y hacer de él un terreno para la siembra: “A falta de parcela, jardín”.  

Comenzó sembrando camellones de cilantro, hierba buena, albahaca, nances, limón, toronjas, jocotes, guayabas, banano y limón criollo. Ahora también tiene plantas medicinales: menta, orégano y cúrcuma. De plantas ornamentales tiene chile habanero y animales como gallinas y chumpes (pavos domésticos). También ha decidido crear un tortugario para proteger a las tortugas de la caza ilegal. 

Su vida la construye alrededor de la tierra: “Me levanto y me pongo a sembrar. Almuerzo, y me pongo a sembrar”. Para ella, el trabajo de las mujeres ha sido fundamental en la preservación de la Madre Tierra y para combatir los efectos del extractivismo y el capitalismo. 

Argentina no es la única, en Las Cruces muchas de las mujeres que no tienen sus propias parcelas utilizan los patios y jardines de casas para sembrar alimentos que después consumen utilizando prácticas que aprendieron de los abuelos y abuelas: “Para nosotras la tierra la vemos como una madre que da vida, nos da de comer, en la tierra caminamos. La vemos como alguien parte de nuestra vida. No es un recurso. Aquí en el Petén la tierra se vende y se compra. Para nosotras no, la tierra es parte de nuestra vida”.

Es por eso que en 2014, Argentina Osorio, junto con otras mujeres de la comunidad: Patricia Suc, Sandra Balán, Lilian Olivares y Magalí Gómez decidieron crear el Comité de Mujeres dejando Huella. La idea era formar un comité de mujeres que tuviera incidencia no solo en la toma de decisiones políticas del municipio, sino también en la formación y apoyo para aquellas, que como ellas, lideraban la economía familiar y proveían alimentación a sus familias. 

En 2017 el Comité fue reconocido oficialmente en la Municipalidad y pronto fueron tomando un papel cada vez más importante en los procesos comunitarios. 

Desde entonces el comité es parte de la Red de Mujeres Ixquik, y la Red Nacional por la Defensa de la Soberanía Alimentaria  -REDSAG, han acompañado en procesos de formación y acompañamiento a mujeres, algunas de ellas mayas q’eqch’i, en el cultivo y defensa del territorio.

El Comité no solo está formado por mujeres mayores, sino también por jóvenes que se dedican a la siembra y el cultivo responsable. Tienen una consigna que Argentina la sabe muy bien: “Trabajamos en la alimentación gastronómica nativa de nuestro lugar de origen. Estamos en contra de la comida transgénica, chatarra y procesada. En cambio, estamos en la recuperación de nuestros alimentos, para poder consumir responsablemente y con respeto hacia la Madre Tierra”. 

Es por eso que los procesos de acompañamiento y formación incluyen procesos como el abono de tierras: “Hemos visto las consecuencias  de los abonos químicos y pesticidas. Eso a la tierra le duele. Por eso usamos abono natural”. 

Argentina y muchas de las mujeres del comité abonan las tierras con el método que llaman “Letrina abonera seca” que consiste en la utilización de los excrementos sólidos y la orina para transformarlos en abonos seguros para las siembras. 

Poco a poco se dieron cuenta que luchar por la soberanía alimentaria significaba también crear modelos económicos para las mujeres de las comunidades. Así es como, desde el comité, tuvieron la idea de crear un mercadito campesino. Uno en el que las mujeres pudieran vender lo que cultivaban en sus hogares. 

El mercadito campesino y la soberanía alimentaria 

Desde el 2017 Argentina y el Comité de Mujeres dejando Huella organizan el “Mercadito campesino” en el centro de Las Cruces. Lo hacen con el apoyo la Asociación de Servicios Comunitarios de Salud –ASECSA-. 

Los objetivos del Mercadito fueron muy claros desde el principio. Querían ofrecerle a la comunidad comida y productos que se cultivasen de forma orgánica y sin uso de fertilizantes químicos. Además de crear un espacio libre de desechos plásticos y que al mismo tiempo pudiese darle a las mujeres oportunidades de desarrollo económico. 

