
Reza el refrán que “uno sabe con quién se casa pero no con quién se divorcia”. En mi caso lo replantearía así: “uno cree saber con quién se casa pero nunca tendrá la certeza hasta que se divorcia”. Y la certeza de liberarme de tamaño problema que prometía ser un desfalco económico, fue motivo absoluto de dicha y celebración para mí y para mis seres queridos.
Casi dos años me tomó desde mi separación concretar mi anhelado divorcio. Muchas amigas en Colombia y Canadá intentaron ayudarme a salir de tremendo rollo. Pasó un año de contacto cero antes de que estuviera lista para interpelar a mi ex, presionando a través de su familia para que enviara a su abogado. Y casi otro año para afrontar el reto económico que implicó para mí costear el proceso que, de no ser por la recomendación de un amigo que me presentó a la abogada Juliette Sierra en Cartagena (siempre una mujer negra salvando la película), todavía no estuviera echando este cuento.
El 2024 lo despedí con la desazón y la incredulidad de no haber logrado concretar los trámites de mi divorcio, a pesar de haber propuesto una disolución de la sociedad conyugal, sin hijos y sin bienes, de “mutuo acuerdo” para no alargar el proceso en disputas con otras causales de divorcio. Terminé el año agotada del vaivén de papeles firmados y notariados. Sin embargo, el 2025 me esperaba con una gran noticia: el proceso había terminado. Cuando le conté a mi padre, su respuesta fue contundente: “ ¡Felicidades! te quitaste la peste de encima”. Mi madre agregó: ahora sí puedes comprar tu casa.
Violencia patrimonial
Fueron casi dos años de ansiedad. Nada añoraba más que divorciarme porque permanecer casada con ese hombre blanco del norte global era estar bajo la amenaza colonial de que hiciera conmigo lo que Francia le hizo a Haití; es decir, que después de haber ejercido tantas violencias, valerse de maromas burocráticas para hacerme liquidar mi negocio y generar una deuda, que si bien no lo iba a volver rico sí podría dejarme en unas condiciones de pobreza difíciles de superar. Y yo quedaría pagando quién sabe hasta cuándo esa deuda sobre algo que construí yo sola, desde mucho antes de conocerlo, y a lo que contribuyó poco o nada durante nuestro matrimonio, porque me lo vivía ninguneando, aunque le encantaba ripiarse la plata. En el proceso de divorcio supe que mi ansiedad no mentía, él realmente le pidió a su abogado liquidar mi empresa para reclamar su parte, pero Shangó metió su mano, y su propio abogado, por ética o quién sabe qué, se negó a hacerlo. Mi momento más humilde ha sido sacar de deudas a un gringo viejo y mondao, que ha vivido de aparentar lo que no tiene a costilla mías y de todos a su alrededor. El lovebombing casi me cuesta el trabajo de toda una vida.
Y es que los niveles de impunidad y cinismo de estos canallas son astronómicos. Solo los hombres blancos pueden jugar a la “víctima”. Es más, la gente suele creer que una mujer negra se mete con un gringo solo porque tiene más dinero o por los papeles. Que un hombre blanco no tenga nada que ofrecer en términos económicos y aun así se piense que “es el de la plata” se llama privilegio blanco. Como bien lo dice Chimamanda, se asume que son los varones los que pagan y, en mi caso, que era él el de los dólares.
Otra independencia
El 27 de diciembre del 2024 en Colombia “la ley de divorcio libre” fue sancionada por la presidencia. Para entonces mi proceso ya iba en curso, y aunque lo sentí eterno no pasó tanto entre la sanción de la ley y el resultado final y feliz de mi proceso, que celebré como las diosas mandan en Santa Marta, mi ciudad natal. Y es que había que celebrar. Al igual, y mucho antes que el aborto, el derecho al divorcio fue luchado por el movimiento de mujeres y feminista colombiano. En su momento, el divorcio fue tan estigmatizado como el aborto, y los sectores más conservadores de la sociedad argumentaban -y aún hoy creen- que darle la posibilidad a las mujeres de divorciarse de sus maridos “era poner en riesgo los valores de la familia”. Tal vez por eso, mi fiesta de divorcio en las calles samarias resultó tan escandalosa, especialmente para los hombres.
Resulta que durante la Colonia y después de la independencia en 1810, Colombia heredó la legislación española, según la cual el matrimonio se celebraba exclusivamente bajo el rito católico y era considerado indisoluble. Esta regulación permaneció vigente durante la Gran Colombia y la Nueva Granada. Fue 166 años después que la Ley 1ª de 1976 permitió por primera vez el divorcio vincular en Colombia, pero únicamente para matrimonios civiles. Igual que con el aborto, se establecieron causales específicas para el divorcio, como relaciones extramatrimoniales, maltrato y embriaguez habitual. Sin embargo, la mayoría de colombianxs estaban casadxs por la iglesia católica, por lo que esta ley tuvo un alcance limitado.