Así fue. Cada quince días, los domingos, en el centro del municipio, Argentina y mujeres del área central y de comunidades vecinas se organizan para vender frutas, verduras y plantas medicinales que cultivan con sus propias manos.

También venden comida que preparan en sus casas. Es normal ver hierbamora, chipilin, plátanos, yuca, elotes, dulces de pepitoria, dulces de coco, pupusas, tortillas y frescos: “En nuestro mercadito tratamos la manera de frescos en vasos de cartón. No damos plástico, sabemos lo que el plástico le hace a los ríos” agrega Argentina.  

Los asistentes del mercadito tienen que llevar sus propios canastos para comprar y las ganancias están destinadas a las mujeres para que puedan seguir sembrando y cultivando. De esta forma también se incentiva el consumo local. 

Pero el Comité de Mujeres dejando Huella ha ido mucho más allá del mercadito. 

Durante el paso de las tormentas ETA y IOTA, algunas comunidades vecinas quedaron desabastecidas. Las mujeres del Comité se organizaron para donar plantas medicinales que habían cultivado en sus propios huertos. 

También han encabezado otras luchas, que han hecho de manera más silenciosa, como la oposición a las plantaciones de palma africana en el municipio. Cuando Argentina y el Comité supieron del interés de algunas empresas de extender el monocultivo en su comunidad, comenzaron una labor de resistencia y promovieron la creación de mesas del diálogo con la municipalidad para que no cedieran tierras ni autorizaran la explotación:“Hemos visto lo que la palma ha hecho alrededor, en Sayaxché, en La Libertad, en todo Petén y Guatemala. Aquí no lo vamos a permitir. La tierra la necesitamos para cultivar nuestra propia comida”. 

Rosa Yalibath, representante de género e iniciativas económicas de la organización Maíz de Vida, una asociación multiterritorial que lucha por la defensa del territorio y de los bienes naturales, reconoce la importancia de la soberanía alimentaria en las comunidades:  “En muchas comunidades las mujeres se han dedicado a cuidar la tierra, han sabido sobrevivir ante lo acaparante de los grandes negocios. Pero no es un esfuerzo que deben hacer aisladas. Es por eso que es importante seguir luchando por la defensa de la tierra, desde todos los espacios. Es un derecho que tenemos como pueblos originarios”. 

Argentina sabe que los tiempos que vienen son duros, pero que la lucha continúa. Que así como su comité, en todo el país hay mujeres, movimientos campesinos y  pueblos originarios que luchan por la defensa de la tierra“como pilar fundamental para el buen vivir”.   Es por eso que le apuesta a la formación de mujeres jóvenes que continúen el legado de las mayores. Dice que mientras ella esté viva, su jardín estará vivo también. Y por su jardín se refiere al propio, pero también al que cultivó junto con otras mujeres: el Comité, que sin duda, deja huellas. 

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Autor

  • Melisa Rabanales

    Periodista guatemalteca. Centra su trabajo temas de género, comunidades LGBTIQ+, Derechos Humanos y migración. Tiene estudios en comunicación y periodismo narrativo en Guatemala y Argentina. Ha colaborado con medios como Distintas Latitudes, Vice y The Guardian UK. Fue productora y periodista de Radio Ocote Podcast, del medio Agencia Ocote. Es becaria de la International Women's Media Foundation (IWMF). Integrante de la cuarta generación de la Red Latinoamericana de Jóvenes Periodistas y coordinadora de la Revista Imawiriki de SOPHOS. Participó en la investigación transfronteriza “Violentadas en Cuarentena” ganadora del One World Media Awards, y junto al equipo de Ocote, finalista del Premio Roche de Periodismo en Salud e integrante del equipo ganador del Festival Internacional de Nuevas Narrativas de No Ficción. Algunos de sus ensayos y crónicas han sido publicados en los libros "Luz, trayecto y estruendo" de Editorial Cultura (2019) “Antología de cuento corto y poesía” de Editorial Cara Parens, y en la antología "Crónica 4" de la Universidad Nacional Autónoma de México (2021). Le interesa contar historias a través del audio y la literatura.

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