Con la Constitución Política de 1991, por lo menos en el papel, se logra la separación oficial de la religión y el estado. La nueva Constitución reconoció la igualdad de todas las confesiones religiosas y sentó las bases para que los matrimonios religiosos pudieran tener efectos civiles, abriendo la puerta a futuras legislaciones sobre el divorcio en estos casos. Digo por lo menos en el papel, porque la religión todavia tiene mucho poder y legitimidad en los debates legislativos sobre nuestros derechos, como pasa en los debates sobre el aborto. Un año más tarde, la Ley 25 de 1992, en desarrollo del artículo 42 de la Constitución de 1991, permitió que los efectos civiles de todo matrimonio religioso cesaran por divorcio, equiparando así los matrimonios civiles y religiosos en cuanto a la posibilidad de disolución legal. Y finalmente en noviembre de 2024, el Congreso de Colombia aprobó una nueva causal de divorcio conocida como “divorcio exprés”, que permite a cualquiera de lxs cónyuges disolver el matrimonio sin necesidad de acuerdo mutuo, prueba de culpa, causales o espera de años de proceso de separación. Esta reforma busca proteger la salud mental de la familia al evitar litigios conflictivos. ¡Cómo me hubiera servido!. Y aunque yo no alcancé a disfrutar de las bondades del “divorcio exprés”, qué maravilla saber que a muchas ya no les tocará negociar con un narcisista inmamable para obtener su libertad y poder celebrar.
La celebración
Mis amigas y yo teníamos planeadas nuestras vacaciones en Santa Marta, ese rincón del Caribe alegre y tropical que me vio nacer y que no podría ser más idóneo para festejar. Muchas veces habíamos hablado de esa tendencia gringa de las fiestas de divorcio, pero después de sobrevivir a un matrimonio como el que yo viví, cual película Get Out, celebrar se vuelve obligación.
Tata y Sofi me llevaron a una piñateria, había globos, juguetes y todo tipo de chucherías con motivos de bautizos, matrimonios, cumpleaños, embarazos, despedidas de soltera, etc, menos de fiestas de divorcios. Al no encontrar el motivo de nuestra celebración le preguntamos a una asesora que nos contestó con un “¿comó?”, como si le hubiéramos hablado en ruso. Repetimos la pregunta y nos dijo que no tenían nada parecido, por lo que se nos ocurrió comprar un globo de helio para personalizar, elegimos un corazón dorado y mientras hacíamos la fila para pagar pensábamos el mensaje que llevaría: ”Felizmente divorciada”, “Gracias a dios ya no tengo marido”, “Feliz divorcio” Las mujeres en la fila nos escuchaban y miraban con picardía compinche.
En pocos minutos ya tenía amarrado al tirante de la blusa uno de los instrumentos etnográficos más interesantes que he utilizado. Caminamos por todo el Centro Histórico disfrutando de las caras de la gente, las risas, las miradas de picardía, el asombro de las mujeres y el terror de los hombres que pasaban con sus familias, especialmente cuando las mujeres se detenían a felicitarme como quien sabe muy bien que es lo mejor que me ha pasado en la vida. Ni siquiera en mis graduaciones había recibido tantas felicitaciones de personas desconocidas.
La primera parada de la celebración fue en una tiendita de esquina para tomarnos unas Costeñitas. Había una pareja joven y la muchacha muy entusiasmada y colmándome de felicitaciones nos tomó la foto pal recuerdo. Por esa esquina pasaban las niñas chiquitas antojadas de mi globo y me preguntaban “¿qué es divorcio?”. No faltaron los hombres blancos extranjeros colándose en las fotos en modo perrateo, ni los que se acercaban en una actitud más lanzada como si el globo dijera “¨quiero verga”. Otro que caminaba con la esposa y una niña pequeña se quedó en shock cuando su esposa lo dejó caminando solo para felicitarme con una cara de antojo tremenda. El tipo se detuvo a preguntarle “¿por qué la felicitas?” y ella no respondió nada. Mientras tanto la niña alcanzó a caminar unos pasitos sola y el tipo asustado dejó salir un “¡Ay jueputa!” y todas soltamos la carcajada.
Después nos fuimos a un bar por unos tragos. La dueña del bar me preguntó ¿pero usted ya pasó la tusa? y mis amigas casi que en coro le respondieron: “aquí no hubo tusa”. Soy de esas que hace la tusa dentro de la relación, así que tenía mucho que resolver y ya poco o nada que llorar después de la separación. De ahí nos fuimos pa’ otro bar. Entrando me encontré a un amigo que en su momento fue muy cercano, y con el que alguna vez me di unos picos. Tendría unos 10 años que no lo veía ni por redes sociales. Lo saludé con alegría pero yo quería seguir con mis amigas de celebración. Pero como no la pueden ver a una feliz celebrando con otras mujeres y creen que lo que una anda buscando es macho -cuando lo que estaba celebrando era quitarme a uno de encima-, el tipo me correteó por toda la fiesta y aunque mis amigas le torcían los ojos cada vez que lo veían, casi no consigo quitármelo de encima. Yo solo quería celebrar con mis amigas y finalmente, así fue. Al salir de la fiesta nos encontramos a una futura novia en su despedida de soltera, nos abrazamos, nos felicitamos y también nos tomamos fotos.
Así terminé la noche de celebración de mi divorcio. Bailando con mis amigas y celebrando nuestras decisiones con desconocidas, como debe ser. Atrás quedaron los tiempos en los que nuestras madres, tías, abuelas tenían que vivir su divorcio de manera vergonzante, como un fracaso personal, muy a pesar de que casi siempre dejaban a sus maridos después haber soportado y sobrevivido a todo tipo de violencias. Hoy las mujeres nos divorciamos y celebramos, y el resto del mundo que soporte. Ojalá que se repita la fiesta y cada vez seamos más las que podemos celebrar haber salido de relaciones abusivas y violentas. Ojalá así como hay toda una industria de despedidas de solteras crezca también una de bienvenidas de divorcio, porque celebrar el divorcio es celebrar la vida.
